Daniel – Del orgullo a la humildad

Versículo para memorizar. Daniel 4:3. “¡Cuán grandes son sus señales, y cuán potentes sus maravillas! Su reino, reino
sempiterno, y su señorío de generación en generación”.

Daniel 4 relata el segundo sueño que Dios envió al rey Nabucodonosor. En esta ocasión, no se dio respuesta a lo que le preocupaba al rey, sino que se le mostró lo que le preocupaba a Dios.
Dios se preocupa por la salvación de todas las personas. Por ello, también estaba preocupado por la salvación de Nabucodonosor.

“¿NO ES ESTA LA GRAN BABILONIA?”

“habló el rey y dijo: ¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30).

Nabucodonosor volvió a tener un sueño que le turbó. Esta vez recordó el sueño, pero se repitió la misma ineficacia por parte de sus sabios para darle una interpretación. Así que llamó a Daniel para que se lo interpretase. Un gran árbol. Bajo él se guarnecían animales y aves, y comían de su fruto. “Un vigilante y santo” ordenó talarlo, dejando solo un tocón que guardaron con atadura de hierro y bronce. Durante siete años, viviría con las bestias. Daniel explicó con claridad que el rey era ese árbol. En una ocasión anterior, le había dicho que “el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad”. Pero el rey se atribuyó orgullosamente todos estos logros.

LA ADVERTENCIA DEL PROFETA

“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (Daniel 4:27).

Pero Nabucodonosor no necesitaba esperar a que se cumpliese su sentencia. Podía evitarla. ¿Cómo? Haciendo caso al consejo del profeta:

• Renuncia a tus pecados, actúa con justicia.
• Renuncia a tu maldad, sé bondadoso con los oprimidos.

La gran Babilonia que había edificado, con sus espléndidos jardines colgantes, había sido magnificada a costa del sudor de los oprimidos. El camino a la grandeza pasa por el amor y el cuidado hacia los demás.

EL ALTÍSIMO GOBIERNA…

“La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres” (Daniel 4:17).

El castigo impuesto a Nabucodonosor por su orgullo consistió en un tipo de locura denominado licantropía. Perdió su razón y creyó ser un animal; y se comportaba como tal. Quedó en esa condición durante siete años, hasta que Dios le devolvió la razón. Dios quería que aceptase que Él es el que “gobierna el reino de los hombres”. También se le dio la seguridad de que su reino quedaría estable durante su periodo de incapacitación. Todos debemos reconocer y aceptar que Dios es el que debe gobernar nuestra vida. Él es el Señor de nuestras vidas.

ALZAR LOS OJOS AL CIELO

“Más al fin del tiempo yo Nabucodonosor alcé mis ojos al cielo, y mi razón me fue devuelta; y bendije al Altísimo, y alabé y glorifiqué al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades” (Daniel 4:34).

“Alzar los ojos” se usa como sinónimo de mirar con atención (Gn. 13:10; 18:2; 22:13; 24:64), o como un acto de adoración (Dt. 4:19; Sal. 123:1; Is. 38:14). Cuando Nabucodonosor buscó a Dios, Dios le extendió su misericordia y le devolvió la razón. Con su pleno raciocinio restaurado, el rey reconoció plenamente lo que hasta entonces solo había aceptado a medias: Dios es el rey eterno, el único que tiene dominio sobre todas las cosas. Al igual que hizo con el rey, Dios nos da una oportunidad tras otra para que le aceptemos y podamos disfrutar de una plena relación con Él.

HUMILDE Y AGRADECIDO

“Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas sus obras son verdaderas, y sus caminos justos; y él puede humillar a los que andan con soberbia” (Daniel 4:37).

Nabucodonosor había reconocido a Dios como “el que revela los misterios” (Dn. 2:47), y el que “libró a sus siervos” (Dn. 3:28). Ahora, reconoció a Dios como el que humilla a los soberbios. Dejando a un lado su propio orgullo, proclamó la misericordia de Dios al devolverle la razón y el trono. Su conversión fue sincera. Sus valores cambiaron. El orgullo ya no tuvo cabida en su corazón. Su carta/testimonio termina alabando a Dios. Su experiencia nos enseña a ver lo dañino que es el orgullo, y a vivir con humildad, imitando el ejemplo de Cristo (Filipenses 2:1-11).

Nota de EGW: “Necesitamos realizar cambios decididos. Es tiempo de que humillemos nuestro orgullo, nuestros corazones obstinados, y busquemos al Señor mientras pueda ser hallado…
El Señor nos exige que nos pongamos de acuerdo con su plan. El día casi ha pasado; la noche está por llegar. Ya se ven los juicios de Dios, tanto en tierra como por mar. No se nos otorgará un segundo tiempo de gracia. Esta no es una hora para hacer movimientos equivocados. Agradezca cada uno a Dios de que todavía tenemos una oportunidad para formar caracteres para la vida eterna futura” (Consejos sobre el régimen alimenticio, pg. 46).