Cuando era un poco más joven tenía miedos un poco irracionales.
Una vez venía en viaje con mi familia regresando de unas vacaciones en Mérida. Nos había agarrado la noche en carretera y estábamos atravesando un paraje montañoso que incluía algunos tramos en los cuales tocaba transitar por algunos túneles a través de las montañas.
Cuando veía la pequeña lucecita que anunciaba que ya se aproximaba una nueva montaña rápidamente me escondía debajo del asiento del chofer alegando que las montañas eran “gigantes malvados”.
Más o menos por la misma época fuimos con mis abuelos a conocer un monumento en Trujillo, la Virgen del Carmen, que mide más de 80 metros de alto. Mi intento de subir por la escalera interior se frustró como a los 15 metros, por mi temor a las alturas.
Algunos años más tarde, después de ver la película del Conjuro por primera vez duré como un mes sin poder descansar bien por las noches. No estaba acostumbrado a esa clase de películas.
Y unos 4 años atrás viajé con unos amigos a Los Aleros, un pueblo en los Andes que sirve como una especie de parque temático donde intentan asustarte.
Imagina la escena: 4 muchachos parados frente a una cueva artificial, escuchando una voz tenebrosa que nos invitaba a entrar, y discutiendo atemorizados quién entraría primero. Después de unos cuantos minutos, decidimos entrar en fila india con cautela. Nos jalaron, nos tiraron agua, corrimos por nuestra vida, pero lo disfrutamos.
¿Por qué te cuento todo esto?
Sabes que Dios nos ha dotado con la capacidad de experimentar emociones, y una de ellas es el temor. Por supuesto, en el mundo original de Dios no existía ni existirá después el temor tal y como se manifiesta en estas anécdotas.
El detalle es que la Biblia habla mucho acerca del temor, y en ocasiones hasta lo recomienda. ¿Cómo entender esto?
Dos “temores”
Una historia bíblica ilustra mejor que ninguna otra la diferencia que hay entre dos usos distintos de la palabra “temor” en las Escrituras.
Dios acababa de descender sobre el Sinaí con una manifestación abrumadora de fuego, humo, sonidos, relámpagos y truenos. La escena fue dramática, y la advertencia de que el que cruzara cierto límite espacial pautado moriría le añadía un toque de suspenso todavía mayor (Éxodo 19:10-19).
En realidad, todo fue planificado por Dios precisamente para que el pueblo sintiese miedo. ¿Por qué? Recién liberados de una nación idólatra, el pueblo necesitaba una pequeña demostración del poder y la majestad del Dios al que servían.
Todavía el pueblo no estaba ni cerca de estar preparado para tratar con Dios en términos de amor y gracia; necesitaban comprender la santidad de Dios, y una presentación tal sería un impulso adecuado para apartarles del pecado.
Observa entonces que en esa ocasión Dios habló al pueblo directamente desde el monte y pronunció los 10 mandamientos (Éxodo 20:1-17). Pero ante semejante espectáculo, dice la escritura que “Al ver esto, el pueblo tuvo miedo y se mantuvo alejado” (v. 18).
E hicieron un pedido a Moisés: “Habla tú con nosotros y oiremos; pero no hable Dios con nosotros para que no muramos” (v. 19).
Nota la respuesta curiosa de Moisés: “No temáis, pues Dios vino para probaros, para que su temor esté ante vosotros y no pequéis” (v. 20).
¿Qué clase de contradicción es esa? Primero les dice que no teman, pero luego les dice que Dios vino para que “su temor” esté ante ellos.
La única explicación plausible es, precisamente, que se está refiriendo a dos “temores” marcadamente distintos.
El temor como santidad
Ya en otra oportunidad estuvimos conversando un poco sobre el “temor de Jehová” [véase nuestro artículo El sabio ve el mal y se aparta]. Pero sin esa noción previa quizás te parezca bastante extraño el subtítulo anterior.
¿Recuerdas cuando uno estudiaba en la primaria o el bachillerato, y de repente entraba el director al salón de clase (También aplica con el gerente o el jefe)? Todos nos poníamos derechitos, el que estaba haciendo algo mal lo disimulaba, el que estaba desayunando guardaba la comida, y el que no había estado haciendo la tarea, la comenzaba. Era como si todos fuésemos los mejores estudiantes.
Ahora bien, imagina cómo sería el proceso si todo el tiempo el director estuviera en el salón durante la jornada escolar. Si cada estudiante tuviese al director a su lado a lo largo del recreo o de la hora libre. ¡Todos marcharían derechitos!
El primer “temor” del cual hablamos guarda cierta semejanza con esta descripción que estamos plasmando. Pues, cuando Moisés declara que Dios ha venido para que “su temor” esté delante del pueblo y así no pequen, era como si dijese: Dios ha venido para mostrarles que ese mismo Dios santo y poderoso que se apareció en el monte, es el que está con ustedes cada día de su vida”.
¿Cuál sería la respuesta a un conocimiento como ese? Creo que muy similar a la del estudiante cuando ve al director.
El Señor del Universo hizo entrada en el salón del Sinaí y todos se pusieron firmes. Pero el director anunció también que estaría con ellos en todo momento, todos los días… El director santo haría morada con ellos y por eso debían ser “un reino de sacerdotes y gente santa” (Éxodo 19:6).
“Su temor” no se refiere a miedo, sino más bien a una manera de vivir. Por eso dice “para que su temor esté ante vosotros y no pequéis”, porque el objetivo de este “temor” era que ellos comprendiesen el alto ideal de santidad que se les estaba colocando.
Un Dios santo pide santidad, y ellos ahora podían comprenderlo. Ahora bien, cuando se habla de “temor de Jehová” en las escrituras se refiere a una manera de vivir inspirada por el reconocimiento de la presencia real de Dios, que causa en nosotros lo mismo que la presencia del director.
CON UNA DIFERENCIA FUNDAMENTAL: en lugar de solo guardar respeto y reverencia, el temor de Jehová está inspirado por el amor. Un amor y una reverencia que nos impulsan a vivir en obediencia y lealtad a Dios y sus mandatos, eso es el temor de Jehová.
Las escrituras dicen que este temor es el principio de la sabiduría (Proverbios 1:7, 9:10, 15:33 y Salmos 111:10). Temer a Jehová es apartarse del mal (Proverbios 3:7, 8:13, 16:6), es obedecer sus leyes y mandamientos (Deuteronomio 10:12-13, Eclesiastés 12:13, Apocalipsis 14:7). Es manantial de vida (Proverbios 14:27, 19:23), trae dicha y gozo (Salmos 112:1, 128:1), y Dios añora que siempre le temamos (Deuteronomio 5:29).
Todo esto solo tiene sentido en la medida que vemos el “temor a Jehová” como una experiencia que nos acerca íntimamente al Señor, y a compartir su santidad. Por eso es tan importante. Y por eso se destaca desde Abraham (Génesis 20:11) hasta la iglesia primitiva (Hechos 9:31, 2 Corintios 7:1).
Esta es la clase de temor que la biblia alienta, y más aún, la ordena (Apocalipsis 14:7).
El temor como emoción
Pero el pasaje menciona también otro temor. Cuando Moisés dijo “No temáis” se refería a esa emoción con que los seres humanos luchamos a menudo: el miedo. Y la Biblia no habla muy bien de ella.
De hecho, se ha dicho que hay exactamente 365 “No temas” en las escrituras, lo que sería uno por cada día del año.
El miedo, tal como muchas otras emociones negativas, no formaba parte del plan original de Dios. Es un resultado lamentable del pecado.
Debió causar profundo dolor al corazón de Dios cuando el hombre, asustado, por primera vez se escondió de él en el Edén. Y es que el miedo, en cada una de sus expresiones, es evidencia de la ruptura, la separación entre Dios y el ser humano.
Dios no desea que vivamos sujetos al temor. Él nos llamó a libertad, no es su plan que llevemos algún miedo por yugo (Hebreos 2:14-15). Por eso en las escrituras demostró en cada oportunidad que no hay razón para temer; se empeñó en publicar evidencias sólidas de la seguridad que cada ser humano puede tener en él.
Cada vez que el Señor dijo “no temas”, de una u otra manera estuvo diciendo «Tú eres mi hijo, créeme, estás seguro». Tan dulces son las palabras del Salvador “Confiad, soy yo; no tengáis miedo” (Mateo 14:27). También dijo “No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
En los temores Dios quiere ser nuestro consolador (2 Corintios 7:5-6), “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores” dijo el Salmista (Salmos 34:4). Pero no solamente eso, su propósito es que su amor en nuestro corazón eche fuera todo temor (1 Juan 4:18), y que seamos llenos de su paz (Juan 16:32, 14:27, Filipenses 4:7).
Conclusión
Concluimos entonces que el que vive en el “temor de Jehová”, entonces no tiene temor porque sabe que el Señor cuida de él (Salmos 33:18). Suena paradójico, pero ya ha quedado claro que la Biblia usa la palabra “temor” de dos formas muy diferentes.
La primera es una actitud de obediencia y santidad inspirada por un sentido de amor, reverencia y adoración al Señor. La segunda es una emoción de la que el Señor desea poder librarnos. Nos ha dicho suficientes veces “No temas”, como para que no olvidemos que siempre estará con nosotros. Ni un solo cabello de nuestra cabeza cae sin su aprobación (Mateo 10:31).