No soy un apasionado del arte, pero de vez en cuando me gusta informarme sobre las historias que hay detrás de los lienzos.
Y debo decir que pocas me han hecho reflexionar tanto como La entrada de Cristo en Bruselas en 1889. El joven pintor Belga, James Ensor, consiguió plasmar en el cuadro un franco reproche a la indiferencia religiosa ‒hipócritamente solapada‒ de su ciudad.
En el retrato se observa una marea de gente que llena las calles de Bruselas. Parecen haberse reunido con motivo de una festividad, quizás para carnaval. Todos llevan máscaras, y avanzan en procesión seguidos de una banda marcial que coloca el ambiente musical.
Mas el nombre que el cuadro lleva inspira al espectador a arrojarse en búsqueda de Cristo. ¿Dónde está? Claramente no se halla en primer plano. No ocupa el puesto principal en la caravana festiva.
Después de varios minutos luchando por encontrarlo, finalmente lo vi. Allí, entre la multitud, las máscaras, las pancartas, los difusos colores y las siluetas poco precisas, se observa un hombre vestido de rojo y blanco, con una aureola sobre su cabeza, montando un humilde burrito.
Como si nadie se diese cuenta, o como si simplemente no fuese importante, las multitudes continúan su camino ignorando al Salvador. Él llegó a Bruselas, pero a nadie le interesa.
El argumento principal de la pintura es que la fe de aquellos cristianos era tan insípida que si Jesús entrase a su ciudad, no lo reconocerían. En lugar de recibírsele cantando “¡Hosanna al hijo de David!”, sentado en su burrito, Jesús extiende su mano a la multitud sin respuesta.
Un escenario de indiferencia que podría ser solamente igualado por las palabras de Jesús: “Yo estoy a la puerta y llamo”.
El categórico mensaje a Laodicea
El libro de Apocalipsis tuvo por destinatarios originales a 7 iglesias específicas en la región de Asia Menor (ver Apocalipsis 1:11), y entre ellas, la iglesia de Laodicea.
El libro está dividido en 8 visiones básicas, acompañadas de una introducción y un epílogo. La primera de ellas (Apocalipsis 1:9-3:22), registra los mensajes particulares que Jesús envió a cada una de estas congregaciones, impartiendo consejos, amonestando y animándoles a perseverar.
Puesto que la primera mitad del apocalipsis (1-14) está enfocada en la era histórica de la iglesia ‒con porciones escatológicas intercaladas‒, las cartas a las congregaciones de Asia Menor han sido interpretadas mucho más allá de las meras realidades locales de aquellos grupos de personas. En un panorama más amplio, aluden a siete grandes períodos históricos de la iglesia entre el siglo I d.C. y la venida de Jesús.
Eso significa que la iglesia de Laodicea representa la amonestación de Cristo a la iglesia cristiana inmediatamente antes del cumplimiento de su promesa final.
Y, lamentablemente, justo antes de su venida, la iglesia no se halla en la condición esperada. Las expectativas les han quedado muy grandes. El pueblo de Dios ha fallado al ideal y a la misión. Ha fallado en mantener la fe pura y viva.
Por lo tanto, no hay halagos para Laodicea; lo que rompe con la estructura de las seis cartas previas. En la carta firmada por el “testigo fiel y verdadero”, solo hay espacio para reprensión, consejo y una promesa.
Reprensiones: con dolor en mi corazón te digo que me dan ganas de vomitarte de mi boca, pues no eres ni frío ni caliente, sino tibio. Tienes un ojo en el mundo y otro en el cielo. No te decides. No estás afuera, pecando con los perdidos, pero tu corazón no está conmigo. En realidad, te estás perdiendo dentro de la iglesia. ¿Y por qué? Por no entregarte del todo. Tu tibieza me genera repugnancia. Aparentas una cosa, pero la verdad es que estás lejos de mí.
Pero, ¿sabes qué es lo peor? Que crees que te la estás comiendo. Te sientes sobrado y satisfecho, dices: “Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”; ¡no hay autoengaño más grande! No abres tus ojos para darte cuenta que eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Consejos: yo soy la verdadera solución a todas tus carencias. De mí podrás comprar oro refinado en fuego, para que dejes de ser pobre. En mí recibirás vestiduras blancas, que cubrirán tu desnudez. En mí hallarás colirio que curará tu ceguera. ¡Yo soy lo que necesitas, Laodicea! Date cuenta que no eres nada por ti mismo, y arrepiéntete.
El contenido nos conduce paso a paso a uno de los más conmovedores apelativos de la Biblia: “Yo estoy a la puerta y llamo, si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Laodicea se halla en una tétrica condición espiritual, y aunque eso le hace merecedora de palabras duras ‒¡vaya que duras!‒ de parte de Jesús, eso no quiere decir que el eterno se rendirá con ella. Él sigue tocando y llamando a la puerta. Insiste. Alza la voz. Toca más fuerte.
El problema es que tal como Jesús es ignorado en Bruselas, también pasaba desapercibido en la iglesia de Laodicea. En lugar de estar dentro, como el invitado de honor, como el líder y el amigo más cercano de la congregación, estaba fuera de ella, llamando a la puerta. Y su voz caía en oídos sordos, porque el tiempo presente “estoy” en griego indica que seguirá estando allí, de pie, afuera.
Y de allí se derivan todos los males de la iglesia. Por eso, sintetizadamente, Jesús dice: «me necesitan a mí. ¡Yo soy el consejo! Abran la puerta para que yo entre, y compartiremos juntos una vez más. Porque la vida eterna es cenar conmigo».
Una iglesia podrá carecer de muchas cosas, pero si Jesús habita en medio de ella será una iglesia viva, floreciente, feliz. Para tristeza del corazón de Cristo, son muchos los que, llamándose cristianos, no anhelan dejarle entrar y hacer morada con él. Su cristianismo está desprovisto de Jesús. Y en la misma medida, su fe entibiece. Su suficiencia crece.
Y aunque Jesús es el dueño y la cabeza de la iglesia, ha decidido permanecer esperando si desean darle entrada. Él no se cansa de llamar, pero Laodicea debe abrir la puerta si le quiere.
Si alguno oye y abre ‒dice el Salvador‒, entonces entrará y juntos podrán sentarse a conversar y dialogar en una cena especial.
Compartir el alimento en el Antiguo Cercano Oriente, y en particular el momento de la cena, es una instancia muy íntima de compañerismo. Con esta figura Jesús ilustra la calidad de la relación entre Jesús y su iglesia cuando ésta le da gozosa bienvenida.
Sin embargo, vale la pena notar que aunque este llamado lo hace Jesús a la puerta de la iglesia como un todo, la respuesta precisa ser individual y personal. “Si alguno… cenaré con él”. Cada quien debe escuchar y abrir la puerta al Salvador, para disfrutar de la experiencia de salvación.
Ese es el significado primario y más superficial del pasaje.
Una perspectiva escatológica
Notemos que existe una progresión escatológica relacionada con la parusía dentro de las 7 cartas:
Éfeso: “pronto vendré a ti” (Apocalipsis 2:5).
Pérgamo: “vendré pronto hasta ti” (2:16).
Tiatira: “lo que tenéis, retenedlo hasta que yo venga” (2:25).
Sardis: “si no velas vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (3:3).
Filadelfia: “¡vengo pronto!; retén lo que tienes” (3:11).
Laodicea: “yo estoy a la puerta” (3:20).
El Señor vino anunciando vez tras vez su regreso con mayor índice de proximidad, hasta que en el período de la iglesia de Laodicea, Jesús se halla ya tocando a la puerta. Lo que indica que su regreso es prácticamente una realidad.
De esta manera, la imagen de Jesús tocando a la puerta no ilustra únicamente el llamado que Jesús hace a la iglesia para entrar e impartirle salvación, sino también la aparición de Jesús en el escenario final de la historia, como quien ha venido a consumar la esperanza de los siglos.
El Nuevo Testamento utiliza en algunas oportunidades la figura de la puerta en este contexto escatológico. Por ejemplo, Mateo 24:33 dice: “cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas” (ver tb. Lucas 12:36).
Según esta manera de ver el texto, la puerta que Jesús toca no es la de la iglesia de Laodicea, sino la puerta de la historia humana. Y todo el que responde a la esperanza y abre la puerta, disfrutará de la recompensa final.
Esta perspectiva escatológica encuentra mayor apoyo en la escena de la cena. Jesús ilustró la venida del reino de Dios con la parábola de una cena (Mateo Lucas 14:16), y Apocalipsis habla de la “cena de las bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:9).
De manera que la cena no representaría únicamente el compartir íntimo espiritual con el Salvador. Apunta más allá, al momento en que literalmente nos sentaremos con el Salvador en la cena celestial.
Esta interpretación brinda mucho más sentido a esa fórmula bipartita: “cenaré con él y él conmigo”, en semejanza de Apocalipsis 21:3: “Él morará con ellos, ellos serán su pueblo y Dios mismo estará con ellos como su Dios”.
Jesús toca a la puerta, ha llegado para consumar la salvación, y el que abre la puerta podrá disfrutar junto al Salvador la cena que inaugurará el reino eterno.
¿Es evangelístico?
Finalmente, al notar la interpretación que este texto tiene en su contexto, algunas personas han alzado su voz diciendo que no es “bíblico” utilizar este pasaje para animar a los inconversos a abrir la puerta a Jesús que les llama.
Esto me hace ruido.
Ciertamente no es el significado principal del pasaje, pues en su origen es una invitación a la iglesia, no al mundo. Sin embargo, para afirmar que este texto no refleja la tónica evangelística del Nuevo Testamento, de Dios llamando con paciencia al ser humano y éste decidiendo abrir o no su corazón a él, necesitamos casi taparnos los ojos.
Es evidente que Dios está llamando al ser humano, y de él depende la decisión de abrir su corazón a su influencia. Si pensásemos que esta invitación compete solo a la iglesia, estaríamos aceptando también que Dios no trabaja por la salvación de los no creyentes.
Al fin y al cabo, aunque el significado de este texto no es directamente evangelístico, nos provee de la imagen gráfica resultante tras un examen del evangelismo neotestamentario: Jesús está llamando, a nosotros nos corresponde abrir la puerta.
¿No desea Jesús cenar con los inconversos? ¡Por supuesto que lo quiere! La única razón por la cual este pasaje se presenta en relación con la iglesia, es que se supone que ésta existe gracias a él. Lo ruidoso es que aquellos que dicen haberlo aceptado, aún lo tienen esperando afuera.
Por lo tanto, no es necesario aducir que este pasaje no es evangelístico. Es evidente que Jesús también llama a la puerta del no creyente.
En conclusión, seas creyente o no, la cuestión es: ¿ya le has abierto la puerta al Rey Jesús?
El reino está próximo a ser consumado, y la cena ya está preparada. ¿Quisieras cenar con él?