Apacienta a mis ovejas – 1 y 2 de Pedro – Jesús en los escritos de Pedro

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Versículo para memorizar. 1 Ped. 2:24. “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”.

Pedro conocía por experiencia a Jesús y su capacidad para transformar vidas. Por ello, sus epístolas están llenas de referencias a Él. ¿Quién era Jesús para Pedro? Jesús es el hilo conductor de la epístola.

JESÚS, NUESTRO SACRIFICIO.

“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1ª de Pedro 1:18-19)

El Antiguo Testamento nos habla de aquello que podía ser rescatado (redimido):

• El primogénito del asno y del hombre (Éxodo 34: 19-20).
• Lo que se había vendido a causa de la pobreza (Levítico 25:25-26).
• La libertad de un esclavo (Levítico 25:47-49).

Esta redención podía hacerse con sangre (animal sustitutivo, 1er caso), o con dinero (en el resto de los casos). Pedro nos informa del coste de nuestra redención: “la sangre preciosa de Cristo”. No hay nada que nosotros tengamos o podamos hacer para pagar nuestra redención.

¿Cómo eran rescatadas (redimidas) las personas que vivieron antes de Jesús?

• El pecador traía un animal sin mancha al Santuario (Levítico 4:32).
• Colocaba sus manos sobre el animal, confesando sus pecados (v. 33 pp).
• Degollaba al animal (v. 33 up).
• Se colocaba parte de la sangre sobre los cuernos del altar y el resto era derramada bajo el altar (v. 34).

De esta manera, el animal moría en lugar del pecador. Jesús nos redimió de nuestra antigua vida de pecado muriendo en la cruz en nuestro lugar. Su vida por mi vida.

LA PASIÓN DE CRISTO.

“quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1ª de Pedro 2:24).

Citando Isaías 53:5, Pedro recuerda la pasión de Jesús, sus sufrimientos y la forma en que se comportó. Desde la entrada triunfal hasta su muerte, Jesús vivió los momentos más intensos de su vida. Tal como fue profetizado por Isaías, fue despreciado, quebrantado, abandonado, azotado, castigado, herido… y, a pesar de todo esto, se entregó voluntariamente para morir por nosotros. ¡Gracias, Jesús! Pedro nos recuerda que lo hizo también “dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas” (1P. 2:21). No se nos pide que muramos como Jesús, pero sí que vivamos como Él vivió.

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS.

“Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos” (1ª de Pedro 1:3).

A diferencia de los animales que morían en el Santuario, la muerte no pudo retener al Redentor. Su resurrección nos asegura nuestra resurrección, y nos da la esperanza de “una herencia incorruptible… reservada en los cielos” para nosotros (1P. 1:4). Cuando Jesús regrese, aquellos que ahora descansan en el sueño de la muerte resucitarán a una vida gloriosa que jamás nos será arrebatada (porque los que vivamos entonces también seremos glorificados). Para vivir allí, tan solo tienes que aceptar Su muerte por ti y creer en Su resurrección.

JESÚS COMO EL MESÍAS.

“escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1ª de Pedro 1:11).

Jesús es el Ungido (en hebreo, Mesías; en griego, Cristo). En el pueblo de Israel, se ungían con aceite a reyes, a sacerdotes y a profetas (Éxodo 28:41; 1ª de Reyes 19:16). Pero su esperanza se centraba en la venida del Ungido (con mayúsculas): el “Mesías Príncipe” (Daniel 9:25). Desde que conoció a Jesús, Pedro estuvo convencido de que Él era el Cristo, el Mesías esperado. Pero esperaba (como todos) que fuese un libertador político. Con el tiempo, comprendió el alcance y la plenitud de la misión de Cristo, y quiso presentárnoslo con detalle en sus cartas.

JESÚS, EL MESÍAS DIVINO.

“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2ª de Pedro 1:1).

En el Nuevo Testamento no se usa el nombre de Dios (YHVH), sino que se sustituye por la palabra “Señor” (Hch. 4:26; Sal. 2:2). Pedro usa repetidamente esta expresión para referirse a Jesús (1P. 1:3; 2P. 1:2, 8, 11, 14, 16; 2:20; 3:18). En otras ocasiones, tanto él, como Juan o Pablo, hablan directamente de Jesús como plenamente Dios (2P. 1:1; Jn. 1:1; Tito 2:13).
En sus epístolas, Pedro habla de tres personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu (1P. 1:3; 2P. 1:1; 1P. 1:12). Un único Dios en tres Personas. Todos ellos involucrados profundamente en nuestra redención. ¡Gloria a Dios!

Nota de EGW: “Cuando Satanás acude a decirte que eres un gran pecador, alza los ojos a tu Redentor y habla de sus méritos. Lo que te ayudará será mirar su luz. Reconoce tu pecado, pero di al enemigo que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,” y que puedes ser salvo por su incomparable amor. […] Los méritos de su sacrificio son suficientes para presentarlos al Padre en nuestro favor. […] Cuanto más plenamente comprendemos el amor de Dios, mejor nos percatamos de la pecaminosidad del pecado. Cuando vemos cuán larga es la cadena que se nos arrojó para rescatarnos, cuando entendemos algo del sacrificio infinito que Cristo hizo en nuestro favor, nuestro corazón se derrite de ternura y contrición” (El camino a Cristo, pg. 35).

Pedro entreteje un claro mensaje sobre Jesús en todas sus reflexiones. Jesús es el Mesías divino de la profecía del Antiguo Testamento, enviado para redimir a su pueblo de su pecaminosa manera de vivir, por su propio sacrificio. Él resucitó de entre los muertos y pronto se manifestará nuevamente en gloria. La esperanza de los cristianos está en Él.

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