¿Se va el Espíritu Santo cuando pecamos?

se va el espiritu santo cuando pecamos

La abuela me contaba la triste historia familiar de Pablo. 

Como todo joven, a sus 22 años se casó con muchas ilusiones. Habían comprado una casa, la apertrecharon de todo lo que necesitaban, y durante tres años la relación transcurrió sin problemas.

Al pasar el tercer año Pablo comenzó a tener roces con su pareja porque no tenían hijos. Al parecer lo habían intentado de una y otra manera pero no se había dado. Las discusiones se tornaban acaloradas y ambos se llenaban de resentimiento.

No pasó mucho tiempo para que decidieran divorciarse. Vendieron todos los muebles, vendieron la casa y Pablo volvió con sus padres. 

Dos años después Pablo anunció que nuevamente estaba comprometido. ¿Con quién? Otra vez con su primera esposa. Se casaron, rehicieron su vida, volvieron a buscar una casa. 

Pasaron dos años, problemas volvieron a presentarse, y una vez más se separaron.

3 años más tarde Pablo se compromete. ¡Por tercera ocasión con la misma persona! Y ya sabes cómo termina la historia. Otro divorcio. Desde entonces ha permanecido solo.

Hay parejas que terminan y regresan, terminan y regresan, terminan… Un ciclo sin fin. Sin embargo, me cuesta pensar que cada vez que vuelven lo hacen anticipando que volverán a fracasar.

¿Por qué alguien volvería a unirse a una persona que sabe que le fallará? Es decir, muchas veces suponemos que nos fallarán pero lo intentamos con la ilusión de que no sea así. 

Ahora bien, Dios sí sabe con precisión si fallaremos o no. ¿Y qué importa eso? Mucho. Dios sería el único que acepta casarse con alguien que, sabe él, le fallará justo al momento en que bajen del altar. 

¿Será que Dios practica entonces eso de nos unimos, nos separamos, nos unimos, nos separamos? O dicho de otra manera, ¿se va el Espíritu Santo cuando pecamos?

El Espíritu Santo y el creyente

No sabemos mucho acerca del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento, pero tenemos algún material y tenemos también evidencia de su actividad a la luz del Nuevo Testamento. Sin embargo, es este último el que más claridad nos arroja en cuanto a su función, especialmente en el plan de redención.

No podemos mencionar todo aquí, por tanto nos centraremos en el aspecto que más nos importa: su relación con el creyente en Cristo.

La persona del Espíritu Santo 

Sabemos que el Espíritu Santo ungió a Jesús en el momento de su bautismo (Lucas 3:22, Hechos 10:38), y esto también sucede con el creyente que reconoce por la fe a Jesús como su salvador (Hechos 2:38, Hechos 8:15).

Sin embargo, no hay razón para pensar que antes de eso el Espíritu no está activo. Jesús dijo que la tercera persona de la Divinidad es la que se encarga de convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio (Juan 16:8), y Dios determinó que su Espíritu no contendiera con el hombre para siempre (Génesis 6:3).

Esto indica que el Espíritu es el que lleva a cabo una obra en la vida de cada ser humano instándole, redarguyéndole, atrayéndole hacia Dios, el arrepentimiento (Romanos 2:4), convenciéndole de pecado y procurando revelar a Cristo a la consciencia (Juan 16:13-14).

Toda persona que ha empezado a sentir cierta inquietud por buscar conocer acerca de Dios, es porque el Espíritu está trabajando con ella. Es Dios quien da el arrepentimiento, nosotros no somos capaces de arrepentirnos por nosotros mismos (Hechos 5:31). 

Así que el Espíritu ocupa un papel primordial en la vida personal del creyente incluso antes que este se convierta.

Luego de la ascensión de Cristo, podemos visualizar tres funciones diferenciadas en los miembros de la Trinidad: Dios Padre, gobernante del universo; Dios hijo, intercesor y mediador entre Dios y los hombres; Dios Espíritu Santo, coordinador, ejecutor y director de la obra de la iglesia en el mundo.

Eso implica que cuando Jesús habló de “otro consolador” (Juan 14:16) que sería enviado en su lugar, debemos asumir que el Espíritu ejerce en nombre de la Divinidad todas las funciones que Jesús ejercería si estuviera presente. Y, por supuesto, el Espíritu armoniza perfectamente en carácter con Cristo.

Cuando el ser humano acepta a Jesús como su amigo y salvador, Pablo dice que al mismo tiempo es sellado con el Espíritu para el día de la redención (Efesios 4:30). Es decir, la presencia o la unción del Espíritu es la garantía o el anillo de nuestro matrimonio con Jesús.

Luego el Espíritu avanza en su obra en el corazón del hombre produciendo los frutos del nuevo nacimiento (Gálatas 5:22, 23), transformando el carácter (2 Corintios 3:18), conduciendo al conocimiento de la verdad (Juan 14:28), activando los dones espirituales (1 Corintios 12:11) vertiendo el amor de Dios (Romanos 5:5), conduciendo la vida (Romanos 8:14), etc…

Con estos comentarios hemos querido plasmar un punto: el Espíritu no es un accesorio. Es más, me atrevería a decir que sin el Espíritu no hay cristiano. 

Sin el Espíritu la obra de Dios no es posible. Por medio de él es que Cristo puede estar con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20), estar presente donde nos reunimos en su nombre (Mateo 18:20), y habitar por la fe en nuestros corazones (Efesios 3:17).

El trabajo del Espíritu es vital para el plan de la redención en general, para la obra de la iglesia, y para la vida de fe personal e íntima del individuo.

Pero avancemos un poco más.

El Espíritu y el pecado

Ya notamos al menos parcialmente la importancia del Espíritu en la teología del Nuevo Testamento. Ahora profundicemos en el tema del pecado. 

Si suponemos que al momento que el creyente peca el Espíritu se aparta de él, eso implicaría que también se corta su relación con Cristo (al menos hasta el momento que confiese su pecado), ya que el Espíritu es el sello, las arras, la garantía, de la vida de fe.

Marvin Moore planteó una vez un caso donde analizaba esta teoría en la vida práctica de una persona durante una semana. Y suponiendo que su relación con Cristo solo estaba vigente mientras confesara sus pecados, el hombre ficticio de Moore sólo fue cristiano durante poco más de 5 horas durante toda la semana [véase Marvin Moore, El dragón que todos llevamos dentro, 95-97]

¿Es lógico? 

Es decir, si el matrimonio con Cristo funciona de esa manera debe ser considerado uno de los más disfuncionales que existan. Dios ha decidido comprometerse con el hombre, pero cada vez que este falla, se va de la casa. ¡Y luego nos pide que duremos casados toda la vida con nuestras parejas!

¿Es realmente razonable pensar que hoy yo acepte a Jesús, y él me reciba, cuando es axiomático que instantes después pecaré y se alejará de mí?

Además, si el Espíritu es el representante de Dios en la tierra, ¿no debiera concordar en carácter con el Jesús que dijo “Ni yo te condeno. Vete y no peques más” (Juan 8:11)? ¿Con aquel que no envió a su Hijo al mundo para condenarlo sino para salvarlo? (Juan 3:17), ¿Con aquel que comía y bebía con los pecadores? (Lucas 15:2).

Nada de esto parece lógico. Si el odio que Dios siente hacia el pecado es fuerte como la muerte, pero el amor que siente hacia el pecador es más fuerte que la muerte, ¿no debería permanecer a mi lado aún a pesar de mis caídas?

Estoy convencido que esto es así. El problema es que no estamos del todo conscientes que el Espíritu tiene tal cual el mismo carácter que Jesús, y de que a su vez es también su representante. O quizás todavía no estamos del todo convencidos de la magnitud del amor de Dios. 

El Espíritu y el arrepentimiento

Las consideraciones anteriores son de mucho peso. Pero considero que aquí está el clavo final.

Puesto que es el Espíritu el encargado de conducir a los individuos al arrepentimiento, y es evidente que los creyentes también estamos allí incluidos, es contradictorio suponer que cuando pecamos (el momento en que presuntamente más necesitaríamos de su intervención) él se aleja. 

Necesitamos de su poder y su intervención para ser guiados a reconocer nuestro pecado y así volver a los pies del padre para recibir su perdón y su sanación, ¡Pero él decide alejarse! Es como una pareja de esposos que necesitan sentarse a conversar para arreglar sus diferencias pero prefieren irse cada uno por su lado.

Es bastante difícil imaginar que Dios, que es perfecto en carácter y esencia, que no se equivoca, y que definitivamente conoce con precisión el corazón humano, actúe de esa manera.

El Espíritu no nos abandona

Cuando Dios decidió salvar a los hombres por gracia lo hizo por varias razones. Pero una de ellas (y con la cual todos debemos estar muy claros) es que somos por naturaleza pecadores. Eso quiere decir que aunque la justificación es un primer paso importante, el pecado sigue siendo nuestra tendencia en un principio.

El proceso de regeneración comienza, pero es un proceso largo y trabajoso. No dejaremos de pecar de la noche a la mañana. Pero quiero decirte que el Señor ha decidido correr ese camino junto a nosotros

Podemos entristecer al Espíritu Santo (Efesios 4:30), pero a menos que decidamos cerrar por completo nuestro corazón a su voz, no podremos alejarlo de nosotros. Siempre y cuando queramos seguir avanzando hacia la meta, no nos dejará.

Eso significa el matrimonio con Dios. Nada nos separará del amor de Cristo (Romanos 8:39); nosotros somos los únicos que podemos tomar esa decisión.