¿Qué es homilética?

qué es la homilética

En varias ocasiones he sido abordado con la pregunta: ¿Cuál considerarías tu orador favorito?, y es inevitable que varios rostros surquen mi mente. Pastores extranjeros que he escuchado por YouTube, otros que he conocido cara a cara, algunos profesores… De cada uno de ellos podría decir que manejan su propio estilo de la homilética.

Sin embargo, si me tocase elegir uno de entre ellos, sin dudarlo escogería a un humilde hermano de iglesia que jamás asistió a un seminario ni participó de un curso sistemático de homilética. ¡Ni siquiera alcanzó a culminar su bachillerato! Pero cuando predica la Palabra, lo hace con una pasión y una convicción irresistible.

Su nombre es Jaime Pedrozo. Y viajaría a Santa Marta, Colombia, únicamente con el propósito de escucharle predicar una vez más. Una persona que todos consideraban su amigo, un cristiano ejemplar y sencillo, un líder dedicado, natural, guiado por el Espíritu Santo. Le admiro profundamente.

Hay oradores que se forman. Sienten el llamado a dar a conocer la Palabra, así que aprenden los principios, las técnicas, y se ejercitan hasta perfeccionarlas. Pero hay oradores que sencillamente son usados por Dios. No hay otra explicación.

Con esto no quiero desestimar la necesidad de aprender la ciencia y el arte de hacer homilética, sino dejar en claro desde un principio cuál es el elemento más importante para predicar: Jesús como la llama que arde en el corazón del orador. Todo lo demás puede complementar, pero no suplantar, a ese elemento imprescindible.

Dicho en pocas palabras: en homilética, la conversión sobrepuja a la aptitud.

Homilética

¿Qué es, entonces, la homilética? Al igual que “hermenéutica”, es parte del argot teológico. Aunque la busquemos, no aparecerá en una concordancia bíblica. Homilétikos (lit. “reunión”) es una palabra griega que proviene de homilios (“conversar”). Relación que convierte a la primera en una reunión para dialogar.

Por ello “homilética” es el término utilizado en teología pastoral para hablar de la ciencia y el arte de la predicación pública; reunión donde el tema de conversación es el evangelio. Se diferencia de la oratoria de la misma manera que la hermenéutica lo hace de sus pares: su contexto y finalidad es religiosa.

La homilética es considerada una ciencia puesto que estudia de manera sistemática la aplicación de los principios de la oratoria y la retórica en la presentación de un discurso religioso. Posee leyes, orden y estructura. El propósito de sus premisas, principios y técnicas es permitir interpretar y compartir de manera efectiva el mensaje de la Palabra de Dios.

Pero por otro lado la homilética es considerada también un arte. Más allá de reproducir una estructura formal o un proceso fríamente calculado, la homilética es el resultado de la mezcla indivisible de la personalidad de un hombre y su mensaje.

Para poder transmitir el mensaje de manera eficaz, éste debe ser presentado con belleza y gracia. Lo que abre el compás para la innovación, la creatividad, los ademanes, las ilustraciones, etc… toda una variedad de recursos artísticos que le dan fuerza, identidad y pertinencia a la predicación.

Por lo tanto, la homilética es el arte y la ciencia de predicar de forma efectiva.

Un hombre o una mujer pueden pararse en un púlpito con un texto bíblico y predicar. ¡Pero eso no implica naturalmente que hagan homilética! Una predicación improvisada, sin objetivo ni tema claramente definido, sin previa reflexión y estudio del texto, y sin bosquejo o estructura, no puede ser considerada predicación homilética.

Con el fin de comunicar la palabra de Dios de forma adecuada, la homilética abarca desde la selección del texto, la organización y elaboración del bosquejo, la preparación, y hasta el acto mismo de la predicación. Proceso que en lugar de coartar la fluidez de la predicación, le conduce a cumplir su verdadero propósito.

Seguir concienzudamente este proceso es obedecer el consejo de Pablo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).

Tal como hay una manera de usar “bien” la palabra de Dios, hay también una manera de usarla mal. El propósito de la homilética es ayudar al obrero de Dios a utilizar bien la Palabra, a fin de que todos reciban su “alimento a tiempo” (Mateo 24:45).

Para hacer homilética

Vale la pena que mencionemos algunos de los elementos principales que dan lugar a una buena homilética. Especialmente lo relacionado con sus propósitos u objetivos, la relación con la hermenéutica, fundamentos teológicos y aspectos prácticos.

Objetivos de la homilética

Ante todo hay que tener claro qué queremos lograr al hacer homilética. Cuál es su razón de ser. Si no, será fácil desviarse en el proceso de la predicación. Cosa que ha ocurrido muy a menudo.

Por ejemplo, homilética no es:

-Entretener

-Defender lo que yo creo

-Contar anécdotas personales

-Reunir una serie de textos bíblicos sin ilación

-“Dar palo” a la gente

-Exaltar mis propias capacidades

Esos solo son algunos de los errores en que la predicación ha caído y puede caer. Cada uno de ellos representan una tergiversación del propósito real de la predicación homilética.

Los propósitos de la homilética, según Arthur Allen, son: 1) hacer la verdad más clara (adaptarla, interpretarla, aplicarla); 2) hacer la responsabilidad más urgente; 3) despertar la consciencia; 4) tocar la razón; 5) persuadir a aceptar las verdades del evangelio, y 6) persuadir a vivir una vida cristiana.

Si el predicador tiene estos objetivos claros en su mente, se encamina a alcanzar el verdadero propósito de la predicación: guiar a las personas a la salvación. O como dijo el apóstol Pablo: “presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:28).

Ahora bien, el hecho de que mi objetivo sea llegar a la cumbre del Everest no quiere decir que lo lograré. Sin embargo, es un primer paso. Este objetivo debe estar acompañado de un proceso, una metodología que conducirá a su alcance.

Relación con la hermenéutica

Siendo que la hermenéutica es la ciencia que define los principios y métodos para abordar el estudio de las escrituras, ésta precisa ir de la mano con la homilética para producir un sermón homilético. Pues, como hemos dicho, la homilética tiene por fin aclarar, explicar y persuadir con la verdad, no inventarla.

Por lo tanto, la preparación de un sermón comienza desde el mismísimo inicio del estudio de la palabra de Dios. Si no descansa sobre una sólida base bíblica, el sermón ya perdió su norte. En cuanto a esto sería útil que consultaras nuestro artículo ¿Qué es la hermenéutica bíblica y sigue siendo importante hoy?

El predicador debe evitar la tentación de caer en la eiségesis, que es la cara opuesta a la exégesis. La primera inyecta al texto bíblico sus propias ideas y preconceptos, mientras que la segunda explora el texto y permite que éste le domine, le ilumine, le amoneste y le proporcione su mensaje.

De esta forma, se ha dicho que el predicador es como un guía turístico que acompaña a los visitantes a conocer y apreciar las maravillas de un paraje natural. Para lograr esto, ha tenido que familiarizarse muy bien con el paraje primero. De la misma forma el predicador con el texto y su audiencia.

Los fundamentos teológicos

Este apartado necesitaría un espacio mucho más extenso, del cual no disponemos. Sin embargo, la buena hermenéutica y los principios que rigen la predicación descansan sobre convicciones poderosas de la verdad bíblica.

La predicación homilética fluye de una comprensión trascendente e inmanente de Dios. Dios es la verdad (Juan 14:6), y en virtud de eso “alumbra a todo hombre que viene a este mundo” (Juan 1:9). Él ha hablado en la historia, ha actuado en la historia, y sigue hablando y actuando hoy a través de su Palabra escrita.

La “locura de la predicación” (1 Corintios 1:21), es su medio escogido para salvar al ser humano. Para revelar al intelecto el camino divino y orientar el corazón humano nuevamente a sí mismo. El predicador, como embajador de Cristo (2 Corintios 5:20), tiene el sagrado cometido de apelar en nombre de Dios a las almas de los hombres.

Estas convicciones, esbozadas muy brevemente, son fuerzas que deben estar firmemente arraigadas en la mente del predicador. Confieren a la homilética una responsabilidad sagrada y radical, y se podría decir que la predicación existe gracias a ellas.

Aspectos prácticos

Finalmente, la predicación homilética debe surgir de la escritura, aunque puede ser motivada por una necesidad de la congregación o de la época. Debe usar un texto base, seleccionar un tópico específico que desea tratarse y afirmarse a lo largo de todo el sermón, plantearse un objetivo particular, y plasmar todo eso en una estructura.

En cuanto a la estructura, el predicador puede seleccionar si utilizará un método inductivo o deductivo. En cuanto a la metodología, puede elegir apuntar en mayor medida a la razón o al corazón, lo que, a su vez, dependerá del tema y la audiencia.

El tiempo debe ser proporcional, dedicando mayor tiempo al cuerpo que a la introducción y la conclusión.

La homilética protestante no contempla mayores reglas en cuanto a cómo debe presentarse un sermón. El predicador le imprime su propia personalidad, con la creatividad característica de sus ideas y su experiencia con Dios.

El tema es Jesús

Aunque una predicación no necesariamente debe ser cristocéntrica, jamás debiera dejar a Jesús a un lado. En este sentido el apóstol dijo: “me propuse no saber nada entre vosotros sino a Jesucristo y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).

En la materia de Homilética, un estudiante presentó en una ocasión un sermón magistral. Había cumplido con todas las reglas, el contenido estaba firmemente asentado en la escritura, fue profundo, impresionante y atractivo.

Pero grande fue su sorpresa cuando al terminar el profesor le dijo: «Excelente presentación. Sin embargo, te tengo una pregunta. ¿Dónde estuvo mi Cristo en tu sermón?».

Esa anécdota me marcó para siempre. Todo predicador debiera tener subrayadas en su Biblia las palabras de aquellos griegos que vinieron a Jerusalén: “queremos ver a Jesús” (Juan 12:21).

Al final, la predicación es Jesús. Fuera de él, no es más que una conferencia.