El esposo estaba disgustado con su cónyuge. Aun la amaba con firmeza, pero la desilusión por sus acciones lo llevaba a tomar la decisión más difícil de su vida en ese momento. El divorcio. En su cultura, firmar carta de divorcio era cumplir la ley de no tomar a alguien más como pareja marital, hasta que falleciera la ex-cónyuge, excepto por caso de adulterio.
La mujer asumió las consecuencias de sus actos. En realidad no tenía nada contra su esposo. Solo deseaba recibir el perdón de él y de ser posible, la misericordia de su amado. Tenía que hacer algo para conseguirlo, así que comenzó a investigar las formas más efectivas de volver a su primer amor.
Un palabra
Hace años escuchó a un apóstol hablar sobre el katallasso. Recordó que se trataba de un proceso de restauración entre dos seres en desunión, la palabra que ella tomó para no olvidarlo fue reconciliar. Sabiendo lo que quería: volver a unirse con su esposo de la guerras y enemistades creadas, empezó a determinar la mejor forma de hacerlo.
El katallasso es: conocimiento
El esposo le había regalado un libro donde se encontraban sus gustos y disgustos, su forma de pensar y lo relacionado a su actitud ante situaciones diversas. En todo el material siempre recalcó el amor tan grande que sentía por ella, además pautó las metas a cada plazo de sus vida, hasta después de la muerte tenía el plan de vivir con ella por la eternidad. Lamentablemente, nunca se dio la tarea de leerlo. De vez en cuando lo hojeaba por la mitad, en las mañanas lo dejaba abierto en la sala como recordatorio de él, sin embargo, no hacía ningún efecto cuando estaba en una situación apremiante.
Tomó el libro con mucha paciencia, apuntó cada detalle hasta encontrar la palabra katallasso. Se dio cuenta que el apóstol había leído de este libro dicha palabra, le sorprendió más cuando obtuvo la primera señal de respuesta: el ministerio para reconciliarse. Conociendo la existencia de una bitácora para no morir en el intento de armonizar con su esposo, la esperanza de volver a la unión conyugal estaba creciendo.
Había una carta escrita por el apóstol en el canon del libro, aunque en otras páginas se daba a entender la verdadera y única fuente de inspiración, el Esposo. Se llamaba “Carta a los Corintios”, la segunda para ese momento. En sus páginas halló la primera tarea ha realizar, tener un mediador, pero había un problema, solo lo podía escoger el afectado. Por ende, tenía que saber si su Amado deseaba reconciliarse con ella, al buscar respuesta en el libro encontró: “Y todo esto procede del Esposo, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2 Cor. 5:18 adaptado para la continuidad de la historia).
Las palpitaciones comenzaron a acelerarse, con denuedo la esposa mantuvo la cordura mientras experimentaba el amor tan grande que él sentía por ella. En caso de ser necesaria la reconciliación había una persona encargada, Cristo. Estaba segura por donde comenzar a buscarlo y la forma de hacerlo, sí, en el libro.
El katallasso es: un Mediador
Quebrantar un voto matrimonial no es cualquier cosa. Una promesa entre amigos que no se cumple, puede tornarse en traición y desacato a la amistad. Pero, en el altar donde se expresa la más grande promesa de amor entre dos personas, el quebrantamiento del pacto, toca lo más profundo del dolor no físico.
Mientras ella sentía un dolor muy fuerte por la traición que cometió, se percató de su solución, alguien dispuesto a sufrir su pena para poder volver con su Esposo. ¿Por qué sufrir una penalidad?
Al romper una promesa, existe un proceso penitencial. En este caso no se refiere a una pena para poder volver a reconciliarse, sino la consecuencia de sus acciones. Cuando leyó: “porque, si siendo enemiga, fuiste reconciliada con el Esposo por la muerte de su Hijo…” (Romanos 5:10 adaptado para la continuidad de la historia), detuvo en seco su lectura. No comprendía la severidad de su acto hasta ese momento. Rompió no solo el voto, también quebrantó la Ley que permite la unión entre los esposos, la cual demanda sangre al romperla (Hebreos 9:22). Habiendo entendido el sacrificio del Mediador por la relación de ellos, investigó un poco sobre el Cordero expiatorio..
Resultó ser un Hijo del Esposo, pero no era de otra esposa o de un desliz. Era la misma esencia del esposo, que estaba con Él en todo momento. Un amigo muy querido por el Mediador y por los esposos llamado Juan, le dio el título de Verbo, lo llamó Cordero y lo consideraba su mejor amigo. Ella empezó a llorar, el Esposo le había dado desde el comienzo la plenitud de su relación a su alcance, sin embargo, nunca se preocupó de mantener su comunión con Él.
Estuvo a punto de cerrar el Libro y no volver a intentar nada, se sentía indigna de tanto amor. Se levantó de su silla, espero un momento, se giró y salió.
Al cabo de unos días decidió llamar a su Esposo para determinar el proceso de separación. Al oír su voz, ella tomó fuerzas y le comentó lo que estaba pasando. Sus deseos y anhelos eran tomar una decisión pronto por volver a vivir juntos. Él contestó con una historia:
En pueblo muy lejano, rural y poco conocido de un país inglés. Vivía una comunidad muy cuidada por cada familia. Eran personas que se amaban unos a otros, nada parecía estar roto en aquel lugar. Hasta que nacieron dos niños muy peculiares. Crecieron juntos, haciéndose buenos amigos para toda la vida. Cada uno tomó un rumbo diferente. Mientras que uno era carpintero, el otro era leñador, tanto así que al tener su familia le pusieron el mismo nombre a sus hijos. Pasó el tiempo, una situación muy crítica llegó a aquel lugar, la comida escaseaba, los recursos faltaban a cada momento.
Tomaron la decisión de cometer una fechoría en el pueblo, la primera en toda la existencia de esa comunidad. Planearon robar las ovejas de un vecino lejano para poder sacarles provecho y salir de tan vergonzosa situación, aunque ambos sabían las consecuencias. No les importó, fueron al pastizal del querido contiguo para hurtarle las ovejas. Mientras las iban amarrando, fueron vistos, apresados y llevados a los ancianos del pueblo. La ley demandaba por hurto de ovejas la muerte inmediata de los acusados. Cuando los iban a ahorcar uno de los ancianos más respetados del pueblo se levantó, se quitó su sombrero en el cual escondía en su frente las siglas “ST” y dijo:
– No los matemos, pongámosles estas siglas en señal de su fechoría, así nunca olvidarán que jamás deben robar ovejas a sus vecinos.
Todos estuvieron de acuerdo. Tomaron las herraduras calientes y en sus frentes colocaron las siglas ST, en señal de su traducción al inglés “Sheep Thief” (Ladrón de ovejas). Les dieron libertad para que volvieran a sus casas y siguieran con su vida. Uno de ellos se despidió de su familia, juntó sus pertenencias y se fue a la casa de sus padres de la cual nunca más salió por vergüenza a ser visto por alguien del pueblo con una señal tan denigrante en la frente. El otro siguió con su vida, enmendó su error y fue sucesor del anciano que abrogó por ellos en la corte.
Al pasar los años, un extranjero llegó al pueblo. Fijó su mirada en un hombre respetado de aquella pequeña provincia rural, era como un capataz o alguacil del lugar, sobretodo cuidaba con esmero las ovejas. El foráneo se acercó a un hogareño muy anciano en la plaza, preguntándole:
– Disculpe, no soy de estos lados y tengo una pregunta sobre ese hombre tan respetado por el pueblo. ¿Por qué tiene en su frente las siglas ST?
El anciano pensó durante un tiempo su respuesta, tratando de recordar el sentido de esas siglas, a lo que respondió:
– No recuerdo el significado exacto de esa tradición, pero al ser un hombre tan estimado, seguramente significa una sola cosa: saint (santo)
En ese momento, el Esposo le dijo que siguiera leyendo el libro y colgó.
Esa noche siguió leyendo un pasaje para recordar por siempre en su memoria: “Pero el Esposo demuestra su amor hacia ti, en que siendo aún infiel (pecadora), Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8 adaptado para la continuidad de la historia).
El katallasso es: confesión
A los principios del libro centró su mirada en la historia de una pareja que se culparon entre ellos por su desdicha. Aprendió la importancia de tener el mismo objetivo de vida, con la historia de una mujer convertida en estatua de sal al no mirar hacia donde los dos consortes debían ver. Se centró por último en Abigail, una mujer muy entendida que libró a su esposo de un gran aprieto al ser grosero con un hijo de Dios.
Notó en esta historia la importancia de la confesión por sus errores. El miedo a ser repudiada por su Esposo no la dejaba contarle los verdaderos hechos cometidos contra su matrimonio. Mucho menos pensar en ir a donde Él estaba para pedirle perdón, si embargo, las palabras de Abigail alumbraron su raciocinio: “Señor mío, sobre mí sea el pecado. Te ruego que tu sierva hable a tus oídos y que escuches las palabras de tu sierva… Te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa” (1 Samuel 25:24,28).
Teniendo un Mediador que pagó sus ofensas en conjunto con la confesión de sus actos, decidió que era el momento exacto para pedir perdón. Así fue, pero no como lo esperaba. Al tomar un tiempo para confesarle lo sucedido, no sintió un gran alivio o liberación, solamente vio un progreso en la reconciliación, pero era suficiente. No lo logro entender hasta que en un momento recordó la historia que le contó su Esposo, meditó en como el hombre tomó la determinación de ser alguien diferente, en llegar a ser visto como un santo, cuando había sido llamado ladrón. No pasó mucho tiempo cuando sonó su puerta, era el mensaje redactado de la carta de divorcio. Solo faltaban las dos firmas. Pensó en asumir el riesgo, aunque le pidió al cartero que volviera mañana por ella.
Duró toda la noche pensando lo que faltaba en su reconciliación, repasó todo: estaba obteniendo Libro de su Esposo lo necesario para mejorar su relación, había aceptado al Mediador por sus errores, confesó sus infidelidades ¿Y ahora? Al no poder descansar se frustró, pero siguió leyendo aquel Libro.
Se topó con alguien diferente esta vez, no era un apóstol, sino un profeta. Ella entendió por profeta a alguien capaz de hablar por el Esposo a la esposa, para mantener sus leyes y comunicación siempre efectiva y saludable. Primero, admiró la determinación de uno llamado Jeremías. Este hombre habló con firmeza en todo momento, hasta lo injuriaron por ser muy fuerte. Cuando parecía terminada la relación entre cada cónyuge, el Esposo le mandó a decir: “Con amor eterno te he amado. Por eso te atraje con bondad” “Pondré mi Ley en su mente, y la escribiré en su corazón.” (Jeremías 31:3,33). Denotó como el cumplimiento de la ley que se pagaba con sangre, se realiza por amor recíproco, abnegado, no irritable, amable, compasivo, misericordioso. Admiró la verdad del katallasso. No es solo un proceso, es un cambio de mi estilo de vida en perfecta armonía con su Amado.
El katallasso es: construir una relación
Decida a cambiar su camino oscuro, por uno lleno de felicidad y gozo internalizó las palabras de Miqueas 7:19 “El Esposo volverá a compadecerse de mí, sepultará mis iniquidades, y echará mis pecados en la profundidad del mar”. Un gran cambio en su corazón se había dado al aceptar el perdón completo de su Esposo, cumplió con la última parte de este nuevo estilo de vida, reavivar la relación.
Muchos le dijeron que era una mentira, nadie podía amar tanto a alguien como decía ella. Eran solo fábulas, siendo imposible sentir tanto amor por alguien, adhiriéndose la forma tan estricta de tener que cumplir su Ley. Comentaron la inutilidad de ser obedientes el uno al otro, mostrando una forma más sencilla: fijarse en el Mediador y solo aceptar el perdón. Pero, ella estaba segura de que ese no era el camino correcto. Había un sometimiento de voluntades, de forma de pensar, actuar y ver la vida. Estar casada con un Esposo así a muchos le pareció un martirio, un suicidio conyugal seguro.
Entre las últimas páginas leyó como se veía la esposa al final de su trayectoria: “Resplandecía con la gloria de su Esposo. Y su fulgor era semejante a una piedra preciosísima, como piedra de jaspe, diáfana como el cristal” (Apoc. 21:11). Deseando ser ella ésta mujer resultó inhundible encontrar cómo llegar a serla, solo le tomó unas pasadas de página en el libro escrito por su amigo Juan, en él muestra que solo aquellos que estén escritos en un libro llamado: “el Libro de la Vida del Cordero” (Apoc. 21:27) podrán ser parte de esta esposa fiel.
Por último, todo el resultado del katallasso se resumía en: “… guardar los Mandamientos del Esposo y la fe del Mediador” (Apoc 14:12, adaptado)
Lamentablemente, no puedo cumplir esta historia con un final feliz. La reconciliación es un proceso de restauración entre Dios (El Esposo) y la esposa (su pueblo). Solo se puede considerar una reconciliación con Dios existente si nosotros aprendemos de Él, aceptamos su sacrificio, nos confesamos de nuestros pecados y vamos asumiendo una vida de construcción constante para mantener la llama del Espíritu Santo en nuestra vida.
La historia es un compendio de una situaciones significativas entre el pueblo de Israel y Dios, en los cuales todos estamos implicados, posiblemente en situaciones muy diferentes, pero con un mismo problema, el pecado, que solo busca divorciarnos de nuestro primer amor. Por esta razón, solo nosotros podemos concluir esta historia. Si nos reconciliamos con Dios preparémonos cada día para ser parte de la Nueva Jerusalén, porque es cierto, la reconciliación con Dios tan cierta como la es entre cónyuges en esta tierra.
No es la intención cumplir con la analogía del matrimonio desviar la atención, sino ponerlos en el lugar de la esposa de la historia, porque no es una esposa común de carne y hueso. Es el relación que existe entre Dios y la humanidad que le sigue, donde nuestra voluntad pasa a ser tomada por su Voluntad y somos reconciliados para con Él. Para terminar siendo llamados a ser su instrumento para reconciliar a otros.