
¿Qué tienen en común Robin Williams, Kurt Cobain, Jonathan Brandis, Michael Hutchence, Ernest Hemingway, Mindy McCready, Elvis Presley, Ian Curtis, Marilyn Monroe, Robert Enke, Alexander McQeen, Lucy Gordon, Érika Ortiz, Ruslana Korshunova, y Lee Thompson Young?
No demasiado. Pero todos talentosos, famosos, reconocidos y adinerados. La mayoría de ellos sufrían de depresión; y todos, aunque sobre algunos todavía se especula, acabaron sus vidas con el suicidio.
Los suicidios son tal vez las noticias más tristes. No puedo comprender cómo podría sentirse un allegado, al pensar en todo lo que hubiese podido hacer, y no hizo.
Qué triste es la muerte, pero ¡cuánto más cuando alguien ha decidido simplemente no vivir más! supera mi comprensión.
Pero me pregunto: ¿Por qué una persona que aparentemente lo tiene todo, decide darle fin a su vida?
Muchos desearían poseer lo que ellos tuvieron; piensan que con el dinero y el aplauso del mundo serían completamente felices. Gozarían la vida, se darían los lujos que ahora no pueden, de su riqueza compartirían con los demás… se hacen la película completa en la mente: La vida perfecta.
Pero al parecer esos actores, escritores, modelos y deportistas no pensaban lo mismo, todo lo contrario. La vida no era perfecta para ellos, era un completo calvario.
Es quizás entendible cuando una persona, ahogada en deudas, con una enfermedad degenerativa o terminal, sin esperanza de nada, problemas con su familia, con sus amigos y en su trabajo, sintiéndose abandonada, decide que es mejor morir.
Pero cuando lo tienes todo y simplemente no eres feliz, ¿Cómo lo explicamos?
Al parecer, tenerlo todo no es siempre un sinónimo de felicidad. Atrae sobre la persona cargas de gran peso que no todos descubren cómo manejar. Y hace perder quizás la parte más importante de la existencia: El sentido de propósito.
Pero la cuestión es, si tenerlo todo no necesariamente es sinónimo de felicidad, ¿sufrir debe ser siempre sinónimo de tristeza?
Seres emocionales
A veces se nos olvida que todo lo que sentimos o pensamos en realidad es producto de una vasta gama de procesos químicos y fisiológicos bien establecidos que, a pesar de ser en gran parte naturales e innatos, el individuo puede desarrollar cierta clase de dominio sobre ellos.
Veamos lo interesante de esto, y qué tiene que ver con la felicidad y el sufrimiento.
A ver, piensa en algo que te irrita. A mí, por ejemplo, me irrita mucho que me manden a hacer algo que ya yo he planificado hacer, o que ya sé que debo hacer. Tal vez te suceda algo parecido.
Supongamos que un día te levantaste con el «pie derecho», todo está marchando perfectamente, estás feliz, silbas, irradias amor y entusiasmo; casi que se ve la aureola sobre tu cabeza. En eso, después de almorzar, tu hermano llega con mala actitud y te manda a lavar los platos. ¿Cómo reaccionas?
¿Sería igual tu actitud si te hubieses levantado ese día con el «pie izquierdo», y toda la mañana se hubiese transcurrido en un problema tras otro? No lo creo. En el segundo caso sería un total ¡Cabom! En el primero, es posible que la reacción sea tranquila, o al menos moderada.
¿Por qué ante un mismo estímulo repetido puedes tener dos respuestas distintas?
Otro ejemplo. Piensa en algo que te gusta bastante. A algunas damas les gusta que les acaricien el cabello; pues imagina que se acerca tu mamá y te hace un cariñito, ¿rico, no?
Pero imagina ahora que ese mismo cariño te lo hace el amigo desagradable del salón: ¡Cortocircuito!
Piensa en un día donde te levantas y desayunas a las 6:00 am. Sales de tu casa y te la pasas haciendo diligencias de aquí para allá, las horas se siguen una tras la otra. Llegaron las 4:00 pm y no has comido nada, ¿qué tanta hambre tendrías?
Pero si en vez de hacer diligencias estuvieras saliendo por primera vez con la persona que has amado por cinco años y al fin te concedió una cita, ¿crujiría tu estómago al menos un poquito?
Las emociones y sensaciones humanas son complejas. Un mismo estímulo puede ser analizado e interpretado por la misma persona de manera completamente diferente de acuerdo a la situación, antecedentes, individuos involucrados, momento, lugar, etc…
Todas estas variables, y muchas más, intervienen en la forma cómo respondemos a los estímulos. Y estas respuestas son las que denominamos «emociones».
Las emociones pueden ser definidas como las reacciones naturales y fisiológicas de nuestro organismo ante determinados estímulos. Alguien te golpea, sientes rabia. Te fallan, sientes decepción. Compras el helado que te gusta, sientes alegría.
Nuestro sistema responde a los estímulos de manera completamente automática. Por eso a tu pareja le interesa mucho más la primera mueca que haces cuando pregunta “¿Cómo me veo?”, que lo que terminas diciendo. ¡Las emociones son naturales y automáticas!
Las emociones que se repiten y albergan muy a menudo ante ciertos estímulos definidos llegan a formar especies de «caminos conocidos», que llamamos «sentimientos». Y éstos son los que conforman la personalidad y el carácter.
Entonces, las emociones que se albergan cultivan sentimientos, y los sentimientos forman la personalidad.
Lo interesante de esto es que tú tienes el poder de ejercer dominio sobre tus emociones. No es sencillo, es cierto, porque a esta altura ya has formado muchos «caminos conocidos».
Pero haz la prueba. Pídele a alguien que haga alguna cosa que usualmente te hace sentir molesto, y cuando lo haga, somete la emoción, domínala, verás que es posible. Te programas a ti mismo para estar tranquilo, y será una realidad.
Por esto, aunque podemos considerar las emociones como fuertes impulsos naturales que responden a los estímulos del ambiente, también afirmamos que conscientemente, el individuo está en toda la capacidad de gestionar sus emociones y sentimientos.
Es por ello que las emociones o sentimientos de felicidad o pesar no dependen tan solo de los estímulos como tal, sino –y en mayor medida– del trasfondo, antecedentes, situación, momento y lugar del cual parta el individuo para interpretar los estímulos y responder a ellos.
A su vez, la personalidad y las emociones del individuo también estarán bajo la custodia de su propia inteligencia emocional.
La forma como éste decida administrar sus propias actitudes hacia los estímulos, sean cuales sean, será determinante –por encima cualquier otra cosa– para su desenvolvimiento anímico final.
Los estímulos y la felicidad
¿Qué clase de estímulos consiguen propiciar en ti estados emocionales de alegría y felicidad? Quizás una buena canción, la victoria de tu equipo de fútbol, las palabras de aprecio de alguien importante para ti, un momento de placer con tus amistades, no lo sé.
Sin embargo, sí sé que en ciertas circunstancias incluso estos estímulos no podrán hacerte sentir feliz, simplemente porque hay otras variables que lo impiden.
A veces estas variables son de tal magnitud que borran cualquier posibilidad de experimentar otra emoción diferente a la que tal variable provoca. Piensa, por ejemplo, en el estímulo de tu comida favorita comparado con el trasfondo del accidente de tu hijo. ¿Te sentirás feliz? Muy difícil.
Si volvemos a considerar, entonces, la pregunta que planteamos al inicio: ¿Cómo explicamos que alguien lo tenga todo y no sea feliz? Podemos darle una respuesta casi segura.
Es muy probable que esos estímulos no sean suficientemente fuertes como para producir en él felicidad al ser analizados a la luz de muchas otras circunstancias que le generan tristeza.
Tener dinero, posesiones, amistades, fama, talento, son estímulos. Y, ciertamente, podrían contribuir a provocar reacciones emocionales de alegría en una persona en un momento dado; pero los estímulos no son suficientes para crear «caminos conocidos» o sentimientos de felicidad permanente.
No hay otra explicación al porqué de la regularidad de trastornos depresivos entre los famosos y adinerados; no hay alternativa para explicar por qué prefieren terminar con su vida. El poder y el reconocimiento pueden ser estímulos positivos, pero no pueden hacer feliz –en todo el sentido del término– a una persona.
Los estímulos sólo tienen verdadero poder cuando son cultivados y albergados por una actitud; cuando son alimentados por las decisiones conscientes de los individuos, cuando son gestionados por una sana inteligencia emocional.
Esto permite que, ante la falta de un estímulo positivo externo y evidente, la persona de igual manera pueda interpretar sus circunstancias, incluyendo las negativas, desde el punto de vista de una felicidad consciente.
Por esto, concluimos que los estímulos externos no son suficientes para hacer feliz a una persona. Ésta puede ser totalmente infeliz estando rodeada de estímulos que a nuestro parecer son positivos.
Ya sea porque de acuerdo a su paradigma otras variables negativas se superponen a ellos, o porque su inteligencia emocional es relativamente baja e incapaz de gestionar sus propios estímulos internos y conscientes de felicidad perdurable.
Los estímulos y la tristeza
Ya quedó claro que ni “tenerlo todo”, ni ningún estímulo externo es suficiente por sí solo para hacer feliz a una persona.
La cuestión ahora es: si los estímulos positivos ajenos a la persona no son capaces de brindar alegría regular a su vida, ¿pueden los estímulos negativos quitársela? Es decir, ¿estamos obligados a reaccionar al «sufrimiento» con tristeza?
Creo que no sería justo afirmar que lo exterior no puede darnos alegría pero sí nos sume en la tristeza. Si los estímulos no pueden hacernos felices por sí solos, tampoco deberían poder causarnos pesar.
Así como la alegría como sentimiento precisa ser gestionada desde el interior del individuo, así también el sufrimiento solo desencadena en tristeza cuando es asimilado y secundado por sus actitudes conscientes.
Así, la ruptura de una relación amorosa solo puede causar tristeza cuando se permite que dé pie a pensamientos recriminatorios, depresivos, rememorativos, y otros de la misma índole.
El estímulo externo debe ser secundado por una predisposición interna para poder dominar la actitud, tal como en el caso de la alegría.
Con esto no queremos decir que el ser humano es quien decide sentir dolor, rabia, tristeza o celos. No, estas son emociones naturales, como ya hemos explicado arriba.
El asunto es que cuando un estímulo se presenta, el cuerpo reacciona con una emoción inicial prácticamente instintiva, pero después de allí la corteza pre frontal asume el mando, y entonces decidimos dar continuidad a la emoción inicial instintiva, o dominarla y someterla con inteligencia.
Justo en este momento yo acabo de recibir una noticia perturbadora: Messi comunicó al Barcelona su deseo de no seguir formando parte de la plantilla del equipo. ¡Eso para mí es terrible! No pensé que sucedería, o al menos todavía.
Pero por mucho que esa noticia sea un estímulo externo negativo que en primera instancia me haga sentir triste; soy yo, conscientemente, quien decido qué haré con eso ahora.
¿Dejaré que asuma el control de mi mente y haga nulo todo estímulo positivo externo o interno? O puedo enfrentar la situación –con dolor, que es inevitable–, asumir la realidad, pasar el trago amargo, y alimentar una actitud valiente y positiva.
La intención es que quede claro un punto. Los estímulos externos, sean positivos o negativos, no son suficientes para determinar el estado de ánimo de un individuo. Para poder inspirar alegría o provocar tristeza, se necesita que la actitud emocional consciente del individuo ceda y alimente tales estímulos.
Es por esto que, tanto si preguntamos ¿Tiene que haber felicidad cuando se lo posee todo? o ¿Tiene que haber tristeza en el sufrimiento? En ambos casos la respuesta debe ser un rotundo no.
¿Se puede ser feliz en el sufrimiento?
Si no es obligado sentir tristeza cuando se sufre, entonces sentir alegría es una posibilidad real. Pero, ¿Cómo se logra esto?
Hasta aquí hemos tratado puramente con lo que la fisiología y la lógica nos sugieren. Pero al entrar a las aguas profundas de la felicidad permanente es necesario escuchar los consejos que el mismo Creador nos ha consignado en su Palabra.
El apóstol Pablo confirma que vamos bastante bien en lo que hemos dicho hasta ahora. Pues él dice “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4) y “estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16).
No dice “Regocíjense cuando todo marche bien”, o “Estén alegres siempre que haya buenas razones”, ¡No! Pablo, como nosotros, entiende que la felicidad traspasa las arenas movedizas de los estímulos externos y la coloca sobre una plataforma sólida.
Y aunque ambos versículos parecen ser únicamente un imperativo, hay en realidad al menos una indicación evidente que nos orienta en cuanto a cuál es y cómo se llega a esa plataforma.
Gozo en el Señor
El consejo del apóstol no se enfoca en la propia capacidad de los filipenses para intentar ser felices cuales sean las circunstancias; sino que visualiza ese gozo como posible sólo en la medida que su plataforma sólida, o la fuente que lo alimenta, se encuentra en el Señor.
Esto es importante. Es difícil que el ser humano, con la cantidad de estímulos diferentes que recibe diariamente, pueda permanecer con una actitud de alegría frente a todos ellos.
Esto sólo puede ser una realidad cuando hay razones externas, sumadas a razones internas –que son más necesarias– lo suficientemente fuertes.
El apóstol veía en Dios el estímulo –tanto interno como externo– suficiente, para sostener toda la plata banda del carácter feliz, alegre y positivo del cristiano.
Al momento de escribir estas líneas, está cayendo un buen aguacero aquí en la región, cosa que no es muy común. Las gotas de agua, grandes o pequeñas que descienden sobre el techo de mi hogar son semejantes a la lluvia de estímulos que recibimos diariamente.
Ahora, la imagen que da Pablo no es la de un hombre que sale a la calle bajo esta lluvia, el agua cae sobre él, le deja empapado, pero él dice: “Todo está bien. Aquí nada está sucediendo. No hay lluvia, yo estoy totalmente seco. Sigo mi camino tranquilo”.
Tampoco es la de alguien que, aunque no le gusta para nada la lluvia, sale y dice: “¡Ah! ¡Qué rica es la lluvia! ¡Es maravilloso salir y mojarse de esta manera cuando uno va en camino al trabajo! La perfección. Gracias por esto, Dios”.
Finalmente, no es la de alguien que, por miedo a mojarse y quedar empapado, decide mejor quedarse en su casa hasta que la lluvia pase.
La imagen que da el apóstol es la de alguien que sale porque sabe que tiene que ir al trabajo, y la lluvia son gajes del oficio; Pero lo hace con el paraguas de Dios.
¿Le gusta mojarse? Claro que no. ¿A quién le gusta? A nadie. ¿Se mojará? Por supuesto, aunque porte paraguas es seguro que de alguna manera le caerá agua.
Pero al recorrer el camino puede mirar su paraguas y alegrarse por él. A fin de cuentas, en un día lluvioso, donde muchos prefieren refugiarse debajo de algún techo para no empaparse, él tiene un paraguas que le cubre mientras avanza hacia el trabajo. Cuando llegue allá, la lluvia no será más un problema.
¡Allí está el secreto! No andamos por allí simulando que no tenemos problemas o que no suceden cosas malas. Tampoco vivimos nuestro día a día intentando engañarnos a nosotros mismos, catalogando todo lo que nos causa dolor y desdicha como «cosas buenas», a ver si lo terminamos creyendo.
Ni mucho menos nos refugiamos en nuestras comodidades o los recuerdos bonitos para evitar ponerle la cara a la realidad.
Salimos valientemente a la calle, tanto en los días soleados como en los lluviosos, sabiendo que las cosas malas y el sufrimiento llegarán. Pero contemplando a Dios, quien en medio del dolor será una fuente de felicidad duradera.
Pero, ¿Cómo se hace esto?
Tenemos suficientes estímulos
Hablaremos primero de los estímulos externos.
Cuando decidimos conscientemente vivir gozándonos en el Señor, descubrimos que hay cantidad de estímulos con los cuales Dios procura edificar una plataforma sólida para nuestra verdadera felicidad. Estos estímulos podríamos hallarlos en el pasado, el presente y el futuro.
Del pasado
Usualmente cuando miramos nuestro pasado recordamos momentos de luz, ocasiones de gran gozo o razones significativas que nos dan fuerza al encarar nuestro presente.
Pero no sólo podemos aferrarnos a estos recuerdos o impulsos terrenales, ¡podemos contemplar también a Dios en nuestro pasado! Y quiero detallar algunos estímulos que puedes tener bien cuenta:
Fui creado con un propósito: La perspectiva de la vida es muy sombría cuando consideramos que es producto de la mera casualidad. Pero esto no es así. Hace miles de años El Creador infinito decidió dar origen a este mundo. ¿Y sabes qué? En sus pensamientos estabas tú.
Viniste a la existencia solo porque desde el principio del mundo Dios soñó contigo y con tu vida. Te hizo con una razón de ser. ¿No es esto maravilloso? Ese evento del pasado tiene el poder de dar completo sentido a tu presente, Pues tu vida tiene elevadísimo valor a sus ojos. (Salmos 139).
El creador me amó: El creador te amó con tanta magnitud, que estuvo dispuesto a arriesgar su propia existencia, el mismo equilibrio cósmico de su universo, con tal de rescatarte del pecado y la muerte.
Vino a este mundo en forma humana para identificarse estrechamente contigo y poner su vida para darte salvación y esperanza.
¿Te das cuenta de cuánto vale tu vida? Vale la misma sangre de aquel ante quien todos los mundos se postran en adoración. (Juan 3:16, Romanos 5:6-11, Efesios 1:3-23, Colosenses 1:15-29).
Fui salvado sin merecerlo: Si eres un seguidor de Jesús, entonces has sido salvado por gracia.
Sin que hubieses hecho nada bueno, cuando aún eras un pecador, el Señor escribió por gracia tu nombre en los libros del cielo; te perdonó una deuda impagable (Mateo 18:23-35) y hoy disfrutas de su paz y te glorías en la esperanza de la eternidad (Romanos 5:1).
Dios ha hecho todo por mí hasta el presente: No solamente te trajo a la vida y te ofreció la salvación; también te dio una familia, un hogar, la salud, los dones materiales, te ha protegido de tantos males, te ha cruzado con buenas amistades.
Todas, absolutamente todas las bendiciones de las cuales gozas, han sido producto del cuidado de Dios por ti.
En el pasado podemos encontrar grandes estímulos para la felicidad en el Señor. Él te ha amado con amor infinito y ha cuidado de ti con solicitud, ¿A quién temerás? ¿Qué sufrimiento en esta vida te quitará la alegría si puedes confiar en el amor del Dios Todopoderoso?
Del presente
Los estímulos provenientes del pasado son muy importantes para encontrar fuerza y motivación. Pero no son suficientes. Menos mal que también hoy –¡Justo ahora!–, Dios ha provisto motivos externos para nuestra felicidad. Sólo mencionaremos tres:
Si hoy estoy vivo, aún hay un propósito Divino para mí: Cada día que vuelves a abrir los ojos a la vida, naturalmente puedes preguntarle a Dios: ¿Cuál es tu propósito conmigo hoy?
Cada día que vives es parte del plan de Dios para ti; por tanto, todos los días tienen sentido. Es prácticamente una aventura diaria de descubrir lo que Jesús quiere hacer en y a través de ti.
Dios desea ser mi amigo íntimo: Aunque eres un gramo de arena en el universo, El Rey desea ser tu amigo, y ¡esto yo todavía no lo puedo comprender!
Y aún así, cada mañana es una preciosa oportunidad para acercarte a él, conversar, disfrutar de su presencia, darle un buen abrazo y conocerle. Nunca tiene suficiente de ti, se goza en escucharte y hacerte sentir su amor (Santiago 2:23; Génesis 5:22).
Ha prometido hacerse cargo de mí: Dios se comprometió atender tus necesidades. Y no hay un problema tan grande que Él no pueda solucionar.
Está al tanto de todas tus perplejidades, y a través de ellas obra en ti. Pero también desea fortalecer tu fe al responder –a veces milagrosamente– a tus oraciones; así que no te rindas. Hoy es un día para entregarle tus cargas y sentir su paz (Mateo 11:28).
Aunque no veas todavía salida para algo que hoy te inquieta, puedes entregarle refugiarte en Dios y confiar que “Él cuidará de ti” (Salmos 55:22).
Del futuro
Pero Dios no solo ha dado estímulos que provienen del pasado y el presente, sino también del futuro; y éstos, según Pablo, son los que dan sentido a nuestra fe (1 Corintios 15:19).
La eternidad junto a él: ¡Con todo lo que eso conlleva! Paz, gozo, felicidad, no más dolor ni llanto, viajar por los mundos creados, crecer en el conocimiento sin fin, verle cara a cara, mansiones celestiales, reunirnos con nuestros amigos y amados etc, etc…
Las más excelsas promesas que se hayan hecho jamás, pertenecen al creyente que pelee la buena batalla (Ver Romanos 12:12). Se nos exhorta a perseverar y vencer, luego podremos entrar al gozo del Señor.
El creyente que disfruta de los días soleados, y en los días lluviosos porta su paraguas, llegará al final al trabajo. Y allí, la felicidad y la alegría están garantizadas.
El estímulo interior
Pero Dios sabe que estos estímulos externos no son suficientes. Se necesita un constante estímulo interno que potencie, albergue y cultive la felicidad, para que ésta sea parte del carácter.
Es por eso que el segundo fruto del Espíritu es, precisamente, el gozo (Gálatas 5:22).
El Señor no solo nos da las promesas y los dones que alimentan nuestra alegría, sino que trabaja renovando nuestra actitud y personalidad, creando un espíritu gozoso, que pueda regocijarse incluso en pleno aguacero.
Este gozo no se trata de no sentir dolor ante la pérdida de un ser amado, por ejemplo. Su propósito es impulsar siempre al creyente a confiar y perseverar en el Señor. Aunque la lluvia nos salpica, seguimos avanzando, dejando nuestras cargas a Dios.
Este trabajo que efectúa en nosotros el Espíritu Santo es el que nos capacita para interpretar correctamente y darle fuerza a todos los estímulos que nos llegan de parte del Señor para nuestra felicidad. Sin esta obra, los estímulos tienen poco valor.
El apóstol nos comenta en 1 Pedro 1:6 de algunos creyentes que podían alegrarse aunque estaban siendo afligidos por diversas pruebas. Podemos estar seguros que esa felicidad era producto de la asimilación de los estímulos externos por medio de la obra del gozo del Espíritu en ellos.
¿Qué hacer ante el sufrimiento?
Conocí a una persona que tenía un sueño: Dar a luz una hija. Ella tenía dos hijos varones, pero deseaba en su corazón tener una hembrita. Pasó el tiempo y quedó embarazada. Los médicos le dijeron que, para su alegría, era una niña.
Ella, entusiasmada, empezó a preparar la llegada de su tan anhelada hija. Llegó el día y la niña nació, pero por un detalle congénito duró tan solo pocos minutos con vida.
¿Sería fácil decir simplemente “Estas cosas pasan, Dios. Seguimos adelante.” con una sonrisa en el rostro? No lo creo. El dolor es agudo, e inevitable.
Pero recientemente aquella dama puso un estado en el WhatsApp donde decía: “Te agradezco, Dios, porque me diste por un momento un precioso regalo, y me lo guardaste para la eternidad”.
El dolor es una realidad, sus estímulos constantemente están merodeando. Pero el sufrimiento es una opción.
Así como los estímulos positivos no tienen la capacidad de hacernos felices, los estímulos negativos tampoco pueden condenarnos a la tristeza.
Cultivando un espíritu alegre, atesorando en nuestro corazón los motivos que Dios nos ha presentado para nuestro gozo, y permitiendo al Espíritu Santo obrar en nosotros su fruto, podremos decir –aún en medio del sufrimiento– como el profeta Habacuc:
“Pero yo me alegraré en Jehová y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:18).