¿Qué dice la Biblia sobre los tatuajes?

En el año 2012 el Señor me dio una gran sorpresa. Tras unos 7 años sin ver a uno de mis amigos más queridos de la infancia, mientras paseaba por allí en los juegos deportivos durante el campamento anual de jóvenes, ¡puff! Me lo encontré. Y vaya que fue emocionante. 

Sin embargo, al principio no lo reconocí. Su cabello había cambiado de color, sus facciones eran más maduras, había crecido un poco más y también se estuvo ejercitando. Él fue quien me reconoció a mí.

Si te ha sucedido, sabrás que esa clase de encuentros son muy significativos. Empezamos a recordar experiencias vividas, y a ponernos al día en cuanto a lo que había sido nuestro andar en esos últimos años. 

Poco tiempo después de habernos encontrado me hizo saber un arrepentimiento. En su pecho se leían las palabras: «All we need is love». Un tatuaje, por supuesto.

Me comentó que se lo hizo en un momento de arrebato, y ahora le avergonzaba tenerlo después de haber regresado a la iglesia. Le animé a seguir adelante y confiar en la seguridad de la aceptación divina. 

Pero meditando en eso, pienso: es inevitable recordar en ocasiones las cosas equivocadas que hemos hecho en el pasado. Algunas con más frecuencia, otras con menos. 

Sin embargo, una marca permanente en nuestro cuerpo, ¿cómo se deja atrás? Sencillamente, allí estará siempre. Como el memorial de los errores de la vida pasada.

Pero no se puede decir que todos los tatuajes son producto de un momento de arrebato, ni que siempre se conservarán como un mal recuerdo. Algunos jóvenes cristianos incluso se tatúan una cruz, el rostro de Jesús, algo relacionado con su conversión… ¿hay algo de malo en eso?

A fin de cuentas, ¿qué dice la Biblia sobre los tatuajes?

El problema del salto cultural

La Biblia fue escrita en un período que comprende aproximadamente desde 1500 a.C hasta el 98 d.C, es decir, casi 1600 años. A su vez, el espacio geográfico de procedencia de sus autores está confinado a los alrededores del mar Mediterráneo. 

Así que, entre nosotros, occidentales en el siglo XXI, y los escritos bíblicos, hay una brecha sumamente grande. Eso limita la capacidad de proveer claramente por medio de las escrituras respuestas a cuestiones tales como ¿aborto? ¿Redes sociales? ¿Cine? ¿Racismo? ¿Libertad de culto? ¿Orden mundial? ¿Adopción homosexual? Y muchas más.

Ella esboza principios que contribuyen a tratar y decidir sobre cada uno de estos temas, pero no los aborda directamente, pues, el contexto bíblico quedó muy distante de estos debates. No eran preocupaciones contemporáneas a los tiempos de los escritores, ¡ni pasaban por su mente!

El asunto de los tatuajes es otra de estas cuestiones. A pesar de que en tiempos primitivos la gente sí los utilizaba, era con fines específicos; la práctica moderna de los tatuajes difiere en varios sentidos. 

Por lo que es imposible extraer de la Biblia un texto que zanje la cuestión de manera definitiva. Lo que sí nos ofrece son principios generales que, al ser aplicados a los conflictos presentes, muestran una solución clara. 

Levítico 19:28

Este texto es uno de los pocos pasajes en la biblia (o mejor dicho, el único) que legislan sobre los ketobet (marca impresa en la piel) o los caacá (incisión, desgarrón, señal). El texto dice: “No haréis incisiones en vuestro cuerpo por un muerto, ni imprimiréis en vosotros señal alguna. Yo, Jehová”.

Estas incisiones o marcas probablemente no sean iguales a los tatuajes que conocemos hoy, pero su intención y su forma seguramente habrán sido parecidas. 

De hecho, un repaso de la literatura del Antiguo Cercano Oriente deja ver que la práctica del tatuaje es de un origen muy temprano [véase John Huehnergard y Harold Liebowitz, The Biblical Prohibition Against Tattoing, 2013]. Por lo que la referencia a dicha práctica pagana en este pasaje no puede ser pasada por alto. 

Ahora bien, aunque se legisla en contra del tatuaje, no se brinda la razón para tal ordenanza. La suposición académica, basada en los estudios de la cultura cananea y en el verso que le precede (v. 27), es que la razón descansa sobre la afinidad de tales prácticas con rituales de la región, como el marcado de los esclavos; o con ceremonias religiosas paganas con motivos fúnebres. 

Cuando vamos al contexto, notamos que todo el capítulo 19 de Levítico funciona como una especie de código ético y religioso, expresando un conjunto de leyes de naturaleza muy variada. Desde el mandato de no comer de un sacrificio perteneciente a una ofrenda de paz de haber pasado el tercer día, bajo pena de muerte (v. 5-8), hasta no mezclar hilos en la confección de vestidos (v. 19) y honrar a los ancianos (v. 32).

Todo precedido por la ordenanza “Santos seréis, porque santo soy yo, Jehová, vuestro Dios” (v. 2). Lo que implica que tales mandatos tendían a diferir con los paradigmas de acción y conducta que los pueblos vecinos mantenían. En medio de ellos, Israel era llamado a ser un pueblo santo, apartado, justo en su manera de vivir, tal y como Jehová su Dios era santo. 

No es sorprendente, entonces, que Dios quisiera prevenirlos en contra de adoptar prácticas que tendiesen a acercar a Israel a costumbres muy estrechamente ligadas a cultos idolátricos y de naturaleza controvertida (como se observa al comparar el texto con Deuteronomio 14:1-2 y Jeremías 48:37), al ser comparadas con la religión pura de Jehová. 

El hecho de que Dios prohíba cortar el cabello en forma de corona o dañar las puntas de las barbas (elementos de rituales paganos) inmediatamente antes del pasaje que ordena en contra de las incisiones o grabados (v. 27-28), demuestra que en realidad estas prohibiciones estaban destinadas a servir como resguardo para Israel contra el culto corrupto y pervertido de Canaán.

De otra manera, los dos primeros mandatos no tendrían mayor explicación. 

Esto nos plantea un problema. Siendo que la religión cananea ya no representa una tentación para nosotros, ¿continúa siendo aplicable Levítico 19:28?

Todo parece indicar que la única legislación directa contra los tatuajes, dada con motivo de proteger a Israel de la influencia idolátrica, no tiene una aplicación directa para nosotros. Por lo que para definir una posición «bíblica» en cuanto a ello será necesario evaluar algunos principios de las escrituras.

El cuerpo pertenece a Dios

Al hablar de la inmoralidad en la primera carta a los corintios, el apóstol Pablo deja en claro un principio fundamental de la vida cristiana: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cuál habéis recibido de Dios, y que no sois vuestros? […] glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:19-20).

Las escrituras exponen en términos claros las responsabilidades inherentes a la mayordomía cristiana. Y uno de estos elementos confiados a la administración de cada ser humano, pero cuyo legítimo propietario es el Creador, es nuestro cuerpo. Al igual que nuestro tiempo, recursos y talentos.

Quiere decir que aquello que muchos se jactan de decir: «mi cuerpo es mío y yo hago con él lo que me parezca», no es realmente cierto. Dios es dueño de toda la creación, es dueño de nuestro cuerpo por cuanto él lo formó y él lo redimió, lo tenemos en nuestra posesión en calidad de mayordomos, pero tendremos que rendir cuentas a Dios por su uso.

De hecho, en términos tajantes 1 Corintios 3:17 dice que aquel que destruya el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Pues de cada mayordomo “se requiere que sea hallado fiel” (1 Corintios 4:2); por eso el consejo del apóstol es “glorificad, pues, a Dios con vuestro cuerpo”. 

¿Cómo se glorifica a Dios con el cuerpo? No es únicamente absteniéndose de la inmoralidad sexual (el contexto de 1 Corintios 6), sino cultivando los mejores hábitos de salud posibles, protegiendo nuestro cuerpo de daños innecesarios, guardando su integridad, y honrando la imagen de Dios en él.

Aunque Dios nos ha dado la libertad de decidir qué haremos con él, cada persona debiera tener el mayor cuidado con lo que procede a hacer con su cuerpo. No podemos tratarlo como queramos. 

No lo glorificamos al tatuarnos el rostro de Jesús, pues Él ordenó que no nos hiciésemos imagen alguna de lo que hay en los cielos (Éxodo 20:4). No glorificamos a Dios al considerar nuestro cuerpo una pizarra. Al contrario, lo glorificamos al tratarlo con responsabilidad y amor, como un santuario consagrado a Dios. 

La santidad

Glorificar a Dios, por supuesto, implica santidad. Pedro retoma Levítico 19:2 cuando impele “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos” (1 Pedro 1:15). 

No necesitamos copiar las costumbres del mundo. ¿Para qué? ¿Ganamos algo con eso? El Señor nos llama a vivir vidas diferentes, y a cuidar nuestro cuerpo de una forma diferente. 

Marcar una diferencia positiva, y brindar un modelo apropiado acerca de cómo debería un mayordomo de Dios administrar el cuidado de su cuerpo, es un privilegio que el Seños nos ha conferido. 

Por el contrario, un tatuaje solo puede ser  un puente más que nos liga al mundo; pues está claro que no es algo que Dios haya autorizado. Más nos conviene permanecer al margen de estas prácticas mientras procuramos vivir en santidad, imitando el modelo del Salvador, y glorificándole en el uso que damos al cuerpo que nos confió.

Pero si algún tatuaje te has hecho, recuerda: no durará para siempre. Un día los que viven en Cristo serán transformados. Nuestro cuerpo de humillación llegará a ser semejante al cuerpo de gloria de Cristo (Filipenses 3:21). ¡Y nunca más tendrás que volverlo a ver! “Yo hago nuevas todas las cosas” dice el Señor.