El 6 de abril de 1994 el pastor Isaac Ndwaniye había viajado a la capital de Ruanda, Kigali, para asistir a unas reuniones con los dirigentes de su iglesia en aquel lugar. Lo que no sabía era que esa noche iban a derribar el avión presidencial, lo que desataría un genocidio que no acabó sino hasta 3 meses después.
A la mañana siguiente un empleado del hospital de Kibuye ‒donde él vivía‒ le había llamado para informarle que su hijo de 14 años había sido asesinado, pero que su esposa y sus otros 8 hijos estaban con ellos y algunos pastores refugiándose en el templo del gran complejo que la iglesia tenía en aquel lugar.
Sin embargo, el sábado 16 de abril, cuando estaban haciendo el culto y un pastor predicaba, los asesinos ingresaron al complejo con ayuda del pastor que estaba a cargo de la obra allí y su hijo.
Gente de todo el país, algunos de su misma confesión religiosa, llegaron con granadas, rifles, machetes, cuchillos, y cualquier cosa que sirviera para acabar con la vida de esas personas. Al entrar le dispararon al predicador, y comenzaron a matar a los demás. Duraron varios días en el complejo, al punto de traer perros para rastrear a los sobrevivientes.
Para cuando el genocidio terminó, Isaac había perdido a su esposa, sus nueve hijos, su madre y padre, tres hermanas, un hermano y un cuñado.
Él no pudo regresar a su casa sino que fue llevado por unos soldados a un campamento en el norte del país. A pesar del intenso dolor en su corazón, el pastor no se dejó abatir; era el único pastor en el lugar, y empezó a dirigir servicios religiosos con aquellas personas. Cuando al fin pudieron regresar, Isaac tenía 300 personas listas para bautizarse.
Ejerció durante algunos años varios puestos de liderazgo, hasta que le hicieron el “llamado más escalofriante” de su vida: ser el dirigente de la región donde habían asesinado a su familia. Allí donde muchos de los miembros de la iglesia eran culpables de los homicidios.
Después de mucha oración, decidió ir. En su primera reunión dijo: “les pido que nadie me diga quién mató a mi familia. No quiero ni siquiera que alguien me diga que son mis amigos; mi amigo es todo aquel que ama a Dios y a su obra. Trabajemos juntos con ese espíritu”.
El pastor que había conducido a los asesinos al complejo y su hijo fueron condenados a cadena perpetua. Él había muerto y su hijo todavía estaba preso. Cuando un periodista le preguntó a Isaac sobre la venganza, solamente le citó Hebreos 10:30 “Mía es la venganza, yo daré el pago”.
Ndwaniye les dice a todos que el deseo de Dios es que toda persona se salve, sea lo que sea que haya hecho. “Es lo único que puede ayudar a alguien como yo, que ha pasado por semejantes circunstancias”.
Sorprendente…
¿Por qué te cuento esta historia? Algunos vivimos con amargura, rencor e ira por cosas mucho más pequeñas que esta, y sin embargo, el pastor Ndwaniye no dejó que raíz alguna de mal brotase en su corazón. ¡Así que no me digas que no es posible!
La amargura
Antes de continuar con el estudio, te recomiendo que vayas a la nevera, tomes un limón, lo exprimas sobre unos pocos mililitros de agua, y te tomes un sorbo. ¿Reacción? Una cara de fotografía.
A eso llamamos “ácido”. Si le echas bastante azúcar y tomas nuevamente, será “dulce”. Si le vacías 10 litros de agua, será “desabrido”. Si le añades varias cucharadas de sal, ya tú sabes. Esos son los sabores que nuestras papilas identifican; pero por último, está lo amargo.
¿Cómo definimos lo amargo? Solo sabemos que es un sabor que no nos gusta para nada.
Bueno, la amargura no es muy diferente a esa sensación. El diccionario la define como «sentimiento de pena, aflicción o disgusto», y es al alma lo mismo que es lo amargo al paladar.
Las distintas palabras hebreas que se traducen como derivados de “amargura” provienen del hebreo mar, que significa amargura, amargo, colérico o cruel. Esta a su vez viene del verbo marar, que se traduce por amargar, afligir, enfurecer.
Por otro lado, el griego pikría, “amargura”, es un derivado del verbo pikros, que es algo punzante, que perfora, atraviesa.
La amargura es un estado emocional que viene dado por alguna circunstancia que causa dolor, rabia, tristeza, envidia…‒quizás todas ellas juntas‒, pero es dejado allí, como un agua estancada. Entonces aquella pena o aflicción desencadena en decepción y rabia contra todo, contra todos.
La persona amarga es la que se ha dejado llenar de tantas emociones negativas, que su vida ha perdido por completo el sabor. El que le prueba, no puede más que poner una cara estrepitosa porque sus respuestas y actitudes son llenas de rencor y aflicción. Amargura pura.
Para la persona amarga, sencillamente la vida se trata de desquitarse contra alguien cada vez que pueda un poquito de lo que hay en su interior.
Por supuesto, esto es una “persona amarga”. Es posible también sentir amargura en algún momento de la vida o por alguna razón, y que esta condición pase. Es posible sentir amargura contra alguien, y no por eso ser una “persona amarga”, pero las raíces brotan y crecen.
Quiero mostrarte algunos pasajes bíblicos con su contexto para que puedas entender un poco mejor las emociones y situaciones en las cuales esta condición puede presentarse.
Génesis 26:35. Esaú escoge dos mujeres de la tierra de Canaán por esposas, y el relato dice que fueron “amargura de espíritu para Isaac y Rebeca”. Pesar, descontento y dolor trajo a la pareja el proceder insensato de Esaú.
Rut 1:13, 20. Noemí cambia su nombre de “placentera” a “amargada” por las aflicciones que habían desgraciado su vida.
1 Samuel 22:1. A David se unen “todos los que se hallaban en amargura de espíritu”, que debía tratarse de personas afligidas y perjudicadas por el gobierno de Saúl.
Job 7:11. Job dijo “me quejaré de la amargura de mi alma”. Había perdido todo lo que tenía, estaba fatalmente enfermo, se sentía abandonado por Dios, y sus amigos lo juzgaban sin piedad. ¿Encaja con el perfil?
La raíz de amargura
La frase “raíz de amargura” aparece en Hebreos 12:15, y en la traducción de Deuteronomio 19:18 de la LXX. Sin embargo, hay que notar que ambos textos parecen tener enfoques diferentes.
En Deuteronomio el texto originalmente se refería a los efectos venenosos (ver allí “hiel” y “ajenjo”), que podría tener la idolatría en medio del pueblo de Dios. Cuando una raíz de estas brotase de entre ellos, sus efectos serían erradicados con mucha dificultad, tal como la hierba mala se resiste a morir.
Sin embargo, la intención en Hebreos 12:15 es ligeramente distinta. El autor, que cita con frecuencia la versión de los 70, usa esta figura de la “raíz de la amargura” ya no con la idolatría en mente, sino previniendo contra cualquier actitud perniciosa que, al ser albergada en el corazón, pudiese brotar como una raíz de amargura y resentimiento.
Este pasaje parece guardar cierta similitud con Hebreos 3:12 donde el autor dice: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón tan malo e incrédulo que se aparte del Dios vivo”, y precisamente lo hace en el contexto de una explicación sobre la fe y la gracia (ver 4:1-2, 9-11).
Ambos inician con el llamado de atención “mirad”, y prosiguen recomendando velar en medio de la congregación debido a un posible peligro. Por lo que, quizás, el “corazón malo e incrédulo” es paralelo a la “raíz de amargura”, y en ambos casos hay un llamado implícito o explícito a alcanzar la gracia de Dios.
En este sentido, la raíz de amargura halla terreno fértil en un corazón que no ha sido alcanzado por la gracia de Dios. Y no sorprende, pues, cuando el ser humano se deja llevar por sentimientos de ira, de rencor, se deja embargar por la aflicción, el dolor y reacciona con rabia desquitándose con el mundo, sugiere que no ha tenido un encuentro profundo, cara a cara, con Dios, y con la libertad que a este le sigue.
Por eso el Pr. Isaac comentaba que su versículo favorito era Juan 3:16. Allí se observan tangiblemente el amor y la gracia infinita de Dios. Cuando uno se encuentra con esto, es lleno; y cuando es lleno, la vida se empapa. Aceptas la gracia, das gracia, y no hay amargura que pueda estancarse en tu corazón.
Es fácil ver la conexión también en Efesios 4:31-32 “Quítense de vosotros toda amargura… […] antes sed bondadosos, misericordiosos, perdonándoos unos a otros como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
¡Observa bien el pasaje! El apóstol les manda a despojarse de la amargura y todos sus efectos, y a sustituirla por la gracia: ser bondadosos, perdonar; sencillamente porque la gracia ya les ha sido dada: Dios los perdonó en Cristo.
La gracia es la que nos enseña a dejar las cosas atrás, a seguir adelante, ser felices, compartir, dejar el rencor, las malas actitudes; si la gracia y el perdón de Dios no están en el corazón del creyente, debido a la cantidad de situaciones penosas que experimentamos en este mundo, cualquier raíz de amargura puede brotar en él.
Por eso es necesario cuidar del jardín. Cada creyente debe podar el jardín cada cierto tiempo; examinar su corazón, pedir al Señor que le revele lo que hay escondido en él, y perdonarse. Perdonar a la familia, a la pareja, a la iglesia y a la vida.
El enemigo intentará sembrar estas raíces venenosas en nuestra mente, pero por medio de la gracia podemos arrancarlas por completo.
Y los dirigentes del rebaño de Dios son llamados a velar atentamente sobre esto, cuidando a la iglesia del peligro que representa algún hermano que no esté limpiando su jardín, y cuyas raíces de amargura están creciendo por allá en lo imperceptible. De no ser tratadas, pronto contaminarán “a muchos”.
Si notas que hay heridas en ti que no han sanado y están opacando la luz y el gozo en tu vida, es momento de llamar al jardinero. Todavía estás a tiempo. No permitas que la amargura se enseñoree de tu vida. ¡Sé libre en Cristo!