¿Cuál es la responsabilidad de la iglesia en el cuidado de la creación?

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En los últimos años las protestas relacionadas con el activismo ambiental han aumentado en masa. Pero la naturaleza de las manifestaciones son variadas, desde movimientos sencillos y aceptados por la comunidad en general, hasta movimientos radicales y controversiales.

Uno de los más conocidos a nivel mundial es La hora del planeta. En 2007, la organización World Wide Fund for Nature (WWF) se alió con la agencia publicitaria Leo Burnett y la alcaldía de Sídney, Australia, con el fin de crear un proyecto que estimulase a los australianos a unirse en la concientización del cambio climático.

La hora del planeta consiste en el apagón eléctrico voluntario y simultáneo de casas, empresas y ciudades enteras durante una hora. Lo cual, aunque no produzca un cambio importante en la condición ambiental, tiene el fin de involucrar a todos los habitantes en una visión común.

Ese primer año en Sidney se realizó el 31 de marzo desde las 20:30 hasta las 21:30. A continuación se unió la ciudad de San Francisco, un año después las ciudades participantes se multiplicaron. Y el número siguió aumentando en 2009 y posteriores.

Actualmente, La hora del planeta ha inscrito más de 7.000 ciudades, en alrededor de 180 países. El apagón se realiza el último sábado del mes de marzo, entre las 20:30 hasta las 21:30hrs.

Este es un buen ejemplo de una protesta mundialmente aceptada. Por otro lado, organizaciones como Greenpeace han llegado a efectuar manifestaciones de tan alta temperatura, que les han ganado la enemistad de gobiernos y macroempresas. 

Entre ellas estuvo la moratoria ballenera de 1986, con la cual obstaculizaron y asediaron a los barcos balleneros hasta poner fin de facto a la caza de ballenas.

Luego estuvo “Brent Spar”, en 1995. La petrolera Shell planeaba hundir una plataforma en el mar, y Greenpeace procedió movilizando a la población alemana a boicotear las estaciones de servicio de la Shell, hasta que esta se retractó de hundir la plataforma. 

En otra oportunidad dejaron un «regalito» frente de la embajada de Japón en Alemania, una ballena muerta de 17 pies de largo y 20 toneladas. En 1981 ocuparon durante 26 horas una chimenea en una planta química fabricante de herbicidas e insecticidas, que estaba produciendo residuos de dioxinas cancerígenas en el proceso. 

Finalmente, en 2006, los escaladores de Greenpeace colgaron un cartel gigante sobre el brazo derecho del Cristo Redentor en Río de Janeiro, que se leía: “El futuro del planeta está en tus manos”.

Es admirable cuando una persona lucha por lo que cree correcto. En este caso, los activistas razonan que si este planeta es su hogar, hay que defenderlo con valentía. 

Ahora bien, ¿cuál debiera ser la postura del cristiano en cuanto a este asunto? ¿Debiéramos unirnos con los activistas, o permanecer en la indiferencia?

La convicción en cuanto al planeta

Para los ecologistas la Tierra significa lo suficiente como para emplear su vida defendiéndola. Es interesante, su filosofía tendría que entenderse de la siguiente manera: Este es el mundo donde vivo, y es donde vivirán mis hijos, nietos, bisnietos, etc… 

Si deseo que todavía haya mundo para ellos, hay que luchar por la Tierra hoy. Mi vida vale que exista un planeta para ellos. 

Es la única filosofía que sería aceptable para un ecologista. Aunque probablemente muchos se involucrarán en estos movimientos con fines de lucro, reconocimiento, o simplemente por tener una causa que les dé sentido a sus vidas. 

Ahora bien, si este razonamiento es correcto entonces el ambientalismo tiene una base completamente sólida. Y todos los cristianos debiéramos ser los primeros en involucrarnos en su activismo. 

Pero no es congruente con la revelación bíblica.

La convicción bíblica en cuanto al planeta

El Señor diseñó en el principio un mundo perfecto como hogar para el hombre y demás seres vivos. Y según el registro bíblico, las primeras palabras que recibió el ser humano después de ver por primera vez la luz del día fueron la comisión del cuidado del mundo y los animales (Génesis 1:28-30). 

La idea que se infiere detrás de este mandato de cuidado es, por supuesto, la permanencia del planeta y sus ecosistemas. No podemos saber qué había en la mente Divina, pero probablemente era su plan que el hombre se desarrollara, creciera y administrara para siempre la creación. 

Y así como el plan Divino implicaba la subsistencia y la eternidad del hombre, también contemplaba la eternidad de la creación.

Sin embargo, como mayordomo de la creación, cuando el hombre peca no solamente acarrea maldición sobre él, sino también sobre todo aquello comisionado bajo su autoridad: “maldita será la tierra por tu causa” (Génesis 3:17). 

El hombre iba a ver muerte (v. 19), es decir, no sería más eterno; y por ende, la Tierra tampoco. Estarían destinados a perecer.

Ahora bien, el mismo Dios que formó con amor al hombre, también obró y planificó su redención. La redención implicaba la nueva adquisición de aquello que le perteneció en un principio, pero a la vez también una transformación. 

Pues el hombre, manchado de pecado, con un cuerpo carnal, y bajo las consecuencias degradantes de más de 6.000 años de maldad e involución, debía ser renovado nuevamente a la semejanza Divina. 

Es por eso que Pablo habla de ser libertados del pecado (Romanos 6:18), pero también de la redención de nuestro cuerpo (Romanos 8:23). 

La salvación no significa solamente el perdón del pecado y la restauración del carácter, significa también la liberación del cuerpo físico mortal y pecaminoso, sorbido en la re-creación (1 Corintios 15:49-54).

Esta redención que abarca el ser integral del hombre (lo físico, mental y espiritual), también abarca la creación maldita por el pecado. El hombre es el objeto del amor de Dios, pero no quiere decir eso que la creación no sea importante a los ojos del creador.

De hecho, la Escritura testifica que los pajarillos y los lirios del campo son también objeto del cuidado Divino (Mateo 6:26-33). La tierra entera y todo cuanto la habita fue creada con suma dedicación, y debido a eso ocupa una parte en el gran corazón del Rey del universo.

¿Recuerdas alguna vez donde hayas durado 1 semana, 3 semanas, 2 meses, 6 meses o un año trabajando en un proyecto con todas tus fuerzas y energías hasta que por fin lo finalizaste? Quizás escribiste un libro, pintaste un cuadro, formaste una empresa, o cualquier cosa. 

Te pregunto, ¿qué significa eso para ti? Y ¿Cómo te sentirías si se perdiera, dañara o derrumbara?

Ahora intenta imaginar cómo sería la actitud de Dios hacia su creación perdida, y elévalo a la centésima potencia. ¡Dios ama al hombre, pero también ama a cada animal que creó, a cada ser vivo, a la tierra, a todo! Todo salió de sus manos con grandes expectativas, y todo recibe su tierna consideración.

Es por eso que la redención abarca todo, desde el hombre hasta el mundo natural y el planeta. En el mismo capítulo 8 de Romanos Pablo explicita que “la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (v. 21). 

Dios redime al hombre de la mancilla que el pecado ha causado, pero también al mundo que creó. Dios transformará al hombre a su gloria original, pero también al mundo que creó. 

La perspectiva bíblica entonces afirma que así tal cual el hombre será mudado de su cuerpo de humillación en semejanza de la santidad y majestad de su salvador (Filipenses 3:21), también los cielos y la tierra que hoy conocemos serán desechos, y recibiremos según su promesa un mundo re-creado (2 Pedro 3:7, 10-13; Apocalipsis 21:1, 5; 22:3).

Leemos a Juan incluso diciendo claramente “y no habrá más maldición” (Apocalipsis 22.3). Y varios de los detalles con los cuales describe la Ciudad Santa parecen hablar de un nuevo Edén. La creación entera nuevamente reposará en la paz del Señor, con la cual fue creada.

Una tierra con fecha de caducidad

¿Cuáles son las implicaciones de la perspectiva bíblica en cuanto al ser humano, la creación, y el planeta? La respuesta es que tienen fecha de caducidad. 

El ser humano podrá perder ojos, piernas, brazos, le podrán cortar la cabeza, lo podrán acerrar o quemar hasta que sea ceniza, lo pondrán hundir en el mar y permanecer mil años bajo el agua, pero la Biblia dice que “el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el hades entregaron los muertos que había en ellos” (Apocalipsis 20:13).

Esto significa que no importa en qué condiciones quede el cuerpo humano al morir. No importa cuánto tiempo ha estado descomponiéndose o si regaron sus cenizas por el aire. Los redimidos estarán allí, completos y transformados. 

Se infiere, entonces, que tampoco es importante bíblicamente en qué condiciones quedará el mundo. De hecho, podemos suponer que quedará en condiciones espeluznantes. 

Solamente una mirada a las plagas que caerán sobre el mundo justo antes de la venida de Jesús nos da una idea.

El mar y toda fuente de agua convertido en sangre (Apocalipsis 16:3, 4), el sol calentará más, con consecuencias nefastas para el hombre y la tierra (vv. 8, 9), un terremoto como “no lo hubo jamás” (v. 18), islas y montes destruidos y arrojados al mar (v. 20), caída de granizo de 30 kilos (v. 21).

En realidad, hemos de suponer que el mundo quedará inhabitable. 

Se ha dicho que la descripción de Jeremías 4:23-27 habla de la condición final de la tierra en la venida de nuestro Señor. Desolada y vacía, sin luz en los cielos, montes temblando y collados destruidos, sin hombres ni animales, los campos fértiles convertidos en desierto, y ciudades asoladas.

Este mundo tiene fecha de caducidad. Le espera destrucción inminente en el fuego purificador. Lo que hoy conocemos ya no existirá más, Dios creará todo nuevo prácticamente desde el inicio. Y ya no será como es ahora, será hermoso, perfecto, sin sombra de maldición. 

El mundo será lo que Dios deseaba que fuese. 

La mayordomía y el ambiente

Después de observar que la perspectiva bíblica en cuanto al futuro del ser humano y de la creación en general es primeramente desoladora, para dar luego paso a la victoria y la gloria final, tenemos que definir qué curso de acción marca esto para el creyente.

En primer lugar, un razonamiento ecológico basado en la lucha por la subsistencia de la vida, es errado. 

Si todavía este mundo existe es porque Dios lo ha conservado, y lo seguirá conservando hasta que marque la hora el reloj Divino. No porque los seres humanos todavía no hayamos hecho lo suficiente como para dañarlo. 

Y en segundo lugar, no estamos esperando prorrogar nuestra vida en este mundo. Aunque si bien es cierto es nuestro hogar, Pablo dice que la “creación gime” con “dolores de parto” esperando la adopción (Romanos 8:22). ¡Ya no deseamos vivir en un mundo mancillado por el pecado! La misma naturaleza clama por la redención.

Pablo no escatima en afirmar que “Nuestra ciudadanía está en los cielos, de los cuales esperamos al salvador, nuestro Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). 

Es el mismo mensaje que transmiten dos himnos cristianos conocidos: “No puede el mundo ser mí hogar” porque “Cuánto anhelo llegar al celeste hogar”.

Por esto los cristianos no terminan de manifestar suficiente interés por los proyectos ambientalistas. La atención de la iglesia está enfocada en otra dirección: El cumplimiento de la misión que permitirá que mayor cantidad de seres humanos vean la salvación prometida. 

El propósito de Dios y de la iglesia no es salvar al planeta, es salvar al hombre. Dios puede hacer nuevo al planeta en cuanto lo desee, tiene el poder y la libertad para hacerlo. La renovación del mundo está asegurada. Lo que sí se está en tela de juicio son las decisiones que cada ser humano toma en favor o en contra de Dios.

Ahora, el hecho de que sea Dios quien sustenta la vida, que la esperanza del cristiano vaya más allá de este mundo presente, y que por lo tanto su misión sea enfocada en lo eternal y no en lo temporal, no exime al hombre de ejercer una sabia mayordomía.

La Biblia muestra que el ser humano fue comisionado mayordomo de la creación. Porque aunque se le dijo a Adán que señorease y sojuzgase la tierra (Génesis 1:26, 28), el resto del canon no deja de afirmar que “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y los que en él habitan (Salmos 24:1). 

El ser humano fue nombrado mayordomo del mundo, pero éste sigue perteneciendo al creador. 

Esto quiere decir que, así como en el momento que lo ve necesario el jefe pide cuentas al tesorero o administrador del negocio, también Dios pedirá cuentas a sus mayordomos (Mateo 21:34, 24:46, 25:19; Lucas 16:2).

En su rendición de cuentas, el hombre tendrá que explicar cómo utilizó cada recurso dado por el cielo, cada moneda, cada segundo, cada don, cada oportunidad de ayudar y servir, y también cómo trató la creación. Todo esto está incluido dentro de la mayordomía. 

Es debido a esto que el cristiano, aunque no se dedica a salvar el planeta, sí tiene el deber y la responsabilidad de cuidarlo y administrarlo con prudencia y amor. Al fin y al cabo, fue un regalo de su Padre para su felicidad y bienestar. 

Cada vez que un ser humano trata con descuido el mundo creado por el Padre eterno y amante, está faltando el respeto al creador. Cada vez que actúa con indiferencia, desgastando los recursos ambientales y haciendo daño al mundo, está violando el mandamiento de amar a Dios y amar al prójimo (Mateo 22:37, 38).

Amar a Dios significa apreciar lo que Él ha creado para mí, y amar a mi prójimo implica cuidar el entorno en el cual todos vivimos. Aunque el cambio climático quizás no me afecte aun directamente a mí, sí afecta directamente a mi prójimo en otros lugares. 

Por tanto, si como cristiano soy imprudente, tengo en poco el bienestar de mi familia terrenal, y si a la vez le digo a Dios «muchas gracias por el regalo» mientras lo tiro a la basura, entonces estoy actuando en completa desafinación con los principios del cielo.

Si alguno dijera «no es necesario cuidar el planeta porque Dios lo transformará», yo le preguntaría: ¿Entonces por qué comes? ¿Por qué vas al médico? ¿Por qué te preocupas por tu salud? ¿Acaso Dios no va a resucitarte con un cuerpo perfecto a pesar que mueras de inanición, deshidratación, diabetes o hipertensión?

Si la respuesta fuese «Dios me ha pedido que cuide mi cuerpo aún a pesar que piensa transformarlo», ¿esperamos una directriz distinta en el caso del planeta? 

En ambos casos no se trata del cuerpo o del planeta en sí, sino en la manera como hemos decidido valorar y administrar los dones de Dios, que legítimamente le pertenecen, y de los cuales somos simples mayordomos. 

¿Cuál debe ser la actitud del cristiano?

La actitud del cristiano en este aspecto está llamada a ser el equilibrio. Ni el extremismo radical, ni la indiferencia. 

Por un lado, el cristiano debe destacarse por defender los principios de una sana y perfecta convivencia en su entorno social y ambiental. 

Está consciente de que Dios le pedirá cuentas por su administración, y debido a eso, actúa con prudencia y dedicación cuidando lo que Dios le ha confiado. 

Esto no lo hace por una obligación, en realidad. 

Hace un tiempo una persona a quien aprecio mucho me dio un regalo muy sencillo, pero me dijo: “Este regalo representa el interés y el cariño que tengo hacia ti. Si lo cuidas y lo guardas, sabré lo que significo en tu vida.”

Si esa persona fuese “una más” para mí, probablemente no hubiese prestado mucha atención al detalle. Pero como le quiero, su regalo se volvió significativo, y lo cuido con mucho esmero.

¡Eso sucede con Dios! No cuidamos su regalo porque nos obliga a hacerlo. Podemos botar una bolsa de papel en el piso y no nos partirá un rayo. Pero si amamos a Dios, es natural cuidar lo que nos da; es natural apreciar sus dones, darles valor y tratarlos con interés. 

A medida que nos damos cuenta de la manera cómo Dios ha grabado su amor en cada parte del mundo natural para que podamos maravillarnos de su belleza y el interés Divino por el hombre, el mundo será para nosotros algo más importante y valioso.

Así que el cristiano se caracterizará por defender la creación de los abusos, y mostrar los principios de la mayordomía en su propia vida.

Pero por otro lado, el cristiano no dedica su tiempo, sus fuerzas y su existencia a este fin. Sabe que el mundo es un regalo de Dios, pero también sabe que su misión en la vida va mucho más allá de algo que está destinado a perecer. 

Su misión es glorificar a Dios, y bajo la influencia del Espíritu Santo guiar a toda persona al conocimiento del salvador. Dar a conocer el evangelio de Cristo utilizando los dones que se le han confiado. Honrar a su Rey amándole con todo su corazón, su alma y su mente; en esto entra la mayordomía, pero no lo es todo. 

Así que el cristiano practica la mayordomía, sirve a Dios con ella, representa ante el mundo sus principios, pero no vive para la mayordomía. 

Conclusión

Dios nos ha dado regalos muy valiosos que a veces no hemos estimado adecuadamente. El planeta es uno de ellos. 

Todavía es hermoso, y era mucho más hermoso antes del pecado. En él todavía puede verse la mano del esmerado Dios y creador que le dio forma pensando en ti. En mí. En nosotros.

No sé si tú acostumbras a tirar los regalos a la basura, pero yo no. He decidido cada día de mi vida agradecer a Dios por sus dones perfectos, no únicamente con mis palabras, sino con mis acciones. Amo Dios, y como le amo, cuido lo que me ha dado.

Mientras esperamos y anhelamos el mundo venidero, cuidemos el que tenemos; pues sólo así estaremos demostrando que somos capaces de administrar el venidero. Si no hemos sido buenos mayordomos en esta tierra, ¿cómo podrá el creador confiarnos más? No puede.

Aunque no sea nuestra misión salvar el planeta, el amor a Dios no precisa de una obligación para cuidar su regalo. Al contrario, es un placer. 

Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2).