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Versículo para memorizar. Romanos 15:13. “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer,
para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”.
Al presentar al Espíritu Santo como nuestro Consolador o Ayudador, Jesús nos indicó también cuál sería su obra principal: convencer al mundo. Además, estudiaremos dos aspectos más del ministerio del Espíritu Santo en nuestro favor. El Espíritu Santo nos convence de pecado, de justicia y de juicio. El Espíritu Santo nos da seguridad de la salvación y nos hace abundar en esperanza.
CONVENCER DE PECADO.
“De pecado, por cuanto no creen en mí” (Juan 16:9)
¿Qué diferencia hay entre convencer de pecado y acusar? La obra del enemigo es acusarnos de pecado ante Dios, la del Espíritu es convencernos de nuestro pecado. Va más allá de convencernos de pecados específicos. Va a la raíz del pecado, el alejamiento de Dios, y nos presenta la solución: Jesús. Necesitamos creer en Jesús para que, arrepentidos, podamos obtener la salvación. Nosotros no podemos usurpar la obra del Espíritu, ni realizar la obra del enemigo. No nos toca acusar ni convencer de pecado. Somos herramientas del Espíritu para presentar a Jesús ante el mundo.
LA NECESIDAD DE JUSTICIA.
“de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más” (Juan 16:10)
VOY AL PADRE. Nuestras mejores obras de justicia (el cumplimiento de la Ley) son ante Dios “como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6). Jesús es el único ser humano que cumplió “toda justicia” (Mateo 3:15). Al ascender al Cielo, intercede por nosotros brindándonos su justicia, la única aceptable ante el Padre. El Espíritu Santo nos convence para que no busquemos nuestra propia justicia sino la de Jesús. De este modo, podemos reclamar su justicia para nosotros, por la fe en Cristo.
NO ME VERÉIS MÁS. Jesús mismo dijo que nos convenía que Él se fuera y viniera el Consolador (Juan 16:7). Jesús se fue, sin embargo, Pablo dice que Cristo vive en él. Jesús vive en nosotros cuando abrimos nuestro corazón al Espíritu. Cuando esto sucede, caminamos por el Espíritu (Romanos 8:4) y recibimos vida nueva por Su poder (Gálatas 3:2-5; 5:16, 18). Cuando el Padre aceptó la justicia de Jesús por su sacrificio vicario, se aseguró Su presencia en nosotros por medio del Espíritu Santo. Fortalecidos por el Espíritu Santo, crecemos cada día en Cristo, conforme a Su justicia.
CONVENCIMIENTO DE JUICIO.
“Y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:11)
¿A qué juicio se está refiriendo aquí Jesús? Ciertamente, no al Juicio Final (del que habló en otras ocasiones), sino al juicio hecho a Satanás. En el Calvario, el diablo fue vencido, juzgado, y condenado a la destrucción eterna. Él sabe que tiene poco tiempo (Ap. 12:12) y, “como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1P. 5:8). Con su “rugido” intenta atemorizarnos para que abandonemos nuestra relación con Jesús y marchemos por el camino fácil. Pero Pedro nos insta a echar toda nuestra ansiedad sobre Jesús, ser sobrios, velar, y resistir firmes en la fe (1P. 5:7-9).
SEGURIDAD DE SALVACION.
“En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria” (Efesios 1:13-14)
Las arras son una prenda o señal entregada como garantía en algún contrato o concierto.
El “contrato” consiste en concedernos la salvación, “la redención de la posesión adquirida” a través de la sangre de Jesús. El Espíritu Santo es el sello puesto por Dios en nuestro corazón como arras del cumplimiento de su promesa.
“Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11)
Observa el proceso de la salvación y cómo interviene el Espíritu Santo en él, según Romanos 8:10-17.
• El Espíritu Santo nos guía a Jesús, cuya muerte sustitutiva nos ha reconciliado con Dios.
• El perdón de Jesús nos da nueva vida como hijos adoptivos de Dios.
• Ya no somos enemigos de Dios, sino que caminamos según el Espíritu Santo.
• Ponemos nuestros pensamientos en las cosas del Espíritu Santo.
• El Espíritu Santo nos testifica que somos herederos de Dios.
• La misma vida que levantó a Jesús de los muertos está ahora activa en nosotros.
• Habiendo oído y creído el Evangelio, somos sellados con el Espíritu Santo como garantía de nuestra salvación.
EL ESPÍRITU SANTO Y LA ESPERANZA.
“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13).
El Espíritu Santo nos da la esperanza maravillosa de que Jesús vendrá otra vez y nos llevará a su morada celestial. Esta esperanza está basada en la fidelidad de Dios. Él prometió y Él cumplirá. En Edén prometió aplastar la cabeza de la serpiente y así lo cumplió en la cruz. Porque Él es digno de confianza y no cambia (Malaquías 3:6), su inmutabilidad y su verdad son el fundamento de nuestra esperanza.
Nota de EGW: ““En toda ocasión y lugar, en todas las tristezas y aflicciones, cuando la perspectiva parece sombría y el futuro nos deja perplejos y nos sentimos impotentes y solos, se envía el Consolador en respuesta a la oración de fe. Las circunstancias pueden separarnos de todo amigo terrenal, pero ninguna circunstancia ni distancia puede separarnos del Consolador celestial. Dondequiera que estemos, dondequiera que vayamos, está siempre a nuestra diestra para apoyarnos, sostenernos y animarnos” (El Deseado de todas las gentes, pg. 623).
El objetivo del Espíritu Santo es guiarnos a una relación íntima con Jesús y a colocar en nuestro corazón la garantía de la vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor. Él hace esta tarea maravillosa al convencernos de que, fuera de Cristo, estamos perdidos. El Espíritu Santo revela quiénes somos y quién es Jesús, y qué significa él para nosotros. El Espíritu testifica de la justicia de Jesús, su bondad, su gracia y su poder. Nos acerca a Jesús, en quien tenemos el don de la vida eterna y la seguridad de la eternidad.
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