¿Deberían los cristianos demandarse unos a otros?

juicio entre cristianos

Que bueno sería poder vivir sin conflictos. Pensando solo en soluciones para las tareas más complicadas y tener un vida social estable en cada sentido. Esta no es la realidad de nuestro mundo, los conflictos bélicos, agresiones físicas y verbales, hurtos y los delitos a los derechos nos produce una pregunta: ¿Puedo pedir justicia por mi hermano ante el mundo? 

No es necesaria una búsqueda profunda por las redes para vislumbrar la perspectiva bíblica de esta pregunta. 1 Corintios 6:1-8 es la respuesta más asertiva, sin embargo, ¿son siempre infalibles los resultados positivos? ¿si demando estoy pecando? ¿importa el perdón en casos de demanda judicial? 

La acción de las leyes y el perdón

Los Corintios tenían grandes problemas entre ellos mismos, podrían ser doctrinales, por dinero, una mirada inadecuada o cualquier otra razón para empezar una contienda. Refunfuñando entre todos empezaron a dejarse llevar por los consejos de los injustos, en otras palabras, aquellos que no poseían el espíritu de Cristo en sus vidas, ni creían en el evangelio.

¿Por qué esta acción deshonra a Dios? La iglesia, como entidad eclesiástica, además de ser un simple grupo de creyentes, es la portavoz de Dios ante el mundo, siendo la reinante justicia divina dada a los hombres la ley demandante para tomar decisiones justas en casos de disputa. Contando con la famosa resolución de conflictos en Mateo 18:15-17, figuramos la importancia de la “asamblea” -como se conoce al Antiguo Testamento- a la reunión de creyentes para adorar, escuchar y recibir del Juez del mundo directa o indirectamente la resolución de un conflicto. 

En el caso de tener un problema de ofensa personal, el deber de buscar a Dios debería ser entre las dos personas. Buscarse, apoyarse, dialogar sobre el conflicto y rogar en todo momento la dirección del Espíritu Santo para resolverlo. Pero, existen circunstancias de mayor envergadura, robo de propiedades, violencia familiar, entre más casos demandables por las leyes terrenales.

El problema no se encuentra en el uso de las leyes humanas para mantener la paz en las naciones, más bien, el uso de ellas como justicia absoluta es el mayor problema. La leyes judiciales conllevan un proceso penal para hacer padecer al demandado según sea su crimen. La ley de Dios también tiene castigo, pero existe el perdón, la misericordia, la oportunidad de remediar la vida de la persona y en algunos casos las consecuencias, no obstante, de ser necesarias para la contribución del carácter en la persona no han de dejarse de lado. 

Conociendo cómo la conducta humana refleja con toda honestidad lo guardado en su corazón, el perdón inmerecido de la persona agredida hacia el agresor, muestra la actitud de Cristo, como Esteban al ser apedreado y pedir a Dios por sus agresores. Por supuesto, la ley humana busca corregir la conducta del culpable, aunque puede cambiar de actitud y nunca perdonarse lo cometido. Llevando por dentro la angustia de jamás poder recibir el perdón de Dios en su vida.

¿Qué hacer con la sed de justicia?

La Biblia enfatiza la importancia de la reprensión y exhortación, con paciencia y sana doctrina. Al llevar nuestra justicia propia para quedar como los magnates del asunto, dejamos el verdadero espíritu y cometemos un delito más grave al no llevar una solución cristiana. Veamos un caso de chisme, o sea, una murmuración falsa de alguien construida por otra persona. Podría ser el crimen más común y más destrozante dentro de una comunidad. Las leyes terrenales no tienen severas enmiendas para realizar (bajo nuestra propia percepción) un justo castigo para este crimen, si contamos con la influencia pervertida para el ofendido, los rasgos son aún mayores.

Hace un par de años una joven estudiante de enfermería, logró hacer pasantías en una prestigiosa clínica de la ciudad. Cada día se reunía con los médicos a investigar casos, resolvía todas las ecuaciones posibles para memorizar sus fórmulas, los pacientes amaban su turno por las noches.

Una mañana, al concluir su guardia, un paciente presentó serias complicaciones respiratorias y la última en salir de la habitación fue ella. Pasadas las 24 horas descanso, llegó a la habitación del paciente ya fallecido. La dosis suministrada estaba por encima de las especificaciones dadas en la receta. La familia del difunto denunció la mala praxis de la enfermera, terminando con sus pasantías, su carrera y su vocación. A la semana, una compañera de trabajo la encontró por las calles cercanas a la clínica, se levantó de su asiento y le confesó: “no fuiste tú la que mató al paciente, fui yo. Moví por accidente el gotero, pero no encontré la receta, lo dejé así pensando que nada sucedería. Nadie me vio salir y entrar. Lo siento mucho”.

En ese momento la enfermera, siendo cristiana, pensó en denunciar a su compañera. Era un delito de alto nivel en el área de la salud. Se detuvo a pensar en lo sucedido y solo le pidió una cosa a la colega: “habla con la jefa de enfermería y ella te dirá que hacer”. Así hizo, fue con mucha vergüenza al puesto de control de enfermeras, y confesó todo. 

A los días, la enfermera que todos amaban volvió al trabajo. La amiga que había encubierto el caso siguió en el hospital, solo lo sabían ellas tres y algunos médicos la verdad de lo sucedido. No obstante, la compañera hizo una campaña de concientización a todo el personal de la honestidad laboral y la ética en el trabajo, exponiendo el caso como un error anónimo que le había sucedido a la tan amada estudiante. 

La sed de justicia personal movida por la intención del Espíritu Santo, tendrá un objeto de bendición en ambas partes. No se verá el justo como más grande que el injusto, sino como un canal para que el incrédulo llega a ver una justicia más elevada a la humana, la justicia divina. 

Donde pongo el ojo, pongo la bala

La gran mayoría de dificultades al leer el pasaje de 1 Corintios 6:1-7, es tener la confianza de darle nuestro caso a alguien más. Por más sabio o entregado a Dios, el orgullo resalta las ganas de querer tener siempre la razón, conjuntamente hacer pagar por nuestra justicia el acto delictivo o la ofensa hecha. 

Escuché en una conferencia, la siguiente premisa: 

“Existen palabras difíciles de pronunciar en el español como: electroencefalografista, pero la palabra más difícil de pronunciar siempre será: Perdón”

Algo de cierto tiene esta frase, perdonar no está incluido en las demandas. Se hace justicia y ya. La balanza debe estar a mi favor y en caso de que no lo sea podemos esperar un error para cobrar lo que es nuestro. Sea en un tribunal o por nuestra cuenta. Por esta razón es importante tener a un tercero como consejero entre conflictos. De esta manera se podrá tener un moderador de los sucesos y evaluador de la proporciones más justas.

Nuestra vida tiene sed de justicia, ganas de disparar con la misma bala con la cual hemos sido perforados, tomar acción de la ley por nuestras propias manos (o ir a donde más nos conviene) y no perdonar a nadie por su delito. Si alguno de estos motivos nos ambiciona a cometer una demanda contra nuestro hermano, ir a los pies de Cristo en oración, suplicando su sabiduría, será forma de calmar las tempestades de venganza y añoro de justicia humana. Recordemos siempre que Dios ve justos e injustos en la tierra, tiene la providencia de hacer salir el sol a todos, más la sabiduría infinita para conocer cual es el camino no solo para que se haga justicia, Él agrega el camino para que ambos lleguen a la salvación. Este último punto no está presente en la ley humana, siendo este el verdadero problema

Era mi primer semestre en la universidad, tenía muchas expectativas y lo que menos deseaba era tener problemas con alguien. Llegó el día cuando un joven difamó mi nombre por la universidad, me dejó como un golpeador de mis compañeros y un joven violento, según, había entrado a su cuarto a golpearlo con un palo para burlarme de él. En tres noches posteriores sufrí la desdicha de ser señalado por los amigos de su clase. Teniendo todo el derecho de denunciarlo por sus actos, deseaba una venganza personal. 

Se corrió el rumor por los pasillos de aquella tarde de un apagón general para el mantenimiento eléctrico. Esperé la noche hasta que la luz se fue, aguardando que tocaran la puerta para poder ir a terminar lo que no había empezado, una pelea con el joven. Durante tres días me contuve las ganas, pero al cuarto día me llamaron de la rectoría de la universidad. Me pidieron que dijera la verdad sobre el caso. Expliqué que todo era inventado y ninguna de las calumnias era real.

Para ese momento esperaba la expulsión inmediata, siendo qué para completar mi carrera era determinante una actitud cristiana en todo momento. Las palabras del rector fueron manantial para mi vida: 

“Sabemos que no haz hecho ninguna de esas cosas, tus compañeros profesan algo muy diferente de ti. Creemos en la poca honestidad que tuvo el joven en venir a decirnos tus supuestas fechorías. Por algo debe estar ofendido, ve y perdónalo”.

El salir de clases fui a la habitación de él, cuando se abrió la puerta, estaba temblando. Al verle a los ojos quería ir a denunciarlo y que su expulsión fuese inmediata. pero, ya Jesús me había dicho cual debía ser mi actitud. Le pedí perdón si lo había ofendido en algo, nos dimos la mano y pedí que cambiara su conducta para mejor con Dios y con los demás. Con el pasar de las semanas pudimos hacernos buenos amigos, ayudarnos en todo, hasta tomar una cena de perdón por nuestras ofensas juntos. 

Lamentable, el ocio lo llevó a tomar malas decisiones y fue expulsado. Algunos estaban contentos porque hizo mucho mal dentro de la residencia de varones. Así no me sentía yo. Las consecuencias de sus actos no podían pasarse por alto, pero tuve que sufrir de sus falsedades para poder entender, una verdad inédita. Entre todas la cosas que me hizo, la respuesta a nuestros problemas fueron tener comprensión y tolerancia, amor y respeto el uno por otro.

Fue Dios el que se encargó de hacer justicia por él y por mí. No hizo falta mi alboroto, ni mucho menos mis ganas de perjudicarlo para siempre. Solo tuve que aprender a presenciar como el Juez supremo hacía mejor de lo que yo podría haber hecho justicia a su hijo, mientras ponía en práctica sus enseñanzas y cumplía sus mandatos. 

1 Corintios 6

Al final de todo, podemos estar seguros de la palabra más segura. El concepto bíblico va más allá de pedir a un hermano que sea testigo o juez para el caso. Es colocar a Dios primero en la disyuntiva. Existen casos muy particulares donde la ley humana hace acciones concernientes por la integridad de los ciudadanos (acaso, violencia sexual, otros más), sin embargo, para hechos tan graves, igualmente Dios pone parámetros en las leyes humanas evitando catástrofes peores por causa de la distorsión de la humanidad.

Por esta razón, todo pleito pudiendo ser solucionado entre hermanos, debe hacerse de dicha forma. Esto honra a Dios por sus obras y da entendimiento a las dos partes. Para dejar más clara la idea Zacarías 8:6 deja el consejo fundamental para la restauración entre demandas personales: ”Estas son las cosas que debéis hacer: decid la verdad unos a otros, juzgad con verdad y con juicio de paz en vuestras puertas,”

Demandar a nuestros hermanos, debe ser la última de las ideas para conseguir una solución. Son nuestros enemigos que van a los juicios para culparnos de aquellos errores no perdonados (Mat 5:25,26). 

Todos somos demandados por Dios, por su obra en nuestra vida, siendo así, escuchemos su voz cada día. Para que, al ser acechados por los agentes de Satanás, solo el amor de Cristo Jesús transforme la vida y los corazones. 

Tengamos la valentía de ir con nuestro ofensor, orar con él, sino, ir con dos testigos a hablar el caso. Hacer un tercer intento con la iglesia y si nada funciona, determinar cómo será la acusación dependiendo del delito cometido. Nadie debe devolver mal por mal. Sino hacer siempre lo bueno unos con otros (1 Tesalonicenses 5:15), porque no hemos de tener al hermano por enemigo, sino amostarlo como lo que es, un hermano (2 Tesalonicenses 3:15).