El chisme en la Biblia

el chisme en la biblia

—Vamos a ensayarla, preparamos una dramatización con vestuario y materiales visuales, y la cantamos en la iglesia. Pueden aparecer varias personas elegantemente vestidas, con maletines o teléfonos en sus manos…

—¡Hacemos unas orejas grandes, también una boca! ¡Oh, sí! Lo veo todo aquí en mi mente.

Esos eran dos adolescentes dando forma a su plan tras escuchar una canción llamada «Rumores mil». Su letra dice así:

Hoy quisiera contarles una historia singular

De una empresa que hay en cualquier lugar

No da ganancia alguna y solo es su finalidad

Sembrar la maldad y hacer el daño a los demás

Con rumores mil, rumores mil…

Seguro que todo lo que llegue allí va ser modificado

Con rumores mil, rumores mil…

Si gozan de sueldo o trabajan allí

Solo dos requisitos ellos deben cumplir:

Una boca muy grande y dos orejas que 

Estén siempre listos el chisme a recibir

No importa quién será perjudicado esta vez, 

Pues mientras trabajando estén ellos hundirán

Rumores mil, que fabrican mentiras

Rumores mil, que disfrazan la verdad

Rumores mil, que solo causan dolor,

Rumores mil, que nos alejan de Dios

Escuchen amigos con total atención

Que quiero enseñarles una clara lección,

La Biblia nos señala una regla de amor:

Entrégale a tu prójimo de ti lo mejor.

Por eso cuenta hoy a tus amigos la lección,

Si hablas mal de otros, hablarán también de ti.

Con rumores mil, rumores mil…

Y dicho sea de paso, mi hermano y yo nunca la cantamos. Pero me sigue pareciendo que esa canción lo dice todo: no podemos seguir tomando el chisme a la ligera mientras personas, amistades y congregaciones son destruidas. Hay que poner cartas en el asunto.

En la mente del chismoso

Una de las palabras que en la Biblia hebrea se traduce por “chismoso” es nirgan (Proverbios 16:28, 18:8, 26:20), que expresa la idea de alguien que susurra o revela alguna información con el fin de perjudicar a alguien. Por otro lado, rakil (Levítico 19:16, Proverbios 11:13, Jeremías 6:28) alude al acto de difamar, de calumniar alevosamente. Y estas dos son casi paralelas al griego katalalos (Romanos 1:30).

Un término también  interesante es el usado en 1 Pedro 4:15, que brinda la imagen de una persona que pretende actuar como supervisor o vigilante de los asuntos de los demás.

La mente del chismoso es algo complejo. Difícil de entender. Probablemente algunos se sientan impulsados a chismear simplemente por el deseo de contar algo que no pueden callar, otros chismean por odio, otros por envidia, otros lo hacen por problemas de autoestima y pretenden ganar algo con eso, y otros más con el deseo expreso de causar divisiones.  

Por ello es difícil colocar a todos en el mismo saco. El que chismea no siempre está consciente de lo que sus acciones pueden causar. Uno puede no ser el originador del chisme, pero de igual forma participar de él al compartirlo “inocentemente”. Sin embargo, aún esto debemos evitarlo.

Ahora bien, aunque las razones que impulsan a alguien a chismear pueden ser diferentes, hay un común denominador siempre presente, y es que el chismoso no teme a Dios de balde, ni toma en cuenta con seriedad en sus acciones contribuir al bienestar de los demás con amor sincero.

Sus palabras causan daño irreversible y para él es de poca importancia. Dependiendo de lo que lo haya motivado, se jacta de lograr sus fines perjudicando a otros, o al menos se consuela en que él no tuvo malas intenciones. Pero el daño ha sido hecho.

“El hipócrita con la boca daña a su prójimo” (Proverbios 11:9), “el que anda con chismes revela el secreto” (v. 13, 20:19), “promueve contiendas” (18:6), “separa a los mejores amigos” (16:28) y aparta a los amigos de sí (17:9); su boca es una trampa que le acarrea quebranto (18:7), que le llena de angustia (21:23), que daña su imagen (25:9-10).

Esa es la vida del chismoso. Causando daño, revelando cosas que debiera haber guardado, dando lugar a problemas y conflictos, separando grupos y relaciones. ¿Y qué gana con todo eso? Se destruye a sí mismo, su reputación, y aleja a la gente de sí. Porque, ¿a quién le gusta estar con un chismoso? ¿Y quién le confía sus secretos?

La opinión de Dios

Al notar los males que causa, no es sorprendente que Dios se muestre en total desacuerdo con el chisme y la murmuración. ¿Puedes imaginarte a Jesús hablando mal de uno de sus discípulos? ¿Puedes visualizarlo regando malos comentarios sobre Caifás a sus espaldas? Necesitarás mucha imaginación para lograrlo. Jesús es nuestro modelo en este respecto.

Pero Dios no solamente no chismea, sino que también nos pide no hacerlo. En el listado de Proverbios 6:16-19 de las “cosas que aborrece jehová” leemos que se mencionan: la lengua mentirosa, el testigo falso, y el que siembra discordia entre hermanos. 

Puede ser que un chisme no sea mentira ‒aunque por lo general es una mezcla de la verdad y el error‒, pero la verdad dicha con malas intenciones, con el objeto de difamar o causar divisiones, es igual de aborrecible a los ojos del Señor.

En Éxodo 20:16 el noveno mandamiento dice claramente “No levantarás falso testimonio contra tu prójimo”. Éxodo 31:1 ordena “no admitirás falso rumor”, y en Levítico 19:16 el Señor estableció “No andarás de calumniador”.

En Salmos 34:13 amonesta “Guarda tu lengua del mal y tus labios de hablar engaño”. Advierte también que al que en secreto calumnia lo destruirá (Salmos 101:5).

En Salmos 15:2-3 el poeta está describiendo al hombre que podrá habitar en el santo monte de Dios, y dice: “el que anda en integridad, “el que habla verdad en su corazón”, “el que no calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo, ni admite reproche alguno contra su vecino”.

Este pasaje, al igual que otros anteriores, condena las calumnias y chismes, las malas intenciones y la mentira; pero también nos anima a cerrar nuestros oídos a chismes que otros pretendan venir a contarnos. 

El cristiano no solo no debe ser chismoso, sino que debe evitar a toda costa participar de los chismes dándole el gusto al que con malas intenciones lo ha fraguado. Por eso el consejo del sabio es “no te relaciones con el chismoso” (Proverbios 20:19).

Y a esto se suma el Nuevo Testamento.

Romanos 1:29-32 incluye la murmuración, la calumnia y la injuria entre las maldades de los hombres que no quieren tener en cuenta a Dios y que han sido entregados a una mente depravada para hacer toda clase de injusticias.

Efesios 4:29 reprocha firmemente contra las palabras corrompidas. “Ninguna salga de vuestra boca” dice el apóstol, “sino solo la que sea buena para la necesaria edificación”. Lo que, por supuesto, condena los chismes. Nuestras palabras han de ser para edificación y gracia, no para dañar y destruir.

Se menciona explícitamente en las escrituras el caso de las viudas, que “aprenden a vivir ociosas, andando de casa en casa; […] también chismosas y entrometidas, hablando lo que no debieran” (1 Timoteo 5:13). Pero algun@s parecieran creer que esto es una recomendación en lugar de una condena.

Pablo manda a Tito “Recuérdales […] que a nadie difamen, que no sean amigos de contiendas, sino amables” (Tito 3:2). Y teme encontrar a los corintios en contiendas, divisiones y murmuraciones (2 Corintios 12:20). 1 Pedro 4:15 coloca el chisme en la misma clasificación que el homicidio y el robo, y Santiago dice “Hermanos, no murmuréis los unos de los otros” (Santiago 4:11).

De hecho, él dice que un cristiano que no refrena su lengua vive una religión vana (Santiago 1:26). 

¿Cómo considera Dios el chisme? Uhm… déjame pensarlo. ¡Aborrecible!

Y sin embargo, muchos de nosotros seguimos pensando que es algo “normal”. Nos llegan con murmuraciones sobre otras personas y nos reímos con ellas, las disfrutamos. La boca que debiéramos usar para bendecir, la usamos para dañar, ¡y Dios está esperando que nos demos cuenta que vamos rumbo a la destrucción!

Cómo actuar

Necesitamos urgentemente dejar de trabajar para esa empresa satánica cuya finalidad “es sembrar la maldad y hacer daño a los demás”. De Cristo hemos aprendido todo lo contrario. 

Pero como ya vimos, no es solamente dejar de trabajar para ella, sino también llevarla a la quiebra, hacerla morir de hambre, y especialmente en nuestras iglesias. 

En un devocional, Fernando Zabala nos pone alertas en contra de las frases que por lo general preparan la calzada para el chisme: “¡No me lo vas a creer!”, “No repitas lo que te voy a contar”, “Escúchame bien porque esto te lo voy a decir una sola vez”, “Creo que debemos orar por fulano. Parece que anda enredado con malos negocios” [Dímelo de Frente, p. 23].

Cuando escuches esto o algo similar, ¡activa las alarmas! Proponte que tu boca no pronuncie ninguna palabra que no quisieras que el Señor escuche, ni que tus oídos se presten a relatos que no crees que él contaría. 

Es decir, renuncia a la empresa, pero también deja de invertir en ella. Para esto, en esa misma lectura Zabala menciona la fórmula de Sócrates:

Se cuenta que cuando alguien se acercaba a él con un chisme, él preguntaba: 

1) ¿Estás absolutamente seguro de que lo que escuchaste es verdad?

2) ¿Es algo bueno?

3) ¿Me va a ayudar en algo?

¿Es verdad, es bueno, es útil? Si no pasa estos tres filtros, ¡no lo digas! Si no pasa estos tres filtros, ¡no lo escuches! No participes del chisme.

Pero una cosa más que debemos hacer, con firmeza y valor, es no quedarnos callados. Algunas personas no han abierto sus ojos al error que cometen, y necesitan de un consejo, un llamado de atención lleno de amor y misericordia. El consejo del Señor fue reprender y perdonar (Lucas 17:3).

Con la actitud correcta, el pecado debe ser reprendido. Y el pecador debe ser perdonado. Este es el modelo bíblico. 

Si alguien llega a contarte un chisme, aplica el triple filtro. Si no lo pasa, no lo dejes ir sin más. Aconséjale, oriéntale, ayúdale. 

Finalmente, la canción habla de la regla de oro. Esa debe ser la norma de todas nuestras palabras y acciones. Dar a nuestro prójimo lo mejor; no hacer jamás lo que no nos agradaría que nos hicieran a nosotros. 

Viviendo bajo esa regla, cuán feliz sería el mundo y la iglesia. Si sólo eso nos encargáramos de promover, si esa fuese la ley que más fielmente hiciéramos cumplir, qué diferente sería todo.

El llamado es a refrenar la lengua. Piensa bien antes de hablar y verás la diferencia.“Pon guarda a mi boca, Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmos 141:3).

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