¿Qué dice la Biblia sobre el divorcio?

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Cuenta la leyenda que hubo un tiempo cuando el divorcio prácticamente no existía… «¿En verdad?» Sí, aunque no lo creas. 

Enrique VIII fue el tercero de los seis hijos de Enrique VII e Isabel de York, reyes de Inglaterra. Nació el 28 de junio de 1491, y recibió una muy buena educación.

En 1509 Enrique asciende al trono inglés, tras el fallecimiento de su hermano Arturo y de su padre. Ese mismo año desposa a Catalina de Aragón ‒viuda de su hermano‒, y son coronados juntos en la abadía de Westminster el 24 de junio. Cabe destacar que el papa Julio II se mostró francamente en desacuerdo con esta unión, pero Enrique prefirió seguir adelante.

Las cosas no marcharon bien. Entre 1509 y 1518 Catalina estuvo embarazada 7 veces, pero solo una de sus hijas superó la infancia, María. Esto preocupaba a Enrique puesto que el pueblo no parecía muy conforme con una sucesión femenina, y el trono debía ser asegurado para su descendencia.

Allí comenzó “La cuestión real”. En 1526, cuando estaba claro que Catalina no podría tener más hijos, el rey empezó a interesarse en la hermana de una de las amantes que frecuentaba, Ana Bolena.

Durante largos años Enrique estuvo intentando lograr, por todos los medios posibles, que el papa declarara nulo su matrimonio con Catalina para casarse nuevamente. Aunque su motivación principal era poder tener el deseado hijo varón, se enamoró y se encaprichó con Ana. Este proceso recibió el nombre de “La cuestión real”.

Enrique apeló a la santa sede, alegando que la bula que le había permitido casarse con Catalina no era válida. Se formaron comisiones que actuaron secretamente investigando los pormenores, y la iglesia acabó por decantarse en contra del Rey. No podría divorciarse. 

Así que en 1533 Enrique hizo una jugada de profundas consecuencias históricas para salirse con la suya. Se casó con Ana y fue excomulgado de la iglesia; pero se llevó a toda Inglaterra consigo, haciéndose cabeza de la nueva iglesia de Inglaterra, la iglesia Anglicana.

El congreso inglés reconoció el matrimonio con Ana, y declaró a María hija ilegítima del rey. A esto siguió una serie de movimientos políticos para expulsar el catolicismo de Inglaterra. Cualquiera que dijera que la unión real no era válida sería condenado a prisión por alta traición. Y la oposición religiosa también fue rápidamente suprimida.

Pero la historia no fue color de rosa. Ana fue ejecutada en 1536, y a este siguieron 4 casamientos más. Todo para que sus hijas María e Isabel (hija de Ana) fuesen las que finalmente heredaron la corona.

Matrimonio tras matrimonio, divorcio tras divorcio, hijos ilegítimos, amantes, intrigas y ejecuciones. De eso se trató la vida de Enrique después que decidiera pasar por alto el ideal divino para la familia. 

Y lo que es más, hoy la iglesia Anglicana existe gracias a un divorcio.

Esta historia de polémicas ilustra bien dos cosas en cuanto a la ruptura: 1) eran muy complicadas en lo antiguo, y 2) ocasionan mucho mal.

El matrimonio en el plan de Dios

Cuando hablamos sobre El adulterio en la Biblia, tuvimos oportunidad de explicar brevemente el sueño de Dios para el matrimonio. 

En su sabiduría, Dios primeramente creó a Adán. Lo tenía todo planificado. Sería una escena parecida a la que hoy se representa en las bodas (quizás inspirada por este mismo hecho). Creó primeramente a Adán sólo, para que pudiese ver el mundo natural, pudiese ver a las parejas de animales, y así se preguntara dónde estaba su compañía. Quizás un poco chasqueado.

Entonces, cuando creara a la mujer y la llevara delante de él para oficiar el primer matrimonio, Adán experimentaría una emoción increíble: ¡Allí estaba su compañera, y era increíblemente hermosa!

Sabemos que esto fue precisamente lo que sucedió. Dios durmió a Adán, formó a la mujer de su costilla, y cuando éste despertó y vio a aquella miss universo, pronunció las memorables palabras: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!” (Génesis 2:23).

Dios lo planificó todo de una forma muy especial, precisamente porque a sus ojos el matrimonio era honroso, hermoso y sagrado. Él les daría el privilegio a hombres y mujeres de compartir la misma intimidad que existía en el seno del Dios trino. Llegarían a ser “una sola carne” (Génesis 2:24). Y también serían co-creadores, pues podrían reproducir vida (1:28).

El matrimonio, por supuesto, sería tan eterno como Dios. Jesús explicó años después un poco más sobre este sueño divino cuando citó Génesis 2:24 y dijo: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne, por tanto, lo que Dios juntó no lo separe el hombre” (Mateo 19:6). 

Dios une al hombre y a la mujer en un vínculo indivisible, un vínculo privilegiado, vínculo que debe ser asumido con responsabilidad.

Y puesto que el pecado llegó a estropear los planes perfectos de Dios, el vínculo que había sido pensado para ser eterno ahora tenía una fecha de caducidad: la muerte (1 Corintios 7:39, Romanos 7:2). Pero mientras no mediase muerte, el vínculo debía ser vitalicio. El hombre no debía separar lo que Dios había unido (Marcos 10:9).

Este era el plan de Dios. Y de haberle dado continuidad, sometiendo el amor eros al fileo y al ágape [Ver nuestro artículo Tipos de amor en la Biblia], la humanidad se habría ahorrado muchísimo sufrimiento y conflicto. 

“Por la dureza de vuestro corazón”

Si Dios lo había pensado de esa manera, entonces la pregunta es, ¿de dónde salió el divorcio?

En todo el pentateuco no encontramos ejemplo de divorcio en ninguna de las narrativas, y podemos suponer que probablemente no era practicado en tiempo de los patriarcas. Sin embargo, en el código de Hammurabi sí se menciona el divorcio, y la Torá se hace eco de esto.

En el texto que citamos arriba, Mateo 19:1-12 y sus paralelos, Jesús está siendo interrogado acerca del divorcio. La pregunta que le plantean los fariseos es: “¿Está permitido al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?” (v. 3).

Jesús contesta de la manera que ya explicamos antes, afirmando que el hombre no puede separar lo que Dios ha unido. A esto le sigue la segunda intervención de los fariseos: “¿Por qué, pues, mandó Moisés darle carta de divorcio y repudiarla?” (v. 7).

Esto nos remite a un posible origen del divorcio entre el pueblo de Dios en la ley de Moisés. Ciertamente, en Deuteronomio 24:1 se lee: 

“Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, la entregará en su mano y la despedirá”.

Pero debemos notar algunas cosas interesantes en cuanto a este texto.

En primer lugar, obsérvese que la parte normativa de la ley realmente se encuentra en los versos 2 y 4, mientras que en los versos 1 y 3 se está planteando la situación en la cual se aplica la norma. Por lo que 24:1 no es un “mandamiento” de Moisés, debe entenderse más bien como una circunstancia que ya se había estado dando entre el pueblo, probablemente debido a la influencia de prácticas comunes de la región (ya mencionamos que el código de Hammurabi incluía estas estipulaciones).

En segundo lugar, es ambiguo el significado de la expresión traducida por “cosa indecente”. El hebreo es ervah, que significa “desnudez”. Por lo que aludir que es posible divorciarse “por cualquier causa” sería errado. Más bien, la razón válida debía tener que ver con algún tipo de inmoralidad sexual.

En tercer lugar, nota que las dos grandes escuelas del Judaísmo del primer siglo eran las de Hillel y Shammai, y ambos mantenían una interpretación contraria del significado de este texto. Hillel mantenía que el divorcio es permitido por cualquier causa, mientras que Shammai opinaba que el divorcio solo era posible por motivo de adulterio.

Estas tres consideraciones iniciales contribuyen a concluir con bastante seguridad que la aseveración “Moisés mandó darle carta de divorcio y repudiarla” es falsa. Moisés nunca mandó eso, la causa permisible parece ser solamente un asunto sexual, y ni los mismos exponentes del judaísmo estaban de acuerdo en lo que significaba Deuteronomio 24:1.

Entonces en el verso 8 Jesús lo dice sumamente claro: “Por la dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; pero al principio no fue así”. 

Jesús contrapone la permisividad al mandamiento; Moisés no mandó, permitió. Y esto queda claramente demostrado a partir de que Deuteronomio 24:1 no es un mandato, sino una circunstancia. Dios toleró el divorcio, práctica común de la cultura del primer milenio antes de Cristo, “pero al principio no fue así”.

Así que a la pregunta ¿de dónde salió el divorcio? La respuesta es: fue una tergiversación humana del ideal Divino, que Dios toleró en Israel por la dureza de sus corazones, por lo generalizado del divorcio en la cultura que les rodeaba, pero que de ninguna manera forma parte de su plan. 

Jesús muestra cuál es el ideal, y allí es que todo hombre debe apuntar. Habiendo llegado un tiempo de mayor madurez espiritual, Dios no tolera más el divorcio. 

Salvo por una razón. 

“Salvo por causa de fornicación”

Ni en Mateo 19:9 ni en 5:31-32 la intención de Jesús es decir: «si tu pareja comete adulterio, divórciate». De ninguna manera. Hemos colocado énfasis desmedido en la salvedad, en lugar de colocarlo sobre el argumento general de ambos pasajes.

En su lugar, lo que Jesús quiere decir es: «Dios no desea que las parejas se divorcien, es su propósito que la unión consumada permanezca para toda la vida. De hecho, el que se divorcia y se vuelve a casar comete adulterio. Salvo que lo haya hecho por causa de fornicación».

Es decir, el Señor no quiere divorcios. Pero por causa del pecado en el mundo, los permite bajo cierta circunstancia. A riesgo de redundancia, hemos de recordar y enfatizar que este no es el plan de Dios. No lo fue nunca, ni lo será jamás.

Jesús se inclina por la escuela de Shammai y declara que la “fornicación” es la única causa posible bajo la cual el consorte que no ha fallado a los votos matrimoniales puede volverse a casar. 

¿Y a qué se refiere eso de “por causa de fornicación”? El término griego significa literalmente “falta de castidad”. El único motivo permisible para el divorcio y el nuevo casamiento, es que el conyugue falle a la integridad sexual que compete al matrimonio. 

“Salvo por causa de fornicación” fue lo que provocó tan fuerte conflicto entre Enrique VIII y la iglesia por su deseo de divorciarse. Las condiciones no habían sido cumplidas. Dado el caso, su divorcio era un adulterio delante del Señor.

Se usa el vocablo “fornicación” precisamente para relacionarlo con el término hebreo de Deuteronomio 24:1. No se refiere solamente al adulterio, sino también a cualquier perversión o inmoralidad de índole sexual que tienda a destruir la imagen de Dios en la pareja. 

Solo en ese caso, el conyugue que ha permanecido fiel puede quedar libre para divorciarse y casarse nuevamente. Ahora bien, esta decisión debe ser tomada con mucha oración y consulta; pues, como hemos explicado en La infidelidad en la Biblia, si existe oportunidad de levantarse y el conyugue se muestra totalmente arrepentido, debiera considerarse la opción de perseverar en la relación.

Esta decisión compete únicamente a la persona afectada, y sólo ella puede entender por lo que está pasando. Pero si hay posibilidad de perdonar y sanar la herida, el ideal divino debe ser realizado.

Otra posibilidad

Para culminar, hemos de prestar atención a las indicaciones del apóstol Pablo respecto al tema en 1 Corintios 7. 

Él alude al mandato del Señor cuando indicó que las parejas no deben separarse (v. 10). Pero si este ideal no puede ser alcanzado por alguna razón que nos sea adulterio o fornicación, pueden separarse; solo que deben permanecer solteros (v. 11).

Por otro lado, si el hermano o la hermana tiene un cónyuge no creyente, y este decide divorciarse, el creyente puede aceptarlo (v. 15).

Conclusión

El Señor sabe por qué hace las cosas. Ir en contra de sus planes es causarnos dolor, tristeza y heridas que sanan muy dificultosamente. Tenemos la oportunidad de pensar muy bien las cosas antes de dar un paso como el matrimonio, para que cuando lo hagamos, sea comprometiéndonos a permanecer hasta el fin.

Si no estás casado, piensa muy bien, evalúa, y consulta constantemente al Señor. Él te ayudará a tomar las mejores decisiones. Si ya estás casado, sé fiel; sé fiel al Señor y a tu pareja, y ¡pon de tu parte! Esfuérzate por hacer de tu hogar un lugar de amor y comprensión. 

Con Dios en el centro de la familia, cosas hermosas podrán ocurrir.

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