Es bastante conocida la historia del portero del hotel.
Llevaba muchos años trabajando en aquel hotel, recibiendo y despidiendo a los huéspedes en la puerta principal. No era un trabajo demasiado emocionante, ni muy estimado, ni mucho menos bien pagado; pero aquel portero no sabía leer ni escribir. Difícilmente podía aspirar a algo mejor.
Al cabo de cierto tiempo un joven emprendedor se hizo dueño del hotel, y comenzó a introducir algunos cambios. Entonces abordó al portero con una solicitud.
—Es necesario que desde ahora usted no solamente reciba a los huéspedes. Mantendrá un registro exacto de la cantidad de personas que ingresan, junto con su evaluación del servicio y recomendaciones.
El portero tembló, pues, no era capaz de llevar adelante lo que se le pedía.
—Me encantaría cumplir con lo que se me indica, señor. Pero yo no sé leer ni escribir ‒contestó balbuceando‒.
—Si ese es el caso, entonces no puede trabajar más aquí. Está despedido. Le daremos una indemnización ‒dicho eso, dio media vuelta y se fue‒.
Desempleado, y sin saber qué hacer para ganar el sustento, el portero decidió usar parte del dinero en adquirir una caja de herramientas, y hacer arreglos pequeños. Eso al menos le serviría mientras conseguía trabajo.
No había ferretería en el pueblo donde vivía, así que tenía que viajar dos días en mula hasta la más cercana para comprar la caja. Así lo hizo, y a su regreso un vecino tocó a su puerta pidiendo prestado un martillo.
Ese fue el comienzo de su negocio. La gente no podía emplear 4 días para viajar a comprar herramientas, así que preferían pagarle a él para que se las trajera. Poco a poco estableció la primera ferretería del pueblo. Y al cabo de 10 años, se había convertido en un empresario exitoso y millonario.
Por esos días decidió donar al pueblo una escuela para enseñar a leer, escribir, y oficios elementales.
El día de la inauguración, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, y le pidió que colocara su firma en la primera hoja del libro de actas de la escuela.
—Me encantaría poder firmar. Pero soy analfabeto, no sé leer ni escribir ‒le contestó el hombre‒.
—¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Increíble. ¡No me imagino hasta dónde hubiese llegado si supiera hacerlo!
—Yo puedo decírselo ‒replicó el hombre‒. Si supiera leer y escribir, sería portero del hotel.
¿Te ha sucedido que una oportunidad perdida se convierte en una bendición? ¿Que un “no” se transforma en un “sí” mucho mayor que el anterior? ¿Que un permiso negado por tus padres te salva de un gran error? ¿Que después de un doloroso rechazo encuentras al amor de tu vida?
Al principio no sabemos por qué debe ser así, pero luego lo entendemos.
Pobre Moisés
Si hay una narrativa bíblica que tiende a despertar nuestro más elevado sentido de compasión humana, y a la vez hacernos cuestionar la naturaleza del carácter de Dios y su trato con el hombre, es la historia de Moisés. Muchos creemos, en lo profundo de nuestra consciencia, que Moisés es el bueno de la película; y por lo tanto, Dios el malvado.
Moisés renuncia al trono de Egipto por preferir su herencia con el pueblo de Dios (Hebreos 11:24-26), huye lejos de la corte, a Madián, y su vida da un giro tal que acaba sirviendo como pastor de ovejas por 40 años.
Dios lo llama como libertador y prácticamente le insiste hasta que accede. Lo usa como un instrumento poderoso en Egipto para revelarse a sí mismo como el soberano del mundo, y lo nombra caudillo de su pueblo a lo largo de toda la travesía hasta la tierra prometida.
Moisés lidera al pueblo con una paciencia sin precedentes (por eso luego se le llama el hombre “más manso” que ha habido en la tierra, Números 12:3). Soporta sus quejas y críticas, atiende sus necesidades, imparte justicia, está dispuesto incluso a sacrificarse por ellos, vaga 40 años más en la tierra por un pecado que no cometió, y sin embargo, nunca pronunció palabra de reproche… ¡más quejas, más críticas del pueblo! Él siempre paciente, hasta que al final… explota por un momento.
Y tras 40 años de fiel servicio abnegado, Dios le dice que no entrará en la tierra (Números 20:12, Deuteronomio 1:37, 4:21, 31:2). ¡¿Cómo?! Tanto había remado Moisés con ese pueblo rebelde, ¿e iba a morir en la orilla? Efectivamente, Dios le pidió subir a la cumbre del Pisga, allí le mostró toda la tierra de Canaán y luego murió (Deuteronomio 32:48-52, 34:1-5).
La historia nos deja un amarguísimo sabor de boca. ¿Por qué Dios actuó de esa forma? ¿Dónde quedó su misericordia y perdón? ¿Cómo es posible que un solo error bastase para que 40 años se vayan al cesto de basura? ¡Es incomprensible!
Ni el mismo Moisés puede entenderlo. “Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán” ‒le suplica‒, pero la respuesta de Dios es tajante: “¡Basta!, no me hables más de este asunto” (Deuteronomio 3:26-27).
No es sencillo entender la actitud de Dios en este episodio. La pregunta es, ¿hizo Moisés algo tan grave como para ser eximido de la posibilidad de entrar a la tierra?
El pecado de Moisés
A diferencia de las vidas de hombres como Abraham, David o Salomón, la biografía de Moisés no detalla prácticamente ningún error del caudillo. Si quitásemos el relato del asesinato del egipcio (Éxodo 2:12), tendríamos que hablar de un historial impecable. Y además, la suya no fue una vida común, sino de una llena hasta el tope de duras pruebas y congojas.
Pese a ese panorama casi perfecto, Deuteronomio 1:37 dice que “también contra mí se enojó Jehová por vosotros, y me dijo: tampoco tú entrarás allá”. ¿Se enojó Dios con Moisés sin causa aparente? ¿Dónde estuvo su pecado?
En el contexto Moisés está hablando del episodio de Números 14, pero en todo ese capítulo no hay el menor vestigio de que Dios esté molesto con Moisés. En su lugar, incluso le ofrece hacer de él un gran pueblo (Números 14:12), y en la indicación alusiva a que sólo Josué y Caleb se salvarían (vv. 24, 30) está implícita la supervivencia de Moisés y Aarón (aunque no establecida).
Eso nos deja con un único relato potencial para hallar el pecado de Moisés, Números 20.
El pecado en Cades
El panorama no era distinto a ocasiones anteriores. Vez tras vez el pueblo había expresado su descontento con ciertas condiciones del camino. Ellos, al parecer, esperaban una atención 5 estrellas en medio del desierto.
Al establecerse para acampar en Cades, nuevamente se comenzaron a escuchar murmuraciones contra los líderes. Esta vez por falta de agua.
Lo que de una vez nos remonta al relato de Éxodo 17, que desarrolla una escena muy similar sólo que casi 40 años atrás. En ambos el pueblo murmura y se queja por falta de agua (17:2-3, Números 20:2-5), en ambos la murmuración es contra Moisés y no contra Dios (17:3, 20:4-5), hay un deseo implícito de volver a Egipto (17:3, 20:5), Moisés consulta a Dios (17:4, 20:6), Dios da una instrucción específica respecto a una peña (17:6, 20:8), y brotan aguas para beber (17:6, 20:11).
Pero hay también algunas diferencias entre los relatos. En el segundo podemos suponer que el ánimo de Moisés estaba tocado debido a la muerte de su hermana (Números 20:1), la queja del pueblo se vuelve más obstinada, Dios ordena hablar a la peña, no golpearla (v. 8); se relata cómo se lleva a cabo el milagro (vv. 9-11), y Moisés desobedece el mandato explícito de Dios (v. 11).
Como conclusión de este episodio, el Señor le dice a Moisés y Aarón: “por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, no entraréis con esta congregación a la tierra que les he dado” (v. 12).
La cuestión es, ¿fue tan grave golpear la roca dos veces? ¿Como para que el Señor se enojara de esa forma? Observemos brevemente de qué se trató el pecado de Moisés:
Mirando de cerca los versículos 10 al 12 notamos que el pecado de Moisés no se trató simplemente de un hecho (golpear la roca), se trató de toda una escena alarmante que incluye información visual y auditiva que demuestra, a su vez, lo que está sucediendo en el corazón del líder.
De hecho, nunca arguye Dios la razón de “porque golpeaste la roca”; les deplora más bien su rebelión (Números 20:24, 27:14), no haber creído en él (20:12) y no haberle santificado delante de la congregación (Deuteronomio 32:51).
En realidad no debiésemos intentar determinar con precisión quirúrgica cuál fue el pecado de Moisés, pues desde una toma panorámica se observa que el pecado no fue un acto puntual, sino la totalidad de la escena.
Moisés está 1) actuando con ira y alevosía, no reprime el deseo de desquitarse su rabia con el pueblo; 2) demuestra sentirse resentido por sus quejas, asumiendo para sí el liderazgo que correspondía realmente al Señor; 3) se dirige a ellos con soberbia, les llama “rebeldes”, y se adjudica a sí mismo y a Aarón el milagro que van a presenciar; 4) mostró falta de fe en la palabra divina al golpear la roca en vez de hablarle, como Dios había dicho; 5) y para colmo, la golpeó dos veces, signo de mayor prepotencia.
Nota lo que dice Salmos 106:32-33 “por causa de ellos le fue mal a Moisés; porque hicieron que su espíritu se amargara y él habló precipitadamente con sus labios”.
El resultado de todo esto es que Dios no fue santificado delante de la congregación (v. 12). Es decir, la escena como un todo pudo haber dejado muchas inquietudes en la mente del pueblo: sus líderes (escogidos por el Señor) no eran diferentes a ellos. Ellos tampoco obedecen a Dios y muestran sus mismos rasgos de carácter… ¿En verdad Dios merece ser tomado en serio?
Ahora bien, ¿fue un pecado tan grave como para que Dios no lo perdonara?
¿Por qué no fue perdonado?
Lee bien la frase: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel”. ¿Qué era lo que hacía especialmente grave el pecado de Moisés? Era la coacción de ese pecado en la mente del pueblo.
Si Dios hubiese sido benevolente y compasivo con Moisés, cuando antes había sido riguroso con otros que habían incurrido en pecado, se desacreditaría por completo delante de Israel.
Todo debe analizarse en el contexto de lo que sabemos acerca del carácter de Dios. No fue la ira o el enojo de Dios lo que dejó a Moisés fuera de la tierra, ¡así no es el Señor! Moisés pecó ante los ojos de todo el pueblo, y para que la justicia y santidad de Dios fuese vindicada, no podía darse el lujo de hacerse de la vista gorda con él.
Por eso, aunque pidió perdón y se arrepintió, Dios debía sentar con él un precedente a los ojos de todo el pueblo. Si fallaba en esto, su honor sería empañado.
Por eso Dios le dice a Moisés “¡Basta!”, cuando le ruega que le permita entrar (Deuteronomio 3:26). ¡Porque no era su deseo dejarle fuera! Y, quizás, si seguía rogando su corazón se arrugaría.
Sabía que la sentencia no era justa (humanamente hablando) si se compara el pecado con su vida de leal servicio. Él mismo no se alegraba en ver a su amigo, con quien hablaba “cara a cara” (Éxodo 33:11, 34:10), chasqueado por ver su mayor anhelo destrozado. Pero tenía que ser así.
Al ver Morir a su líder, el pueblo reconocería cuán grande era la culpa de su pecado, que incluso llevó a la muerte a un hombre manso y fiel. Y su llorar (34:8), era parte del propósito de Dios. La muerte de Moisés causaría una honda impresión en el pueblo.
Resumen. Por tanto, a la pregunta ¿Por qué no entró Moisés a la tierra prometida? La respuesta no es que Dios se molestó con él y dijo: «¡Te quedarás afuera! ¡Para que aprendas!». En su lugar, la reputación de Dios y la naturaleza del pecado estaban comprometidas a los ojos del pueblo (y de todos nosotros después), y Dios tenía que ser justo; a pesar de que su misericordia hubiese deseado salvarle.
SIN EMBARGO, ‒¡y esto es lo más maravilloso de la historia!‒ aunque Dios debía condenar el pecado delante del pueblo, detrás de cámaras podía mostrar el gran amor que tenía en su corazón para su siervo.
Por eso la historia no terminó con su muerte. Judas nos dice lo que ya se infería de los evangelios: ¡Moisés fue resucitado! (Judas 9). De hecho, ¡estuvo en la noche de la transfiguración de Jesús y tuvo el privilegio de animarle de cara a los eventos más difíciles de su vida! (Mateo 17:3).
Delante del mundo el Señor permitió que Moisés muriera. No podía decirle nada sobre eso antes, su fe debía ser probada hasta el final… ¿iba a renegar Moisés de Dios? ¿Lo iba a tildar de injusto? ¿O asumiría con sumisión su error?
Moisés reconoció su pecado, y se entregó a Dios. Murió como un héroe, y fue sepultado. ¡Pero instantes después abrió nuevamente los ojos para ver cara a cara a su Rey!
Se convirtió en el primer ser humano en ser rescatado de las garras de la muerte, y en lugar de entrar a la tierra prometida, ingresó triunfante a los palacios celestiales. ¡Qué increíble!
Sólo una explicación como esta que hemos dado confiere sentido a todos los detalles de la historia.
El portero del hotel fue despedido y llegó a ser millonario. Moisés no entró a Canaán, murió, pero recibió un pase directo a la heredad eterna; en la misma presencia de aquel junto a quien había caminado durante más de 40 años.
Este relato, en lugar de generar dudas sobre el carácter de Dios, ¡habla de la belleza, gloria y hermosura de él! Lo hace todo tan perfecto, y jamás fallará a sus hijos fieles, aunque a veces se equivoquen. Nos da mucho más de lo que podemos soñar.