¿Por qué es importante la madurez espiritual?

madurez espiritual

¿Qué sería de nosotros sin los procesos bien establecidos encargados de mantener el funcionamiento normal del mundo natural y la sociedad? 

Miramos alrededor y notamos que todo tiene un ciclo y un lugar. El agua tiene un ciclo, el planeta tiene un ciclo, los alimentos, las convenciones sociales, los negocios… Todo nace, crece, madura y luego da paso a algo nuevo. Los árboles frutales son un ejemplo de esto.

En lo personal, no hay fruta que disfrute más comer que el níspero. Si tienes buenos gustos estarás de acuerdo conmigo. Mi padre cada cierto tiempo sale a visitar algunas familias que le permiten tumbar nísperos de las matas que tienen en sus casas. Cuando llega el cargamento, esperamos que la fruta madure y tanto él como mi mamá y yo nos damos un buen gusto. 

Te cuento que sueño poder algún día tener una mata de níspero en mi casa. Que estén allí cerquita, levantarme en la mañana y tomarlos de la mata. ¡Más rico!

Pero imagínate que yo me empeñara en buscar la mejor semilla, que investigara los más efectivos métodos de acondicionamiento del terreno, comprara el abono de mayor calidad, regulara la temperatura de la tierra y construyera instalaciones de riego, que procurara hacer todo lo que está al alcance para que los míos sean los nísperos más sabrosos que se podrían probar; y después de todo ese esfuerzo hecho, la semilla simplemente no creciera. ¡Se negara a cumplir su proceso natural!

Y al yo decidir sacarla y sembrar una nueva, la semilla se quejara conmigo. Y entabláramos una discusión parecida a esta:

—¿Después de tanto esfuerzo que invertiste me quieres sacar? ¡No es justo, yo también tengo derechos! –me dice molesta–.

—¿Y te quejas conmigo? ¿Me reprochas? Yo quería una mata de níspero, hice todo para tener una mata de níspero, ¡Eres una semilla, tú debes crecer! –le contesto con firmeza–.

—Eres muy rudo conmigo. Es que, crecer es difícil… ¡No puedes entenderme! Tan cómoda que estoy aquí en mi lugar, ¿Por qué no me amas así como estoy? Y yo que te quiero tanto.

—Lo siento, semilla –le respondo. Pero yo te planté con un propósito, te estoy dando todo lo que necesitas y mucho más aún. Te estás negando a cumplir tu ciclo, no estás colaborando conmigo. Y si no lo haces, lamentablemente no puedo dejarte aquí. Adiós. 

—¡Ya va, detente! –grita ella. ¿Qué tal si… Empiezo a crecer? Yo no tendría problema con llegar a una cierta altura, quizás unos 8 u 11 metros. Lo que no haré será producir nísperos, eso sí no. No, no, no. Me niego.

—Lo siento semilla…

Con dolor la remuevo, y planto una nueva semilla que produzca los nísperos que yo planeé.

¡Pero así son las cosas! Nadie planta por plantar, se planta con un fin. El sembrador y el ambiente brindan todo lo necesario para que crezca la semilla, y estos estímulos desencadenan su principio vital. 

El propósito del sembrador es que esa semilla llegue a dar frutos, y éstos a su vez se desarrollen hasta llegar al punto clímax de su existencia: La madurez. Así es el ciclo. Todo apunta hacia la madurez, y sin ella el trabajo del sembrador no tiene sentido.

Lo propio con el ser humano. Cuando el bebé nace ya ha pasado por 9 meses de gestación, pero en lugar de terminar allí la vida, ¡Apenas comienza! 

Nace para seguir creciendo, y pasar por un proceso biológico de madurez que involucra el desarrollo armonioso de todas las dimensiones del hombre: Física, mental, social, emocional y espiritual. 

Visualiza, por ejemplo, a un hombre de 30 años. ¿Lo tienes? 

Bien, imagina que su cuerpo todavía fuera semejante al de un niño de 8 años: Tamaño, desarrollo, fuerza, capacidad. ¿Sería concebible una correspondencia así de la edad con la madurez física? O pongámosle un esquema de raciocinio igual al de un joven de 15. O quizás se pusiera a llorar cuando le negaran algún pedido que hace, como las respuestas emocionales de un niño de 3 a 6 años. Supongamos que se desenvolviera en su entorno social como un adolescente; que hablara y actuara sin medir las consecuencias, tal vez.

¿Podríamos considerarlo una persona «madura»? No, algo definitivamente está fallando en su proceso de crecimiento. Y será complicado para una persona como esa –que no ha crecido ni se ha desarrollado como se espera, que no ha madurado según los estándares–, poder cumplir las responsabilidades y los roles que, sería deseable, alguien a su edad debería llenar.

Con estas ilustraciones es posible establecer un punto: La vida entera señala hacia y depende de la madurez; de la realización armoniosa de los procesos orgánicos, y sociales. 

¿Debemos esperar algo diferente de la experiencia del creyente en Cristo? ¿Será posible concebir una «planta espiritual» que se niega a madurar y dar frutos? ¿Que desea continuar ocupando su lugar en el huerto sin crecer? ¿Es aceptable que un Hijo del Reino prefiera permanecer como un bebito? 

El orden natural de las cosas parece sugerir que esto no es posible. Vamos a cavar ahora en la Palabra de Dios.

Avanzando en/a la madurez espiritual

La Escritura traza una clara distinción entre un niño en Cristo y un hombre en Cristo. Pablo la formuló con estas palabras: “Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui hombre, dejé lo que era de niño” (1 Corintios 13:11). 

Se nos dice que cuando una persona es recibida en la familia de Dios, es como si naciera de nuevo (Juan 3:3; 1 Pedro 1:23). Aunque tenga 68 años, si hoy entiendo que necesito una nueva vida en Jesús y le acepto por fe, es como si naciera otra vez. Delante del cielo no tengo 68 años, tengo 0. Soy un bebito espiritual. 

Y tal como un bebé necesita cierta clase de alimentación, cuidados y  educación, así también el creyente en Cristo cuando está comenzando su vida renovada. A penas va a empezar a aprender a vivir, y precisa de mucho apoyo. 

Si hemos nacido como Hijos de Dios, ahora es momento de comenzar a crecer. ¡Pero no podemos esperar dar un brinco de 10 años en 1 día! Así como tampoco debería formar parte de nuestros planes dar el brinco de 1 día en 10 años.

Tal como al pasar del tiempo se espera que el bebé crezca, aprenda a hablar, caminar, manejar bicicleta; se espera que se comunique con otros y socialice, que haga travesuras de vez en cuando, que adopte nuevos conocimientos, y domine progresivamente sus emociones, así también ha de suceder con el «bebé espiritual». 

Este proceso, que lleva al creyente de ser un recién nacido, hasta llegar a la “estatura plena del varón perfecto” (Efesios 4:13) es lo que llamamos madurez espiritual.

Sin embargo, hemos de aclarar que esta madurez no es el final del camino, no es una meta a la que se arriba y declaramos: “¡Ya soy maduro espiritualmente! ¡He terminado de crecer!”, No. La plenitud del desarrollo es todo el camino que se recorre, y nunca llega a un final imperfectible.

Aunque se podría hablar de la madurez espiritual como una condición a la cual se llega (comparándola con la “perfección” que todavía no hemos alcanzado, según Pablo en Filipenses 3:12), también hablamos de ella como una realidad presente (dado que en Filipenses 3:15 Pablo se incluye entre los que ya “somos perfectos”). 

Si lo vemos en términos de madurez humana esto es perfectamente comprensible. Ya que un niño de 3 meses puede ser completamente maduro para su edad; es decir, dentro de los parámetros que se esperan de él. Todavía tiene un largo camino que recorrer, pero hoy él está perfecto.

Así también, la madurez del cristiano es un proceso y no una meta. 

Una persona que conoció a Cristo hace una semana puede ser plenamente madura según lo que se espera de ella. No será un cristiano sólido, ni un predicador elocuente, ni tendrá una fe inquebrantable, pero tendrá una fe humilde que intenta dar sus primeros pasos con Jesús, y a la vista del cielo es considerado perfecto

Sin embargo, la «alerta roja» de la inmadurez y la imperfección se activa cuando un creyente que debería ya ir mucho más avanzado en el proceso, todavía está intentando dar sus primeros pasos de fe con Cristo. 

Por eso el autor de la carta a los Hebreos despierta las alarmas. Él nota que algo no va bien en el proceso de maduración de los cristianos a los cuales escribe. ¡Al contrario! “debiendo ser ya maestros” habían llegado a necesitar que se les diera nuevamente leche, alimento para el que es “inexperto en la palabra de justicia; porque es niño” (Hebreos 5:11, 13). Por el contrario, “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez” (Hebreos 5:14). 

Así que el conflicto de estos seguidores de Jesús no era, como tal, que fuesen niños; ¡Sino que su proceso de madurez ya debería ir mucho más adelantado! 

El hecho de ser un niño en Cristo no es un problema, al igual que no lo es ser un niño natural. La niñez es una etapa en el proceso de crecimiento del hombre, y como cada etapa, no puede saltarse u obviarse. El problema se presenta cuando una persona de 50 años actúa todavía como un niño. O, en el entorno espiritual, que un creyente que lleva largo tiempo en la fe permanezca en condición de infante.

¿Es fundamental o accesorio?

¿Qué tan importante puede ser la madurez espiritual? Es decir, en un contexto de salvación por gracia, ¿Realmente le importa al Señor si soy maduro o no? Más bien, pareciera que esta madurez fuese alguna clase de «accesorio».

¿Cómo es eso? Bueno, cuando voy a salir a cierto lugar de paseo, mi mente claramente separa lo que es fundamental de lo accesorio. Por ejemplo, es fundamental llevar un pantalón o jean, es fundamental llevar una franela o camisa y algo en mis pies; en el caso de una dama es fundamental llevar un short, una blusa o un vestido. Pero podría llevar también muchos accesorios: Reloj, corbata, bolso, cartera, etc. Los primeros son imprescindibles, pero los últimos son opcionales. 

¿Sucede algo así con la gracia y la fe por un lado, y por otro la madurez espiritual?

En realidad no. Suponte que estás sospechando que tu hijo de 12 años tiene alguna anomalía, porque en vez de medir alrededor de 1, 45 metros, se ha quedado en una estatura de 1,10. Estás angustiado y decides llevarlo a un pediatra. 

Ahora, en la consulta tú no esperas que el pediatra te diga solamente “Si, señor. Definitivamente el niño tiene un problema. No está creciendo como se esperaría que lo haga. Ya puede llevarlo a su casa, me llama cualquier cosa. Pague en caja.” ¡No, jamás! Tú sabes que la cuestión de la estatura es un problema, ¡Pero no es el problema en sí! Es una consecuencia del problema. 

Por eso no te llevas al niño a tu casa hasta que alguien te diga cómo van a solucionar el desorden hormonal que tiene –dado el caso.

Esta ilustración nos es sumamente útil. La inmadurez espiritual es solo la consecuencia de un problema que va más allá de sí misma. Su solución no depende de atacarla a ella directamente, sino atacar la raíz del verdadero conflicto que está ocasionando el retraso. 

Precisamente por esto no puede ser considerada un mero «accesorio». ¿Por qué? Te explico. Cuando el creyente no está creciendo de acuerdo a como debería, la deficiencia se encuentra en las hormonas de la salvación. Un cristiano que no se desarrolla es porque no está siendo salvado (Juan 15:5). Algo está sucediendo con su fe, su arrepentimiento o su necesidad de Dios. 

¡No es cuestión de elegir si quiero madurar! Es cuestión de que, si no maduro es porque no estoy siendo salvado. Estar unido a Dios es estar salvo, y esta unión es la que brinda al creyente los componentes y nutrientes que necesita para crecer. 

Cuando esta unión está rota –por más que la persona misma crea que está en perfectas condiciones–, no hay salvación, y por eso no hay crecimiento. 

En este punto, la madurez espiritual no se asoma como una opción posible o un accesorio que el cristiano puede decidir llevar, ¡Es algo irresistible si en verdad está siendo salvado por Jesús! ¡Él no puede evitarlo! Por eso este tema es tan importante. Pues podríamos llegar a considerar la madurez, incluso, como un «termómetro» de la salvación.

Habiendo explicado esto, es urgente que definamos con claridad qué significa ser «maduro» espiritualmente.

Niño vs. Hombre

Es importante distinguir la madurez espiritual verdadera de la falsa. 

No necesariamente una persona que figura en la iglesia es una persona madura. Cantar, predicar, saltar, hablar en lenguas, reprender demonios, y hasta resucitar gente, o lo que sea que se haga en la plataforma, no son indicadores precisos de la madurez espiritual. En realidad, muchas veces son los menos acertados. 

Una de las historias que considero más impresionantes de toda la Biblia fue esa ocasión donde Dios se reveló a Elías en Horeb. En lugar de estar presente en el fuego, el terremoto y el viento, ¿Dónde estaba Dios? Respuesta: En el silbo apacible (1 Reyes 19:13). Y Jesús advirtió que muchos de aquellos que harían todas esas manifestaciones visibles como hacer milagros o echar demonios, en realidad no le conocían (Mateo 7:21-23). 

Así que debemos buscar la madurez en otro lugar.

Ya dijimos que la madurez espiritual es en mayor medida un camino que un de un destino. Sin embargo, no podemos por eso dejar de considerarle del todo como una condición a la que se llega –perspectiva que también mantuvo Pablo. 

En este sentido, la mayor y más eficiente evidencia de madurez es… el fruto del Espíritu. Sí, el Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, fe, templanza (Gálatas 5:22-23) son el verdadero signo de una comunión creciente con Jesús. Un amor que se entrega por completo –y sin reservas– a Dios cada día una vez más; un amor incondicional al ser humano, incluso al que se haya en las condiciones más degradantes. Un amor al que nos irrespeta, nos falla y nos hace daño. 

Ese amor, junto a todas las demás señales de la obra del Espíritu en la vida del hombre, es el que da testimonio de la madurez espiritual. No quiere decir que la persona madura nunca falle a estos principios, pero sí serán la norma general de su vida. Esa es la meta a la cual aspiramos, y por la cual olvidamos lo que queda atrás y proseguimos hacia adelante (Filipenses 3:12).

Por otro lado, algunas de las características comunes de un niño en Cristo son: 

*Altos y bajos constantes en la vida espiritual. 

*Carece de una experiencia personal profunda con Dios. 

*No asume su responsabilidad como testigo de Cristo. 

*Tiene problemas frecuentes con las personas y hermanos de la fe. 

*Otras cosas de la vida tienden a ser la prioridad por encima de Jesús. 

*Conocimiento superficial de las Escritas y poco interés en aumentarlo. 

*Depende del apoyo de otros para mantenerse fiel, etc.

Como ya hemos dicho, algunas de estas características son naturales que se observen en un principio en la vida del creyente, pero la dependencia y la entrega a Jesús momento tras momento deben efectuar cambios en la vida. 

La sumisión a la obra de Dios tiene el poder de transformar y renovar la mente (Romanos 12:2), llevar al niño en Cristo de gloria en gloria (2 Corintios 3:18), hasta presentarlo a Jesús como un hombre perfecto (Colosenses 1:28).

¿Cómo puedo saber si soy un «niño espiritual»? 

Voy a enumerar a continuación algunas características con las cuales podrás evaluar tu propia condición de madurez espiritual, una especie de test. Pero es necesario que sepas que la madurez es imposible medirla. Este listado solo puede servir como un indicador, sugiriéndote dónde te es necesario corregir; o más bien, ir a Jesús para orar por ese motivo:

¿Lucho todavía con las mismas prácticas pecaminosas que cuando nací en Jesús? Es cierto que hay pecados muy arraigados en nosotros, difíciles de abandonar. Pero no es posible caminar con Cristo y no dejar atrás buena parte de ellos (1 Juan 3:3).

-¿Siento placer en la comunión con Dios? ¿Es mi prioridad principal cultivar mi amistad con él? ¿Disfruto el tiempo de oración y lectura de la Biblia? ¿Regularmente me siento motivado a asistir cuando alguien me invita a un culto o reunión espiritual? La sed y el deseo de pasar tiempo de calidad con Dios, sea personalmente o en grupo, es testimonio de la madurez espiritual.

-¿Cuándo enfrento adversidad, pruebas o conflictos me abrumo, y pierdo a Dios de vista? Es inevitable de primera mano sentirse afectado por los conflictos, pero el cristiano maduro aprende a echar toda su ansiedad sobre Dios que guarda su vida (1 Pedro 5:7).

-¿Se ha despertado en mí el sentir de la misericordia, anhelando en mi vida servir y ayudar a otros con mis manos y recursos? La vida del salvador estuvo caracterizada por la determinación de hacerse pobre para que nosotros fuésemos enriquecidos, la madurez espiritual desea ser misericordiosa “como vuestro Padre que está en los cielos es misericordioso” (Lucas 6:36; Ver tb. Romanos 12:10, 13).

¿Vivo a la altura de lo que conozco de la Palabra de Dios? ¿Procuro obedecer la luz que he recibido? ¿Me propongo aprender más de la Biblia y ampliar la luz que Dios ha derramado sobre mí? El conocimiento de la Palabra es inestimable. La palabra es la que nos hace renacer a la esperanza viva (1 Pedro 1:23), es la que nos hace capaces y aptos para toda buena obra, es la que lleva al hombre de Dios realmente a la madurez, según Pablo (2 Timoteo 3:15-17). Esto es así porque la fe viene por el oír la Palabra (Romanos 10:17).

-¿Siento pena de hablar libremente de Cristo con otros cuando se da la oportunidad? ¿Prefiero evitar el tema religioso lo más que puedo entre mi grupo de amigos? ¿Me gozo y aprovecho cada chance que tengo de dar testimonio del fiel amigo que he encontrado en Jesús? La fe madura no se avergüenza de dar testimonio del Señor (2 Timoteo 1:8), se ha dado cuenta que todo lo que se puede lograr en este mundo no es comparable con la gloria venidera (Romanos 8:18). Y le es de más valor que Jesús confiese su nombre en el cielo, antes que la amistad del mundo (Mateo 10:32).

-Cuando algún hermano o amigo me falla, o yo le fallo a él, ¿Soy el primero en procurar la reconciliación? ¿Estoy dispuesto siempre a extender el perdón y la gracia a mis semejantes? ¿En lugar de alimentar el fuego en los conflictos ajenos me esfuerzo por contribuir  a las buenas relaciones de mis amados? El cristiano maduro comprende las repercusiones de la gracia en las relaciones con sus semejantes (Mateo 18:23-35), y jamás permite que su lengua cause daño intencional a su prójimo (Santiago 3:1-12); más aún, sus palabras y acciones testifican del amor de Cristo que mora en él (Mateo 7:15-20; 12:35). 

-¿Pongo todo mi empeño en hacer sentir a los demás bien consigo mismos? ¿Les animo y estimulo con mis palabras y acciones, resaltando en ellos sus virtudes? ¿Intento apoyarlos en su propio proceso de crecimiento, dando consejos, orando con ellos, y a veces señalando lo que está incorrecto con tacto y humildad? ¿Estoy profundamente interesado en que mis hermanos de la iglesia, amigos y familia puedan estar en armonía con Jesús y ser salvos en el día final? El cristiano maduro deja de mirarse tanto a sí mismo, y comienza a mirar mucho más a los demás; nunca para criticar y juzgar, sino para ser el Jesús que ellos necesitan. 

Podríamos seguir mencionando muchas más características, pero creo que con éstas será un buen inicio. Si ves que estás fallando en alguno o todos estos indicadores, la invitación no es para que intentes por tus medios corregirlos externamente, sino para que restablezcas con fe renovada la unión perdida con Jesús, y esa unión comience a alimentar todas las ramas de tu vida. Como ya dijimos, la madurez espiritual solo es un termómetro de la salvación. A veces solo habrá pequeños detalles que corregir porque no nos hemos dado cuenta de ellos, ¡Es momento de comenzar a orar a Dios fervientemente por esas debilidades! No hay tiempo que perder, es momento de crecer.

Pero jamás lejos de la iglesia

Y como Dios es infinitamente sabio, Él estableció un plan perfecto para llevarnos a la madurez. Sabía que es muy difícil lograrlo por nosotros solos. El desánimo, el miedo, las pruebas, las tentaciones, las limitaciones propias… son muchos los obstáculos. Por tanto, no solo provee su gracia, su poder, su amor, y tantos otros dones, sino que nos «suscribe» a una comunidad llamada iglesia que está intentando alcanzar el mismo ideal, ¡Maravilloso! 

Repartió dones a cada miembro de esa iglesia (1 Corintios 7:7), para que arraigados y edificados en amor, “todo el edificio, bien coordinado, vaya creciendo para ser un templo santo en el Señor” (Efesios 2:21). Así que el propósito de Dios con la iglesia es precisamente llevarnos a la madurez, todos los ministerios los dio “a fin de perfeccionar a los santos”, y para la “edificación del cuerpo de Cristo” (Efesios 4:12). 

Esto deja en claro que la madurez no se logra en solitario, se logra viviendo la fe en conjunto. Unos a otros nos apoyamos y servimos, ministrando entre nosotros los dones, para que todos avancemos coordinados en pro de la gran meta: Reflejar el carácter de Cristo al mundo.  

Conclusión

Querido amigo, así como la vida entera apunta hacia la madurez, Pedro nos exhorta a poner toda nuestra diligencia en el proceso de crecimiento. Nunca cesar en nuestros esfuerzos de progresar, sino que consagrando la vida en plenitud a Dios lograr añadir a nuestra “fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:5-7). 

Esto jamás puede lograrse fuera de Cristo, porque como ya hemos dicho, la madurez solo es un fruto de la salvación. Por tanto, ahora es el momento para ir a él en oración y rogar que su obra en nosotros no se detenga, sino se redoble, y continúe hasta el fin. 

Aquel día final descubriremos dos cosas: Primero, cómo es Jesucristo; porque le veremos tal como Él es. Y lo segundo que descubriremos es que después de la transformación tan tremenda que habrá hecho en nosotros, habremos llegado a ser semejantes a Él (1 Juan 3:2). 

El Señor quiere ricos nísperos maduros, ¿Qué le darás tú?