El sabio ve el mal y se aparta

el sabio ve el mal y se aparta

¿A qué le temes?

Personalmente, le tengo temor a algunas cosas. Pero entre ellas, creo que mi mayor miedo son las alturas. 

Cada vez que me acerco al barandal de un cuarto piso, a un precipicio, o cuando subo a lo alto de una escalera no muy estable, no puedo evitar sentir que una fuerza magnética misteriosa quiere lanzarme al vacío. ¡Es terrible!

Mi otro gran miedo son las serpientes. Cuando voy a un campamento, caminata, o me dirijo a predicar en una zona mayormente rural, llena de siembras y plantas, mis sentidos están alertas a la posible presencia de cualquier animal que pueda representar algún peligro, pero especialmente a las serpientes.

Solo me he cruzado con una a lo largo de mi vida, y le agradezco a Dios por eso. 

No sé a qué le tendrás miedo, pero casi todos los seres humanos le tenemos pavor a algo. Ya sea a un animal, a los espacios cerrados, al mar, a la soledad, a la muerte… Las fobias son variadas y abundantes. 

Recuerdo una vez que fuimos de campamento un fin de semana con un grupo de Jóvenes. En eso, en medio de las actividades, alguien se dio cuenta de la presencia de un insecto de palo sobre uno de los bolsos. Llamó a algunos amigos y varios vinieron a observarlo.

Lo que no sabían hasta el momento es que una de las chicas del grupo les tenía un miedo tremendo a esos insectos. Cuando se enteraron, empezaron a molestarla y asustarla. Pero su fobia era tal que no tardó en ponerse a llorar por el temor que les tenía.

Todos tenemos miedos, esto es natural. Pero ¿sabes qué sí sería extraño? Que voluntariamente quisiéramos estar cerca de ellos.

Que, a pesar de mi miedo a las alturas me la pasara exponiéndome a situaciones de peligro en lugares elevados; o que aun teniéndole miedo a las serpientes, comprase unas dos o tres para tenerlas sueltas aquí en mi casa. 

Creo que a muy pocos les gustará verse amenazado por sus miedos, y mucho menos estar rodeado por ellos. Por el contrario, quisiéramos desaparecerlos de la faz de la tierra. Chasquear los dedos, y ¡sazz! Eliminados para siempre.

Y… ¿Qué bueno sería que le tuviéramos miedo a todo lo malo, verdad?

Qué maravilloso sería si cuando fuésemos a mentir, robar o engañar saliéramos corriendo del susto, como una mujer cuando ve una cucaracha volar. Sería excelente que al pensar en armas, bombas y drogas nuestra piel se erizara y temblando dijéramos: “Yo… mejor paso”.

Si huyéramos de lo malo como quien corre por su vida, ¡Qué diferente sería el mundo!

Pero, lamentablemente, no es la realidad. Corremos hacia lo malo, y con mucha frecuencia huimos de lo bueno.

Según dice Salomón, ¡eso precisamente caracteriza al hombre sabio! Se aparta del mal como si fueran sus miedos. Y para él eso es algo tan importante, que la misma idea se repite en varios proverbios. Los dos ejemplos más claros son:

“El sabio teme y se aparta del mal, el insensato es insolente y confiado” (Proverbios 14:16)

“El prudente ve el mal y se esconde, pero los ingenuos pasan y reciben el daño” (Proverbios 22:3)

¿Quién es sabio según proverbios?

El tema central de proverbios claramente es la sabiduría. Esta sabiduría no es relegada a un aspecto u otro de la vida; para el autor la sabiduría lo es todo. Se trata del criterio moral, de la prudencia al andar, de la escogencia del camino de vida, del buen desenvolvimiento en el medio donde se halle, de la correcta relación con Dios, etc.

En la mente de Salomón, la sabiduría no es meramente moral, ni es meramente religiosa. Es una amalgamación de ambas; ya que en una nación que, se supone, vivía bajo una teocracia, el ideal para la vida de todo ciudadano es el perfecto equilibrio y complemento entre lo moral y lo religioso.

Es por eso que el libro de Proverbios trata tan amplio abanico de temas: Desde la economía, el matrimonio, el trabajo y hasta la forma de gobernar. Porque se ve toda la vida como formando un gran edificio de piedras sólidas, donde cada una representa la aplicación de la sabiduría en una rama diferente de la existencia humana.

Debido a esto la meta de Proverbios está claramente definida en 1:2-6: Impartir sabiduría e inteligencia. La aplicación de sus consejos debería dar origen, entonces, a un hombre «sabio»; perfectamente capacitado para desenvolverse con rectitud y prudencia en cada esfera de su vida.

Y es gracias a esta integración de lo secular y lo religioso en la “sabiduría” de Proverbios que el libro empieza como empieza. Diciendo: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (1:7).

Lo cual afirma claramente que no hay sabiduría lejos de Dios. No existe. La sabiduría comienza con Dios. Y así como comienza, también culmina con Dios, porque Eclesiastés 12:13 dice “El fin de todo discurso es este: Teme a Dios”. 

Así que el «hombre sabio» de proverbios no es solo un fiel amigo, un buen padre, un hijo atento,  un esposo leal y un trabajador diligente. Sino que todo esto está incluido dentro de una relación viva y dinámica con Dios.

En este contexto, el «temor a Jehová» entra impetuosamente en escena como la idea principal que integra todo el contenido de los libros sapienciales de la Biblia. En ellos, el temor a Jehová no es nada parecido al miedo, todo lo contrario.

El temor a Jehová bíblico es la convicción de que se vive delante de la presencia de Dios.

Y así como estar delante de la presencia de una persona de autoridad o de valor para nosotros nos hace andar derechitos, vivir convencidos de la presencia de Dios impregna nuestras palabras, acciones y pensamientos de su santidad. 

La persona sabia, según Proverbios, teme a Jehová. Lo que significa que se anda en integridad delante de Dios. No es una reverencia inspirada por el temor; es una santa influencia en la vida que impulsa a ser obediente al Dios Soberano (Eclesiastés 12:13, Apocalipsis 14:7).

De esta clase de sabiduría nos habla entonces Proverbios 14:16. No se trata de mera inteligencia, ni ser una persona capaz (aunque esto vaya incluido). Se trata de un hombre que lleva a Dios consigo a cada rama de su vida y lo presenta: “Aquí te presento a Mi Señor. Por y para Él, yo vivo”.

¿Por qué se aparta del mal el sabio?

El sabio es todo lo contrario al necio y al imprudente. El sabio se caracteriza por escoger el camino indicado, por pesar bien en la balanza las consecuencias de sus acciones y orientarse siempre hacia el ideal Divino.

¿Qué hace el necio? Bueno, el necio vive su vida como viene. Constantemente toma decisiones equivocadas y le toca «meter la pata» varias veces antes de poder aprender una lección. 

Los dos versículos citados arriba, Proverbios 14:16 y 22:3 contrastan la actitud del sabio con el insensato, y del prudente con el ingenuo. Lo hacen con una forma muy común de paralelismo hebreo, el antónimo. Presentando una idea en el primer apócope, y haciendo un paralelismo por contraste en el segundo apócope. 

Mientras que el sabio y el prudente se apartan del mal y lo evitan, el insensato y el ingenuo andan confiados y sufren el daño.

Es necesario notar que el proverbio en primera instancia se refiere al “mal” como el peligro y el perjurio. 

Por su prudencia, el sabio evita el peligro. Está adiestrado en discernir entre las circunstancias de la vida, pero ha aprendido a desconfiar de sus sentidos y someterse al consejo de Dios. El sabio depende de Dios más que de sí mismo y por eso puede rehuir del mal que puede tenderse sobre él, aun cuando no sea del todo evidente.

Mientras tanto, el necio confía mucho en sí mismo. Está seguro de sus capacidades, y anda confiadamente por la vida. No escucha consejo ni toma en cuenta las enseñanzas e instrucciones. El resultado inevitable para él es desastre y dolor.

Sin embargo, en segunda instancia el proverbio se refiere también al “mal” del pecado y la tentación.

Proverbios 16:6 es un precedente claro de la misma idea: “con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal”. Y el paralelismo con el primer apócope permite definir este “mal” como “pecado”, y ya no como peligro.

En el mismo sentido, Proverbios 8:13 dice “El temor de Jehová es aborrecer el mal”. 

Así que podemos afirmar con seguridad que la idea del “mal” como “pecado” o tentación en Proverbios 14:16 y 22:3 en segundo plano, es totalmente acertada.

El sabio se aparta del pecado

El sabio entonces no solo se aparta del peligro, también se aleja de las invitaciones al pecado. Y  el «temor de Jehová» tiene aquí nuevamente protagonismo. 

Es que, hablando claramente, solamente el amor a Dios y el deseo de vivir con él es la motivación suficiente para apartar a un hombre del pecado que le es atractivo. Sólo la presencia de Dios en la vida del sabio es lo que le llama a andar en el sendero de la obediencia. 

Por eso cualquier filosofía humanista o existencialista degenera a menudo en el libertinaje. La gracia de Dios, su existencia y su temor es lo que retiene el poder de las pasiones de los hombres.

Ahora, el sabio sabe que mientras más se acerque al precipicio de la tentación, en mayor peligro se encontrará. Pero así como desconfía de sí mismo cuando decide mantenerse distante del peligro, también desconfía de sí mismo al enfrentarse con el “león rugiente” (1 Pedro 5:8).

La virtud principal del sabio es, por tanto, su determinación de agradar a Dios. Pero la segunda virtud no es menos importante: Su desconfianza en sí mismo. 

No se aventura a probar qué tan cerca puede llegar del fuego sin quemarse, ¡Se aleja lo más que pueda del fuego porque sabe que es peligroso y listo! Esa es la gran diferencia entre el sabio y el «valiente»; quien cree que puede estar muy cerca de la llama sin sufrir daño.

Lo primero y estrictamente necesario en nuestra vida espiritual es pedir a Dios su temor en nosotros como la santa motivación de nuestra voluntad. Si este temor no es el principio y el fin, la entrada y la salida, el levantar y el acostar, nuestra ciudadela será muy débil ante el sitio del pecado.

Pero lo segundo no es de menos valor. La sabiduría y la prudencia para desconfiar de nosotros mismos, y apartarnos de cualquier pequeña sugerencia, insinuación de mal, o tentación flagrante. 

Un patrón repetido

Ni Eva, ni Abraham, ni Acán, ni David, ni Salomón, ni Ananías y Safira, ni tantos otros se levantaron una mañana diciendo: «hoy es un buen día para pecar contra Dios». ¡No, eran personas que tenían deseos de agradar a Dios! Pero todos repitieron un mismo patrón. 

Ante la tentación se detuvieron, consideraron, evaluaron, pensaron, y finalmente cedieron. ¡No le tuvieron miedo al pecado, ni se alejaron de él corriendo! El patrón siempre es el mismo, y se repite en la historia bíblica una y otra vez. Hasta que aparece Jesús en el escenario.

Satanás lo tienta por todos los puntos donde aquellos flaquearon antes, pero las respuestas de Jesús fueron contundentes. No se detuvo a pensar y considerar, no negoció ni discutió con el enemigo, no dio cabida en su mente a la tentación tampoco. 

Su consciencia estaba cautiva a la palabra de Dios, y no dio oportunidad para que Satanás le enlazara.

Su deseo de agradar y hacer la voluntad de su padre estuvo acompañado por una firme determinación de rehuir a todo mal mientras le fuese posible; y esta es la forma cómo todo sabio creyente debe actuar también.

Conclusión

El libro de Proverbios intenta llevar a la persona hacia la sabiduría «multidimensional» aplicada a la vida del fiel seguidor de Dios. Y ese modo de vida está caracterizado por un inmenso y omnipresente «Temor de Jehová».

El cristiano ve el mal y se aparta porque teme a Jehová. Esto es lo que le motiva a aborrecer el pecado, y procurar la santidad de Dios. ¡Pero la motivación sola no es suficiente! Jesús lo dijo: “El espíritu está presto pero la carne es débil” (Mateo 26:41).

Necesita estar acompañada de una sabiduría bien ejercitada para reconocer el peligro de la tentación, y mantenerse lo más lejos posible de ella. ¡Huir, si es el caso! ¡Tenerle miedo y correr sin vacilar! Porque muchos temerosos de Dios se han acercado a la tentación valientemente, y han sido arruinados por ella.

El consejo de Salomón está en vigor hoy más que nunca. Sólo el cristiano que teme a Jehová con sabiduría, desconfía de sí mismo y tiene pavor al pecado, puede ser victorioso sobre las apremiantes tentaciones que el enemigo maquina sin misericordia.

Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros” (Santiago 4: 7)