Instruye al niño en su camino

instruye al niño en su camino

Cierta vez escuché a alguien hablar sobre un hombre llamado Santiago Paton. Su vida en realidad no registra grandes hazañas, pues fue tan solo un fabricante de medias del condado de Dunfries, que vivió entre los siglos XVIII y XIX. Pero desde que supe de él, se convirtió en uno d<e los grandes modelos humanos cuyos pasos quiero yo seguir.

Lo poco que sabemos de su vida lo debemos a Juan Paton, su primogénito, conocido por ser el primer misionero en predicar a los nativos de las islas Nuevas Hébridas al sur del océano pacífico, quien dedica buen espacio en su autobiografía para hablar de su padre. 

Santiago Paton se comprometió con Cristo a la edad de 17 años, y al leer la historia de los grandes reformadores escoceses que dieron su vida por causa de la fe, quedó impresionado, y decidió que su vida sería como la de ellos.

Convenció a sus padres de imitar el ejemplo de aquellos hombres, haciendo del hogar un verdadero santuario para el Señor. 

Les propuso celebrar cultos matutinos y vespertinos todos los días como familia, en lugar de conformarse solo con asistir a la iglesia para el servicio dominical. Dado que Santiago se ofreció para ayudar a dirigirlos, ellos aceptaron.

Cuenta Juan que su padre, desde los 17 años hasta su lecho de muerte a los 78, jamás dejó de realizar ambos cultos. Aún después de formar su propio hogar, no hubo faenas, apuros, visitas o imprevistos que le hicieran suplantar la cita diaria de comunión con el Señor. 

Durante 40 años esos momentos nunca faltaron, y cuando los hijos finalmente se fueron del hogar, él siguió orando por ellos. 

En su juventud, Santiago tenía la costumbre de retirarse bosque adentro para orar, cantar himnos, estudiar y memorizar la escritura. 

Se nos cuenta que en cierta oportunidad, Janet Rogerson –quien llegaría a ser su esposa, pero hasta ahora desconocida para él–, le jugó una broma escondiéndole el sombrero. Luego, dejó prendida una nota para él, en el árbol donde solía orar. La nota decía:

“La persona que escondió su sombrero se confiesa sinceramente arrepentida de haberlo hecho y le pide que ore, rogando a Dios que la convierta en una creyente tan sincera como lo es usted”.

Santiago, quien había oído de las cualidades intelectuales y espirituales de Janet, empezó a orar por ella. No por el motivo que ella había pedido, sino porque al parecer, junto con su sombrero le había robado también su leal corazón. 

Más adelante, Santiago y Janet se convirtieron en una representación moderna de Zacarías y Elisabet: un matrimonio irreprensible delante del Señor, conocido en el condado por su piedad, sencillez y espíritu de servicio. 

En su humilde hogar levantaron once hijos. El primero de ellos, Juan, fue dedicado solemnemente a Dios con el sueño de que llegase a ser misionero. Finalmente, no solo él sino también otros dos de sus hijos, dedicaron su vida entera al servicio de Dios. 

¿Qué hacía Santiago de especial? Aquí empieza lo bueno.

La casa de los Paton estaba dividida en tres secciones. Una de ellas correspondía a la cocina, el lavabo y la sala de labores de Janet. Y del otro lado, se encontraba el taller donde Santiago trabajaba cosiendo medias. 

Pero en el centro había un cuarto especial, que era considerado como el «Santuario» de la casa. Allí la familia se reunía mañana y tarde para adorar a Dios. Allí también Santiago entraba varias veces al día, y cerrando la puerta tras sí, intercedía fervorosamente por su familia. 

Los hijos eran inspirados por una santa influencia cuando su padre entraba al santuario. Estaban quietos, guardaban reverencia y caminaban de puntillas porque decían “papá está orando por nosotros”. 

Muchas veces escuchaban el eco de la voz de su padre que derramaba su alma a Dios hasta las lágrimas, como si rogara por su vida. 

Y al salir de la habitación, contemplaban absortos la luz de gozo que brillaba en su rostro. El mundo exterior no sabía cuál era la causa de ese brillo, pero su familia sí: era el reflejo de la presencia Divina. 

Ellos tenían la certeza de que su padre caminaba con Dios. Y este ejemplo marcó sus vidas para siempre.

Cuando en el hogar se cometía una falta que debía ser sancionada, Santiago entraba primero al santuario. Juan cuenta que esta era la parte más severa del castigo para ellos, que penetraba en sus conciencias agudamente. 

Sabían que allí, en el cuarto, su padre estaba llevando el caso a Dios, y que sufría mucho antes de castigarlos. El amor de los niños hacia su padre se fortalecía aún más después de tales ocasiones. 

Sin embargo, nos dice que eran pocos los castigos que tenía que aplicar, porque dirigía su hogar con el amor y no por medio del temor. 

Santiago logró que el domingo, día de asistir a la iglesia, fuera el más emocionante y feliz en la vida de sus hijos, cuya llegada anhelaban desde el comienzo de la semana. En 40 años Santiago solo se ausentó 3 veces por motivos muy justificados. 

El paseo de 6 km hasta la capilla transcurría entre alegres charlas, y de regreso se meditaba seriamente en el sermón. Por la tarde se reunían nuevamente y Santiago les explicaba el catecismo. La vida del hogar realmente giraba en torno a la fe.  

Cuando los reunía por las noches para adorar, oraba con ellos de rodillas pidiendo con lágrimas por su hogar, y por la salvación del mundo en tinieblas. 

Juan comenta que en estos momentos se sentían en la presencia del Salvador vivo, al punto que llegaron a conocerlo como su amigo Divino. 

Creo que vale la pena que leas todo lo que Juan refiere de su padre en su autobiografía, te será de grandísimo valor. La siguiente frase suya revela la influencia imborrable que la vida de este padre piadoso ejerció sobre su hijo: “Mi padre anduvo con Dios; ¿Por qué no puedo andar yo también con él

Y agrega: “He dado un firme voto, una y otra vez, por la gracia de Dios, de vivir y portarme de tal manera que nunca deshonre a los benditos padres que me dio”.

He dedicado bastante espacio de este artículo para compartir la experiencia de este hombre, porque considero que es un elevado y digno ejemplo de un padre que siguió el consejo divino: “instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). 

Con la solemne sensación que nos inspira una vida como esa, comenzaremos nuestro estudio de este importante versículo de la Biblia. ¿Cómo entendemos Proverbios 22:6? ¿Es un mandato, una realidad, una posibilidad o una promesa? 

O quizás la mejor pregunta sería ¿Cómo podemos criar a nuestros hijos en el temor de Dios para que no se aparten nunca de la fe?

Oremos a Dios, y ¡comencemos!

Un gran desafío

La paternidad es, probablemente, el más grande desafío que un ser humano puede enfrentar. De ella depende, nada más y nada menos que la vida entera y la sociedad. Pero sus alcances son infinitamente mayores, sobrepasan el mundo existente y pisan la eternidad. 

Es lamentable, sin embargo, que muy a menudo los padres no vean la envergadura de la responsabilidad y el privilegio que Dios ha confiado en sus manos.

Se estima que una buena crianza garantiza, en un 70%, buenos resultados. Es realmente invaluable la influencia que un padre puede ejercer sobre su hijo, especialmente durante sus primeros años. 

Pero cuando la instrucción no es sólida, modelada, congruente, equilibrada y con propósito, las influencias ajenas al hogar la solapan. 

El desafío de la paternidad es, a grandes rasgos, una competencia con el entorno por el corazón, el carácter y la vocación del hijo. Pero la paternidad cristiana añade variables adicionales de gran peso. 

Entre ellas, saber que no se lucha simplemente con el entorno, sino con las potestades de las tinieblas; que no se busca solo ganar el corazón del hijo, sino lograr que se lo entregue a Dios por entero; que no es suficiente ayudarlo a encontrar su propósito en la vida, sino a cumplir su papel en el plan de la salvación.

En su esfuerzo por superar estos tremendos desafíos, los padres deben comprender primeramente que sus hijos son seres humanos. Ellos piensan, sienten, son libres y toman decisiones. 

Por tanto, intentar «aprobar» el desafío obligándolos, comprándolos, o delegando la responsabilidad en otros, será infructuoso. Peor aún, dejarlos a su propio juicio, pensando que “todo marchará bien” hágase lo que se haga, o sencillamente cumpliendo con los «deberes» del trabajo sin ir más allá de eso, será sinónimo de un rotundo fracaso.

La pregunta es, ¿Cómo se triunfa en este desafío? ¿Nos da alguna pista Proverbios 22:6? ¿Encierra este versículo una promesa de Dios para los padres?

¿Qué significa Proverbios 22:6?

Para interpretar este pasaje correctamente se requieren dos cosas: comprender la naturaleza de la literatura bíblica sapiencial, y reconocer lo que no dice el pasaje. 

La sabiduría en Israel

El libro de Proverbios, en mayor medida que ningún otro libro del Antiguo Testamento, nos permite entender la cultura y el pensamiento del Antiguo Cercano Oriente. De hecho, el libro en sí es un compendio de frases sabias provenientes de la región, atribuidas en su mayoría a Salomón. 

Ahora bien, los proverbios son dichos extremadamente sabios, que vale la pena tener en cuenta como consejos de vida universales, pero es necesario tener muy claros sus propósitos. 

Aunque su lenguaje pareciera garantizar en forma absoluta los conceptos de retribución-consecuencia-resultado, esto no siempre se da realmente de esa manera. 

No todo lo que el libro propone debe ser considerado infalible, en el sentido de que no siempre las cosas sucederán así. La sabiduría busca expresar leyes de vida que se cumplen con regularidad, que implican principios universales de moral religiosa; pero no son promesas o garantías definitivas.

Por otro lado, es importante notar que el enfoque de Proverbios no es estrictamente espiritual, sino también moral y ético. Por tanto, aunque buena parte de sus dichos pertenecen directamente al entorno religioso o pueden ser aplicados en él, otros muchos no tenían originalmente ese propósito. 

Esas dos características del libro de Proverbios tienen influencia concreta a la hora de estudiar nuestro texto en cuestión. 

En primer lugar, nos permiten entender que el pasaje no debe ser interpretado como una norma definitiva de la vida que siempre –sin excepción– se cumplirá. Repito, esa no es la naturaleza de los dichos del libro. 

La sabiduría marca el camino más recomendable a seguir, por sus benévolas implicaciones; pero atender al consejo no siempre dará como resultado visible el fin anticipado. 

En segundo lugar, no es posible afirmar inequívocamente que el pasaje deba ser interpretado dentro de un entorno espiritual. En realidad parece ser una norma general: si instruyes a alguien joven de acuerdo a un proceder, los frutos de tal enseñanza serán visibles, incluso hasta la vejez. 

Dejamos las características generales del libro y a continuación, examinaremos el texto bajo la lupa. 

¿Qué no dice el pasaje?

“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6).

En primera instancia hemos de notar que el pasaje nunca habla de «padres». Esto es curioso, porque el libro de Proverbios contiene al menos 30 referencias directas a los padres. En ellas, y esto es interesante, por lo general se enfatiza precisamente la importancia de que los hijos escuchen con atención sus instrucciones y consejos. 

Sin duda, la vida familiar es un tema recurrente en el libro, y uno de sus intereses principales. Entonces, ¿Por qué Proverbios 22:6 no menciona a los padres, si el consejo estaba dirigido a ellos? 

Quizás sea por la misma razón que tampoco menciona la palabra «hijo», que aparece registrada en unos 50 pasajes del libro. El texto, en vez de eso, habla de un naar, que bíblicamente puede ser un joven o un niño, no alude a una edad específica. 

La idea parece girar en torno a una persona que, por su edad, todavía es moldeable y puede ser receptiva a la instrucción.

Que la relación padre-hijo no sea evidente en este texto, a pesar de estar presente en muchos otros versículos del libro, es una razón sólida para dudar que el mensaje original del pasaje esté relacionado con la crianza de los hijos. 

Otra cosa que no aparece en el pasaje es la expresión “el camino del Señor” (Derek yahveh), que en Proverbios 10:29 y en otros lugares de la escritura se refiere a la vida espiritual o la obediencia a Dios. 

En proverbios 22:6 y en abundantes dichos del libro se menciona solo la palabra derek que significa “camino”. Aunque el «camino» puede entenderse como la vida espiritual, en el libro de proverbios el término se usa frecuentemente para referirse a un modo de vivir o un curso de acción. 

Sí bien, ocasionalmente el término podría asumir un significado diferente, las evidencias no hablan en favor de ello. Considerando además la naturaleza ética de los proverbios, es difícil afirmar que este “camino” en el que el niño/joven es instruido, se refiere a la religión o la vida de fe. 

Finalmente, el pasaje no habla de la libertad del ser humano, de sus decisiones, del camino que cada uno escoge. De otros dichos de Proverbios se desprende que el hijo tiene la responsabilidad de decidir obedecer la instrucción, el mandamiento y la enseñanzas de sus padres (véase Pr. 1:8, 6:20, 13:1, 23:19); o por otro lado, podría también escoger ser necio (10:1, 15:20, 17:25, 19:13). 

De hecho, Proverbios 19:18 dice “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; más no se apresure tu alma para destruirlo”, sugiriendo que la corrección tiene su lugar en la vida del niño o joven mientras existe la posibilidad de que escuche y obedezca. 

Pero se trata de la «esperanza» de los padres, porque a fin de cuentas, cada persona debe tomar sus propias decisiones. 

La ausencia de referencia a la libertad de elección, sumado a los demás elementos enumerados arriba que no aparecen en el texto, permite reafirmar lo que ya nos sugirió el contexto y la naturaleza del libro de Proverbios: que este pasaje solo implica de manera literal que la instrucción que se da a una persona en edad joven produce frutos, y continuará ejerciendo una fuerte influencia a lo largo de toda su vida.

¿Qué dice proverbios 22:6?

Algunos padres podrían sentirse tentados a quejarse con Dios porque, a pesar de que hicieron todo lo que estuvo en sus manos para criar bien a sus hijos, ellos al final le dieron la espalda al camino que les mostraron. 

Estos padres podrían incluso señalar que la «promesa» de Proverbios 22:6 falló. Pero ya hemos demostrado que este texto ni es una promesa, ni habla de la crianza de los hijos, ni habla del camino del Señor.

La pregunta que necesitamos responder ahora es, ¿Proverbios 22:6 implica alguna garantía para los padres piadosos que desean formar a sus hijos como fieles creyentes? ¿Muestra algún curso de acción posible para alcanzar la victoria en este desafío tan grande? 

¡Ah! Eso ya es otra cosa… 

Ahora sí. Después de liberar a las promesas de Dios de cualquier culpa o acusación de «fraude», podemos entonces sacarle todo el jugo a lo que Proverbios 22:6, la Biblia entera, y ejemplos como el de Santiago Paton, tienen para decirnos en cuanto a la crianza de nuestros hijos. 

En este caso, aunque el mensaje literal de 22:6 no alude directamente a la crianza de los hijos, sí involucra principios y garantías generales que pueden aplicarse con total propiedad a la paternidad.

El compromiso de los padres

El verbo hebreo hanak que da comienzo al versículo está asociado con entrenar, dedicar, instruir y adiestrar. La naturaleza multidimensional de este término destaca la clase de «instrucción» de la cual se habla. 

Instruir al niño no es meramente anotar una lista de «deberes» en alguna parte de la casa para que el hijo los cumpla y reciba la recompensa; no es conseguir que saque buenas notas y se gradúe, ni es tampoco sentarlo y darle un buen «sermón» de vez en cuando.

La instrucción de la cual aquí se habla es un «entrenamiento» en todo el sentido de la palabra. No consiste solo en el precepto, ni en ejemplo, ni si quiera en el precepto + ejemplo; consiste en la dedicación, en el diálogo, la disciplina, la confianza, en el impartir herramientas, saber cuándo acompañar y cuando dejar solo. ¡La instrucción del niño es un todo! 

Implica una obra de cada segundo, de cada hora, de cada día, de cada mes, de cada año, durante al menos los primeros 14 años de vida del niño. Si el trabajo se realiza cabalmente en estos años, ya después la carga será más ligera. 

Por supuesto, esta clase de adiestramiento exige compromiso al 100%. Pero, ¿compromiso con qué?

Compromiso con la visión

Hace algunos meses la universidad donde estudio planificó un maratón de 22km, ofreciendo un buen premio para el ganador. 

Mientras más se acercaba la fecha, más me sorprendía al ver mayor cantidad de compañeros salir a caminar y trotar. La euforia era tal que la residencia de caballeros llevó a cabo un pre-maratón para que los participantes pusiesen a prueba sus capacidades.

Todos tenían un objetivo en mente: Superar los 22km en el menor tiempo posible. Su entrenamiento estaba enfocado y planificado en esa dirección, se puede decir que tenían una visión.

El texto dice claramente que se entrena al niño en su camino. El entrenamiento no es aleatorio, no es lo que vaya saliendo en el día a día. ¡Al niño no se le instruye porque sí! Este es quizás el error más frecuente de los padres. Al niño se le instruye para algo, con una visión. 

Santiago Paton no educaba a sus hijos por educarlos. ¡No! El formó cristianos sinceros, educó amigos de Jesucristo, crió misioneros del evangelio; y eso no ocurre por sí solo. Se logra con propósitos establecidos. ¡Ese es el ejemplo que debemos seguir! 

En oración, hemos de consultar a Dios por qué razón trajo a nuestro hijo al mundo. Debemos detallar su carácter y las cualidades que Dios le ha concedido en la edad más temprana, y a partir de allí fijar una visión. Pero como dicen: “el que no sabe a dónde va, ya llegó”. 

La principal y más elevada visión de unos padres cristianos es educar a su hijo para que ame a Dios y goce de la salvación. Así que toda esfera de la crianza debe orientarse hacia ese fin; debe planificarse y accionarse con intencionalidad, pues la educación no es producto del azar.

Cómo formar verdaderos cristianos

Hay 3 clases de hijos de creyentes: 1) Los que se van de la iglesia, 2) los que permanecen en la iglesia por costumbre, miedo, o alguna otra motivación y 3) los que aman a Dios y le adoran en Espíritu y en verdad. 

¿Qué marca la diferencia entre los 3? Dos palabras: «entrenamiento espiritual». Es la única manera en que los padres pueden formar a sus hijos como verdaderos cristianos. 

No puedo terminar este artículo sin darte algunos consejos que integren el compromiso, la visión de eternidad, la intencionalidad, y un efectivo «entrenamiento espiritual» en la crianza de tus hijos.

Enamórate de Dios

No sé cuál sea la condición de tu vida espiritual, pero quiero decirte que para «entrenar» a tus hijos espiritualmente lo primero que es estrictamente necesario, es que Dios sea la pasión de tu vida, tu amigo más íntimo, el Señor a quien sirves, la sed de tu alma, tu refugio en el momento de la crisis y el dolor, tu consejero fiel al tomar decisiones. 

Dios debe ser todo para ti. 

Si Dios aún es tan solo un símbolo o una figura en tu experiencia, tus hijos no llegarán más lejos que eso; pues es el modelo que les enseñarás. Si todavía tus oraciones son frías, mecánicas, e irregulares, tus hijos lo verán y repetirán el patrón. 

En cambio, si Dios es tu fuerza motriz y lo visualizas siempre andando a tu lado, también llegará a ser una realidad viva en tus hijos.

Para poder entrenarles, tienes que estar suficientemente adiestrado tú. Si tu vida cristiana carece del fuego del Espíritu, justo ahora es el momento de decirle “Padre, comencemos de nuevo”.

Santiago Paton formó cristianos verdaderos porque él mismo estaba lleno de la gracia y el poder Divino. Dios le otorgaba en abundancia, y él, de lo que recibía, tenía mucho para dar.

Sé un modelo que valga la pena imitar

Desde el momento que tengas a tu hijo en brazos por primera vez, cada día será una oportunidad para mostrarle lo que Dios puede hacer en la vida. 

En el hogar, en el trabajo, con los vecinos, al tratar con tus semejantes, en tu vida personal, en lo íntimo de tu recámara, pide a Dios con fervor su auxilio para ser su testigo en toda circunstancia.

Lo más importante es que tu hijo vea en ti un modelo de piedad cristiana. Debes, por la gracia de Dios, convertirte en el mejor cristiano que él pueda conocer. La oración debe ser tu alimento, el estudio de la Palabra tu prioridad, y el amor a los demás tu diario vivir. 

Solo este modelo práctico convencerá a tus hijos que el «entrenamiento» vale la pena. 

Ora con ellos, pero de verdad

Debes aprender a orar con tu corazón. Usa tus propias palabras, las que usas a diario, para hablar con Dios. ¡Sé tú mismo! ¡Sé espontáneo! al orar con tus hijos, toma en cuenta los motivos que a ellos les interesan, y hazlo con frescura y naturalidad. 

Ora también incesantemente por sus vidas. Deja que ellos sientan tu amor profundo, y la confianza con la cual entregas tu mayor tesoro (ellos), en las manos del Todopoderoso Dios en el cual confías.  

Haz el hábito de, cada vez que la situación lo amerite, invitar a tus hijos a orar por ese motivo desde que son pequeñines. Hasta por las cosas que parecen quizás tontas, pero así les enseñas que Dios se interesa aun por lo más mínimo, y con libertad ellos pueden contárselo. 

Al mismo tiempo, si les muestras con tu ejemplo a hablarle a Jesús con confianza y amor, les estarás ayudando a cultivar su amistad con él.

Ayúdales a comprender la gracia

La gracia es lo que engendra el amor y la obediencia. Fallamos al hablarles a los hijos más frecuentemente del castigo y la justicia de Dios. Debes grabar en su mente la misericordia y el amor Divinos. Que sepan que, cuando cometen un error, Dios –y tú también– está dispuesto a perdonarles. 

Debes mostrarles que la salvación es un gozo y un privilegio porque Dios no nos ha pedido nada a cambio. Cuando estén juntos, propicia conversaciones sencillas y espontáneas llenas de gratitud a Dios por su don perfecto.

Usa los eventos que les suceden como ilustraciones para grabar firmemente en su memoria la manera cómo nuestro Padre Celestial se relaciona con nosotros sus hijos, su carácter de amor y misericordia.

Propicia un ambiente de confianza

Demuéstrales a tus hijos que pueden confiar en ti sin reservas. Esto implica que cuando metan la pata no puedes castigarles de buenas a primeras; pues no volverán a contarte lo que les sucede. 

Hazles sentir que son comprendidos, oriéntales, reafirma tu posición como un padre/madre que los ama y que siempre hará lo mejor para ellos. Si pierdes la confianza de tus hijos, realmente lo habrás perdido todo.

Al cultivar una relación de confianza logras dos cosas principales: Primero, una puerta abierta para influir en tus hijos; y segundo, la oportunidad de ejemplificar la confianza que como hijos de Dios, podemos depositar en nuestro Padre.

Saber cómo y cuándo aplicar disciplina

Santiago Paton es un modelo de cómo aplicar la disciplina en un hogar cristiano. Esto nunca debe hacerse con rabia, sin haber conversado antes. Preferiblemente, ora primero a Dios a solas y luego ora y habla con tu hijo. 

El propósito de la disciplina es redimir, y debe ser aplicada con ese único objetivo; si el objetivo es otro, la disciplina no es más que maltrato. Brindando amor, confianza, perdón, y aplicando la disciplina en el momento preciso, tú hijo captará el modelo Divino.

Ir a la Biblia con expectativas

Leer la biblia no es para «cumplir» con Dios. Y esto tú lo debes tener bien claro, para que les enseñes correctamente a ellos. 

Estudiamos la Biblia para conocer a nuestro amigo amado. Por tanto, la meta no es leer un capítulo diario o 5, o hacer el año bíblico; es enseñarle a ver a Dios en cada una de sus páginas. 

No permitas jamás que una lectura bíblica sea solamente eso. Tiene que ser el momento de aprender al menos un gramo más sobre Jesús. Para eso debes aprender a realizar preguntas profundas, reflexivas, siempre relacionadas con el diario vivir de tu hijo, contribuyendo así para que él comprenda cómo Dios le habla a través de la Palabra. 

Dar espacio

No tengo espacio para decirte todo cuanto quisiera. Pero si aplicas estos consejos el cristianismo no será aburrido para tus chiquillos, al contrario, será siempre dinámico. Dios será para ellos una persona hermosa, un amigo, un padre, y nadie le robará su lugar.

Cuando lleguen a la adolescencia y juventud Jesús no será una costumbre o una obligación, será el fundamento de sus vidas; no se imaginarán a ellos mismos lejos de él, pues está muy arraigado en sus corazones.

Necesitas entender que debes estimularles a tomar sus propias decisiones con la ayuda de Dios. No podrás estar siempre allí para ellos, por eso debes irles dando la oportunidad para que ejerciten escoger el camino del Señor por sí mismos desde temprana edad. 

Si los llevas siempre tomados de la mano sin permitirles decidir, correrán el peligro de escoger el camino equivocado en el futuro, cuando se vean libres de tu influencia directa. Hasta ahora han adorado a tu Dios porque se los mandabas, pero ellos mismos no lo han convertido en su Dios con sus decisiones.

Un hijo que se queda en la iglesia por obligación no está en mejor condición que el hijo que se va de ella. Ambos están separados de Dios. 

Por eso tu gran misión es ayudar a tu hijo a ver, comprender y disfrutar todo lo maravilloso que podemos encontrar en Jesús; y decidir por él. En vez de obligarle arbitrariamente a seguir tus pasos. 

Promesa Divina

El versículo termina diciendo “Aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. 

Esto no es una promesa inequívoca, pero es una garantía para el padre que asuma el desafío de la paternidad con todo el empeño y el compromiso que se merece. 

Si amas a Dios con todo tu corazón y te esfuerzas en acompañar a tu hijo por el mismo camino que tú recorriste hacia el salvador, ese entrenamiento no quedará sin fruto.  Aun si un día él se aparta de la fe, la huella que habrás dejado en su memoria nunca será del todo borrada, y en cualquier momento Dios la usará para atraerle una vez más a la senda de amor que le mostraste. 

Te digo, vale la pena invertir todo en la paternidad, porque es uno de los pocos desafíos que disfrutará de una recompensa eterna. Qué hermoso sería que un día tus hijos dijeran como Juan Paton: 

Mi padre anduvo con Dios, ¿Por qué no puedo andar yo también con Él?