Isaías: “Consolaos, pueblo mío” – El nuevo nacimiento del planeta Tierra

Versículo para memorizar: Isaías 65:17. “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”.

El planeta donde vivimos se parece cada vez menos al original creado por Dios. El pecado ha hecho estragos en la naturaleza y en la humanidad. Tanto la humanidad como el planeta necesitan una restauración completa. El plan original de Dios era usar al pueblo de Israel para que, partiendo de Jerusalén, todo fuese restaurado paulatinamente. Ante el rechazo de Israel, Dios adaptó sus planes.

CIELOS NUEVOS Y TIERRA NUEVA (ISA. 65:17–25)

“Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento” (Isaías 65:17).

En la nueva tierra, “el león comerá paja como el buey” (v. 25). La naturaleza volverá a su estado original de perfección. Pero Dios no se proponía hacer un cambio drástico, instantáneo. Quería que todo fuese mejorando poco a poco. Jerusalén habría de ser un lugar donde la esperanza de vida superase con creces los 100 años (v. 20), la tierra produjese abundantes frutos (v. 21), y se viviese en paz (v. 22). Allí acudirían los habitantes de otras naciones, hasta que todos hubiesen aceptado el Evangelio y Dios restaurase completamente el mundo y otorgase vida eterna a la humanidad.

“IMÁN” DIVINO (ISA. 66:1–19)

“tiempo vendrá para juntar a todas las naciones y lenguas; y vendrán, y verán mi gloria” (Isaías 66:18).

A la hora de restaurar, Dios tiene en cuenta al que “tiembla a mi palabra” (v. 2, 5). La restauración divina implica:

• Rechazar a los hipócritas (v. 3).
• Restaurar a los humildes (v. 5).
• Castigar a los que hacen daño a los santos (v. 5).
• Consolar a los creyentes (v. 13).
• Destruir a los idólatras (v. 17).

El propósito divino es que todos participen de la restauración. Su mayor deseo es que todos respondiesen afirmativamente a Su llamado (1Tim. 2:4). Antes de la restauración definitiva y completa, Dios mismo atraerá a todos hacia sí para que vean su gloria (v. 17).

LÍDERES MISIONEROS Y DE ADORACIÓN (ISA. 66:19–21)

“Y pondré entre ellos señal, y enviaré de los escapados de ellos a las naciones […] y publicarán mi gloria entre las naciones” (Isaías 66:19).

En el plan original, después que Jerusalén (Israel) fuese restaurada, enviaría evangelistas a todas las partes del mundo. Pero Israel rechazó al Mesías que vino a restaurarla. Por ello, Jesús encomendó a la iglesia cristiana la proclamación del mensaje divino (Mateo 28:19-20). En tan solo una generación, el mensaje llegó a todo el mundo conocido (Colosenses 1:23). Pero aún queda mucho trabajo por hacer. Los convertidos por nuestra labor son una ofrenda a Dios (Is. 66:20). Junto a ellos, cada uno de nosotros somos un “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Romanos 12:1).

COMUNIDAD DE FE (ISA. 66:21)

“Y tomaré también de ellos para sacerdotes y levitas, dice Jehová” (Isaías 66:21).

¿Quiénes son “ellos”? “Ellos” son los gentiles, los conversos de todas las naciones, unidos a los conversos israelitas (Ef. 2:14). Todos nosotros somos una nación de sacerdotes (1P. 2:9). Este sacerdocio no está basado en el sacerdocio levítico, sino que deriva del sacerdocio de nuestro Sumo Sacerdote: Jesús (Heb. 6:20). Pero la exaltación de los gentiles no implica la humillación de los judíos. Pablo compara al pueblo de Dios con un olivo cuyas ramas originales son el pueblo de Israel que comparten su lugar con ramas injertadas, es decir, los gentiles (Rom. 11:17-18). En la iglesia de Dios todos somos iguales, y todos tenemos una misión que realizar.

“ASÍ PERMANECERÁ VUESTRA DESCENDENCIA Y VUESTRO NOMBRE” (ISA. 66:22–24)

“Y sucederá que, de mes en mes, y de sábado en sábado, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová” (Isaías 66:23).

La restauración final implica una renovación completa de los cielos y la tierra, que permanecerán –junto a sus habitantes– por la eternidad (Is. 66:22). En esta tierra nueva “ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Ap. 21:4). Cada sábado adoraremos juntos a Dios, y cada mes nos reuniremos para tomar del fruto del árbol de la vida (Ap. 22:2). ¡Y todo esto gracias al gran sacrificio que Jesús hizo por nosotros! Isaías termina su libro con una nota de advertencia: todo aquel que no quiera vivir eternamente, sufrirá la muerte eterna (Is. 66:24; Ap. 20:14-15).

Nota de EGW: “Compañeros de peregrinación, estamos todavía entre las sombras y la agitación de las actividades terrenales; pero pronto aparecerá nuestro Salvador para traer liberación y descanso. Contemplemos por la fe el bienaventurado más allá, tal como lo describió la mano de Dios. El que murió por los pecados del mundo está abriendo de par en par las puertas del Paraíso a todos los que creen en él. Pronto habrá terminado la batalla y se habrá ganado la victoria. Pronto veremos a Aquel en quien se cifran nuestras esperanzas de vida eterna. En su presencia las pruebas y los sufrimientos de esta vida resultarán insignificantes” (Profetas y reyes, pg. 540).