De la abundancia del corazón habla la boca

de la abundancia del corazón habla la boca

¿Alguna vez te has preguntado qué ocurriría en el mundo si, por un día, todos dijéramos absolutamente todo lo que pensamos?

Bueno, no nos vayamos tan lejos. ¿Qué sería de tu vida si por un día te vieras obligado a ser 100% transparente en tus palabras?

Tom Shadyac intentó plasmar de manera gráfica –muy gráfica, por cierto– el cataclismo que resultaría de algo como eso, en su película Mentiroso, mentiroso [Su título original Liar Liar], estrenada en 1997.  

Protagonizada por Jim Carrey, quien fue nominado al globo de oro como mejor actor de comedia por su actuación en esa entrega, «Mentiroso, mentiroso» retrata la vida de Fletcher Reede, un abogado muy exitoso, pero mediocre en sus valores, caracterizado especialmente por su deshonestidad y su habilidad para distorsionar las evidencias y los acontecimientos con tal de salir airoso, no solo en el tribunal, sino también en su vida personal.

Su ambición y sus sediciones lo han llevado a triunfar representando, incluso, a personas totalmente inmorales, esa clase de clientes que cualquier abogado rechazaría por cuestión de principios. Pero el principio dominante en la vida de Fletcher es, precisamente, que los valores son negociables a fin de conseguir lo que se quiere.

Cerca del cumpleaños #5 de su hijo Max, el bufete de abogados para el cual trabaja recibe el caso de Samantha Cole, una mujer egocéntrica y ambiciosa, que pretende conseguir un divorcio millonario. Ganar ese caso significaría una gran suma de dinero para la empresa, y un importante ascenso para Fletcher.

Ocupado  en su trabajo, y distraído en sus amoríos con su jefa Miranda, Reede llama a Audrey, su ex esposa, y se excusa por no poder asistir al cumpleaños de Max. El niño, molesto y decepcionado por las promesas incumplidas de su padre, cuando sopla las velas de la torta desea que este no pueda mentir por un día. Y su deseo se hace realidad.

Inmediatamente comienza un calvario para Fletcher. Sin saber el porqué, le dice a Miranda que ha “tenido otras mejores” y es echado por ella de la oficina. A la mañana siguiente descubre que no puede controlar su lengua, y transcurre el día hiriendo inconteniblemente con sus «verdades» a toda persona con quien se cruza.

Su comportamiento errático lo coloca en muchas situaciones embarazosas. Su carro es remolcado cuando confiesa a un policía sus infracciones, ofende a su secretaria, y el caso en el tribunal se complica porque no puede hacer las preguntas si sabe que la respuesta será falsa.

Finalmente logra ganar el juicio al notar un detalle irregular con la edad de Samantha en el compromiso prenupcial, pero al ver que la custodia de los hijos de la pareja es concedida a esa madre descuidada e infiel, Fletcher reconoce su error y las fechorías que ha ayudado a cometer en el transcurso de su carrera.

Decide reformarse y recuperar a su familia, así que emprende la búsqueda heroica de Audrey y su hijo para pedir perdón por sus mentiras y lograr una reconciliación. Aunque acaba con sus piernas rotas, Fletcher recibe una segunda oportunidad. Un año después, con una familia restaurada y su propio bufete de abogados, comienza una vida nueva, honesta y feliz. 

Está claro que la película, a pesar del aspecto humorístico, está procurando demostrar lo perjudicial de la mentira. Pero en su trasfondo la trama parece sugerir que, hasta cierto punto, las mentiras son una especie de «regalo celestial» destinado a mantener el orden del universo. 

Al fin y al cabo, cuando vemos todo lo que le acontece al protagonista, es inevitable pensar: “Uf… menos mal que podemos abstenernos de pronunciar ciertas cosas impropias” (por no decir “menos mal que sí podemos mentir”). 

¿Qué sería de nosotros si no pudiéramos mentir, o no fuéramos capaces de contener nuestros pensamientos? Que alguien te invitara a almorzar, y al terminar le dijeras “esta debe ser una de las peores cosas que he comido”. O acabas de hacer algo indebido, alguien te pregunta, y solo ¡Lo confiesas todo sin ningún regodeo!

Piénsalo. Si nuestra codificación genética dijera: “Di siempre todo lo que pasa por tu mente” las consecuencias serían tremendas. No habría ningún secreto en el mundo, la nasa revelaría todo lo que sabe, los políticos hablarían de sus verdaderas intenciones, no habría frustraciones amorosas, y pare usted de contar.  

No he encontrado una mejor ilustración que esta película, para iniciar el análisis de las famosas palabras de Jesús: “De la abundancia del corazón, habla la boca”. En la experiencia de Fletcher vemos un ejemplo de lo que sucedería si estas palabras se aplicaran literalmente.

Todo lo que llena mi corazón, lo digo. Sin más. Quizás te parezca catastrófico. Pero no es más que una utopía. Aún podrás lavarte la cara, salir y decir tan solo “bien” cuando te pregunten cómo estás. 

Siendo que vivimos en un mundo donde la mentira es una «invención celestial», y la gente oculta lo que piensa en los rincones más profundos de su mente, poniéndole un candado con un cartel que dice: «Peligro, no tocar», ¿qué significan entonces las palabras de Jesús? ¿de qué manera habla nuestra boca de lo que escondemos en lo profundo de nuestra cabeza?

Hablamos lo que somos

Converso con personas muy distintas durante el día. Personas que provienen de variados lugares, condiciones sociales, trasfondos familiares, creencias religiosas, y experiencias de vida. Muy probablemente tú también tengas en tu círculo de influencia tal heterogeneidad.

Pero en todos ellos se manifiesta una misma característica: Cuando hablan, de alguna manera su realidad queda al descubierto. Es más, al escucharles hablar o leer mensajes escritos por ellos, creo que podría acertar muchos de sus nombres. 

Hay algo muy cierto, y es que todo lo que decimos ya estuvo en nuestra mente primero. Nada de lo que sale de nuestra boca tiene su origen en otro lugar diferente a nuestros pensamientos. Y también es cierto que solo pudieron llegar allí porque esas palabras y/o pensamientos tienen –o tuvieron– un significado en nuestra experiencia de vida.

En casa de vez en cuando echamos una partida del popular juego, Scrabble. A veces alguno de nosotros coloca una palabra pensando “Eso debe existir, suena a que existe”, pero no siempre es así. No somos capaces de traer a nuestra mente un término que nunca hemos escuchado o leído; solo podemos colocar aquellas palabras que ya forman parte de quienes somos.

La boca solo habla lo que sugieren los pensamientos que están dentro de nosotros. ¿Por qué no podemos responder un examen para el cual no hemos estudiado? El conocimiento necesario no ha tenido previamente parte en nuestra realidad.  

Justo ahorita estoy buscando una nueva palabra en el diccionario: fular. ¿Sabes qué significa? “Pañuelo para el cuello o bufanda de seda”. ¿Hubiese podido salir esa palabra antes –con sentido– de mi boca? No, jamás. No formaba parte de mí.

Todo lo que hablamos y pensamos es posible porque ya estaba antes en nosotros. Desde ese punto de vista, las palabras de Jesús son totalmente razonables. La boca solo puede manifestar lo que está en el corazón. 

Ahora, ¿Exponen las palabras todo lo que hay en el corazón? Veamos.

¿Podemos ocultar quiénes somos?

La gente hoy día se queja a menudo de la odiada «hipocresía». El fundamento de la hipocresía es, básicamente, que sí se puede ocultar lo que somos, sentimos o pensamos realmente. Pero, ¿por cuánto tiempo? 

El mismo hecho de que hoy estemos hablando de ella, sugiere que no es posible fingir toda la vida. ¡Muchos hipócritas ya han sido descubiertos! Y es así. Podemos ocultar nuestros verdaderos pensamientos por días, semanas, tal vez meses e incluso años, pero no podremos hacerlo por siempre.

Tarde o temprano, nuestras palabras o actitudes acaban revelando lo que hay en nuestro interior. Así como no podemos hablar o pensar lo que no estaba antes en nosotros, requiere mucha disciplina evitar que todo esto de lo cual está llena nuestra mente no salga a la luz. Después de todo, es lo que somos.

Tanto Mateo como Lucas citan a Jesús diciendo “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34, Lucas 6:45), aunque lo hacen en contextos diferentes. Mateo, en el marco del cuestionamiento que los fariseos hicieron del poder que obraba los milagros de Cristo, y Lucas en lo que podría interpretarse como su versión del «sermón del monte».

Todo comienza en el verso 24 de Mateo 12, cuando los fariseos atribuyen al poder de los demonios los milagros de Jesús. Luego, en el verso 25 menciona: “sabiendo Jesús los pensamientos de ellos”, y a partir de allí entonces se detalla el discurso. Nótese que el evangelista pone de relieve la relación palabra-pensamiento en los versos 24, 25 para dar pie a la intervención de Cristo

El argumento central de los versos 31-37 gira en torno a las palabras; pues la “blasfemia” contra el Espíritu (v. 31), y el hablar “palabra contra el hijo del hombre” (v. 32), son solo el mal fruto natural de un árbol corrompido. 

Por eso Jesús culmina diciendo en el verso 37 que por sus palabras el hombre sería justificado o condenado, precisamente porque las palabras revelan sus pensamientos, y lo que hay en su interior. Los fariseos desmienten los milagros de Jesús porque en su interior son incrédulos y corruptos. Por el fruto se conoce el árbol (v. 33). 

Se deduce el mismo significado de Lucas 6:43-45. El hombre bueno solo puede sacar de su corazón cosas buenas, pues eso es lo que tiene allí guardado; pero el hombre malo ¿podrá dar buenos frutos? Solo de apariencia, y con mucho esfuerzo. 

Lo que abunda en el corazón

En la Biblia el corazón es considerado el centro de la vida. A diferencia del pensamiento occidental que es abstracto, el hebreo piensa en concreto, por eso en el Antiguo Testamento vemos pocas alusiones a algo tan abstracto como la «mente». 

Proverbios 2:2 aclara que, según el uso hebreo, el corazón representa el intelecto. En el AT el corazón es la residencia de los pensamientos, la voluntad y las creencias. De hecho, solo cuando asociamos el corazón con la mente es posible entender esa expresión tan frecuente en la biblia: “Dijo [pensó] en su corazón” (Por ejemplo, Génesis 17:17).

La centralidad del corazón sigue presente en el NT. Jesús indicó en Marcos 7:15, 20-23 que el hombre no es contaminado por lo que come. El hombre ya está contaminado por lo que está en él, en su mente. Porque “de dentro, del corazón de los hombres, salen” desde los malos pensamientos hasta los homicidios, hurtos y adulterios.

El corazón representa la mente, y ésta, aparte de ser corrupta por naturaleza, absorbe aquello de lo cual la llenamos. De allí  la fuerza con la cual el proverbio resalta la importancia del corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).

Lo que abunde en nuestra mente, se notará a la distancia en nuestras palabras y acciones, en el conjunto de nuestra personalidad. Lo que está en nosotros busca el medio de salir. Solo es posible hablar o hacer aquello que ya hemos pensado. Y lo que sale de nosotros es únicamente un fruto que habla de la calidad del árbol que somos.

Curiosamente, el apóstol Pablo aplica este mismo principio a la salvación: “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10). En el entorno cristiano, no basta con creer en Jesucristo en el corazón, es necesario confesarlo. Si las palabras y acciones no confiesan nuestra fe, tal creencia es sospechosa. 

Porque si algo que está en la mente no da fruto, es evidencia de que no ha tenido parte significativa. Por supuesto, un cristiano puede abstenerse de confesar por temor o pena; pero los frutos deben ser evidentes, incluso en la forma de mirar, caminar, o sonreír. 

Las palabras del apóstol reafirman la indisoluble correlación corazón-boca: algo que tiene preponderancia en la mente de un individuo, sin duda será manifestado.

¿Qué implicaciones tiene esto para un cristiano?

Esta discusión tiene muchas y grandes implicaciones para el cristiano, puesto que estamos tocando un tema sensible como lo es la mente, sus leyes y los frutos del carácter. En esta oportunidad comentaremos 3 de esas implicaciones principales.

De apariencias a realidades

Cuando comenzamos a caminar con el Señor es casi inevitable sentir que lo hacemos solo de apariencia. Nuestra historia de vida, vocabulario, pensamientos y deseos, las mismas acciones testifican en contra nuestra. 

Los frutos son contradictorios, a veces negativos, en ocasiones positivos. Esto es natural, porque apenas estamos comenzando a combatir la naturaleza que imperaba en nuestro ser. Es utópico esperar que en cuanto respondemos a la invitación “Dame hijo mío tu corazón” (Proverbios 23:26), inmediatamente lo que abunda en nuestro corazón sea mudado y nuestras palabras y pensamientos sean santificados. No sucede así.

Cuando le decimos ¡Sí! al Señor, continuamos siendo las mismas personas. Nuestra realidad es el pecado, y el cristianismo no es más que una apariencia. Pero el trabajo del Señor –con el cual hemos de colaborar– es convertir la vida de Cristo en nuestra realidad.

Como ya hemos mencionado, la boca no puede hablar lo que no está en la mente, ni puede dejar de manifestar lo que abunda en ella. Por eso la obra del Señor debe empezar en la mente, no en la boca. Si la mente es transformada, cambiará la boca, pues la relación entre estos órganos es de causa-efecto. 

Cuando el Señor trabaja sobre la mente, lo hace cambiando las motivaciones. Él promete un “nuevo corazón” (Ezequiel 36:26) y la “mente de Cristo” (1 Corintios 2:16), pero esto no ocurre a manera de trasplante: Quito lo viejo, pongo lo nuevo, lo pasado pisado. ¡No! Ocurre gradualmente, como el viento que no sabes de dónde viene ni a dónde va, pero oyes su sonido (Juan 3:8).

Así que no tenemos que martillarnos porque no todo marche como queremos desde el comienzo. No se notará un gran cambio en los frutos mientras nuestra realidad aún sea la misma. Pero en la oración, la meditación, la lectura de la Palabra, el servicio, el tiempo de calidad con Dios… Él obra para cambiar nuestra realidad.

Acostumbrando a la mente

Ahora, en el proceso de cambiar nuestra realidad, hay una parte laboriosa que le toca al agente humano. No todo lo hace Dios, nosotros ponemos nuestro granito de arena. 

Tengo un amigo muy cercano que era adicto al rock, incluso llegó a estar endemoniado, pero un día se convirtió y ahora estudia teología. El cambio fue radical, y ameritó un gran esfuerzo de su parte para hacerse efectivo. 

¿Qué puede hacer el hombre para cambiar lo que hay en su corazón? Resumiré algunos puntos esenciales:

Vaciar la mente de lo malo: Como seres humanos, estamos acostumbrados y adaptados totalmente a una clase de vida ajena a la esencia del cristianismo. Por ello, nos corresponde tomar la decisión consciente de alejarnos de lo malo que ha inundado hasta ahora nuestra mente. 

En este punto es importante la negación propia: Si vienen a mi mente palabras o pensamientos inconvenientes, los desecho. Las películas, canciones y juegos que sé que no me hacen bien, los borro. Dejo de frecuentar los lugares que ejercen una influencia negativa en mi vida. Y dejo de practicar voluntariamente mis malos hábitos. 

Así contribuyo a vaciar mi mente de lo que no armoniza con lo que Dios desea hacer en mí.

Esto exige disciplina. No es fácil dominar lo que hay en la mente. Las prácticas y pensamientos habituales que se han cultivado por años no se erradican de un día para otro, pero nos corresponde cortar el flujo. Si obstaculizamos el cauce de un río, el agua estancada no se secará in so facto, pero lo hará pronto.

Por eso debemos cortar el cauce del río de lo malo. El agua estancada de lo corrupto que llena nuestra mente permanecerá por un tiempo, y tendremos que luchar contra ella, pero si perseveramos finalmente se secará. 

Llenar la mente de lo bueno: El apóstol Pablo dio un consejo valiosísimo una vez: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). 

No es suficiente negarnos a perseverar en las malas prácticas y desechar de la mente lo negativo; es necesario sustituir todo lo corrupto por lo santo. Pensar en lo bueno, cultivar lo justo, exponernos a estímulos positivos, asociarnos con creyentes veraces, colocarnos en el terreno donde Dios puede obrar; son decisiones importantes para llenar el corazón de un “buen tesoro”.

Así conseguimos que al momento de hablar, actuar o pensar, haya cosas santas y puras deseosas por manifestarse. No solo cerramos el cauce del río de lo malo, sino que abrimos paso al río de lo bueno para llenar el lago. 

Poner en guardia los sentidos: Es necesario cuidar lo que entra a nuestra mente aún de manera inconsciente. Hay cosas que no son malas en sí mismas, pero al repetirlas con frecuencia nuestra mente puede quedar vulnerable. Lo que vemos, escuchamos, olemos y tocamos llega a ser parte de nosotros, por lo tanto, es importante vigilar con celo el contenido que ingresa. 

En un mundo que parece privilegiar los antivalores, estamos a merced de una gran cantidad de influencias negativas que escapan de nuestro control. Pero, como dice el adagio popular, aunque no podemos evitar que los pájaros vuelen sobre nuestra cabeza, sí podemos impedir que hagan nido en ella.

El testimonio infalible

Por último, deseo dar un pequeño consejo: dado que las palabras, actitudes, pensamientos y acciones son un testimonio eficaz de lo que hay en el corazón, el cristiano debe continuamente revisarse a sí mismo.

¿Qué estoy pensando? ¿Qué clase de palabras salen de mi boca? ¿Qué sugieren mis acciones sobre mi carácter? 

Es totalmente sabio abstenerse de decir las cosas negativas que pensamos, desechar las malas palabras, y rehuir las acciones incorrectas que nuestra mente nos sugiere. Pero necesitamos preguntarnos, ¿Por qué continúan en mi mente? ¿Estoy cultivando esta clase de cosas de algún modo?

Lo cierto es que la calidad del fruto indica la calidad del árbol, esto es axiomático. Así que al evaluar nuestros frutos, podemos deducir lo que hay en nuestro corazón, si realmente Cristo está reinando en él, o por el contrario, otras cosas están estorbando el lugar que a él le corresponde.

Lo que Dios quiere decirnos

Cuando Jesús dijo “de la abundancia del corazón habla la boca”, su preocupación principal no eran las palabras, sino lo que hay detrás de ellas. Detrás de un lenguaje soez, vulgar e hiriente, se encuentra un corazón lleno de pecado. Ese corazón es el que le interesa a Jesús. Su prioridad es el árbol, no los frutos.  

Gracias a Dios, podemos tomar decisiones. A diferencia de Fletcher Reede cuando estaba bajo los efectos del encantamiento, podemos abstenernos de decir lo malo que llevamos dentro. Pero el propósito del Señor es llenar nuestro corazón con un tesoro santo y abundante. Y al ejercer debidamente nuestra libertad, estaremos en posición de colaborar con él en este proceso.

Cortando el flujo de lo malo y siendo bombardeados de todo lo que proviene del cielo, le permitimos al Agricultor por excelencia hacer de nosotros un buen árbol, que produzca deliciosos frutos en cantidad.Concluimos entonces que Pablo tenía toda la razón cuando dijo “Pues todo lo que el hombre sembrare [en su mente], eso también segará [en sus palabras y acciones]” (Gálatas 6:7).