¿Qué es el libre albedrío según la biblia?

libre albedrío

Imagina cómo podría ser el peor día realista de tu vida.

Suena el despertador en la mañana, es hora de prepararse para ir al trabajo. Te sientes agotado aún, y decides quedarte en cama “unos minuticos más”. Pero esos “minuticos” se convierten rápidamente en media hora, «¡Hey! ¡¿Qué pasó aquí?!».

Te levantas apurado a cocinar el desayuno, despertar a tus hijos, alistarlos para ir al cole, ajustar los últimos detalles de la propuesta que debías presentar al jefe esa mañana, todo en muy poco tiempo. ¡Pero las cosas comienzan a salir mal!

El uniforme de los niños no está planchado, la cuadra se quedó sin luz por una falla en la central, te quemas con el sartén de los panqueques y el carro está sin gasolina. Luego llegas tarde al trabajo, y te das cuenta que olvidaste llevar el USB con la presentación… Rayos. 

Te despiden, de regreso te roban la cartera con el dinero y los documentos, a uno de tus niños lo suspenden del colegio por agredir a otro, explotas de rabia, llegas a la casa y… todavía no hay luz. Para colmo han llegado las cuentas, y acabas peleando fuertemente con tu pareja.

Antes de ir a dormir esa noche, acostado en la cama, reflexionas en todo lo que sucedió ese día. Desearías tener la oportunidad de regresar en el tiempo y corregir lo malo, pero sabes que es imposible. Te preguntas «¿Por qué tuvo que ser así?».

Si consultaras al determinismo, te dirían que ni aunque volvieras a vivir el mismo día 1.000 veces el resultado sería distinto. Ninguna de las cosas que te sucedieron hubieses podido evitarlas. 

Estabas condicionado –ya sea por Dios, o por los 11 millones de bits de información que se procesan en tu cerebro cada segundo de manera inconsciente– a: Preferir levantarte tarde, estresarte y perder el control, olvidar las cosas, transitar por la misma vía de siempre, desquitarte con otros, y todo lo demás.

Es decir, a la verdad no tenías oportunidad de elegir. Estás sujeto irremediablemente a un destino determinado inconscientemente por ti mismo, y no existe tal cosa como la libertad.

Por otro lado, si consultas a los libertarios, te dirán que si volvieras a vivir ese día otra vez, podrías obrar de vasta cantidad de maneras diferentes; de hecho, podrías reconstruir casi totalmente tus acciones.

Al fin y al cabo, según ellos, los fenómenos del mundo exterior, e incluso los del mundo interior, no tienen poder para condicionar la libertad del hombre. No existe una ley de causa-efecto que se rastree hasta el comienzo del universo. El hombre tiene completo control y dominio para decidir qué curso de acción tomará.

¿Quién tiene la razón en este debate milenario?

¿Qué somos? ¿Los escritores de nuestro presente? ¿O tan solo actores que interpretan el guión de una película?

¿Qué es el libre albedrío?

El libre albedrío es una gran «manzana de la discordia» en la psicología, el derecho, la filosofía y la religión. Es definido como el dominio y el control que tienen los individuos para decidir; obrando con completa libertad, reflexión y elección consciente de sus acciones. 

La pregunta es, ¿somos capaces de decidir todo lo que hacemos y dejamos de hacer, o las opciones que interactúan en nuestro consciente no son más que una mera ilusión?

Las posturas filosóficas en cuanto a la responsabilidad moral del ser humano son variadas. Pero aquí hablaremos de las dos vertientes principales, el libre albedrío y el determinismo.

Si tomamos partido con los deterministas, nos encontraremos con algunas dificultades. Su posición es, en resumen, que el libre albedrío realmente no existe. 

Lo que hemos creído que son decisiones conscientes, a la verdad son decisiones previamente determinadas por muchos elementos inconscientes sobre los cuales no decidimos un comino. Nunca hemos tenido más de una opción para elegir. La voluntad no existe. 

Si suponemos que, como este grupo propone, la voluntad es solo una ilusión, y somos el resultado inevitable de genes + ambiente. Entonces ¿cómo es posible que una persona pueda ir en contra de estas codificaciones originales?

Es decir, según este planteamiento, si mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres, mis hermanos, mis amigos y las personas del barrio dónde me crié, todos son drogadictos, entonces no hay otra opción: yo seré drogadicto. 

Mis genes y el ambiente ya han tomado la decisión por mí. Cuando yo pienso: «¿voy a continuar con esto? ¿Voy a seguir consumiendo?» En realidad la opción «no lo haré» en mi consciente es solo una ilusión, porque no existe tal cosa como la libertad para elegir. 

Pero, ¿qué decimos de las personas que habiendo nacido, sido criados y estando en ese mundo deciden salir de él? Es cierto que tiene que existir una causa para que decidan así, ningún efecto se produce sin una causa; pero la presencia de una causa determinada por sí sola no resulta en el efecto. 

Una respuesta siempre es el resultado de una pregunta. Pero no siempre una pregunta da lugar a una respuesta. Esto es importante para entender que la ley causa-efecto que defienden los deterministas tiene que dar lugar a la libertad. 

Si yo acostumbro a robar, quiere decir que forma parte de mi carácter, gustos y preferencias; los cuales influyen en la manera cómo yo interpreto las normas morales y me colocan en una posición de desigualdad ante alguien que no lo hace. 

Pero si un día un amigo mío muere tratando de robar algo, eso puede ser una causa que me impulse a cambiar de rumbo. Ahora yo me enfrento con una decisión. ¿Continuaré robando o cambiaré mi vida? 

Muchas cosas intervendrán en favor de un curso de acción u otro, especialmente mis creencias, preferencias, hábitos, tendencias, presiones, miedos, motivaciones… pero esas cosas no eligen el curso final (el efecto). ¿Me condicionan? Claro. Pero el ser humano toma decisiones.

Los genes influyen, el ambiente influye, toda mi historia de vida influye, pero existe la voluntad. Si no fuese así, dos personas con trasfondo, familia, historia de vida y ambiente similar, siempre tomarían la misma decisión; y claramente eso no siempre sucede.

¿Qué decir de unos hermanos gemelos, por ejemplo? Con genes aproximadamente muy similares, con la misma familia, con el mismo ambiente, y sin embargo con voluntades diferentes. 

Es cierto, entonces, que hay aspectos sobre los cuales los seres humanos no deciden (familia, los genes, los gustos, los «algoritmos» sociales, etc…), que definen en gran manera quiénes somos, y que condicionan lo que haremos y seremos en el futuro, pero no lo determinan.

Por eso si mi familia es cristiana y yo soy criado como cristiano, es cierto que no he elegido mis creencias, ni mis estándares morales, ni mis gustos, ni he formado conscientemente gran parte de mi carácter, pero hoy yo tengo poder de decisión. 

A veces soy tentado a hacer cosas incorrectas. Algunas las desecho inmediatamente (casi inconscientemente), mientras que con otras no sucede así. ¿Qué sucede en mi mente? Peso en la balanza. A veces he cedido, y otras veces he permanecido firme.

Los deterministas dicen que ese “veto” (el autocontrol que ejercemos para negar algo que quisiéramos hacer) no es verdadera libertad. Pero creo que muchos estarán de acuerdo en que sí lo es. 

Si ante la tentación de mentir, por ejemplo, me detengo y digo “No”, no es porque toda la mezcla de variables que hay en mí me digan que no lo haga, pues muchas otras me dirán que mienta. En instantes todas las causas y posibles efectos son estudiados, y el asunto es, ¿qué decisión tomaré?

Trato de establecer que la voluntad que el determinismo etiqueta de “ilusoria”, es en realidad necesaria. 

Ni existe una sola causa definida en la mente del ser humano al momento de tomar una decisión, como para que se produzca un solo efecto determinado; ni es evidente en la experiencia que una condición en particular conduzca a toda persona a la misma decisión.

Este es el punto dónde falla el determinismo. Interpreta muy correctamente la influencia y el peso de la causa sobre el efecto, de todo lo inconsciente de una persona sobre lo consciente; pero falla cuando elimina por completo el lugar de la voluntad en el proceso.

Por otro lado, los libertarios también se enfrentan con varios problemas. 

Algunos de ellos defienden lo que yo llamo «libre albedrío incondicionado». ¿De qué trata? Bien, ellos consideran que el hombre está en la capacidad de ejercer completa libertad sobre sus decisiones al margen de cualquier influencia ajena a ella. 

Según este pensamiento, el efecto (la decisión) no es consecuente a una cadena de causas que sustituyen el papel de la voluntad, al determinar el curso de acción del individuo. Todo lo contrario.

Los libertarios afirman que cada ser humano –sin excepción– está en plena capacidad de decidir, sin importar la influencia de cualquier variable como las que mencionamos arriba.

Ahora bien, la voluntad tiene un papel importante, pero si se le intenta separar de las variables que la condicionan nos metemos en un problema. 

Lo primero que notamos es que los seres humanos no decidimos conscientemente gran cantidad de cosas, como los gustos o preferencias. 

Por ejemplo, a mí me gusta mucho el melón. Pero no lo decidí voluntariamente, nunca tuve que racionalizar si le daría un lugar en mi menú, simplemente lo probé y me gustó. A otras personas les pasará todo lo opuesto.

Tampoco hemos decidido si queríamos tener habilidades naturales para cocinar, practicar un deporte o las ciencias puras. Ni si quiera decidimos conscientemente si deseamos ser personas de carácter fuerte, coléricos, sanguíneos, o amables y apacibles.

Todo esto es un resultado de leyes determinadas del universo, como la genética, la herencia, la influencia del ambiente, etc… cosas sobre las cuales ninguno de nosotros tiene potestad alguna de decisión consciente.

En segundo lugar, tampoco podemos eludir, al momento de elegir un curso de acción, el poder que nuestras decisiones pasadas ejercen sobre nuestras decisiones presentes. 

Si sé que el cigarrillo es nocivo y hoy decido probar uno, por mucho que me guste, mañana tendría que decidirlo nuevamente. Lo veré y me provocará, pero estoy en toda la capacidad de decidir si volveré a probarlo. 

Pero si una persona lleva 6 meses fumando una caja diaria, no podemos decir que tiene la misma «libertad» para escoger que otra que nunca lo ha probado. La voluntad de la primera está sumamente condicionada por una adicción, mientras que la de la segunda no está viciada de la misma manera.

La voluntad del individuo tiene un papel importante al tomar decisiones, pero no puede ser aislada de estos dos elementos: 1) Todo lo que forma parte de nosotros que no hemos decidido conscientemente, y 2) todo lo que hemos hecho en el pasado que gravita sobre nuestro presente de alguna manera.

Sin embargo, por mucho que me guste el melón, eso no me obliga a comérmelo si me lo ponen al frente; o a preferirlo por encima de otra fruta. Que yo nazca con una atracción y un talento nato para el fútbol, no define que decida jugar o dedicarme a ello. 

El hecho de que mi carácter sea por naturalidad muy extrovertido, no quiere decir que no podré elegir cómo actuar hoy. No quiere decir, ni siquiera, que no puedo cambiarlo. 

Allí se encuentran de frente el determinismo y el libre albedrío: mi carácter es así por genética, pero yo podré ejercer mi voluntad para dominarlo y ajustarlo. No será un proceso fácil, ni libre de altibajos, pero claro que es posible. 

Si yo me he vuelto adicto a la lotería por hacerlo un hábito repetido, por mucho que la tendencia natural incline mis acciones en esa dirección, y mi libertad y mi juicio moral esté mucho más condicionado que cualquier otra persona, no quiere decir que mi voluntad ha sido eliminada al 100%.

He aquí donde fallan los libertarios. Aciertan cuando realzan el papel de la voluntad y la legítima libertad que tiene el hombre para decidir, pero fallan al afirmar que esa voluntad es la misma en todos, y que no está fuertemente influenciada (en el presente) por elementos determinados que salen de nuestro control, y de nuestra propia historia de vida. 

En conclusión, ni los partidarios del determinismo ni los partidarios del libre albedrío se encuentran completamente equivocados. Cada uno se equivoca en lo que niega del otro, y juntos se complementan para alcanzar la perspectiva correcta. 

Podemos decir que una decisión se trata entonces de la interacción entre 1) los elementos que inconscientemente juegan un papel importante en la manera cómo interpretamos el mundo y nos desenvolvemos; 2) nuestra historia de vida, que determina lo que somos en el presente; y 3) la voluntad, que es influida por las anteriores, pero determina finalmente lo que seremos en el futuro.

Yo lo denomino «libre albedrío limitado», que tiene algunas similitudes con el compatibilismo. Es libre albedrío porque la voluntad está presente, y por ende, no somos esclavos de un curso de acción ineludible predeterminado al margen de nuestra consciencia.

Es limitado porque al momento de decidir no nos libramos de la influencia de las leyes determinadas del universo. Hablamos especialmente de la ley de la herencia, la genética, la influencia del ambiente, y el causa-efecto de las decisiones que he tomado previamente en mi vida.

Así las cosas, si mañana repitieras el mismo día que describimos arriba (sin saberlo, claro), habría muchas cosas que podrías hacer diferente y cosas que no.

En algunos momentos, los elementos inconscientes tendrán tanta influencia en ti que difícilmente tu voluntad elegiría un proceder distinto. Pero en algunos otros, estarás en toda tu capacidad de tomar decisiones sabias. 

Nada te obliga, mucho te condiciona, pero lo que harás lo decides tú. 

El libre albedrío y Dios

Hasta ahora hemos abordado el libre albedrío desde un punto de vista lógico y experiencial. Pero, si Dios existe, ¿cómo se relaciona con el libre albedrío humano?

Constantemente escucho y leo la opinión de personas que razonan la relación de Dios con la responsabilidad humana de la siguiente manera: Si Dios es todopoderoso y omnisciente, entonces el ser humano no tiene libre albedrío. Si el ser humano tiene libre albedrío, entonces Dios no puede ser todopoderoso y omnisciente. 

¿Por qué? Si Dios es omnisciente, sabe todo lo que el individuo hará. Por tanto, existiría un predeterminado Divino que el hombre no puede eludir. Pero si Dios no lo sabe todo, entonces el ser humano sí tiene verdadera libertad para tomar sus decisiones.

¿Qué dice la Biblia?

La omnisciencia de Dios

¿Afirma la Biblia que Dios es omnisciente? Esta prerrogativa de la Divinidad es definida como la capacidad de saber todo, pero todo. Y en la Biblia no parece haber dudas.

Pasajes como Deuteronomio 17:14, 29:29; Salmos 44:21; 139:1-6;  Isaías 41:4, 23; 42:9, 23; 44:6-8; 45:21; Jeremías 12:3; Daniel 20:20-22, 28, 45, 47; Lucas 22:22; Juan 2:24-25, Hechos 2:23; 3:18; 4:28; Romanos 11:33-34; entre tantos otros ejemplos, afirman directa o indirectamente la omnisciencia de Dios.

En ellos se habla de Dios como poseyendo todo el conocimiento y la sabiduría, conociendo y revelando el futuro, escudriñando lo íntimo del corazón del hombre, y previniendo lo que él hará incluso antes que lo haga.

Al considerar el aspecto de la omnisciencia de Dios que especialmente nos interesa para nuestra discusión, a saber, su previo conocimiento de lo que el hombre hará antes de que lo efectúe; el texto más importante probablemente sea Salmos 139:1-4, con énfasis en el verso 4:

“Pues aún no está la palabra en mi lengua y ya tú, Jehová, la sabes toda”. Pero es útil también notar algo adicional con respecto a esto.

Dios es atemporal, es decir, no está sujeto al tiempo. Dios fijó el tiempo para nuestro planeta, pero Él mismo está fuera del tiempo. Por eso Pedro puede decir que para Dios 1 día es como 1.000 años o viceversa (2 Pedro 3:8), Dios está fuera de nuestros cómputos.

Ahora bien, esto implica ver la tierra dentro de un círculo (que representa el tiempo), y ver a Dios como capaz de moverse alrededor de ese círculo libremente. Él puede desplazarse a nuestro pasado y verlo en vivo, así como puede desplazarse al futuro como si fuera su presente.

Esto es una evidencia más de que Dios no solo intuye lo que yo haré en el futuro, sino que sabe con precisión lo que haré porque puede verlo ahora mismo.

La libertad humana

¿Afirma también la Biblia que el ser humano es libre de tomar decisiones? Considero que existe mucho material que podríamos presentar con relación a este punto, que de una manera u otra señala que el hombre es libre de decidir. Pero sólo citaré dos pasajes importantes.

1 Corintios 10:23 dice “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”. 

Los estudiosos han dicho que este pasaje, que se repite de manera muy similar en 6:12, constituye la respuesta de Pablo a un dicho que probablemente circulaba entre algunos hermanos de Corintio: “todo me es lícito [o permitido, LPH, NTV]”. 

Pablo está diciendo algo así: «ustedes dicen “todo me está permitido”, pero no todo es conveniente. Ustedes dicen “todo me está permitido”, pero no todo me edifica». Y considero que este pasaje es una fuerte evidencia de la libertad humana de la cual habla la Biblia.

El ser humano puede escoger lo que desea hacer. Todo le está permitido en el sentido de que todo está a su alcance, pero no todo es conveniente, ni mucho menos correcto.

Cuando voy caminando por la calle comiéndome unas empanadas, puedo acabármelas y tirar la bolsa donde quiera. Fácilmente muevo mi mano y la lanzo. Tengo la libertad de hacerlo. Pero, ¿es correcto, conviene, edifica?

Y el segundo pasaje, muy relacionado con este es “Vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne” (Gálatas 5:13).

Aquí Pablo toca un punto álgido en cuanto a la libertad humana. Mientras no somos de Cristo, ¡no somos verdaderamente libres! Nuestra naturaleza de pecado ejerce tal fuerza sobre nosotros, que nos esclaviza a una pecaminosa manera de vivir. 

Romanos 6:17 dice que éramos esclavos del pecado. Esto no significa que no podíamos tomar decisiones, ¡claro que podíamos! lo que no podíamos era librarnos a nosotros mismos de la carga, la condenación y la influencia del pecado. Únicamente Cristo da esa clase de libertad (Juan 8:36).

Cuando somos redimidos por Cristo, no quiere decir que inmediatamente el pecado dejará de tener influencia sobre nosotros. Pero sí quiere decir que ya no será la fuerza dominante, pues ahora Cristo mora en el corazón obrando en el creyente.

Pablo, entonces, se refiere a que Jesús vuelve a colocarnos en el centro de la balanza. Nos devuelve la oportunidad de decidir razonablemente, nos entrega como un don la libertad para ejercerla según nuestra voluntad.

Él nos ha librado del poderío del pecado y somos ahora verdaderamente libres, ¡podemos elegir qué deseamos hacer sin la opresión esclavizante del pecado! 

Pero esa libertad es completa, y podemos usarla incluso para elegir volver al pecado de nuevo, como dice Pablo al final del texto.

Antes que aceptara la invitación de Jesús a ser su amigo íntimo, era rebelde y de carácter muy fuerte. Respondía mal a mis padres e incluso llegué a levantarle la mano a mi mamá. Era esclavo de mi pecado.

Pero después que le recibí, Jesús me libertó de esas ataduras, y me devolvió la oportunidad de decidir qué haría de allí en adelante. Ahora, cuando hay algo que me molesta no exploto automáticamente. Él ha renovado mi carácter, y estoy en el centro de la balanza. 

Si así lo quisiera, podría volver nuevamente a aquel carácter difícil; pero si lo decido, Jesús puede seguir renovando mi vida más y más a su semejanza. 

En conclusión, la Biblia en estos pasajes demuestra que el ser humano es libre de tomar decisiones. Aunque estamos bajo el poder del pecado y en cierto sentido nuestra libertad es limitada por su influencia; pero cuando Cristo nos liberta, nos devuelve la completa capacidad de decidir.

¿Armonizan la omnisciencia de Dios y la libertad humana?

Ya vemos que la Escritura habla de la legitimidad de la omnisciencia de Dios y también de la libertad humana. Entonces se encuentra en conflicto con el razonamiento que muchos tienen, el cual plasmamos arriba. Lo vuelvo a citar:

Si Dios es todopoderoso y omnisciente, entonces el ser humano no tiene libre albedrío. Si el ser humano tiene libre albedrío, entonces Dios no puede ser todopoderoso y omnisciente. Si Dios es omnisciente, sabe todo lo que el individuo hará. Por tanto, existiría un predeterminado Divino que el hombre no puede eludir. Pero si Dios no lo sabe todo, entonces el ser humano sí tiene verdadera libertad para tomar sus decisiones.

Entonces hay dos opciones, o la Biblia está equivocada, o lo está esta clase de razonamiento. Y sospecho que no es la primera.

Pienso que el problema del razonamiento descrito arriba es la correlación que traza entre el saber de Dios y la predeterminación. ¿El hecho de que Dios sepa lo que haré, elimina mi capacidad de decidir?

Esto podría ser cierto si los acontecimientos funcionaran de alguna de estas dos maneras: 

  1. Dios me he predestinado de acuerdo a su voluntad para un futuro determinado, y por ende, Él lo sabe de antemano. No puedo evitar cumplir ese destino, ni puedo tomar verdaderas decisiones. Según esta opción, Dios conocería el futuro porque él mismo lo ha fijado.
  2. Dios no me ha predestinado de acuerdo a su voluntad, pero sabe desde el principio todo lo que voy a hacer a lo largo de mi vida. Por tanto, Él diría algo como «así tiene que suceder»; y solamente observaría cómo cumplo todo lo previsto.

Pero no necesariamente debemos suponer que el saber de Dios invalida de alguna manera mi capacidad de decidir. 

Supongamos que, como Dios lo sabe todo y conoce el futuro, está al tanto de que hoy, a las 6:32 pm, Juan matará a una persona. 

¿Si Dios lo sabe, implica eso que ha predestinado a Juan para hacerlo? ¿O quiere decir que declara: «así debe suceder», y sólo espera a que pase? ¿O el saber de Dios simplemente implica que tiene previo conocimiento de las decisiones que Juan libremente tomará?

Creo que la última opción señala la manera correcta de entender la relación entre la omnisciencia de Dios y la libertad del hombre.

Si yo vi un partido de fútbol hace tres semanas y hoy me pongo a ver la repetición, ¿sabré yo todo lo que va a suceder? ¡Por supuesto! Pero, ¿determiné o influí yo de alguna manera para que el juego terminase así? Nada.

Ahora, como ya lo vi antes y sé todo lo que sucederá, es muy posible que no me estrese cuando el árbitro cante un penalti en contra de mi equipo, porque sé que el portero lo detendrá. Así que ya no animaré ni me taparé los ojos, ni nada de eso. Pero, ¿cómo actúa Dios?

Él conoce el resultado desde antes de que empiece a jugarse el partido, pero decide no dejar de animar a los jugadores, ni preocuparse, ni (a diferencia de lo que yo puedo hacer cuando veo un partido desde la TV) de hacer todo lo que está en sus manos para ayudarnos a escoger el bien y no el mal.

Es por eso que Dios, en lugar de haber predestinado a Juan para matar a alguien, y en vez de decir «así va a suceder» simplemente esperando que pase, Dios de todas maneras actúa para intentar persuadir a Juan de desistir de su mala decisión; y sin embargo, Juan sigue siendo libre.

Solo así el tema de la salvación es comprensible. Dios quiere que todos los hombres sean salvos (1 Timoteo 2:4), pero sabe desde el principio quiénes se perderán (Apocalipsis 13:8); Y AUN ASÍ, “es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan” (2 Pedro 3:9).

¿Por qué Dios es paciente, por qué sigue llamando a la puerta, por qué sigue intentando salvar a los pecadores que sabe que no aceptarán? Sencillamente porque su amor no puede dejar de darles todas las oportunidades posibles. 

¡Dios no se rinde! Y Aunque ya sabe cuál es el resultado final del partido, porque conoce las decisiones que tomaremos, ha decidido correr y luchar como si lo viera por primera vez.

Así sucedió con Pedro, sucedió con Judas, sucedió con cada profecía que Dios dio y que se ha cumplido y se cumplirá. No se trata de que Dios determine lo que sucederá, se trata de que Él conoce las decisiones que cada ser humano en este mundo tomará. 

Y así como sabía que Pedro le negaría e igual dijo que oraría por él para que su fe no faltase (Lucas 22:32); así como sabía que judas lo entregaría, e igual le permitió formar parte de su círculo de 12 discípulos, le lavó los pies, lo sentó a su lado en la mesa, y tantas oportunidades le dio arrepentirse; así también, aunque conoce nuestras decisiones, no se rendirá con nosotros.

En conclusión, la omnisciencia de Dios y su previo conocimiento de cada una de nuestras decisiones no invalida de ninguna manera nuestra libertad. Ni siquiera Él se ha limitado a aceptarlas de brazos cruzados.

En este punto, sería excelente que pudieras leer nuestro artículo ¿Qué pasa si mis planes no coinciden con los planes de Dios? Para explicaciones referentes a la existencia del “plan de Dios”, y cómo funciona.

¿Qué hacemos con el libre albedrío?

Creo que el correcto entendimiento del libre albedrío y su condición de «limitado», tiene cantidad de consecuencias para la vida.

Primero, nos enseña un poco más acerca del Dios amante que nos creó y nos salva. Un Dios que jamás ha deseado tener esclavos, sino amigos. Un Dios que respeta totalmente la libertad de sus criaturas, pero que no por ello deja de llamar a su puerta llevando el regalo de la salvación y la felicidad.

En segundo lugar, como hijos de Dios no nos limitamos a decirle solamente “hágase tu voluntad” y hacernos de la vista gorda. Reconocemos que como seres libres, debemos tomar decisiones. Por eso, le entregamos cada día nuestra vida, y salimos a tratar de hacer lo mejor que podemos.

En tercer lugar, comprendemos que hay cosas que escapan de nuestro control. Comprendemos que para algunos es más difícil ejercer su voluntad que para otros. Comprendemos que la lucha de cada ser humano es diferente, y que la misericordia debe ir primero que la justicia (Gálatas 6:1).

En cuarto lugar, nos damos cuenta que con cada decisión que tomamos, estamos colocando un ladrillo del edificio completo de nuestro carácter. Si lo construimos con malos materiales, mientras más grande sea, más complicado será volver atrás. Toda acción tendrá su reacción, y por eso procuramos construir con los mejores materiales: los que Dios nos provee. 

Y solo mencionaremos una quinta consecuencia. 

La salvación no está restringida para nadie, ni está asegurada para todos. De las decisiones que tomemos hoy, en el presente, depende nuestro destino eterno. Jesús nos ha libertado del pecado y nos coloca nuevamente en el centro de la balanza. Lo que suceda de aquí en más, depende de nosotros. 

¡Dios te ha hecho libre! Es un privilegio y una responsabilidad. Eres el escritor  y el protagonista de la película de tu vida, te pregunto: ¿Cuál es el próximo capítulo?“Actuad como personas libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2:16)