En 2016 ocurrió una de las mayores hazañas conocidas en el mundo del deporte. Leicester City, después de 130 largos y accidentados años de historia, conquistó por primera vez un título de campeón de la Barclays Premier League.
Jamás en mi vida he seguido un suceso como éste. En el deporte a menudo acontecen sorpresas que pocos vaticinan, pero esta constituye todo un precedente que marcó la historia del fútbol inglés.
Todos los detalles que se entretejen en la historia, especialmente en la última década, le dan todavía más espectacularidad. Cuando se mira de cerca, la sorpresa que este club dio al mundo entero es sencillamente asombrosa e impredecible.
En 2007 Leicester se encontraba en una tétrica situación económica con una deuda de casi 30 millones de euros, lo que le condujo a varios cambios muy seguidos de dueño, directiva y plantel.
Un año después, en 2008, como si las cosas no estuvieran suficientemente mal, el equipo descendió hasta la 3era división de Inglaterra. Luego de cuatro años, en 2011, logró retornar a la primera división.
El respiro no duró mucho tiempo. Las 4 temporadas que estuvieron en primera después de su ascenso estuvieron en riesgo de descender nuevamente. Hasta que en 2015 finalizaron la campaña tan sólo a 6 puntos del Hull City, quien tuvo que jugar las siguiente temporada en 2da división.
Sin embargo, con sólo un año de diferencia pasó de estar en el sótano de la tabla a estar a la cabecera, llevándose el título y triunfando por sobre equipos como el Manchester City, Manchester United, Chelsea y Liverpool a mediados de 2016.
Su campaña fue nada menos que impresionante e inspiradora, dejó a todo el mundo deportivo de pie y boquiabierto. ¿Cómo era posible que un club en esas condiciones, con un plantel más bien modesto, se consagrase campeón en una liga tan desafiante como la Premier?
Un gran ejemplo de que las «cenicientas», con buena preparación, garra y esfuerzo, también pueden triunfar por sobre los grandes.
Sin embargo, lo que nos incumbe aquí es que el grito de victoria del Leicester también representó el gran lamento de las casas de apuestas.
A medida que el campeonato avanzaba y las esperanzas del Leicester crecían, se fue conociendo que sólo unas 47 personas cometieron la «locura» de apostar a principio de temporada por la hazaña inaudita.
De todos los aficionados al fútbol inglés, expertos, reporteros, analistas, e incluso dentro de los propios fanáticos de Leicester, sólo 47 personas pensaron que había probabilidad alguna de que fuera campeón. ¡Y tampoco fue que jugaron grandes sumas!
La mayor apuesta que llegó hasta el mes de Febrero era de 64 euros, ¡Y su autor fue un hombre en estado de ebriedad! De resto, las cantidades que estos «soñadores» pusieron sobre la mesa iban desde 1 hasta 50 euros.
La hazaña era tan improbable, que la tasa significaba una recompensa de casi 6.300 euros por cada 1 que se había abonado. Eso significa que aquella persona que apostara 1 euro, en caso de ganar recibiría 6.300 a cambio.
Los estudiosos de las apuestas dicen que esta tasa era equivalente a las probabilidades, según la opinión de la gente, de que Elvis Presley estuviera vivo, o Kim Kardashian fuese elegida presidenta. ¡Simplemente imposible!
El tiempo fue transcurriendo, y al advertir que la hazaña al parecer no era tan improbable, las casas de apuestas empezaron a negociar con estos «soñadores» para que retiraran sus apuestas. Pactaron acuerdos con ellos con montos de 5.000, 10.000, 20.000 y hasta 50.000 euros.
Sin embargo, 22 personas no quisieron hacer caso del dicho del “pájaro en mano”, y perseveraron hasta el final con su apuesta. Finalmente no solo celebraron el increíble triunfo de su equipo, sino que también celebraron su lotería; pues la gran mayoría de ellos acabó ganando más de 100.000 euros.
Así se fraguó quizás la más grande pérdida de la historia para las casas de apuestas, quienes tuvieron que pagar cerca de 3,8 millones de euros a estos fieles soñadores.
¡Tremenda recompensa para la fe que tuvieron en su equipo al principio de temporada!
Entre los que decidieron retractarse se encontró el fanático ebrio que apostó 64 euros. En marzo le ofrecieron un trato por 93.000 euros, el cual aceptó. Con una cantidad como esa, ¿Quién lo pensaría?
Pero si ese hombre no hubiera cedido, si hubiese permanecido inamovible en su esperanza de ver al Leicester levantar el trofeo, se habría embolsado a final de temporada casi 400.000 euros.
Este caso icónico de la historia del fútbol ilustra de forma muy interesante la fe y sus recompensas. Aunque ningún pronóstico sugería que Leicester tenía siquiera posibilidad de terminar en puestos de Champions; esos aficionados confiaron en su equipo.
Quizás al principio no era más que una ilusión, pero decidieron creer.
Imagino a alguno de ellos llegando a casa para contar lo que acababa de hacer. Su esposa le diría “Pero, Carlos, ¿No podríamos haber usado esos 20 euros para otra cosa? ¿No crees que fue prácticamente tirarlos a la basura?”.
Pero él tenía fe.
Más tremendo habrá sido cuando llegaron las ofertas de la casa de apuestas. ¿Continuaría creyendo firmemente que su equipo podría ganar, o decidiría aferrarse al dinero ofrecido?
Algunos dudaron, como aquel hombre, y prefirieron tomar el trato. Pero los que se aferraron a su esperanza, recibieron la recompensa.
Puedo imaginarme a los directivos del Leicester analizando su fanaticada tratando de definir 10 personas para premiarlas regalándoles entradas gratuitas para toda la temporada. De seguro, los primeros en ser considerados serían aquellos 47 que tenían ese nivel de confianza en su equipo.
Pero de ellos, ciertamente los 10 electos serían parte de los 22 que permanecieron hasta el final. Ellos rehusaron la sola ganancia, pues sabían que su equipo era capaz de llevarlos a ganar más.
La fe de ellos quedó demostrada por sus decisiones. Que, aunque tal vez en algún punto sintieron dudas, no vacilaron en su confianza. Y al final, fueron vencedores.
Nos preguntamos, ¿Por qué es imposible agradar a Dios sin fe? ¿Por qué es necesario acercarse a Él creyendo que recompensa a quien le busca? ¿Quiere decir que si no tengo fe, Dios no se agrada de mí? ¿Cuál es el mensaje de Hebreos 11:6 para la vida del cristiano?
Un equipo valora a sus seguidores que creen en ellos aun cuando la perspectiva es desoladora. En el caso de Dios, ¿Es igual?
Dios recompensa y galardona
Creo que Dios tiene favoritos.
¡¿Cómo va a ser?! Sí, lo creo.
Pero ya va, no me malentiendas. Quiero explicarte por qué lo creo.
Dios ama infinitamente a cada ser humano que ha creado. Tú, aunque sientas que nadie en este mundo te ama, Dios sí lo hace. Y mucho. Es más, no podemos medir con una escala terrenal la magnitud del amor de Dios por cada ser humano.
Como les ama de tal manera, a cada una de sus criaturas también les ha extendido la oportunidad de acercarse a Él y disfrutar de los preciosos privilegios de vivir una vida a su lado, muy cerca, desde esta tierra.
Permíteme repetirlo: ¡Todos tenemos esa oportunidad!
Es como si Dios se parara delante de la puerta de su casa con un cartel que dice «Todo el que quiera puede pasar y disfrutar de una buena cena, trato amable, un cuarto cómodo, manjares suculentos, mucho afecto, y grandes sorpresas».
Algunos lo ven allí de pie con el cartel y siguen de largo; mientras que otros se detienen y aprovechan la oferta.
Estas personas que deciden no solamente pasar una noche, sino quedarse a vivir en la casa de Dios, llegan a formar parte de su grupo selecto o especial.
Aunque Dios ama a todos infinitamente, no todos disfrutan de todos los privilegios que Él quiere dar, sencillamente porque no los han querido. O en su defecto, quieren los privilegios pero no desean la amistad de Dios.
Es lógico entonces que aquellos que ansían la amistad de Dios, y encuentran placer en conocerle y amarle, gocen de los privilegios que Dios ha deseado dar a toda persona que los quiera.
Por esto Enoc fue llevado al cielo sin ver muerte al igual que Elías; por esto Abraham fue llamado “Amigo de Dios” (Santiago 2:23), y El Señor incluso le concedió privilegios como cuestionar sus decisiones (Génesis 18).
Por esto Dios escuchó las peticiones «atrevidas» de Moisés (Éxodo 32-34), y lo llevó al cielo después de morir; David fue llamado “varón conforme al corazón de Dios” (Hechos 13:22), y Job fue el primero que le vino a la mente para «lucírselo» a Satanás (Job 1:8).
Estos son algunos de los ejemplos más conocidos de la escritura, pero nos ayudan a entender que aquel que da click «confirmar» a la «solicitud de amistad» Divina, recibe también las recompensas que Dios ha provisto para sus amigos.
No quiere decir esto que Dios derrama bendiciones sobre los que le son cercanos, y las retiene a los lejanos. No. De hecho, no siempre sus amigos recibieron lo que denominaríamos humanamente «bendiciones».
Pero sí quiere decir que contarán con el favor especial de Dios aun cuando las cosas no salgan aparentemente bien. En ese caso, su privilegio es saber que su amigo Dios está al control de toda situación. Por tanto, siguen avanzando sin miedo.
El primer paso para comprender Hebreos 11:6 es entender la naturaleza de la “recompensa” de Dios. Si intentáramos encontrar en las vidas de los amigos de Dios puras recompensas según nuestra perspectiva, quedaríamos chasqueados.
Más bien, mientras más cercano eres de Dios, parece que más severamente eres probado.
Es interesante que en el mismo contexto de Hebreos 11:6 es difícil discernir dónde estuvo la recompensa para muchos de los fieles.
Abel fue asesinado, Abraham nunca tuvo un lugar donde morar, la vida de Jacob fue mucho más dolor y tristeza que alegría, Moisés no entró a la tierra que tanto se le había prometido, y ni hablar de los que “experimentaron oprobios, azotes, prisiones, cárceles” o fueron “apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada” y anduvieron “angustiados y maltratados” (11:36-37).
¿Esas son tus recompensas, Dios?
Si el autor de Hebreos está en lo cierto, entonces debemos buscar la “recompensa” en otro lugar, y no tanto en las bendiciones terrenales.
Creo que la clave está en las dos reflexiones que inserta el autor dentro de la gran galería de la fe. En 11:13-16, y en 11:39-40 reflexiona en que ninguno “recibió lo prometido”, aunque alcanzaron “buen testimonio mediante la fe”.
Es decir, Dios invita al ser humano a una relación viviente con Él, y la recompensa principal es esa relación misma. La recompensa para los que le buscan empieza con ser “Dios de ellos” (11:16). Me acerco a Dios y recibo los privilegios de ser suyo, pertenecerle, ser su hijo.
La mayor recompensa en este mundo es saber que tengo a Dios como mi amigo.
En segundo lugar, Dios promete recompensas que en gran medida exceden la vida terrenal de los individuos.
La recompensa comienza por mi experiencia cercana con Dios en este mundo, y alcanza hasta una patria mejor, “la celestial” (11:16). Lo mismo puede notarse en las Palabras de Jesús en Mateo 19:29.
Por esto, concluimos que Dios recompensa a sus amigos. Recompensa a todos los seres humanos que responden a su llamado. No ha puesto límites para esta relación: si busco más de Él, recibiré más de Él.
Pero esta recompensa no es a menudo material. Su naturaleza se resume en dos partes: Una ahora, mientras vivo con Dios soy recompensado por saberme posesión suya y todo lo que eso implica; y la otra más allá, cuando habite en su presencia, en su hogar perfecto.
Entonces, si Dios recompensa a sus amigos, a aquellos que se acercan a él, ¿Cuál es el requisito para formar parte de ese grupo selecto?
Sin fe es imposible agradar a Dios
En Hebreos 10:38 el autor cita a Habacuc diciendo que “el justo vivirá por fe”. Esta «fe» es el resumen en una sola palabra de lo que ya había dicho en los versos 35 y 36: Aferrarme a la confianza que tiene gran recompensa (dimensión futura), y paciencia en hacer la voluntad de Dios (dimensión presente).
Por tanto, en Hebreos 11 no entendemos la fe únicamente como la convicción de la recompensa futura, sino también la experiencia de la recompensa presente. Mientras espero el regalo de estar con Dios cara a cara, vivo a su lado en el presente y haciendo lo que a él le agrada.
Es por esto que se usa la expresión “vivirá por fe”, porque la fe es la carrera completa. Empieza por la fe y termina con la fe (Romanos 1:17). Vivo en estrecha amistad con Dios por la fe, y por la misma fe obtendré la promesa (Hebreos 11:36).
Así las cosas, después que el autor ha definido la fe como la confianza o la convicción en lo que no se ve (Hebreos 11:1), dice luego que por la fe “alcanzaron buen testimonio los antiguos” (v. 2). La convicción de una recompensa futura, nos santifica en la voluntad de Dios en el presente; ¿resultado? El testimonio es fiel.
Ahora, ¿Por qué sin fe es imposible agradar a Dios?
Pongamos atención en el verso 5. Antes de ser traspuesto Enoc, “tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. Este verso es de gran importancia para entender el verso 6 y el capítulo entero.
Debemos notar algunos detalles. En primer lugar, la vida y la traslación de Enoc fueron producto de su vida de fe. Pero, ¿Qué clase de fe? ¿La convicción en lo que no se ve? Parece que no es solo esto.
Enoc dio testimonio de haber agradado a Dios. Este “testimonio”, al igual que en el verso 2, se debe tratar de un modo de actuar visible para su generación.
A fin de cuentas, si la fe de Enoc hubiese sido simplemente una confianza en su interior, sin llevarlo a Dios en el presente, la gente podría preguntarse: ¿A esta clase de personas Dios se las lleva al cielo?
Más bien, esta clase de testimonio Enoc y los fieles dieron nos ayuda a entender qué significa en los versos 5 y 6 “agradar a Dios”.
No se trata tanto de la actitud de Dios hacia el hombre (Algo así como: “¡Este sí me cae bien!”). Más bien, consiste en la evidencia objetiva de una persona que anda en la “voluntad de Dios”, el camino que a Él agrada.
Una persona puede dar testimonio de agradar a Dios cuando claramente todos ven que esa persona obra de acuerdo a los parámetros Divinos. Por supuesto, mientras vivimos en estos parámetros, en amistad con Dios en esta tierra, tenemos también la garantía de ser agradables a sus ojos.
Enoc “tuvo testimonio de haber agradado a Dios. Pero sin fe es imposible agradar a Dios”. Debiéramos leer el final del verso 5 junto con el principio del 6, porque la relación es obvia.
Si entendemos en el verso 5 el “testimonio” como algo notorio, y el “agradar a Dios” como una evidencia objetiva de armonía con la voluntad de Dios; entonces debemos concluir que la fe de Enoc se trata de la clase de fe que hemos descrito: Confianza en el futuro, que nos lleva hacia Dios en el presente.
Y si esto es así, entonces el verso 6 es claro.
Sin fe, es decir, sin la confianza en cosas que no vemos que nos atrae a una amistad estrecha y nos habilita para hacer la voluntad de Dios, es imposible alcanzar esta clase de testimonio.
Solo la determinación de aceptar la invitación de amor Divina, nos capacita para vivir una vida de obediencia verdadera.
Resumimos hasta aquí: La única manera de agradar a Dios y dar buen testimonio es a través de la fe. Todo «héroe» de la antigüedad se relacionó con Dios de esta manera, confianza y entrega. Sin esta clase de fe, es imposible andar en la voluntad de Dios.
El que se acerca a Dios
Con lo que hemos dicho hasta aquí, la conclusión del pasaje se vuelve algo totalmente claro.
Sin una firme convicción en cuanto a las cosas que no se ven y una actitud de completa entrega a Dios es imposible serle agradables, porque no podremos andar en armonía con su voluntad. Lo uno lleva a lo otro. La fe a la obediencia y el testimonio.
Y para acercarme a Dios, debo creer que existe y que recompensa (doblemente) al que le busca; es decir, debo hacerlo en fe.
El razonamiento es el siguiente: Si los antiguos pudieron alcanzar buen testimonio por medio de la fe, entonces sólo por ella es posible acercarse a Dios y agradarle. Y solo por la fe (convicción y actitud) puedo disfrutar de la recompensa de Dios en el presente mientras espero la futura.
Así, este pasaje no muestra en sí un requisito para acercarse a Dios. No se trata de “antes de venir a Dios, asegúrate de tener fe”. El texto revela lo que está sucediendo cuando te acercas a Dios: Estás confiando en su existencia, y en la recompensa que de Él recibes; estás teniendo fe.
Enoc agradó a Dios a través de la fe, pues solo por ella es posible. Y nosotros, al buscar a Dios, lo estamos haciendo por medio de la fe, pues es el único camino.
La fe, por tanto, no es mayormente algo que se tiene, es algo que se hace. Tenemos fe, es cierto; porque creemos en lo que no vemos. Pero en grado más elevado hacemos fe, porque vivimos con Dios y para él.
No se trata de “Ah, yo no tengo suficiente fe, Dios no se agradará de mi”. Se trata de “Dios, deseo responder a tu invitación y ser tu amigo, creer en tus promesas y vivir en ti. ¿Puedes ayudarme a hacerlo y así cumplir tu voluntad?”.
Resumimos. El pasaje deberíamos entenderlo de esta manera:
“Y antes que fuera traspuesto, tuvo testimonio de haber agradado a Dios; pero sin fe es imposible agradar a Dios. Porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe y que recompensa a los que le buscan” (Hebreos 11:5-6).
En la primera cláusula, usando el ejemplo de Enoc, el autor muestra cómo agradaron a Dios los antiguos: Por su relación de fe. Porque sin esta relación, es imposible hacerlo.
En la segunda cláusula describe por qué es imposible: cuando buscamos a Dios, lo estamos haciendo con fe; porque estamos creyendo que existe y recompensa.
Cómo tener fe
Considero que después de lo dicho hasta ahora no debemos suponer que detrás del cartel de invitación de Dios hay una posdata que dice: «¡Pero sin fe no se acerque!».
Más bien, desde el momento que damos nuestro primer paso hacia Dios, lo estamos haciendo gracias a la fe.
Si la fe no es algo que se tiene sino algo que se hace, si la fe es el camino completo que se transita, si la fe es lo presente y lo futuro, entonces la pregunta no es ¿cómo hago para tener fe? La cuestión es ¿por dónde comienzo?
Te diré que todo comienza por una decisión, «quiero ser tuyo, oh Dios». Y aunque en ese instante tu convicción acerca de lo que no ves puede ser limitada, tu actitud de entrega a Dios puede ser completa.
Así, de manera tan sencilla, al acercarte a Dios tímidamente como alguien que quiere conocerle y compartir con él, estás ejerciendo la parte más importante de la fe: La relación presente. Porque solo el día a día de la relación presente engendra una firme convicción en la seguridad de las promesas.
Empiezo a caminar por la fe con Dios, y aunque no siempre mi confianza sea absoluta, El Señor acepta la voluntad de entrega como lo mejor que puedo darle, y continúa cumpliendo en mi vida su voluntad.
Es por eso que el autor de Hebreos puede interpretar las historias de la concepción de Sara (11:11) y la huida de Moisés de Egipto (11:27) como fruto de la fe. Nosotros difícilmente las veríamos originalmente de esa manera, porque ninguno de los dos parece haber manifestado mucha «confianza».
Pero cuando vemos la fe como el camino que una persona transita al lado de Dios, entendemos que aunque en él muchas veces su confianza es limitada y su panorama de las cosas es cerrado, El Señor continúa obrando en su vida lo que Él desea.
Es decir que la fe en Hebreos a veces, incluso, es todo lo contrario a un requisito. Es casi una garantía.
Me acerco a Dios relacionándome con él en fe, y el Señor recompensa mi búsqueda dirigiendo mi vida en el presente hacia su voluntad aún a pesar de mi confianza falible.
Una y otra vez llegaremos a la misma conclusión: El único requisito de Dios es un corazón dispuesto. Dispuesto a acercarse, dispuesto a entregarse, dispuesto a aprender a creer y confiar, dispuesto a darle el control de la vida.
Al acercarnos a Él con una disposición así, de andar humildemente con Dios permitiéndole que nos enseñe cómo vivir, estamos ejerciendo completa fe.
Por supuesto, en esta experiencia diaria de fe, creer y confiar en Dios será imprescindible. Es imposible avanzar hasta el fin del mundo junto a una persona si no se confía en ella al menos un poco.
Creer en Él y en sus promesas es necesario. Pero Dios no nos pide que creamos plenamente antes de ir a Él; nos pide que vengamos a él, y nos enseñará a creer más.
Al crecer nuestra confianza, también crecerá el alcance de lo que Dios podrá hacer en y a través de nosotros.
Conclusión
47 fanáticos del Leicester tuvieron fe en su equipo, y fueron recompensados de una u otra manera. Algunos más, otros menos. Muchos más probablemente también creían, pero no estaban dispuestos a arriesgar dinero en algo tan incierto.
No estamos a favor de las apuestas y la lotería, pero sí quiero motivarte a apostar por Dios.
Quizás no tendremos la confianza como para apostar todo nuestro dinero en un principio, pero podemos apostar algo. Esa entrega y confianza, aunque pequeña, será recompensada.
Mientras mayor sea nuestra cercanía, mayores serán las recompensas. Si apostamos más en esta relación, también recibiremos más de los privilegios, los dones, el gozo y la amistad con el Salvador.
Él anhela darnos todo, pero dependerá de lo que nosotros queremos, decidimos, confiamos y entregamos. No hay ningún requisito, la condición es dar el primer paso: «Jesús, quiero ser tuyo hoy».
“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hebreos 10:39).