Con 677 millones de dólares recaudados a nivel mundial; críticas puntuadas, en promedio, por 7/10 y 82/100 en los portales de críticas más importantes; y cuantiosos premios y nominaciones, Forrest Gump se posicionó como una de las mejores películas del siglo pasado.
A pesar de sus diferencias con la novela original escrita por Winston groom en 1986, Forrest Gump captó la atención del mundo cinematográfico por su gran peculiaridad.
Es una película relativamente sencilla. Pero su éxito se deriva de la manera cómo la trama sitúa la historia de un personaje autista y no muy inteligente, Forrest (protagonizado por Tom Hanks), en eventos contemporáneos trascendentales de la historia de los Estados Unidos. Así como en su mezcla cínica de drama con buenas dosis de humor.
En el presente de la película, probablemente 1981 por las noticias del asesinato de Ronald Reagan, Forrest se encuentra sentado en un banco en la parada de bus. Y mientras espera, empieza a narrar el transcurso de su vida a la gente que le acompañaba.
Nació el mismo día del desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, en Greenbow, Alabama. Su infancia no fue fácil. Fue criado sólo por su madre, pues su padre había fallecido tiempo antes de su nacimiento.
También tenía una mal formación congénita de la columna, por lo cual tuvo que usar unas abrazaderas en las piernas que le hicieron muy difícil caminar. Sufría burlas constantes de sus compañeros de clase, por causa de sus limitaciones físicas y su corta inteligencia.
Sin embargo, un día yendo en el bus a la escuela conoció a Jenny Curran, con quien hizo gran amistad. Llegaron a ser muy unidos, ya que Jenny se convirtió en una de las pocas personas que le aceptó tal como era. Sus caminos se separarían al terminar la secundaria, pero volverían a encontrarse una y otra vez en el futuro.
Jenny fue la única persona –aparte de su madre– a quien Forrest amó a lo largo de su vida.
Un día, huyendo de unos compañeros de clase, las abrazaderas de sus piernas se rompieron. En ese momento Jenny le grita unas palabras que se convierten en un emblema de la película: “¡Corre, Forrest! ¡Corre!” y así descubrió que podía correr con increíble velocidad.
Él pasa por muchas cosas. Se convierte en una estrella del fútbol americano, se enlista para Vietnam, donde pierde a su mejor amigo; gana mucho dinero jugando Ping Pong, cuida a su madre hasta su muerte, ayuda a descubrir el escándalo de Watergate, forma una empresa de pesca muy lucrativa, inicia un movimiento maratónico que luego abandona súbitamente, invierte en Apple, y finalmente se casa con Jenny.
Sin embargo, he querido resaltar algo de Gump. En el camino se cruza con mucha gente que no tiene la menor intención de hacerle bien, ¡hasta Jenny le decepciona varias veces y le hiere! Pero él nunca deja de ser bondadoso. Su trato con toda persona siempre estuvo caracterizado por una naturaleza desprendida y amable.
Es verdad que él no era normal, es cierto que era tonto e ingenuo; pero si le preguntamos: ¿Valió la pena hacer el bien a todos? Él no dudaría en contestar.
De pronto amasaba grandes sumas, y las repartía con liberalidad, como si fuesen juguetes viejos. Donaba dinero a fundaciones, y le dio a la familia de su difunto amigo lo suficiente como para que nunca tuviesen que volver a trabajar.
Era increíblemente leal, atento, obediente y servicial, ¡con todos! La actitud de Gump, desde el principio hasta el final, nunca cambió a pesar de sus logros o el dolor.
Si yo entrevistara a Forrest Gump le preguntaría:
¿Cómo hace uno para no cansarse de hacer el bien?
¿Para persistir cuando no se ven frutos de lo que se hace?
¿Para no decepcionarse de la gente?
¿Para perseverar en el bien hacer cuando todo el mundo actúa según lo que le conviene?
¡Forrest lo hizo! Pero él es ficticio y tenía un trastorno… ¿Así cualquiera, no? Y sin embargo, ¿Puede enseñarnos algo a nosotros? Creo que podría sorprendernos.
Hacer el mal es muy fácil
¿Qué requiere más esfuerzo, hacer lo bueno o hacer lo malo?
Hagamos un pequeño quiz:
Por 100pts, ¿Qué es más fácil: buscar a quién pertenece una cartera perdida llena de dinero, o tomarla y listo?
Por 300pts, ¿Qué es más fácil: ser fiel a mis principios o ceder a lo que el mundo me dice que haga?
Por 500pts, ¿Qué es más fácil: mantenerme alejado de la persona que me hace la vida imposible –¡cómo mínimo!– o dar y hacer por él todo lo que me gustaría que me hiciera a mí?
Por 1000pts, ¿Qué es más fácil: simplemente dejarse llevar por el día a día o perseguir una razón de ser que sea de bendición para los demás?
¿Conclusión? Hacer lo malo es muy sencillo, y hacer lo bueno requiere una gran fuerza de voluntad.
Pero, ¿Por qué es esto así? Bueno, en primer lugar porque el ambiente que nos rodea nos impulsa en esa dirección. El contenido de los medios, lo que escuchas en la escuela, el trabajo, en la calle; y lo que la gente considera “normal”, por lo general es lo malo.
Y en segundo lugar, el mal es parte de nuestra naturaleza. Observa a un niño desde el momento en que nace, y podrás notar que tiene momentos de bondad. Pero mucho más frecuente en él será el egoísmo, el capricho, la intolerancia, etc…
Nuestra tendencia natural es hacia lo malo. Por eso Santiago dijo que nosotros mismos nos creamos nuestras propias tentaciones (Santiago 1:14).
Cuando reconocemos el magnetismo tan fuerte que ejerce lo malo sobre el ser humano, podemos entender el porqué del consejo de Pablo: “No nos cansemos, pues, de hacer bien” (Gálatas 6:9).
Para unas criaturas tan acostumbradas al mal, con tan fuertes tendencias hacia él, y tan rodeadas por él en su diario vivir, ¡es muy fácil cansarse de ir contra la corriente!
Es muy fácil levantarse un día con ganas de hacer ejercicio y prometerse seguirlo haciendo por al menos un mes. Es relativamente sencillo lograr, con fuerza de voluntad, repetir la dinámica por una semana. Pero después de diez o quince días, ¿dónde quedan las ganas?
¿Sería mucho más fácil perseverar si a la primera semana ya viéramos resultados, no es así? Pero no es la realidad. Quedarte tranquilo y conformarte con tu condición física es mucho más sencillo que luchar por ejercitarte constantemente.
Así también los impulsos, el ánimo y las promesas de hacer el bien, también llegan a veces: “Seré una mejor persona, dejaré estos malos hábitos, empezaré a compartir más de lo que tengo, lucharé contra este rencor que hay en mí, comenzaré a levantarme más temprano a orar…”.
Y es «fácil» cumplir por un tiempo. Pero sin mucha fuerza de voluntad, el mal termina nuevamente absorbiéndonos.
Somos así, no vale la pena negarlo. La cosa es, ¿cómo hacer para poner en práctica el consejo de Pablo? ¿Cuál es el “secreto” para no cansarse de hacer el bien a los demás?
¿Qué quiso decir con “hacer el bien”?
Si ponemos la lupa a Gálatas 6:9 notaremos un detalle muy interesante. El texto está enmarcado en la sección de 6:1-10, donde Pablo está dando algunos consejos finales a los gálatas, mayormente de índole prácticos.
Pero 6:9, en específico, se presenta dentro de un doble contexto que define con precisión lo que significa “hacer el bien” en la mente de Pablo.
Los versos 7 y 8 vienen siendo el primer contexto, pues preceden inmediatamente al pasaje. En ellos, Pablo parece volver a aludir a la lista de actividades que mencionó en 5:19-23: las obras de la carne y el fruto del Espíritu.
Pablo dice que Dios no podrá ser burlado, y conviene que ellos mismos no se engañen a sí mismos. Luego plasma el principio lógico: El que siembre para su carne, segará de su carne corrupción; pero el que siembre para el Espíritu, segará vida eterna.
Es decir, el que trabaje para las obras de la carne, recibirá el salario de las obras de la carne: muerte. Pero el que trabaje para el Espíritu, recibirá el salario del Espíritu: vida eterna. Justo después Pablo dice “no nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo segaremos” (Gálatas 6:9).
Esto implica que cuando Pablo habló de “hacer el bien” tenía en mente los frutos del Espíritu, tenía en mente la clase de vida que lleva un seguidor de Jesucristo. Este primer aspecto del “bien” lo llamamos el aspecto moral.
El cristiano no da rienda suelta a su carne, ni se complace en practicar el pecado. En su lugar, él persevera en buscar la semejanza con el carácter de Jesús; y orienta sus pensamientos, palabras y acciones hacia la voluntad y la norma Divina.
Pero a continuación entra en escena el segundo contexto. Después de decir “porque a su tiempo segaremos si no desmayamos” (6:9), Pablo dice “así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y especialmente a los de la familia de la fe” (6:10).
Pablo había conectado claramente el verso 9 con el verso 8, y así entendíamos el “hacer el bien” desde una perspectiva moral. Pero también relaciona ahora el “bien” del verso 9 con el verso 10, lo que nos sugiere un aspecto accionador.
Gálatas 6:7-10 está organizado de tal manera que, el “bien” al que se refiere Pablo en 6:9 no conlleva un solo sentido, sino dos. El aspecto moral (andar en obediencia a Dios), y el accionador (servir a los demás y trabajar en su obra).
Con estos dos aspectos en mente, ahora sí le preguntamos a Dios: “Padre, ¿cómo puedo mantenerme fiel a ti y a la vez hacer el bien a los que me rodean, sin desanimarme o ser absorbido por el mal que impera en mí y en este mundo?”
Para hacer el bien se necesita…
Una vida llena del “bien” del cual habla Pablo necesita del auxilio permanente de varios recursos. ¡Veamos!
Una nueva naturaleza
El mal que hay dentro de nosotros es lo primero que debe ser combatido. Pablo expresaba su lucha cuando decía que “no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). Deseamos hacer el bien, pero el mal que está en nosotros nos vence.
Por eso Jesús habla del nuevo nacimiento (Juan 3:3, 5), al igual que Pedro (1 Pedro 1:3, 23). Porque hemos nacido con una naturaleza que vendida al pecado (Romanos 7:14), pero en Cristo somos re-creados según Dios (Efesios 4:23-24); para que el bien llegue a ser la fuerza principal de nuestra naturaleza.
La verdadera motivación
Pero, preguntémonos ¿para qué hacemos el “bien”? Si tu motivación es recibir méritos, honores o aplausos –«¡Oh, miren! Allí está el hombre más bondadoso, la mejor misionera de la iglesia, o un verdadero cristiano»–, e inflar el pecho y decir «la gloria sea para Dios», con el corazón lleno de vanagloria; entonces no te irá muy bien.
Si hacemos el bien esperando recibir algo por eso, no duraremos mucho haciéndolo, porque el 90% de las veces ninguno de tus esfuerzos serán recompensados. Al contrario, se burlarán de ti y te menospreciarán por hacerlo.
Y de igual manera, si recibes honores de los hombres, ¡esa clase de servicio no cuenta para Dios! (Romanos 2:29). La motivación necesaria para hacer el bien a pesar de no recibir nada a cambio, y en su lugar recibir oprobio, y también la motivación que cuenta para Dios, es la descrita en colosenses 3.
En el verso 14 Pablo dice “Todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús”. Quiere decir que cuando nos levantamos en la mañana decimos «Soy Jesús, y voy a obrar como Jesús». ¡Hacemos el bien porque representamos a nuestro Señor!
Y en el verso 23 dice “y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Si hacemos el bien dependiendo de la persona: si lo merece o no, si me agrada o no, si es de mi color o no; no estamos haciendo nada. Cuando nos levantamos en la mañana decimos «todas, todas las personas son Jesús, y las trato como tal».
He allí la motivación correcta: Servir y agradar a Jesús, recibir de él la alabanza, representarle delante del mundo. Cuando nos enfocamos así, hacer el bien no es una tarea llena de insatisfacción por la ingratitud del hombre, sino un servicio fiel y diario a quien sí lo valora, nuestro Padre.
No perder de vista la recompensa
Si Dios nos pidiera «Obedéceme siempre, y desgástate en servir a los demás. Todo lo que llegue a tus manos repártelo, y no niegues nada a tus hermanos y vecinos. Esfuérzate hasta la muerte y, bueno, luego veré qué hago contigo», creo que habría una buena excusa para desistir.
Pero en realidad Dios nos ha hecho “preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4) hablándonos con claridad sobre la recompensa.
Por eso Pablo no solamente dice “no nos cansemos de hacer el bien”, sino que termina el pasaje afirmando “porque a su tiempo segaremos si no desmayamos”. No siempre la siega vendrá en esta vida. Conozco personas muy nobles que nunca recibirán todo lo que han dado. Pero la recompensa llegará, sea en este mundo o en el reino de Dios.
Debido a eso, Pablo puede decir en 1 Corintios 4:5 que en el día del juicio “cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Si la perseverancia en el bien hacer no es recompensada en este mundo, de Dios sí recibiremos la alabanza en la eternidad, ¡Imagínate! ¿Qué más se puede pedir?
Cuando nos sentimos sin fuerzas y tentados al desánimo, podemos dar una nueva mirada a la recompensa final y pensar: ¿acaso no vale la pena esforzarme un poco más ahora, y poder disfrutar después de tan grandes dones?
No pienses que está mal mirar la recompensa. ¿Dios la colocó allí para algo, no es así? Él sabe qué necesita hacer para impulsarnos, y no ha escatimado ningún recurso. No hay otra razón para que cada carta a las iglesias del Apocalipsis termine con una promesa destinada “al que venciere” (2:7, 11, 17, etc).
Un amor puro
Cuando las cosas se hacen por obligación, usualmente no salen muy bien. Y especialmente dentro del cristianismo, ni la obediencia ni el servicio son hechos por obligación. Solo un amor que “no busca lo suyo” (1 Corintios 13:5) a Dios y a la gente, puede llevarnos a dar lo mejor de nosotros.
El joven que está enamorado canta, corre, gasta, aguanta, aprende, trabaja y ora, todo lo necesario para conquistar a su amada. No hay obstáculo que se imponga. Así también, solo por un amor puro y comprometido, podemos nosotros obedecer y servir a Dios.
Cuando de verdad nos interesa la causa, cuando realmente sentimos solicitud por las personas, cuando predicamos porque vivimos la angustia por la salvación de cada alma, entonces no nos cansamos fácilmente (aunque tal vez sí suceda a veces) de hacer el bien, porque forma parte de nosotros.
No pretender ir más allá de lo que podemos
Forrest Gump hacía lo que creía correcto y seguía adelante, sin preocuparse mucho por lo que aconteciera después. Nosotros necesitamos tener una actitud similar.
Es difícil no cansarse cuando no se ven frutos de las labores. Es complicado continuar avanzando cuando la gente no colabora ni cumple con su parte. Pero en este punto necesitamos ser un poco simples.
No quiere decir que dejaremos de sentir, pero sí que estaremos conscientes de lo que sale de nuestro control.
Dios lo que nos pide es que cumplamos con nuestra parte. Que le sirvamos y hagamos lo que está a nuestro alcance; él, a su vez, ha prometido darnos la capacidad necesaria para cada tarea (2 Corintios 3:5); y encargarse él del crecimiento de la semilla (1 Corintios 3:6).
Así que ponemos nuestra atención en lo que debemos hacer, nos empeñamos en ello con ardor y seguimos adelante. Practicando los consejos anteriores, no nos desanimamos cuando las cosas no salen siempre como queremos, nos compete sembrar, y a Dios hacer el resto.
Hacer el bien y ser feliz
Nunca ha sido el plan de Dios que seamos infelices, todo lo contrario. Cuando obedecemos y servimos con la motivación correcta, con un amor puro, conscientes de nuestras limitaciones, y mirando la recompensa, podemos ser completamente felices mientras hacemos el bien.
El cansancio siempre llegará, es inevitable, somos seres humanos. Pero en ese punto recordaremos aquellas memorables palabras que dijera el Señor a Pablo: “bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Cuando hemos llegado a nuestro límite humano, allí se manifiesta más poderosamente la mano del Señor.
Y la promesa del Señor es segura: “Más los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Isaías 40:31).
Hagamos el bien sin mirar a quién, si nuestro Dios es fiel, mucho va a valer.