El verbo “ordenar” es uno de esos que ocasionan en nosotros emociones encontradas. Por un lado, nos fascina dar órdenes, dirigir, mandar, ser jefes; por el otro, la mayoría no nos sentimos muy cómodos estando del otro lado del escritorio: obedeciendo órdenes.
Y la existencia de una orden conlleva automáticamente una consecuencia en caso de ser desacatada.
A lo largo de mi vida he pasado por varias circunstancias donde la orden de un superior debía ser prestamente cumplida o acarrearía consecuencias: La de mis padres o sería castigado, la del profesor o sería citado, la del DT de fútbol o sería sentado en la banca, la del director del club de Conquistadores o no iría a acampar, la del jefe o tú sabes…
Obedeces, todo bien. Desobedeces, y cargarás con los resultados. Y siempre, tarde o temprano, entendemos la razón de ser de tales mandatos.
Sin embargo, la presuposición detrás de cada mandato dado por un superior, padre, profesor, director y jefe, es que lo que se ordena será benéfico; ya sea para ti personalmente o para otros más. Pero jamás se espera que sea contrario a los principios.
En la realidad… no siempre es así. Hay superiores egoístas, despóticos e irracionales; y hay órdenes que salen de los correctos estándares éticos y morales. Me recuerda esto, por ejemplo, al teniente de la conocida ‒y muy buena‒ película protagonizada por Tom Cruise, Cuestión de honor.
En la Biblia Dios es el superior, y él da muchas órdenes y mandatos. De hecho, se nos habla de “ordenanzas” que hay que obedecer sin preguntar por qué. ¿De qué se tratan? ¿Son indicaciones irracionales y egoístas? ¿O son mandatos sabios con una clara y benéfica razón de ser? ¿Cuáles son las consecuencias para el que desobedece estas órdenes?
Ordenanzas en el AT
El término “ordenanza” en el Antiguo Testamento es una traducción frecuente de los vocablos hebreos hoq y huqqah, los cuales aparecen una y otra vez en paralelo con otros términos legislativos como “mandamientos”, “estatutos” y “leyes”.
Un ejemplo de esto es Deuteronomio 11:1 “Amarás, pues, a Jehová tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días”. Otro texto que ejemplifica este paralelismo es 2 Reyes 17:34.
En realidad es muy poco frecuente ver aparecer el término “ordenanza” en solitario. Por lo general está acompañado de al menos otro de los mencionados.
Ahora bien, ¿qué es una ordenanza? Como ya hemos notado el lenguaje del AT no tiende a manifestar una diferencia sustancial con los otros términos pactuales, sino que la integra dentro de ellos.
Bajo la luz de otros textos bíblicos llegamos a la conclusión de que se trata de aquello que ha sido instituido o prescrito como normativo.
Pero las ordenanzas no eran axiomáticamente religiosas. 1 Samuel 30:25 muestra que la práctica de repartir el botín de guerra aún entre los soldados que por alguna razón no habían podido formar parte de la incursión fue tomada por “ley y ordenanza” en Israel. También los reyes promulgaban ordenanzas (Daniel 6:15, 26).
Pero su uso mayoritario se da aludiendo a lo que ha sido prescrito por Jehová. En Éxodo 18:16 Moisés juzgaba los casos que se presentaban a él según las ordenanzas y las leyes de Dios; y en Números 9:19, 23 Israel obedecía la “ordenanza de Jehová”.
También en Job 38:33 se habla de las “ordenanzas de los cielos”, lo que claramente se refiere a las leyes naturales que le rigen.
En cada uno de estos casos, “ordenanza” se refiere a una ley o norma prescrita para ser obedecida en lo sucesivo.
Los 5 primeros libros de la Biblia conocidos en hebreo como la Torá, son precisamente los que registran las normas, leyes, estatutos y mandamientos que Dios prescribió para el orden civil, moral, religioso y sanitario de su pueblo.
Como dijimos, hallar diferencias en el uso de términos es difícil, pero hay un pequeño detalle que parece distinguir a las “ordenanzas”.
Al comparar los pasajes en los que se usa hoq, su uso pareciera no estar tan asociado con las leyes más fundamentales de la Torá, y sus principios religiosos y espirituales, sino con las indicaciones detalladas en cuanto al orden cúltico y civil.
Por eso “ordenanza” usualmente aparece con relación a mandamientos o indicaciones particulares que Dios ha dado concernientes a estas clasificaciones. Especialmente refiriéndose a alguna prescripción específica del culto israelita.
De ser esto así, es interesante que Hebreos 9:1, 10 hable de que Israel tenía “ordenanzas de culto”; las cuales no se relacionan necesariamente con las verdades eternas y trascendentes del carácter de Dios plasmadas en él, sino con “comidas y bebidas” u otras prácticas que, según el autor, perderían su valor con el tiempo.
Por tanto, aunque el sustantivo “ordenanza” forma parte del conjunto de leyes dadas por Dios a Israel y está identificado muy estrechamente y paralelamente con estas, por su vinculación con el culto ceremonial parece tener una connotación más intransigente e innegociable. Dios lo prescribió y así debe ser hecho. No importa la razón.
Dios instituyó un sistema cultual en Israel y este debía ser seguido al pie de la letra. ¿Por qué?
Era un modelo didáctico destinado a plasmar en la mente de los que en él participaban verdades espirituales más abarcantes. Tales como la santidad de Dios, la pureza, la consagración, la gratitud; y aspectos más particulares del plan de redención: el perdón, la sustitución, la intercesión, la obra del mesías, etc…
¿Ordena Dios meramente por hacerlo? ¿Por complacerse demostrando su autoridad? ¿Lo hace de manera irracional? No.
Todo mandato de Dios, moral o cívico, cultual o higiénico, al ser obedecido con discernimiento espiritual dejaría en evidencia la sabiduría de Dios. Moisés reconoció cómo la ley de Dios era una bendición para su pueblo (Deuteronomio 4:6-8). Dios quería bendecir, no mandar.
Ordenanzas en el NT
Con la muerte de nuestro Salvador en la cruz, muchas cosas cambiaron. La ley que fungió como “ayo para llevarnos a Cristo” (Gálatas 3:24) ahora tenía que ser vista a través del crisol de Jesús.
Por eso Pablo habla ahora de la “ley de Cristo” (1 Corintios 9:21). Esto no implica un cambio de ley, implica una transformación de la manera como se entiende. Pues, a través de Jesús, algunas ordenanzas pierden su significado, mientras que otros elementos ‒quizás no tan evidentes para Israel en lo antiguo‒ cobran mayor relevancia.
Así, Efesios 2:15 indica que Jesús abolió en su carne la ley de los mandamientos expresados en “ordenanzas”, a fin de unir a gentiles y judíos en un solo cuerpo.
La única interpretación válida de este texto al compararlo con el panorama del NT, es que Jesús derribó el muro de separación haciendo caducar las ordenanzas que tenían una función didáctica en Israel pero que habían sido pervertidas por los judíos para discriminar a los gentiles, manteniéndolos ajenos del pacto y las promesas (Efesios 2:12).
Así que los estatutos ceremoniales de Israel, lo que denominamos antes “ordenanzas de culto”, han perdido para nosotros su significado, al ser reemplazadas por el ejemplo directo y las verdades más trascendentes y permanentes que Cristo a través del evangelio imparte.
Pero a la vez que Jesús lleva estas ordenanzas cúlticas a su fin, instituye nuevas. Él no abroga la ley, le da su verdadera y más completa interpretación (Mateo 5:17).
En realidad, dentro de las “ordenanzas” del Nuevo Testamento podríamos incluir todos los mandatos o instrucciones directas del Salvador (él habla de “mis mandamientos” en Juan 14:15, 21); sin embargo, al igual que en el caso del AT (que también las “ordenanzas” son paralelas con los “mandamientos”) le daremos la connotación de instrucciones puntuales cultuales.
Aunque no se usa el término “ordenanzas”, en el NT Cristo establece nuevas instituciones cuyo valor es muy similar a las del AT. Porque aunque son meras ilustraciones sin valor en sí mismas, son ordenadas con función didáctica y representativa de lo que debe ocurrir en la experiencia espiritual del creyente.
Las ordenanzas cristianas
Son dos principales:
-El bautismo: estudios recientes han indicado que el bautismo no era una novedad en el primer siglo. De hecho, los judíos no vinieron a Juan para cuestionar la práctica del bautismo, sino su autoridad para realizarlo (Juan 1:25).
El bautismo formaba parte del ritual preparatorio de un prosélito que quería convertirse a la religión judía. Y era practicado sobre todo en comunidades ascetas y ebionitas como la de Qumrán.
Estaba asociado con la purificación, y por eso fue usado por Juan como símbolo del arrepentimiento. Cristo dio su sello sobre él al ir a Juan para ser bautizado, y luego al aplicarlo a sus propios seguidores (Juan 4:2).
Más tarde, el bautismo llegaría a ser el requisito para ser aceptado dentro de la comunidad cristiana (Mateo 28:19-20, Marcos 16:16, Hechos 2:38), y estaba asociado con el perdón de los pecados, la recepción del don del Espíritu Santo, y la aspiración de una nueva vida en Jesús (1 Pedro 3:21).
El bautismo no salva, no tiene ningún valor en sí mismo. Pero fue ordenado por Jesús como un testimonio público, y como un sello manifiesto del compromiso de fe del individuo con Cristo.
Similar a la circuncisión y sustituyéndole, el bautismo es una ordenanza cristiana que habla de lo que debe haber ocurrido en nuestro interior al ser integrados en el pacto de gracia. Le preceden el arrepentimiento sincero y la entrega de fe a Cristo.
-La Cena del Señor: en la última noche que estuvo con sus discípulos, Jesús instituyó la cena del Señor como recordatorio de su sacrificio (1 Corintios 11:23-26). Este había sido prefigurado por la pascua, y de allí en adelante sería rememorado por la Santa Cena.
Al comer el pan y beber del vino, el creyente reafirma su participación en la redención provista por la carne y la sangre de Cristo, que fueron entregadas “en favor de muchos” (Marcos 13:24).
A su vez, participar de los emblemas implica confesar nuestra fe en el pronto regreso de Jesús para consumar lo que comenzó en la cruz (1 Corintios 11:27).
-Otras instituciones: otras ordenanzas que podrían mencionarse son el rito del lavamiento de los pies (Juan 13:4-15), y la imposición de manos (Hechos 6:6, 13:3); las que, al igual que las anteriores, para tener valor deben ser símbolos o representaciones de lo que ya ha ocurrido en el creyente. Y fungen como ilustración didáctica y sello exterior de las competentes experiencias interiores.
Así como Dios había prescrito ordenanzas para el culto antiguo, Jesús instituyó prácticas para la iglesia cristiana de un carácter similar. ¿Para agobiarnos con sus órdenes y mandatos? ¡No! Al participar de ellas con fe y discernimiento espiritual, de manera especial Dios se encuentra con el creyente en tales ocasiones.
De no obedecer, sufriremos la consecuencia: perder la bendición prometida. Pues Dios no ordena para mandar, Él ordena para bendecir.