Si Dios es por nosotros quién contra nosotros

Si Dios es por nosotros quién contra nosotros

Kim Allan Johnson narra al comienzo de su libro El Regalo una experiencia que tuvo en su niñez. Se encontraba de pie, a escasos 5 metros del dirigente político más importante de su estado. 

Su tío acaba de prestar juramento como presidente de la Corte Superior de Justicia de Massachusetts, y sus amigos y familiares se habían reunido para felicitarlo. En la línea de recepción, sonreía ampliamente junto al Gobernador, que le acompañaba. 

Mientras tanto, Johnson les observaba con una sensación de pequeñez. Avanzaba en la línea de visitantes, mientras acariciaba su dinosaurio de juguete. Cuando al fin le llegó el turno, sus rodillas le temblaban. Sólo recuerda que su tío dijo: «Este es mi sobrino de ocho años, Kim Johnson».

El gobernador se inclinó, estrechó su mano sudorosa y dijo: «Encantado de conocerte, Jim» (sí, se equivocó en la pronunciación). 

Kim dice que nunca volvió a tener la misma actitud hacia su tío. 

“Hasta ahora había sido solamente el padre de mis primos, un hombre tranquilo que salía a pescar, sacaba malezas en el jardín y trabajaba en el centro. Ahora había visto el otro lado de él, de mayor grandeza, y lo admiraba en una forma nueva y más profunda” [Kim Johnson, El Regalo, 10-11].

Estrechando la mano del gobernador, y teniendo a un tío tan importante, Johnson debió sentirse bastante confiado, seguro, intocable. Algo similar experimenté cuando estuve de yerno de la jefa de policía del estado donde vivo. 

Una sensación como esa, pero en una medida mucho más elevada, es la que deberías gozar como seguidor de Cristo.

Ya he dicho en otras ocasiones que, a mi parecer, Romanos 8 es uno de los capítulos más emblemáticos de las escrituras. En él Pablo plasma pensamientos y reflexiones muy elevados, sobre todo por su naturaleza tan personal.

Precisamente en este capítulo se nos dan varias de las razones por las cuales el seguir de Jesús disfruta de una sensación de tranquilidad y paz al transitar por la vida. Observemos.

“Ninguna condenación hay” (v. 1): el apóstol abre el capítulo con una declaración que por sí sola ya es más que suficiente. En Cristo Jesús, para aquel que está en Cristo Jesús, no hay condenación alguna. No hay por qué temer al futuro o al juicio de Dios. Si estamos en Cristo, estamos totalmente seguros.

Luego explica por qué es esto así: Jesús nos ha librado del pecado y la muerte, Jesús condenó al pecado en la carne para que pudiésemos vivir en obediencia, Jesús nos ha dado su Espíritu para que andemos de tal manera que la justicia de la ley se cumpla en nosotros. El que está en Cristo ha recibido todas estas bendiciones, y no hay condenación para él. 

“Y si hijos, también herederos” (v. 17): a esto se suma que Dios nos ha restaurado a una relación de paternidad con Él. Somos sus hijos, podemos clamar “¡Abba Padre!” Tal como lo hizo Jesús, somos sus herederos, coherederos con Cristo, ¡estamos sentados con él —ahora mismo—  en los lugares celestiales! (Efesios 2:6).

“Las aflicciones no son comparables” (v. 18): en nuestras aflicciones presentes compartimos los padecimientos de Cristo, lo que es un privilegio. Pero estas aflicciones ni siquiera se asoman en comparación con la gloria venidera. Si padecemos ahora, reinaremos después, y aún sabemos que de morir, seremos resucitados como Cristo lo fue (v. 11). Como él y junto con él seremos glorificados (v. 17).

“Las primicias del Espíritu” (v. 23): Dios nos ha dado el Espíritu como la garantía de su aceptación, y como anticipo de la redención. Él habla a nuestro espíritu recordándonos o testificándonos que somos hijos de Dios (v. 16). Él es la seguridad de que estamos siendo salvados, y que Dios cumplirá todas sus promesas (Efesios 1:13-14, 2 Corintios 5:5).

“El Espíritu mismo intercede por nosotros” (v. 26): y el Espíritu actúa como el que perfecciona nuestras intenciones y peticiones para presentarlas ante Dios. Él intercede por nosotros.

“Todas las cosas los ayudan a bien” (v. 28): estando en Cristo, sabemos que nuestra vida está en las manos de Dios. Él nos llamó por su propósito, desde antes nos conoció, nos predestinó a la salvación, nos justificó, y nos glorificará. No hay ni un solo suceso de la vida del creyente que se salga del plan perfecto de Dios está llevando a cabo en él. Todo lo que sucede, le ayuda para bien.

Pablo entonces dice: “¿Qué pues diremos a esto? [todos los elementos que afirman la seguridad y la confianza que podemos disfrutar en Cristo] Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31). 

Si el Rey del vasto universo está tan íntimamente comprometido con tu vida presente y eterna, ¿hay alguien que pueda estar contra ti? 

La pregunta es, ¿cómo le conoces? ¿Un hombre tranquilo que pesca y trabaja en el centro? ¿El Dios misericordioso y piadoso que perdona y sana? Ya es momento de que conozcas también la otra cara de Dios: grandeza imponente y poder infinito. Ese es el Señor. 

Y ese Dios está contigo, está a tu favor, eres su hijo y su heredero, eres su escogido. ¿No te da eso mucha paz?