Después de un viaje de 11 horas, al fin estábamos pisando tierra firme en El Cobre, un pueblito acogedor de San Cristóbal.
El coro de la iglesia había estado ensayando por casi tres meses, puliendo el repertorio de cara a la primera invitación que nos habían hecho para cantar fuera de nuestro estado. Todos estábamos muy emocionados por el viaje, y ¡al fin llegaba el momento!
Cuando arribamos al lugar, los hermanos nos recibieron con cariño, e inmediatamente nos indicaron dónde nos hospedaríamos.
Las damas y las parejas de casados se alojarían en una posada, mientras que los solteros dormiríamos en un cuarto grande anexo a la estructura de la iglesia; dispuesto para recibir visitantes.
Dos horas después ya estábamos instalados; y, como podrás imaginar con un grupo grande de solteros durmiendo en un solo cuarto, se anticipaba un buen bochinche.
Cerrando la noche del sábado y habiendo pasado todo el estrés de la presentación de las piezas y la programación, fue dada la luz verde para que jugáramos, paseáramos, saliéramos a comer, o lo que deseáramos hacer.
Algunos fuimos a jugar fútbol en una cancha cercana, otros decidieron ir a pasear y conocer el lugar, y unos más fueron a una pizzería. Finalmente, como a las 11:00 pm todos estuvimos de regreso en el cuarto.
Al otro día partiríamos de regreso, así que ninguno tenía mucha intención de dormir. Se activó entonces la tertulia, la diversión y la burla. Pero lo que comenzó siendo una simple reunión juvenil ociosa, se transformó en uno de los cultos más conmovedores en los que he participado.
No recuerdo cómo ni cuándo sucedió, pero de un momento a otro alguien comentó algo que le estaba sucediendo, otro amigo lo aconsejó, y otro más; otro por allá abrió su corazón, uno dio paso a un tema espiritual… visto en retrospectiva, todo parecía como si Dios lo hubiese conducido.
A las 3:00 am terminamos la conversación. Ya no riendo y bochinchando; sino leyendo la Biblia, cantando y orando de rodillas, compungidos, comprometiéndonos a amar a Jesús más profundamente.
Todos fuimos marcados profundamente por esa experiencia. ¿Qué sucedió aquella noche en el cuarto? No estoy seguro. Pero esa madrugada, acostado en la cama, reconocí por qué existe la iglesia, y por qué nos congregamos.
La vida en comunidad
Buena parte de los seres humanos odiamos la soledad. Es cierto, nos gusta la privacidad, y de vez en cuando alejarnos del bullicio y el gentío, pero no concebimos vivir solos por mucho tiempo.
En enero, por ejemplo, pasé un mes trabajando en un caserío no muy lejos de Arauquita, Colombia.
En un principio la calma y la paz que se sentían en ese ambiente natural me fascinaron. Pero tres semanas después de estar allí, pregúntame dónde quedó el encanto. ¡Estaba desesperado!
Creo sinceramente que no hay peor sensación que la de sentirse solo. Pensar que nadie en el mundo se interesa por ti. Si te fueras, simplemente tu ausencia no se notaría. Percibirse sólo como una composición química que va vagando por el mundo en vez de una persona que tiene significado, creo que es capaz de llevar a alguien a la locura.
Esto no es extraño. El ser humano encuentra sentido y valor tan sólo dentro de un grupo donde es útil al menos para otro ser, donde sirve de alguna manera a la vida de sus pares.
Y si miramos a nuestro alrededor, notaremos que la vida en comunidad es una característica presente en casi todo cuanto existe.
Los «animales sociales» son aquellas especies caracterizadas por preferir vivir en comunidad durante toda su vida. Prácticamente necesitan coexistir de esta manera. Pero no solo es esto, sino que algunas mantienen sistemas de organización específicos y complejos.
Por ejemplo, el elefante africano es conocido por vivir en manadas formadas por hembras, lideradas por la hembra de mayor edad, conocida como «matriarca». Son acompañadas por uno o dos machos, y el resto solo se acerca en época de apareamiento.
Los leones son populares también por una organización parecida. 5 o 6 hembras con sus crías junto a dos machos, conforman sus mandas; y cada una tiene su territorio para cazar y descansar.
En cuanto a las tareas, las leonas se encargan de buscar el alimento mientras que los machos defienden a las crías.
Es interesante también que los machos que alcanzan cierta edad pronto son echados del grupo para que formen el suyo propio.
Otro buen ejemplo son las hormigas, con sus colonias de miles de individuos que conviven y socializan con tareas especializadas que cumplir. Colonias que están compuestas por las infértiles obreras, la hormiga madre que pone los huevos, y los machos alados que la fertilizan.
Otros casos llamativos entre los animales son los pingüinos, delfines, cobayas, ratas, pericos, conejos, hurones, canarios y muchísimos más.
Pero la comunidad y la organización no son características únicamente del reino animal.
Las células forman órganos, los órganos aparatos y los aparatos, cuerpos. Las flores y árboles crean ecosistemas, y hasta los planetas han sido agrupados en sistemas y galaxias.
Parece que la comunidad es muy común en el mundo natural.
Y, como ya hemos dicho, no es la excepción para el hombre. Desde que su modo de vida era mayormente nómada, hasta llegar a ser sedentario y fundar pueblos, ciudades e imperios, el hombre ha vivido en comunidad.
Más interesante aún: Según creemos, el orden social de Dios tampoco es distinto. A pesar de haber dado origen a mundos y civilizaciones, él mismo no ha querido vivir en soledad en el cielo. Por esto creó millares de ángeles que con él habitaran en la capital del universo que ha formado.
Esto explicaría por qué nada de lo creado no vive para sí: ¡Es la voluntad del creador!
Más bien, todo ha sido diseñado para depender de otra partícula, ser, elemento o proceso. El mundo ha sido programado para perpetuar la vida en comunidad, pues incluso para reproducirse gran parte de los organismos precisan de otro diferente.
La conclusión obvia es: ¡Dios es social!
Y el mensaje también es claro, intentar vivir en soledad y aislamiento va en contra del orden Divino.
¿Nos debe sorprender entonces que los que han resucitado con Cristo, formen parte ahora –automáticamente– de la “familia de Dios” (Efesios 2:19), el “cuerpo de Cristo” (1 Corintios 12:12), o la “iglesia de Dios” (1 Corintios 10:32)?
Y más aún, ¿Es acaso extraño que los cristianos sean llamados a asumir una parte al servir, ministrar, adorar e interactuar dentro de la comunidad de fe, en lugar de vivir para sí? ¿No es esto lo que nos sugiere incluso el mundo natural?
Una congregación
Así como Dios escogió a un pueblo, Israel, para conservar la luz de la verdad durante casi 1.500 años, y todo aquel que deseaba adorar al Dios verdadero se convertía –por medio de la circuncisión– en israelita, así también Jesús cuando vino a este mundo escogió 12 discípulos para comenzar por medio de ellos el «Israel renovado», la iglesia.
Todo aquel que acepta a Jesús como salvador es injertado a la vid verdadera, a manera de pámpano o sarmiento. Es decir, llega a formar parte del cuerpo de Cristo, la familia de Dios, el templo del Espíritu, la congregación de los santos, o si preferimos, la iglesia.
Los términos hebreos edah y qahal son traducidos como «congregación, asamblea o multitud» en el Antiguo Testamento. Y se usan especialmente para identificar a Israel como la comunidad del pacto.
Luego, los términos griegos sunagoge (sinagoga) –que es también el nombre del establecimiento donde se reúnen los judíos–y ekklesia (iglesia), deben ser interpretados bajo la misma luz cuando son aplicados a los creyentes. Los seguidores de Jesús forman una nueva «congregación».
La iglesia es el grupo de personas que pertenecen al Nuevo Pacto de Dios. Y el Señor ha de venir precisamente a buscar y salvar a su iglesia (Efesios 5:25-27).
Como hemos visto, una comunidad como esta es totalmente congruente con el modelo de organización Divina evidente tanto en la creación, como en la Escritura.
La cuestión es, yo he aceptado a Jesús en mi corazón y le he rendido todo lo que soy. Vivo para él cada día, y soy parte de la iglesia de Dios. Pero, ¿Es necesario que me congregue?
Ser de la comunidad pero no formar parte de ella es algo un poco incongruente. ¿Crearía Dios una comunidad cristiana a manera de lujo?
De hecho, ¿Qué es «congregarse»? En el contexto específico del NT, al hablar de la iglesia, «congregarse» tiene que ver con la reunión que los miembros del pacto hacen para participar de los dones espirituales de la adoración y la comunión.
Y, ¿Es importante? ¿La comunión personal no es suficiente? Sí, pero no. ¿Cómo es eso? Exploremos lo que la Biblia dice.
No dejando de congregarnos
Al parecer, en la década del 60 d.C había algunos cristianos que habían tomado por costumbre el no reunirse con la asamblea de creyentes. Quizás también pensaban que no era tan necesario.
Sin embargo, estos eran tiempos muy difíciles para los cristianos en Jerusalén. Estaban enfrentando persecuciones por parte de los judíos y romanos, había constantes revueltas populares, y la inestabilidad política de la región hacía soplar desde Roma nubes negras de guerra y muerte.
Pero los cristianos tenían conocimiento en cuanto a la destrucción que estaba por sobrevenir, ya que Cristo había profetizado 30 años antes el sitio de Jerusalén y la destrucción del templo.
De hecho, les advirtió que cuando viesen las señales, no demoraran en huir de Jerusalén a los montes (Lucas 21:20, 21).
En este tiempo se escribió la carta a los hebreos, y es muy probable que en una situación tan tensa como la que rodeaba a la comunidad cristiana en Palestina, algunos creyentes hubieran decidido mejor no arriesgarse al asistir a las reuniones de adoración.
Es significativo que estos cristianos ya habían sufrido peligros y persecuciones en el pasado (10:32-33, 12:3-4); y ahora, anticipando nuevos peligros y vicisitudes, el mensaje central de la carta estimula a la obediencia, la fidelidad y la confianza.
Es en este contexto que el autor advierte en contra de la determinación de algunos de dejar de congregarse. “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca” (10:25).
Más bien, ¡Es más urgente hacerlo! En tiempos de paz es necesario, como veremos ahora; pero en tiempos de crisis es imprescindible.
Solo la comunión con sus hermanos de fe podía prevenirles de 1) descuidar la salvación (2:3), 2) la incredulidad y la desobediencia (4:11), 3) apostatar (6:4-8), 4) ayudarles a conservar la esperanza (10:23, 34-39; 11), 5) el desánimo (10:24, 12:12), y 6) el pecado declarado (10:26-31;12:14-16).
Para animarles a mantener una esperanza firme, que no fluctúa (10:23), y contemplando los peligros de “aquel día” (10:25) que se aproxima, el autor les da 3 consejos: Estimularse unos a otros al amor y las buenas obras, exhortarse en su trato personal, y no dejar de congregarse.
Es claro que los 3 consejos giran en torno a la vida en comunidad. La promesa es segura, y el peligro es inminente; por tanto, “manténganse juntos, no dejen solos a sus hermanos, no duden en estimularse entre sí a la fidelidad y hacer la voluntad de Dios”.
Hebreos es una carta llena de solicitud pastoral, y entre sus consejos no puede pasar por alto la importancia de la comunidad cristiana. Sea en tiempos de dificultad o en tiempos de paz, los tizones separados se enfrían. Pero juntos, arden en copiosa llama.
¿Por qué nos congregamos?
Pero nos interesa reflexionar en que, congregarse puede llegar a ser un arma de doble filo.
Por un lado, puede originar una falsa seguridad en el creyente que lo hace regularmente.
Debo decir: No hay ningún bien en sí mismo en asistir a la iglesia. De hecho, alguien puede congregarse por razones totalmente equivocadas sin recibir ningún bien por esto, excepto distraerse un rato; y en este caso, el mandato no se está cumpliendo.
Por otro lado, congregarse puede ser una tremenda fuente de bendición para la vida del creyente cuando lo hace con el espíritu, las expectativas y los motivos correctos.
El asunto es descubrir cuál es el propósito por el cual el autor de Hebreos creía necesario que los creyentes se congregaran, y cuál es la razón por la cual nosotros en la actualidad debiéramos seguir su consejo.
Razones incorrectas para congregarse
Quisiera reseñar algunos motivos erróneos, o parcialmente equivocados, para asistir a la iglesia o a cualquier reunión cristiana para la cual somos invitados. Los plantearé a manera de frases:
- «Me congrego para ser mejor cristiano». Pues, si esa por alguna casualidad fuese parte de tus razones para congregarte, creo que debes sentirte bastante frustrado. El simple hecho de ir a la iglesia o al grupo, sentarse y escuchar, no forma mejores cristianos, ni hace más “santas” a las personas.
- «Me congrego para buscar de Dios». Es una noción común y una frase popular decir “voy a la iglesia, porque quiero buscar de Dios”. Aunque es verdad que la iglesia es un lugar especial para uno conocer acerca de Dios, esta experiencia no es exclusiva del recinto eclesiástico. Puedo buscar a Dios en todo lugar y momento del día.
- «Me congrego para estar más cerca de Dios». Esto sólo es medianamente cierto. En realidad, tenemos el privilegio de gozar de la presencia permanente de Dios cuando es nuestro deseo. La iglesia no es un lugar donde se está más cerca de Dios, o dónde él escucha más nuestras oraciones. Sin embargo, Jesús sí prometió su presencia especial a los creyentes congregados (Mateo 18:20).
- «Me congrego porque es un deber para salvarme». No hay nada más desacertado. Conozco personas que serán salvas sin haber pisado nunca una iglesia. Y muchas que la visitan frecuentemente, y no pertenecen a Cristo.
- «Me congrego para escuchar de la palabra y aprender de la Biblia»: En ese caso, actualmente sería innecesario. Pues en cualquier plataforma digital, radial o televisiva se pueden escuchar predicaciones, y seguir estudios bíblicos de distintos calibres.
La lista puede continuar y extenderse, pues hay muchas razones mal enfocadas para congregarse. Probablemente tú mismo podrías añadir algunas que conoces.
Ahora, no es que estas razones sean totalmente fraudulentas. Hay parte de verdad en ellas, pero no son suficientes para sustentar la práctica congregacional cristiana. Es decir, si ellas (y muchas otras) fuesen las únicas razones que tenemos para congregarnos, deberíamos repensar si acaso no estamos perdiendo el tiempo.
Definitivamente, la esencia de esta práctica debe hallarse en otro lugar distinto. Y eso deseamos descubrir.
Las razones correctas para congregarse
Creo que en este período de cuarentena muchos habrán descubierto cuáles eran los motivos correctos para congregarse.
Descubrieron que podían pasar tiempo con Dios en cualquier circunstancia, momento o lugar; que podían adorarle desde su hogar; que podían aprender de la Biblia –incluso más que en la iglesia– por otros medios; reconocieron que podían predicar y servir individualmente… Entonces, ¿Para qué me congregaba?
No pretenderé tener todas las razones correctas, pero considero que los motivos para congregarse que mencionaré a continuación armonizan con el panorama bíblico general; y muchos de los que han vivido esta experiencia estarán de acuerdo conmigo:
- «Me congrego porque no puedo solo». Ya lo sugirió el mundo natural y también el cósmico, la comunidad y la organización es necesaria para la vida. Ningún ser puede sobrevivir sin la existencia de otro. También el apoyo de la hermandad es necesaria para la subsistencia de la vida espiritual en el corazón.
- «Me congrego porque unidos, somos más fuertes». Cada cristiano podría vivir su vida aislado, esto no puede negarse. Pero en la comunidad se encuentra el apoyo, la fuerza, el poder, la energía, y la solidaridad que no sería realidad de otra manera. Unidos en Espíritu, propósito y acción, los cristianos somos más fuertes.
- «Me congrego porque necesito ayuda para crecer». El Señor ha dado a cada miembro del cuerpo de Cristo uno o varios dones espirituales para que los ministre a los demás. Él deseaba enseñar la lección fundamental de que no somos autosuficientes. Por más que me esfuerce, no llegaré al ideal de Dios para mí sin el apoyo de los dones de mis hermanos. Ellos, cada uno con su granito, contribuyen a mí edificación eterna.
- «Me congrego porque alguien necesita mi ayuda para crecer». Así como yo necesito de alguien más, alguien más necesita de mí. Mis dones son necesarios para la iglesia de Dios, y solo ejerciendo mis dones con abnegación y servicio, puedo desarrollar plenamente mi carácter cristiano (Ver 1 Corintios 7,12-14, Romanos 12, Efesios 4, 1 Pedro 4:10).
- «Me congrego porque allí, todos con la misma meta, nos pulimos». La comunidad es como un taller donde todos estamos en proceso de reparación. Algunos avanzados, otros más atrás. En ese contexto de camaradería y apoyo mutuo, se presentan situaciones donde el carácter es puesto a prueba, y los defectos pueden ser advertidos y corregidos. Todos tenemos el mismo fin: Agradar a Dios. Por tanto, nos aconsejamos y guiamos para que podamos llegar juntos. (Santiago 5:16, Judas 22-23).
- «Me congrego porque a veces hace falta calor». Los eventos de la vida a veces pueden golpearnos, trayendo tristeza, desaliento, preocupación, angustia, etc… En la comunidad se puede encontrar el calor de hermanos necesario para perseverar a pesar de la dificultad. Enfrentar los problemas solo o enfrentarlos con gente que te respalda, marca mucha diferencia cuando hablamos de la fortaleza en la fe.
- «Me congrego porque tenemos una misión». El cuerpo de creyentes tiene una misión evangélica (Mateo 28:19-20). Cada quien podría hacer su parte de acuerdo a sus posibilidades (y debe hacerlo); pero solo en comunidad somos más que la suma de nuestras partes. Cuando juntamos el personal, los talentos, recursos, y la voluntad, los alcances son proporcionalmente mucho mayores a los esfuerzos individuales.
Creo que podríamos añadir a éstas algunas otras; pero con las mencionadas considero que es suficiente.
¡Hay muchas, grandes y buenas razones para congregarse! Y aunque la salvación no provenga de la iglesia, es muy cierto que salvarse es más fácil dentro de la comunidad.
No es menos que un gran privilegio que Dios nos permita pertenecer a su gran familia.
La actitud correcta para congregarse
Es necesario tratar un último punto. Si se nos exhorta a congregarnos porque hay buenas razones para hacerlo, ¿Cuál debe ser mi actitud para poder suplir esos propósitos?
Aquí es que la cosa se pone interesante. Considero que la actitud correcta para congregarse con la familia de fe (sea en la iglesia, en una casa, en la calle o en un grupo), se basa principalmente en la «AAA».
Adorar
Donde sea y cuando sea que los cristianos tengan la oportunidad de reunirse, y más aún, las 24/7 del cristiano donde quiera que esté, todo se trata de adorar.
Pablo habla de ser un sacrificio vivo y agradable a nuestro Dios (Romanos 12:1). Por tanto, el creyente adora con todo lo que hace y no hace.
Nuestra meta es la adoración: Rendir loor a Dios, entregarle todo lo que somos, darle el lugar supremo en nuestra vida, cantarle, orar a él, devolver lo que le pertenece, testificar, todo esto es adoración.
Pero de manera especial, nuestra actitud al momento de congregarnos con nuestros hermanos debe estar caracterizada por un sentido profundo de adoración. No se trata de asistir a ver qué me traen, sino qué llevo yo a Dios.
En toda reunión, el propósito supremo es disfrutar de un intercambio santo entre Dios y nosotros, el adorado y los adoradores. Nosotros nos vaciamos a Él, y Él nos imparte las bendiciones espirituales producto del compartir íntimo de su presencia.
Así que la 1era A consiste en mi actitud de entregar el corazón a Dios de todas las maneras que pueda. Esto es tanto en lo cotidiano como especialmente al momento de congregarme.
No se trata entonces solo de ir a buscar, sino en mayor medida de ir a llevar.
Aportar
La 2da A me impele a aportar todo lo que tengo para dar a la congregación.
Todo talento, consejo, don, experiencia, conocimiento, sabiduría, todo lo que puedo aportar a mis hermanos de fe para bendecir sus vidas, o para contribuir a los propósitos de la congregación como un todo, tengo la oportunidad de entregarlo.
Ya no hablamos tanto de la relación vertical (Dios-hombre, adorado-adorador), sino de la horizontal (hombre-hombre, adorador-adorador).
No asistimos a la congregación para escuchar, meter en el bolso y salir; vamos para poner lo que somos a disposición de nuestros hermanos, y que ellos sean enriquecidos a través de nuestra experiencia espiritual o nuestras cualidades.
Todos aportamos para que la adoración sea completa, todos somos llenos, todos somos nutridos, y todos crecemos en la fe.
Así también, todos ponemos nuestro grano de arena para que la meta final de la iglesia de Dios en la tierra sea alcanzada.
Por eso, nos congregamos con la intención de aportar lo que podemos para el beneficio de todos.
Apoyar
Finalmente, las prioridades no son solo la adoración, las metas y el crecimiento; también está la confraternidad. Una parte importante de nuestra actitud para congregarnos radica en nuestro deseo de ayudar a nuestra familia de fe.
En esto se incluye el apoyo emocional, espiritual, afectivo, social, mental, económico, y todo lo que se pueda. En este punto salemos un poco del panorama de grupo y nos centramos en lo individual.
Cultivamos buenas relaciones, nos preocupamos por los demás, les animamos y acompañamos en sus alegrías, tristezas o necesidades.
Congregarse consiste en ser un hermano –en todo el sentido de la palabra– para nuestros hermanos.
Al olvidarnos un poco de nosotros mismos, y orar con ellos, por ellos, interesarnos y extenderles nuestra mano, nosotros somos realmente los más bendecidos.
Conclusión
Dios creó la iglesia con propósitos puntuales y sumamente especiales. Congregarse no es un deber, es un privilegio elevado. El que desea vivir su vida cristiana en la soledad, no advierte el peligro que corre.
Nuestra mayor seguridad, está en permanecer junto a los carbones encendidos de la comunidad.
No es, quizás, necesario asistir al 100% de las reuniones. Un día de reposo usted pudiera decidir invitar a una familia e ir juntos a un lugar especial, rompiendo la rutina, y adorar allí. Eso es permisible, y muy edificante.
Pero el mensaje está en que no abandonemos la congregación, pues en ella encontramos las bendiciones que no podremos recibir ajenos a ella.
Aquella noche de 2015 mi conclusión fue la que he querido compartir contigo en este artículo: No hay nada más reconfortante que mirar a los lados, y saber que no corremos solos esta carrera. Juntos llegaremos a la meta Divina, ¡Y que nadie se quede!“Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos” (Salmos 122:1).