Salvación solo por la fe – Libro de Romanos – Quién es el hombre de Romanos 7

Versículo para memorizar. Romanos 7:6. “Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen
nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra”

Leer Romanos 7:1-6. Para poder comprender mejor la comparación que hace aquí Pablo, debemos recordar el propósito general de Pablo al escribir su carta a los romanos. Los judíos convertidos seguían pensando que era necesario guardar la ley (tanto moral como ceremonial) para poder salvarse y enseñaban esta doctrina en las distintas iglesias. Para Pablo, el viejo hombre (del creyente judío) es aquel que se empeña en ganar la salvación a través de la estricta observancia de la ley. El nuevo hombre es aquel que acepta el sacrificio de Cristo como el medio de salvación. Él quería impedir que el concepto de la salvación a través de la ley fuese aceptado por los gentiles romanos.

MUERTOS A LA LEY.

“Ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:6).

El primer marido. El marido es la ley, es decir, nuestro viejo hombre que intenta salvarse obedeciendo la letra de la ley. Mientras estemos casados con la ley estamos sometidos a sus exigencias.
Muerte del primer marido. Cuando somos crucificados (morimos) con Cristo, muere la vieja naturaleza pecaminosa y somos liberados de la condenación y del dominio del pecado y de la ley.
Nuevo casamiento. Al unirse con el Salvador resucitado, los creyentes renacen del Espíritu Santo y viven bajo su influencia, de modo que, de allí en adelante, el creyente ya no sirve a Dios movido por el sentimiento de un yugo legal y por temor, sino en un nuevo espíritu de libertad y de amor.

El «viejo hombre» es el primer marido. La crucifixión del «viejo hombre» (cap. 6:6) es la muerte del marido. La resurrección a una nueva vida (cap. 6:5, 11) es el nuevo casamiento. En cada caso, el resultado final es llevar fruto para Dios; el fruto de una vida reformada.

EL PECADO Y LA LEY.

“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” (Romanos 7:7).

Leer Romanos 7:7-11. La ley no es pecado. El pecado está en el hombre y la ley lo muestra. Pablo, como fariseo bien versado que vivía de acuerdo con la secta más estricta de su religión, con intensos, aunque inútiles esfuerzos, y mediante una observancia externa, había tratado de cumplir con las exigencias de una ley santa que escudriña el corazón. Cuando Pablo llegó a comprender la naturaleza espiritual de la ley, el nuevo conocimiento sólo sirvió para acusarlo como transgresor y despertar en él toda clase de malos deseos (v. 8).
Cuando comprendió que la ley, en lugar de salvarle, tan sólo le condenaba, murió. Es decir, entendió que su final era la muerte eterna (v. 11).

LA LEY ES SANTA.

“De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” (Romanos 7:12).

Lo espiritual: La ley. La ley de Dios, como revelación del carácter de su Autor y expresión de su pensamiento y voluntad, fue para nuestro beneficio y es santa, justa y buena. Obedecerla sólo está al alcance de los que son espirituales y tienen los frutos del Espíritu.

Lo carnal: El pecado. Mientras vivamos según la carne, estamos vendidos al pecado. Los hombres más santos son carnales en comparación con la espiritualidad de la ley.

La función permanente de los mandamientos es revelar la norma de justicia, convencer de pecado y mostrar la necesidad de un Salvador. Si no hubiera ley para convencer de pecado, el Evangelio sería impotente, pues a menos que el pecador esté convencido de su pecado, no sentirá la necesidad de arrepentirse y de tener fe en Cristo.

Nota de EGW: “Cuando el cristiano ve que esos antiguos deseos y sentimientos -que él desaprueba y odia- intentan día tras día recuperar su poder sobre él, lucha contra su influencia y anhela ser llenado con todos los frutos del Espíritu de Dios; pero entonces descubre que ni por sí mismo ni por la ayuda de la ley puede lograr su liberación de lo que odia, ni puede tener éxito en alcanzar lo que aprueba y desea hacer. Cada noche es testigo de su penitente confesión de su impotencia y de su anhelante deseo de recibir ayuda de lo alto” (CBA, sobre Romanos 7:15)

EL HOMBRE DE ROMANOS 7

“Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.” (Romanos 7:16-17).

¿Qué puede hacer el hombre ante esta lucha que existe dentro de él?

Nota de EGW: “He aquí una obra que el hombre puede hacer. Debe mirarse en el espejo, la santa ley de Dios, descubrir los defectos de su carácter moral y abandonar sus pecados, lavando la vestidura de su carácter en la sangre del Cordero. La envidia, el orgullo, la malicia, el engaño, la contienda y el crimen serán limpiados del corazón que recibe el amor de Cristo y que alberga la esperanza de ser transformado a su semejanza cuando lo vea tal como él es. La religión de Cristo refina y dignifica a su poseedor, no importa qué relaciones haya tenido en la vida y por qué circunstancias haya pasado. Los hombres que llegan a ser cristianos poseedores de gran luz se levantan por encima del nivel de sus caracteres antiguos hasta alcanzar una mayor fortaleza mental y moral. Los que han caído en el pecado y el crimen y han sido degradados por ellos, gracias a los méritos del Salvador pueden ser exaltados a una posición muy poco menor que la de los ángeles” (La maravillosa gracia de Dios, pg. 232).

SALVOS DE LA MUERTE.

“Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. (Romanos 7:21-23).

Solamente gracias a JESUCRISTO podemos obtener la victoria.

LA LEY EN MI MENTE.

• El conocimiento de la voluntad de Dios revelada al hombre.
• Es la ley de Dios comprendida y aceptada por mi mente.
• Me conduce a Jesucristo, el cual me libera del pecado.

LA LEY EN MIS MIEMBROS.

• La fuerza maligna que crea problemas en mi vida.
• Se aprovecha de cada impulso carnal.
• Me hace esclavo del pecado.

Esta lucha entre las dos leyes interiores es una pelea a muerte.