Adolfo Domínguez fue un cautivo. No un esclavo o prisionero de guerra, no. Fue un cautivo de sus ideas. Cautivo de un proyecto que lo atrapó por más de tres décadas.
La evolución de su cautiverio fue así:
Desde los 11 años, cuando empezó a trabajar como bibliotecario en el pueblo donde vivía, Adolfo se convirtió en un aficionado de la lectura.
Con el tiempo también fue sintiendo atracción por escribir; así que tomó un cuaderno como diario y allí plasmaba sus ideas.
Más tarde en su juventud, Domínguez estuvo haciendo intenso seguimiento a los movimientos políticos que ocurrían en la Argentina de Videla a finales de los 70, recolectando todas las noticias que los diarios publicaban. Su idea era escribir una novela ambientada en esos escenarios.
Efectivamente, y al cabo de muchos años, en 1992 publicó la novela homónima titulada “Juan Griego”. Pero el proyecto estaba lejos de quedar allí. Continuó trabajando, con dedicación, cada vez que podía, y recientemente, en 2018, el diseñador español sacó una nueva edición de la novela.
En sus palabras, el proyecto ha seguido evolucionado a la par de él, pues a través de la trama se propuso descubrirse a sí mismo, y contestar en el cristal histórico les preguntas más profundas de la existencia humana.
Por eso puedo decir con certeza que Domínguez ha sido un cautivo de Juan Griego.
Cuando algo absorbe tu atención, cuando algo te apasiona y colocas el corazón en su realización, cuando algo no sale de tu mente ni puedes escapar de ello, cuando no importa qué tanto tiempo sea necesario invertir para llevar a cabo tu sueño; entonces eres oficialmente un cautivo.
¡Y qué bueno es que haya algo suficientemente poderoso como para cautivarnos para toda la vida!
En ese sentido, me fascinan las palabras de Lutero cuando dijo con determinación frente a la dieta de Worms en 1521 «mi consciencia está cautiva a la Palabra de Dios».
Lutero no era capaz de huir del mensaje de Dios. Sus pensamientos estaban cautivos a la Biblia. Y así como nada sacó a Juan Griego de la mente de Domínguez durante todos esos años, ni siquiera las amenazas de muerte librarían a Lutero de su cautiverio.
Cuando se es cautivo, no hay opción. Un amor, una idea, una meta, una pasión, que cautiva… No suelta con facilidad. Y si suelta, de igual manera la mente nunca vuelve a ser la misma.
Pablo también habló de llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5). ¿A qué se refería?
Conflicto en Corintio
Las dos cartas de Pablo a la iglesia de Corinto son los escritos más pastorales de todo el Nuevo testamento. En ellos se nota de manera muy gráfica la preocupación y el cuidado solícito de Pablo por las iglesias que había ministrado.
Gracias a la información que nos suministra la segunda carta, sabemos que al parecer las cosas no habían salido muy bien en la segunda visita de Pablo a Corinto. Pablo se lamenta porque su visita les causó tristeza (2:1-4) y afirma que en su tercera visita “se decidirá todo asunto” (13:2).
¿Qué fue lo que sucedió? Por lo que sabemos, el apóstol y la iglesia habían sufrido conflictos por causa de algunos falsos maestros que estaban divulgando falsas doctrinas, y que intentaban desacreditar a Pablo delante de la congregación.
Por ello en varios lugares de la carta Pablo parece tratar de manera indirecta algunas de estas acusaciones (véase 1:15-23, 3:1-3, 4:1-6, 11:1-7, 12:13, 10:1-2, 10-12), a fin de zanjar los conflictos.
Había pospuesto la visita que tenía planeada a fin de dar tiempo para que los grupos que se habían levantado en su contra se arrepintiesen de su proceder, y la visita de Tito a la iglesia rindió los efectos deseados (7:5-16).
Sin embargo, aún quedaban cuestiones sin resolver. Especialmente con relación a esos “superapóstoles” (11:5) que extraviaban a la congregación.
Pablo, quien se había mostrado manso y humilde en sus visitas y debido a eso sus contrincantes le habían tildado de débil (10:10), ahora estaba dispuesto a actuar con osadía para con tales personas (10:2) haciendo uso de su autoridad a fin de solucionar el conflicto.
En este contexto histórico toman lugar las palabras del apóstol en 2 Corintios 10:1-6, versos que dan inicio a la tercera sección de la carta, donde asume un tono distinto, de carácter más defensivo.
Llevando cautivo todo pensamiento
¿Qué luz nos arroja todo este contexto sobre el pasaje en cuestión?
Bien, Pablo está indicando que como “buen soldado de Jesucristo” (2 Timoteo 2:2, 3), en su milicia (en su ministerio en general y más específicamente en su conflicto con estos “súperapóstoles”) no puede usar armas “carnales” (10:3).
Estas “armas carnales” deben referirse a los recursos o procederes contrarios a los sanos principios de los cuales hacían uso sus oponentes, tales como: sabiduría humana (1:12), falsificar o adulterar la palabra de Dios con astucia (2:17, 4:2), recomendarse a sí mismos o buscar recomendación de otros (3:1, 2), alabanza propia (10:12, 18), etc…
Por el contrario, Pablo afirma disponer de recursos aún más portentosos en este conflicto espiritual, armas forjadas en los cielos, armas “poderosas en Dios” (10:4).
Porque aunque el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los hombres para que no les resplandezca la luz del evangelio (4:4), pretenda engañar a los creyentes con sus artimañas (11:3-4), y aún se disfrace como ángel de luz para entramparles (11:14-15), ¡Dios sigue siendo triunfante!
Es más, Dios sigue conduciendo a sus siervos en “triunfo en Cristo Jesús” (2:14). Y sigue ordenando con su palabra poderosa que de las tinieblas espirituales resplandezca la luz del Señor cuando se predica la verdad de Jesucristo (4:5, 6).
Por eso sus armas espirituales destruyen fortalezas, y derriban argumentos y toda altivez que los hombres levantan en contra del conocimiento de Dios (10:4-5). Porque allí donde el enemigo ha levantado engaño, razonamientos falaces, mentira, falsas doctrinas y pretensiones, Dios pisotea su obra perversa con la gracia de Cristo.
Pablo no iría a Corinto solamente a resolver problemas humanos, él iría en el nombre del Señor a destruir la obra del diablo “llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (10:5).
Esas armas espirituales al alcance de Pablo eran tan poderosas que podían derrumbar las fortalezas que sus mismos enemigos se habían levantado en sus mentes, y posicionarlos, humillados, nuevamente a los pies del Salvador.
Cuando Pablo habla de llevar cautivo todo pensamiento está mostrando cuál es la verdadera dimensión del conflicto; no es un conflicto social sino espiritual. La guerra no es contra agentes humanos, sino contra los engaños y sofismas que el enemigo ha levantado en sus mentes.
En realidad todo el plan de salvación comienza o termina en la mente. Allí se encuentran cara a cara, frente a frente, los dos poderes: por un lado Jesús y su palabra pura, viva y eficaz; por el otro Satanás y sus sofismas.
¿Cuál es el plan de batalla? Los enviados de Dios, sus embajadores, portando en vasos de barro el tesoro de la verdad, son enviados en el poder del Espíritu para derrotar las fortalezas de Satanás con la locura de la predicación, y con una actitud semejante a la de Cristo.
¿Cuál es la meta? Allí donde el enemigo había levantado sus murallas, el ministro de Dios penetra con la espada del espíritu (Efesios 6:17, Hebreos 4:12), planta la bandera del evangelio, ¡y se lleva sus cautivos! Lleva cautivos a los pensamientos y los presenta a Cristo.
La exposición del evangelio, de Cristo crucificado (1 Corintios 1:23), haciendo uso de los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance, solo puede producir ese resultado: el pensamiento es cautivado por Jesús.
Más que el amor, más que una idea, más que un propósito o un ideal, Cristo cautiva la mente; se posesiona del pensamiento. Se hace irresistible, inevitable.
¿Y cuál es el resultado de todo esto? La obediencia.
Aquellos que ahora estaban causando problemas, dejándose distraer por el enemigo, levantando fortalezas y argumentos, ante la presentación del tesoro de la verdad de Jesús en el vaso de una vida transformada, sus pensamientos serían liberados de la potestad del enemigo, para ser llevados cautivos ‒pero obedientemente‒ hacia el redentor del mundo.
Un hombre cautivado no es el mismo. Un hombre cautivado no solamente piensa diferente, actúa diferente. Algo llegó y se posesionó de sus pensamientos, y por ello vive diferente.
Un hombre cuyos pensamientos han sido sometidos y cautivados por Jesús le persigue en obediencia. Sencillamente, su voluntad ha sido renovada, y la nueva pasión de su vida es obedecer a la verdad.
Así es el evangelio. Destruye las fortalezas de Satanás, conquista la mente para Jesús, lleva cautivos los pensamientos, y como resultado conduce a la obediencia. Todo comienza por un hombre investido por el Espíritu que, con valor, porta las armas “poderosas en Dios”, y se sacrifica por la verdad.
Voluntariamente cautivos
¿Y qué tiene que ver esto conmigo? ¿No se trata solamente de esa pelea allá de Pablo con aquellos hombres? En realidad no.
Este texto tiene dos dimensiones principales de las cuales podemos aprender mucho: La visión de Pablo, y la visión del lector.
La visión de Pablo: comprendemos que la vida cristiana no es un juego o una fantasía. Es nada menos que una guerra en la cual Satanás está empeñado en conseguir la victoria sobre la mente humana.
En esa guerra nosotros somos llamados a ejercer un papel trascendental. Somos los enviados de Dios a sitiar y destruir los «cuarteles» del enemigo.
¿Cómo lo hacemos? “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu” (Zacarías 4:6), vestidos de la armadura de Dios (Efesios 6:11-18), estando preparados para dar razón de la esperanza que hay en nosotros (1 Pedro 3:15), y siendo nosotros mismos unos cautivos de Jesús.
Dios quiere usarnos para librar del error a aquel cuya mente está encerrada dentro del dominio del enemigo; y somos los portadores del evangelio que dará libertad a la mente del pecado, y la conducirá en cautividad voluntaria a Jesús.
Solo el evangelio puede conquistar los pensamientos, nosotros no. Únicamente somos los portadores de ese evangelio irresistible y esclavizante.
La visión del lector: para que la vida cristiana sea real, sea vibrante, debe comenzar por conquistar la mente, como lo haría cualquier cosa que nos engancha y nos cautiva. La obediencia a Cristo será natural cuando nuestros pensamientos le pertenezcan.
Concedamos a Jesús las llaves de nuestra mente, rindámosle voluntariamente nuestros pensamientos, y él será victorioso. Nuestro pensar no tardará en transformar nuestro actuar.