¿Qué quiso decir Dios cuando dijo “la venganza es mía”?

la venganza es mia

«Hay cuatro necesidades humanas básicas: la alimentación, el sueño, el sexo y la venganza» (Banksy)

«Los hombres son más prestos a devolver un agravio que un favor, porque la gratitud es una carga, y la venganza es un placer» (Robert Greene)

«La venganza es el bocado más dulce, para el paladar, que jamás se ha cocinado en el infierno» (Walter Scott)

«Alcanzaré mi venganza, sea en esta vida o en la otra» (Cómodo)

«La venganza y la tragedia a menudo suceden al mismo tiempo. El perdón redime el pasado» (Jeanette Winterson)

«Mientras estás meditando la venganza, el diablo está meditando un recluta» (Francois de Malherbe)

«La felicidad es la mejor venganza, ¿sabías? Sólo sé feliz» (Emily Griffin)

«Lo he grabado dentro de las colinas, y mi venganza, sobre el polvo dentro de la roca» (Edgar Allan Poe)

«Antes de embarcarse en un viaje de venganza, cave dos tumbas» (Confucio)

«Si tiene que hacerse una injuria a un hombre, debería ser tan severa que su venganza no necesite ser temida» (Nicolás Maquiavelo)

«Muchos suicidas obedecen a la rabia y al afán de venganza, no sólo a la tristeza» (Patricia Cornwell)

«La diferencia entre el castigo y la venganza es la ira» (Penelope Parker)

«Cuando pasas mucho tiempo con la esperanza de que alguien sufra las consecuencias de lo que te hicieron, entonces le estás permitiendo herirte por segunda vez» (John Williams)

Estas son algunas del listado de las 65 «frases célebres de la venganza» que fueron incluidas en Psicologiaymente.com/reflexiones/frases-de-venganza.

Pero hubo dos que deseo destacar.

«Puedes tener justicia o puedes tener venganza. Pero no ambas cosas» (Devin Grayson)

«La venganza es como una piedra rodante, que, cuando un hombre la ha movido, volverá sobre él con mayor violencia» (Jeremy Taylor)

Recuerdo cuando hace no mucho tiempo conversaba por teléfono con una chica con quien tuve una relación, y decidimos separarnos por no ver claro el panorama de nuestro futuro juntos. 

Sin embargo, con el paso del tiempo ambos empezamos a sentir ciertos recelos, y nos recriminábamos uno al otro el papel que desempeñamos en la relación. Y por ese motivo, recuerdo varias conversaciones que se trataban más de dar la respuesta sarcástica más dolorosa al otro, que de otra cosa. 

Una vez, mientras trataba de ganar la pelea, dije algo que creí había sido la estocada final. Me sentía orgulloso y satisfecho por haber dado el último pinchazo. Pero en eso, ella dijo algo que me tumbó. Yo la quise mucho y aun la quiero, pero en esa ocasión comentó algo que todavía no cesa de resonar en mi mente. 

Cuando creí haber vencido el round, me noqueó justo antes que sonara la campana. Y allí quedé yo, postrado. 

Es solo un pequeño ejemplo de lo que sucede cuando procuramos llevar venganza sobre aquel que nos ha herido. Lo único que logramos es mover una piedra que a su tiempo volverá causando más daño. ¿Y la justicia? Sólo en el cartel de “Se busca”.

La pregunta es, ¿cómo es que un sentimiento tan «humano», y a la vez tan destructivo, Dios dice que le pertenece? ¿Qué fue lo que intentó decir el supremo garante del amor y la justicia, cuando afirmó que la venganza es suya? ¿Será que se equivocó?

La «humanización» de Dios

Dios tiene un gran problema: tratar de hacerse entender a los seres humanos. 

Es como que un profesor de matemática pura pretendiese dar una clase magistral a unos jovencitos de 3er grado de primaria. Tarea difícil… 

¿Cómo explicar lo inexplicable? ¿Cómo dar a entender a los seres humanos cosas tan grandes y amplias que salen de nuestros esquemas de pensamiento? Es complicado. Entre esas cosas que Dios necesitaba comunicar al hombre estaban las «emociones» divinas.

¿Dios siente? Bueno, imaginamos que sí. Aunque es probable que Dios no tenga un sistema nervioso central, o un hipotálamo, u hormonas. Así que es casi seguro que Dios no siente como nosotros sentimos. 

Cosas como la rabia, la angustia, el deseo, los celos, la felicidad, para nosotros son una cosa; pero no tenemos ni idea de cómo funcionan en Dios. De hecho, Dios mismo fue quien diseñó los mecanismos necesarios para que el hombre pudiese sentir como lo hace, pero él mismo probablemente experimente esto de manera diferente. 

No sabemos cómo es esto, pero el punto es que para poder dar a entender al hombre cosas tan inexplicables como los «sentimientos» de Dios, éste sólo podía hacer uso del lenguaje propio del hombre. 

Así, cada vez que se habla del amor, los celos, la misericordia, la ira, la paciencia, la piedad, el odio, la repulsión, y prácticamente todas las emociones o atributos «humanos» que se adjudican a Dios, es precisamente un intento de hacerse comprensible al hombre. 

Pero tal y como un una ilustración no es igual a la realidad misma de las cosas, tampoco estas emociones capturan en esencia la forma cómo realmente Dios acciona o «siente». Y dicho sea de paso, este principio es útil para interpretar correctamente muchos pasajes de la Biblia.

En este sentido, es claro que la venganza de Dios no se refiere a esa acción iracunda propia del ser humano, derivada de su deseo de sanar su herida infligiendo a la persona igual o mayor daño que el sufrido. ¡Para nada!

Dios ha querido transmitir algo con su uso de la palabra «venganza» para referirse a su propia actitud. Pero por supuesto que este término, en el uso que le damos, no consigue captar con precisión la acción Divina.

Nos preguntamos entonces, ¿qué quiso decir Dios?

La venganza de Dios

Si yo cometo un error, le confío mi secreto a un compañero, él va y me delata delante de todo el mundo, y yo digo «esta me las vas a pagar, mi venganza será dulce como la miel», es muy claro lo que estoy tratando de decir que haré.

Pero si lo llevo delante de un tribunal, le cuento al juez el caso, le pido que por favor le de 30 años de condena por traicionero, y el juez contesta «Silencio, por favor. La venganza es mía»; el término debería interpretarse de manera diferente al uso que yo le di.

El juez no está hablando de una venganza que él aplicará por rabia y resentimiento en contra de mi compañero. Está diciendo que él es quien tiene la potestad y la autoridad de determinar el veredicto de la justicia, y garantizar una justa retribución. Él mismo no ha sido quien ha resultado herido, y por eso no hay motivos personales involucrados.

En este sentido, la venganza pertenece al juez. Él, por su preparación, su posición, su juicio, y su relación con el caso, puede garantizar la justicia para ambas partes involucradas.

Creo que este es el sentido en el cual Dios ha hablado de su “venganza”. Se refiere al acto de vindicar y dar el pago merecido, sin los sentimientos de ira involucrados cuando nosotros, seres humanos, la utilizamos.

Por eso cuando el salmista habla del Dios de las venganzas (Salmos 94:1), no se refiere a un Dios que actúa por impulso frenético, sino al soberano garante de la justicia. Puede hablar, entonces, de dar el “pago” (v. 2), la justa retribución a cada uno de acuerdo a su obra.

En ese Dios que ajusta las cuentas con precisión él confía, y dice “¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen maldad? Si no me ayudara Jehová, pronto moraría mi alma en el silencio” (vv. 16-17). 

El salmista ha decidido no tomar venganza por sí mismo sobre los que procuran su mal, sino simplemente confiar y entregar la causa al “juez de la tierra” (v. 2). Lo mismo aconseja también Salomón, “No digas: Yo me vengaré; espera en Jehová y él te salvará” (Proverbios 20:22). 

Es curioso que Salomón hable de un período de espera. Este período también se deja ver en muchos otros pasajes, tanto en los libros históricos como en los Salmos, donde el escritor se ve a sí mismo rodeado de la maldad de sus enemigos, y sin embargo manifiesta su confianza en la pronta intervención de Jehová para darles el pago debido. 

Jehová es el garante de la justicia porque es el juez de la tierra, pero no debemos esperar que ésta sea satisfecha siempre de manera inmediata. A veces el tiempo pasa y pareciera que Dios no interviniera, pero se puede confiar en que a su tiempo Dios hará justicia.

En realidad Dios no actúa frecuentemente de las mismas maneras. Casi que con cada personaje bíblico Dios actuó de manera diferente en la forma como aplicó sus principios eternos de la misericordia y la justicia. 

Esto es comprensible puesto que Dios conoce el corazón y la vida de la persona hasta lo profundo de su ser. Y con el propósito de llevarle al arrepentimiento, sabe qué debe hacer, cuándo hacerlo y cómo hacerlo. Muchos de ellos nunca lo alcanzan, pero no es porque Dios no lo haya intentado.

El propósito de Dios no es ir repartiendo justicia cada vez que alguien comete un agravio. Si fuese así, ¿dónde estaríamos nosotros? Más bien, desde el Antiguo Testamento observamos que la tendencia Divina es dar al hombre oportunidades de gracia (Ezequiel 18:23). Y ello no anula la justicia de Dios, fiel e infalible, pues la retribución a su tiempo llega.

Considero que a esta clase de «venganza» se refiere la Biblia cuando es atribuida a Dios. No es un sentimiento colérico; es la manera cómo Dios da a entender la justa retribución que a su tiempo dará sobre los que hacen maldad, los que dañan a sus hijos, y los que irrespetan su nombre.

¿Cómo se relaciona Dios con la venganza humana?

Ya hablamos en otra ocasión del principio de condescendencia de Dios con Israel [Véase nuestro artículo ¿Son bíblicas las maldiciones generacionales?], así que no abundaremos en detalles aquí. Pero para entender la perspectiva de Dios acerca de la venganza humana debemos aplicar el mismo principio de interpretación.

Dios necesitaba ganar el corazón de Israel para poder preservar un pueblo que conservase la luz de la verdad y del conocimiento de Dios hasta la venida del Mesías. 

Para lograr eso, Dios tuvo que revelarse a estos esclavos recién liberados de una nación idólatra de tal manera que ellos conociesen los elementos principales del carácter de Dios dentro del marco de su etapa de desarrollo cultural. 

Es decir, Dios «adaptó» sus principios a lo que Israel era capaz de manejar, proponiéndoles la norma más alta que podían alcanzar en ese momento. Es por esto que Dios toleró en un principio prácticas como la esclavitud, el divorcio, la poligamia… y entre ellas la venganza.

Sin embargo, el propósito de Dios era conducirlos desde ese desarrollo incipiente inicial hasta una revelación más plena de su carácter y su voluntad para el hombre. 

Es por eso que mientras que Éxodo 21:24 dice “ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie”; Jesús, 1300 años después en la revelación de Dios, ya aclara cuál es la voluntad de Dios con respecto a este asunto; “No resistáis al malo, vuélvele la mejilla, ve con él dos millas, al que te pida, dale” (Mateo 5:38-42).

Dios toleró la venganza en los inicios de Israel, proponiendo una norma «aceptable» para Israel: la venganza proporcional. Sería penado por la ley si infligían un daño mayor que el que les había sido causado. 

Pero en tiempos de Cristo la revelación llegó a plenitud. No era la voluntad de Dios que los hombres se vengasen, sino que amen a sus enemigos y hagan el bien a los que les aborrecen (Mateo 5:44). 

Pablo en realidad solo se hace eco de estas palabras de Jesús cuando en Romanos 12:17 dice “no paguéis a nadie mal por mal”, luego en el verso 19 “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios”. Y sustenta su consejo con las palabras de Dios en Deuteronomio 32:35 “mía es la venganza”.

¿Por qué el cristiano no debe vengarse?

Dicho esto, ¿por qué Dios se reserva el derecho de vengar el daño? Creo que hay bastante para decir, pero debemos comentar únicamente las razones principales.

En primer lugar, la justicia humana es totalmente falible. A veces podemos equivocarnos, juzgar prematuramente, castigar lo que no merecía castigo, dejar de castigar lo que sí lo merecía, etc… Nosotros no conocemos el corazón, y no sabemos lo que el hombre merece o no merece.

Lo más sabio es permitir que sea el Dios del universo, el que “conoce los corazones de todos” (Hechos 1:24), quien aplique la justicia pura y sin mancha, sin distorsión y sin cohecho, sin parcialidades y sin cólera. 

Creo que la frase de Penélope Parker mencionada arriba es muy acertada. La diferencia entre venganza y castigo es la ira. Dios castiga, pero no se venga. Dios vindica y retribuye, pero nunca con furia o rabia. 

Dios siente amor por la gente, y por eso no puede permitir el pecado, porque el pecado daña a la gente. 

En segundo lugar, la venganza solo cultiva sentimientos contrarios al verdadero carácter cristiano. Si yo ando por allí vengándome de todo aquel que me falla, no soy capaz de comprender que yo mismo necesito de la gracia de Dios para poder vivir, siquiera. 

Si albergo rencor y resentimiento hacia mi prójimo, ¿cómo podré amar a los demás como Cristo me amó? (Juan 13:34-35). No hay persona alguna que pueda ser vengativa y a la vez pueda madurar y crecer como ser humano; mucho menos en los principios del reino de los cielos. 

Es por eso que Dios le impidió a David cometer un acto de venganza en contra de Nabal (1 Samuel 25:21-22). Las palabras que le dice Abigail son ciertísimas. ¿De qué valdría? Sólo vendría a ser un motivo de pena y de culpa (v. 31). Dios le impidió vengarse a David (v. 26) para que no manchase su vida y su conciencia.

Después de todo, apenas un par de días después, Dios se encargó de hacer el preciso ajuste de cuentas (v. 37).

En tercer lugar, Dios sabe que sólo el perdón construye y sana las relaciones, a la vez que da paz al corazón. Si alguien me injuria y yo le injurio, ni él ni yo nos sentiremos mejor, y la relación no será restaurada por haberme vengado. 

Pero si él me injuria y yo decido perdonarle, olvidar el agravio, orar por él y servirle, yo seré sanado de mi dolor, él mismo se avergonzará y enmendará, y la relación podrá ser restaurada para mejor. 

Dios sabe que el perdón y la misericordia ennoblecen los valores humanos, pero también sabe que la justicia es necesaria para mantener el orden del universo.

Por eso la número cuatro. Cuando el creyente desecha la venganza, deja lugar a la ira de Dios. Cuando el hombre perdona, no solo imita el carácter de su salvador y acerca al agresor a Jesús, también reconoce que el ajuste de cuentas de Dios será completo. 

Pero si el hombre toma el asunto en sus manos, perjudica su salvación, la de su agresor, y desprecia la justicia Divina. 

¿Cómo hacer frente a la ira?

La ira es una emoción, y por ser una emoción no nos libraremos de ella por completo jamás. Por eso el consejo del apóstol Pablo siempre es pertinente: “Airaos pero no pequéis” (Efesios 4:26).

¿Es posible enojarse? Claro, es casi inevitable. Indignarse con alguien que te falla, con el que te humilla, con el que te mete la zancadilla, es normal. La cosa es, ¿qué harás con eso? ¿Guardarás el resentimiento en tu corazón? ¿Buscarás venganza?

El secreto para manejar estas circunstancias lo ha dado en los versos 31 y 32. “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y malicia. Antes sed bondadosos los unos con los otros, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Cuando te sientas molesto por alguna razón, desde la más pequeña hasta la más grande, hazte tres sencillas preguntas:

  1. Si yo le retribuyese de alguna manera a la persona que me causó daño, ¿acaso me sentiría mejor? ¿Le haría algún bien a él? ¿Honraría a mi Señor?
  2. ¿Vale la pena perder la paz, la alegría, la salud mental y la comunión con Dios por este motivo?
  3. ¿Cuántas veces le he fallado yo al Señor y Él me ha perdonado? ¿No voy a perdonar esto yo?

Siempre recordando que, a fin de cuentas, en la vida está mucho más en juego que una competencia de quién la gana, de quién la hace más fuerte; está en juego la vida eterna y la muerte eterna. 

Asegúrate entonces de andar por el camino al cielo con perdón y misericordia, y encomendar al Dios del cielo toda causa de injusticia. Estarás confiado y feliz, porque en sus manos todo hecho recibirá la merecida recompensa.

Perdona que termine con este versículo, pero es necesario:“Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:8).