Versículo para memorizar. Filipenses 2:5-7. “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”
Para descubrir el gozo de participar en la misión y hacer amigos para Jesús necesitamos dar un paso de fe. Con su ejemplo, Jesús nos mostró el camino a seguir. Un camino que otros han recorrido ya. El gozo no está solo en la recompensa final, sino también a lo largo del camino: el gozo de ver cómo otros aceptan a Jesús como su Salvador personal.
EL AMOR ALTRUISTA DE JESÚS
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5).
A pesar de ser igual a Dios, Jesús decidió “vaciarse” de su dignidad, abandonar su puesto en el Cielo como Rey del Universo, y tomar forma humana (Fil. 2:6-7). Ni siquiera nació como un hombre eminente, sino como un humilde servidor. Y aún dio un paso más allá: su sometimiento a la voluntad de Dios le llevó a la muerte en la cruz por amor a nosotros (Fil. 2:8). Por este amor abnegado, Dios “le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre” (Fil. 2:9). Pero su mayor alegría no fue la exaltación obtenida (o mejor dicho, recuperada), sino que “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Is. 53:11). Al seguir los pasos de fe de Jesús, nuestra mayor alegría será ver almas que entregan su vida al Salvador y, al fin, compartir la vida eterna con Jesús.
LLAMADOS A COMPROMETERSE
“Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron” (Mateo 4:20).
Después de haber seguido por algún tiempo a Jesús, Andrés, Pedro, Juan y Jacobo fueron llamados a seguirle “a tiempo completo”. Jesús les invitó a dejar de pescar peces y convertirse en “pescadores de hombres” (Mt. 4:19). A partir de ese momento, dejaron todo para compartir con los demás el amor de Jesús. Otro hombre que fue llamado a dejar todo por Jesús fue Leví Mateo. Jesús sabía el anhelo de su corazón y lo llamó a dejar atrás una vida cómoda, pero poco satisfactoria, por una vida con propósito y llena de satisfacciones (Mateo 9:9). Nosotros también queremos vivir para algo que valga la pena, para un propósito más grandioso y noble. Por lo tanto, respondamos al llamado de Cristo a seguirlo.
PABLO: INSTRUMENTO ESCOGIDO POR DIOS
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2ª de Timoteo 4:7),
¿Quién escogería como su heraldo y persona de confianza a su peor enemigo? Saulo (Pablo) es un ejemplo más de aquellos que nadie, excepto Jesús, elegiría como evangelistas. ¿Cómo pudieron llegar a ser grandes predicadores un endemoniado, una samaritana, una prostituta, un recaudador de impuestos, “incultos” pescadores o un acérrimo perseguidor de cristianos?
La gracia de Dios transformó sus corazones y se entregaron de lleno a contar a otros las grandes maravillas que Dios había hecho en su vida. Desde su encuentro con Jesús, Pablo nunca dejó de mirar hacia la meta. Dedicó TODA SU VIDA a la predicación del evangelio.
LAS EXIGENCIAS DEL AMOR
“Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:17).
Pedro había cometido un pecado terrible: había renegado de Jesús (Mr. 14:66-72). Se sentía incapaz de seguir hablando a los demás de Jesús. Pero Jesús conocía el corazón de Pedro y sabía que seguía amándolo. Por eso, tres veces le pidió que diese testimonio público de su amor por Él. Junto a la reconstrucción de su confianza, Jesús le dio a Pedro una misión: pastorear su iglesia y predicar el Evangelio. En definitiva, mostrar su amor en acción. Puede ser que hayas fallado desesperadamente a tu Señor. Es posible que lo hayas negado por tus acciones más de una vez. La buena noticia es que la gracia todavía está disponible, y Dios aún no ha terminado contigo. Todavía hay un lugar en su obra para ti, si estás dispuesto.
EL COMPROMISO DEL AMOR
“En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1ª de Juan 3:16).
Al restaurar a Pedro, Jesús le ofreció la alegría más grande de la vida: ver almas ganadas para el Reino de Dios. Pedro comenzó a ver frutos con su primer sermón, el día de Pentecostés (Hechos 2:14-41). Demostró con acciones el amor que había testificado de palabra ante Jesús y los otros apóstoles. Pero el amor y el gozo tienen un precio. Pedro daría su vida por ese amor (Juan 21:18-19). Como más tarde explicó Juan, el amor es sacrificio, sacrificio abnegado que no espera recompensa. En realidad, cuando estemos en compañía de Jesús y los salvados (incluidas aquellas personas a las que llevamos a Sus pies), nada de lo que hayamos hecho en esta tierra nos parecerá un sacrificio. Valió la pena seguir a Jesús aquí.
Nota de EGW: “Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran compasivos, considerados, abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por la causa de la verdad. En su asociación diaria, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por despertar ese sentimiento en otros corazones” (Los hechos de los apóstoles, pg. 437).
en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”