
Le llamaron el «benjamín button de la vida real», e impactó al mundo con el testimonio de su vida.
Sam Berns nació en 1997 y a sus 22 meses fue diagnosticado con Progeria, convirtiéndose en un caso de cada 6 millones de personas que nacen en el mundo. Es un trastorno genético muy raro y fortuito, producto de la mutación del gen «lámina A».
Este trastorno consiste en el envejecimiento prematuro infantil que comienza a observarse desde el primer año de edad, provocando la caída del cabello y desaceleración del crecimiento. La esperanza de vida para los pacientes por lo general no es superior a los 15 años; no se conoce una cura, y los tratamientos son experimentales.
Si ves el documental sobre su vida, La vida según Sam (o Life According To Sam) producido por HBO, podrás observar el contraste entre su apariencia envejecida, su baja estatura, la artrosis que afecta sus huesos, la pérdida casi total de su cabello y la grasa corporal, con su actitud típica de adolescente.
Excepto por una gran diferencia: Sam fue un joven caracterizado por una gran energía y una actitud positiva que consiguió inspirar a muchos. Incluso, el documental de su vida, grabado desde sus 13 hasta los 16 años, fue considerado para los premios de la academia.
Sam falleció finalmente a sus 17 años de edad, debido a complicaciones de la misma enfermedad. Por lo general, un ACV o fallas cardíacas llevan a la muerte a estos pacientes.
El curioso caso de Benjamin Button, la conocida película que llegó a la gran pantalla en 2008, plantea una historia similar. Benjamin, debido a varias enfermedades congénitas, nace siendo viejo. Y en lugar de envejecer, él rejuvenece hasta llegar a ser un adolescente, y fallecer.
Personas que nacen siendo viejas, es sin duda algo muy difícil de comprender. Parece irónico que casi pudiese ser la respuesta a la pregunta sarcástica y evasiva que le hizo Nicodemo a Jesús: “¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo?” (Juan 3:4).
En esta oportunidad deseamos indagar en esta idea de nacer de nuevo. ¿Qué significa esto? ¿Tiene algo que ver la Progeria con entrar en “el reino de Dios”?
Sospecho que no.
«Tienes que volver a nacer»
Hace un tiempo una canción popularizó esta frase en el lugar donde vivo. Constantemente se escuchaban frases como “para que tú dejes de ser un mentiroso, tenéis que volver a nacer”, “para que yo deje de beber, tengo que volver a nacer”, “para que ella se gradúe de la universidad, tiene que volver a nacer”.
Una y otra vez. Era bastante frecuente. Luego, como todas las modas o «fiebres», envejeció y no se siguió escuchando. Pero aunque era usada para burla, pensando en el significado, probablemente tenga algo de razón.
Hay gustos, hábitos y costumbres que están a tal punto ligadas con lo que somos, que únicamente volviendo a nacer y volviendo a vivir podríamos ser o actuar diferente.
Por otro lado, hay personas que experimentan un cambio tan profundo en su vida a raíz de alguna situación o eventualidad, que la mejor manera de entenderlo es como si hubieran nacido de nuevo. ¡No son las mismas personas! «¿Quién eres tú y qué hiciste con Luis?».
No sé de dónde habrá provenido esta frase y expresión común en nuestra época, pues habría que rastrear su árbol genealógico, pero infiero que podría encontrar su origen en las palabras de Jesús a Nicodemo.
Sin embargo, antes de poder entender lo que quiso decir Jesús, necesitamos definir por qué sería necesario un nuevo nacimiento.
¿Por qué es necesario?
Para esto, observemos la diferencia entre la descripción de nuestro nacimiento y desarrollo, con el nacimiento y el desarrollo de Cristo.
¿Cómo nace el ser humano?
Cuando Dios creó al hombre lo hizo a su imagen (Génesis 1:26). No profundizaremos en eso, pero quiere decir que el ser humano tenía muchas semejanzas con las cualidades físicas, sociales, intelectuales y espirituales de Dios.
Estas cuatro áreas: Física, social, mental y espiritual; que componen nuestro ser integral, estaban en completa armonía con el creador porque el principio que gobernaba la naturaleza humana era el amor abnegado; el mismo principio Divino.
Lo interesante es que justo al momento de pecar, las cuatro áreas del ser integral del hombre se desvirtúan: Física (dolor, sudor, muerte; Génesis 3:16-19); social (relaciones rotas; Génesis 3:12); mental (trastornos como el miedo y la vergüenza; Génesis 3:10); Espiritual (separación de Dios; Génesis 3:8).
El amor que estaba en el centro y gobernaba el ser integral del hombre en completa armonía con el Creador, ahora era reemplazado por el pecado. Y su primera medida de gobierno fue pervertir toda la naturaleza humana.
Adán ya no era física, social, mental y espiritualmente perfecto; ahora era física, social, mental y espiritualmente pecador.
Luego, tal y como Dios había creado el hombre a su imagen, ahora Adán tendría un hijo “conforme a su imagen” (Génesis 5:3). Que por supuesto, ya no era aquella imagen esplendorosa con la cual él fue creado en un principio. En su lugar, debido al pecado de Adán, el pecado y la muerte pasaron a todos los hombres (Romanos 5:12).
El hombre continuó reproduciéndose, y de padres a hijos se transmitía la misma naturaleza gobernada y desvirtuada por el pecado.
Por eso más adelante en el relato bíblico se dice que el corazón del hombre se inclina al mal desde su juventud (Génesis 8:21), David dice “En maldad he sido formado y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5), Pablo recuerda que éramos por naturaleza hijos de ira, “lo mismo que los demás” (Efesios 2:3), y Jesús dijo que todos los pecados tienen su origen en el propio corazón del hombre (Marcos 7:21).
Cuando Carlitos nace, él nace pecador. No nace condenado, porque no ha hecho nada malo. Pero nace separado de Dios por el pecado que por naturaleza está en él. Por eso incluso desde la más corta edad grita, pelea, se encapricha, etc…
Con el paso del tiempo las cosas no mejoran.
Va comprendiendo qué es lo bueno y qué es lo malo, así que se abstiene de hacer algunas cosas porque las considera incorrectas. Pero el impulso de su carácter continúa siendo hacia el pecado. Es egoísta, orgulloso, resentido y siente fuertes inclinaciones que él no ha escogido.
¡Nacemos pecadores! Esa es la conclusión. El pecado está en nosotros, nos esclaviza y oprime. Es por eso que bíblicamente la “carne” representa pasiones, concupiscencias, pecado, maldad. Cuando nacemos, nacemos en la carne, y por eso pensamos “en las cosas de la carne” (Romanos 8:5).
El problema está en que “ocuparse de la carne es muerte” (v. 6), porque los designios de la carne “están en enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios ni tampoco pueden” (v.7), y “los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (v. 8). (Ver también Gálatas 5:16-21).
Nacemos en pecado, y por eso pensamos en pecado y obramos en pecado. Nuestra naturaleza por nacimiento es carnal. Y la carne se opone al espíritu (Gálatas 5:17).
En resumidas cuentas, de nacimiento poseemos una naturaleza pecaminosa que no se puede someter a los designios de Dios porque es esclavizada por una tendencia común a todos los hombres hacia la maldad (Romanos 6:16).
Por eso Pablo clama “¡Miserable de mí, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24).
¿Cómo nació Jesús?
Pero detengámonos un momento. Si nos fijamos en varios detalles interesantísimos del relato de la anunciación del nacimiento de Cristo (Lucas 1:30-35), notaremos algunas diferencias con el nacimiento humano.
En primera instancia remarcamos que Jesús, a diferencia de cualquier ser humano, no nació en semejanza de un padre natural. Jesús no tuvo padre, en su lugar, fue por obra del Espíritu Santo que Jesús fue concebido en el vientre de María (v. 35).
Esto es una pequeña pero gran diferencia con cada ser humano. Mientras que el hombre nace naturalmente por un proceso biológico y por la unión de los genes de un hombre y una mujer, Jesús nació de manera milagrosa.
Luego se da un detalle pasado por alto por algunos, pero que es de gran importancia. El ángel le dice a María que el “santo ser que nacerá, será llamado hijo de Dios” (v. 35).
Esto significa que Jesús nació santo. Y ser santo es lo contrario a ser pecador. Además de eso, de ninguno de nosotros se ha dicho desde antes de nacer que seremos considerados “hijos de Dios” en el sentido que se dijo de Cristo.
Jesús, a diferencia de nosotros, nació santo, sin pecado, en completa armonía con Dios. Debido a esta condición santa de Jesús desde el momento de su nacimiento, es que Pablo dice que Dios envió a su hijo “en semejanza de carne de pecado” (Romanos 8:3).
El griego tiene palabras para decir “igual”, como el término isos. Así que claramente aquí no se quiso decir que Jesús vino al mundo con la misma naturaleza pecadora que nosotros.
El apóstol quería dar a entender que Jesús vino al mundo con posibilidad de pecar, y sujeto a las desventajas físicas del ser humano; pero no pervertido moralmente. Jesús no tenía tendencia hacia el mal, pero podía decidir pecar.
Aun así, y a pesar del asedio sobre humano de Satanás, Cristo conservó la santidad con la que nació.
Si Jesús hubiese nacido pecador, hubiese necesitado también un salvador. Si hubiese tenido tendencia hacia el pecado no hubiese dicho nunca “viene el príncipe de este mundo pero él nada tiene en mí” (Juan 14:30). Y no se diría de él que no “conoció pecado” (2 Corintios 5:21).
¡Jesús nació en santidad! Nació con el amor como centro y poder gobernante de su naturaleza, al igual que Adán. La naturaleza de los hijos de Adán se encontraba desvirtuada por el pecado; pero Cristo, como hijo de Dios, no había sido así contaminado.
Por eso Lucas 2:52 hace ese resumen de gran importancia acerca de su infancia y su adolescencia con las siguientes palabras: “Y Jesús crecía en sabiduría (dimensión mental), en estatura (dimensión física) y en gracia para con Dios (dimensión espiritual) y los hombres (dimensión social).
En vez de tender hacia la decadencia, Jesús crecía de manera integral. Aquello que el pecado había dañado en el ser humano, Cristo venía a repararlo. Todas las áreas de su naturaleza eran cultivadas de manera armónica. ¿Y cómo lo hizo? La respuesta es sencilla: Jesús había nacido de lo alto.
No había nacido de la carne (naturalmente), había nacido por el Espíritu de Dios (sobrenaturalmente); y debido a eso, sus impulsos eran santos y su voluntad era igual a la del padre.
¿Por qué es necesario nacer de nuevo?
Si la carne es pecado, enemistad contra Dios, y el Espíritu es santidad, armonía con Dios, entonces las palabras de Jesús son lógicas: “No te maravilles de que te dije: os es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7), porque “Lo que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es” (v. 6).
Si nacemos de la carne no entraremos en el reino de Dios, porque nunca entrará en él “cosa inmunda” (Apocalipsis 21:27).
Entonces, ¿hay esperanza para el ser humano? Claro que sí, el nuevo nacimiento.
Hemos nacido en carne de pecado y sujetos al pecado (natural); pero el mismo Jesús que vino a este mundo en santidad (de forma sobrenatural), “condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3) abriendo una oportunidad a la raza humana. Nos libra del imperio del pecado, y es posible para el hombre llegar a vivir conforme al Espíritu.
Pero, ¿cómo sucede esto? La Biblia lo llama el nuevo nacimiento.
En la condición natural en la que hemos nacido, únicamente nos depara la muerte. Ese es el fin del pecado, y es el fin de la carne.
Si nos quedamos únicamente con nuestro nacimiento carnal, moriremos eternamente. Porque aunque nos revisemos y no nos parezca que somos “mala gente”, la realidad es que nuestro ser está gobernado por el pecado y el egoísmo.
El nuevo nacimiento es el único medio escogido Divinamente para salvar al hombre de las consecuencias inevitables de vivir para la carne. Sin el nuevo nacimiento somos carne, y la carne está en enemistad contra Dios.
De aquí que nacer de nuevo ‒o de lo alto (el término significa ambas cosas en griego)‒, sea una condición previa para la salvación. Si el egoísmo reina en el corazón, no existe amor sincero hacia Dios; y la salvación se basa en una entrega completa de amor a Cristo.
Entonces, ¿qué significa este nuevo nacimiento? ¿Cómo restituir el amor a Dios al centro de la vida? ¿Cómo volver a estar en armonía con Dios?
¿Qué significa nacer de nuevo?
Vamos a dar una respuesta bastante concisa: Nacer de nuevo es un cambio de naturaleza. De pecador, a santo. De egoísta, a amante. De transgresor, a obediente. De orgulloso, a humilde. Y podemos continuar.
Pero a ciencia cierta, no tenemos idea de cómo sucede. En qué parte del cerebro, cómo, cuándo, por qué, es imposible de saber. Jesús explicó esto con la metáfora del viento. Sabes que está allí porque oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Sientes tus efectos, pero no lo puedes entender o medir.
Sin embargo, la Biblia sí nos ilumina en cuanto a varios detalles.
Este cambio de naturaleza ocurre precisamente porque se recrean los elementos especiales del mismísimo nacimiento de Cristo. Ya mencionamos arriba que los detalles particulares del nacimiento del Salvador eran: 1) Nacido del Espíritu, 2) Santo, 3) Hijo de Dios, en armonía con él.
En su lugar, el hombre natural es 1) nacido de la carne, 2) pecador, 3) hijo de la ira y separado de Dios.
Ahora bien, aunque el hombre natural nace de esa manera, Cristo levantado en la cruz condena el pecado, perdona al ofensor que cree (Juan 3:14-15) y abre el camino para un nuevo nacimiento sobrenatural.
El Nuevo testamento, entonces, aplica al creyente los detalles del nacimiento de Cristo.
El creyente, al aceptar por fe la invitación divina, dice la Biblia que nace “de Dios” (Juan 1:12), y ya no de sangre, ni por voluntad de carne ni de varón. Es decir, su nacimiento natural es sustituido por el sobrenatural; y tal como Jesús, ha nacido de Dios y por su voluntad.
Cristo se refirió a lo mismo cuando dijo que el que “no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino” (Juan 3:5). El creyente vuelve a nacer, pero ahora del Espíritu Santo y gracias a su obra en él.
¡Ya no es simplemente un hijo de Adán, producto de la carne; el cristiano nace nuevamente por el Espíritu Santo y la voluntad de Dios! Es lo mismo que sucedió con Cristo.
En segundo lugar, Cristo nació santo. “El santo ser que nacerá”. Al momento de nacer de lo alto el cristiano ya no lo hace pecador, lo hace santo también.
Ha sido perdonado, lavado, santificado y justificado (1 Corintios 6:11), y ¿cómo? Lo dice el mismo pasaje: “en el nombre del Señor Jesús [en virtud de su obra] y por el Espíritu de nuestro Dios [gracias a su poder]”.
Pablo también habla de los creyentes como los “santificados en Cristo Jesús [en el presente], llamados a ser santos [continuar siéndolo en el futuro]” (1 Corintios 1:2). El autor de Hebreos dice que Cristo, por su sacrificio, “hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).
Así que el cristiano nace de nuevo por la obra sobrenatural del Espíritu, y nace también perdonado, justo y santificado; todo esto igual al nacimiento sobrenatural de Jesús.
Finalmente, así como de Jesús se dijo que sería llamado “hijo de Dios”, lo que implica una relación con Él perfecta y armónica (no rota como la que describe Isaías 59:2), de la persona que lo recibe y cree en su nombre se dice que tiene la potestad de ser hecho “hijo de Dios” (Juan 1:12).
Cuando nacemos de nuevo somos “adoptados” como hijos de Dios (Romanos 8:15, Gálatas 4:5), y el Espíritu da testimonio a nuestra consciencia de que realmente lo somos: Hijos de Dios (Romanos 8:16). Esto en virtud de que Cristo nos ha reconciliado con el Padre (2 Corintios 5:18-20). ¡Una relación restaurada, como la que tenía Jesús con su padre desde el nacimiento!
Entonces, hemos nacido naturalmente. En pecado y maldad. Pero al entregarnos a Jesús, el Espíritu obra en nosotros el comienzo de un cambio de naturaleza: Renacemos por su voluntad, lo hacemos santificados y perdonados, y restaurados a una relación armónica con el Dios del cielo.
Esto, en sí, es el nuevo nacimiento. No es el resultado, es el comienzo de una nueva vida diferente.
Un bebé sale a la luz para comenzar a vivir y crecer. Pero por su condición natural, ese bebé está destinado a vivir en el pecado. No tiene mayor libertad.
Más el recién nacido en Cristo ha sido restaurado a una nueva oportunidad de vida diferente. Ha recibido el perdón, la gracia, y ha sido adoptado como hijo de Dios. Ha sido creada en él una nueva naturaleza donde reina el amor.
¡Él tiene la oportunidad de comenzar de nuevo! Ya no como un pecador esclavizado, sino como uno que ha sido despojado de su naturaleza pecaminosa (Colosenses 2:11).
El viejo hombre continúa allí adentro (Efesios 4:22, Colosenses 3:9), pero con el poder de Cristo el cristiano va haciendo “morir lo terrenal” en él (Colosenses 3:5), renovando su mente, y vistiéndose del nuevo hombre que ha sido creado según Dios (Efesios 4:23, 24).
Así que el nuevo nacimiento es el comienzo de eso que Pablo llama “andar en el Espíritu” (Gálatas 5:16).
Antes no podíamos hacerlo; pero ahora, habiendo sido perdonados en Cristo (Colosenses 2:13), puestos en paz con Dios (Romanos 5:1), y sellados con el Espíritu Santo en el corazón (Efesios 4:30), sí es posible para el hombre amar a Dios y obedecerle.
¿Y qué sucede a partir de allí? El Espíritu obra en el creyente para volver a restaurar el amor al centro de la vida humana. Pero también el gozo, la paz (dimensión mental), paciencia, benignidad, bondad (dimensión social), fe, mansedumbre (dimensión espiritual) y templanza (dimensión física); ¡estos son los frutos del Espíritu! (Gálatas 5:22-23).
El nuevo nacimiento se trata de un nuevo poder que obra en nosotros: el Espíritu Santo, engendrando una nueva naturaleza. Y ésta, en vez de ser física, social, mental y espiritualmente pecadora; se renueva para ser física, social, mental y espiritualmente santa.
Así como no podemos entender cómo sucedió el nacimiento sobrenatural de Cristo, tampoco tenemos idea de cómo sucede en el hombre. Pero sabemos que el mismo poder que se ejerció en la creación, es el que se ejerce en cada conversión (2 Corintios 4:6).
¿Cómo se nace de nuevo?
El nuevo nacimiento es un milagro. Y tal como en todos los milagros, el ser humano sólo pone un 5% y Dios el 95% restante. Definir cómo ocurre el nuevo nacimiento es complicado, pues no en todos ocurre de la misma manera. Pero hay un elemento omnipresente.
En lo particular, siento que mi nuevo nacimiento ocurrió hace un par de meses. Llevo ya casi 10 años en la fe, pero no fue sino hasta este año que obtuve una visión renovada y perfecta (para mí) de Cristo, como nunca antes.
Estoy convencido que el nuevo nacimiento ocurre al pie de una cruz. La comprensión del misterio entrañado en el Cristo crucificado es lo que activa el milagro.
No puedo comprender cómo es que el que recibía adoración de todos los mundos creados se hizo hombre. Se desgarra mi mente al contemplar su sacrificio; y se consterna al escuchar su invitación «Hijo, ven a mí», llena de ternura y compasión.
Al pie de la cruz se reconoce la indignidad, al pie de la cruz se confiesa el pecado, allí se abre el corazón. Al pie de la cruz el Salvador levanta al caído, al pie de la cruz le concede su misericordia y perdón, al pie de la cruz lo salva y le dice «vete y no peques más», al pie de la cruz renace la esperanza.
Por eso no me sorprende que ante la pregunta de Nicodemo, “¿Cómo puede hacerse esto [el nuevo nacimiento]?” (Juan 3:9) Jesús diga “Es necesario que el hijo del hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (vv. 14-15).
El nuevo nacimiento ocurre a los pies del Dios-hombre crucificado. Y aunque la gente puede convertirse en cristiana por otras razones, nunca llega a ser una persona plenamente transformada y gozosa sin el crucificado.
El crucificado en oración, el crucificado en la Biblia, el crucificado en el testimonio del Espíritu Santo al corazón, eso es lo que lleva a un hombre a la nueva vida. Si deseas experimentar el nuevo nacimiento, comienza por decir “Jesús, es un gusto conocerte”.
Conclusión
El nuevo nacimiento no se trata de nacer siendo viejo, ni de volver a entrar al vientre materno. Tampoco es una promesa para unos pocos, ni una «opción» en la vida cristiana. Es el inicio del caminar con Dios, y por eso es una condición previa a la salvación.
Nacemos para vivir, pero ya no en pecado, sino para Dios. No somos perfectos al volver a nacer, todavía somos personas que batallan con el mal, y a veces ceden. Pero Dios nos ha otorgado el poder para vencer en la lucha, crucificando la carne con sus pasiones y deseos (Gálatas 5:24).
Mientras tanto, ha elegido presentarnos como santos, y tratarnos como sus hijos. ¡Es algo maravilloso!
En algunos el nuevo nacimiento pareciera ocurrir en un momento, en otros, es un largo proceso. Pero en todos se manifiesta la misma característica: Hay una nueva revelación de Jesús al corazón.
Sólo por Él es posible dejar el pecado atrás, tomar la misma cruz que nos salva, y seguir al mayor amante de la historia: Dios.“Dios se propuso dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27).