Mujeres de la Biblia que dejaron huellas

Mujeres de la Biblia que dejaron huellas

¿Cómo será el «Salón de la fama» de Dios? Ummm… ¿Será que habrá uno? Yo pienso que sí… Y si lo hay, ¿qué criterios se usarán para determinar quién ingresa? Es una pregunta realmente interesante. ¿Cómo evalúa Dios al «jugador más prestigioso»?

En Ezequiel 15:20 encontramos una valiosa evidencia de la existencia de este «Salón de la fama»: “Y [si] estuviesen en medio de ella Noé, Daniel y Job, vivo yo, dice Jehová el Señor, […] ellos por su justicia librarían solamente sus propias vidas”. 

¡Aquí Dios nos revela 3 de sus miembros! Noé, Daniel y Job. Pero ¿quién más estará allí? 

Yo apostaría por Abel, Enoc y Abraham. Ah, ya va… Moisés, Josué, Caleb, Samuel y David. Probablemente se les unan profetas como Isaías, Jeremías; hombres como Esdras y Nehemías. ¿Qué decir de Pablo, Pedro, Bernabé, Esteban, Felipe, Apolos? ¡Por supuesto! Si hay un salón de la fama estos deben estar. Definitivamente dejaron una huella en la historia de este mundo.

Pero, ¡detengámonos un momento! ¿Y LAS MUJERES? Quizás por la costumbre nos vienen primeramente caballeros a la mente, pero estoy completamente seguro de que habrá mujeres en ese Salón de la fama. 

En esta ocasión queremos dejar a los hombres a un lado, y poner el ojo a las mujeres que dejaron una huella en las escrituras. Algunas de ellas fueron tan increíbles que por demás han de haber entrado al salón de la fama de Dios. 

¿Quiénes fueron? ¿Qué hicieron? Aquí te lo presentamos, porque de ellas hay mucho para aprender. 

Mujeres de la Biblia que dejaron huella

Ocuparía mucho espacio incluir todos los nombres que merecen un lugar dentro de este repaso. Pero para poder hacer justicia a su gran contribución, intentaremos ser breves. He aquí nuestro Top 18.

Eva (Génesis 2, 3, 4:1, 25-5:2). Quizás te sorprenda que la incluyamos aquí. Escuchar o leer el nombre de “Eva” le causa malestar estomacal a buena parte del mundo cristiano. Sin embargo, reflexionemos un poco. Eva cometió un error, es cierto, ¡pero por alguna razón Adán no estuvo dispuesto a dejarla ir!

Creo que Eva era una mujer de un carácter precioso y simétrico. Una mujer valiente, atenta e independiente, activa, alegre, entusiasta y con grandes aspiraciones; aspiraciones que la llevaron aquella tarde a morder el fruto. 

Pero más allá de su huella dolorosa en el relato bíblico, Eva, junto a su esposo, experimentó un profundo arrepentimiento. No dejó que esa mancha arruinase por completo su futuro ni el de su descendencia; se esforzó y crió dos hijos que alcanzaron su lugar en el Salón de la fama de Dios: Abel y Set.

Durante más de 700 años aproximadamente, dio testimonio a sus hijos, nietos y tataranietos de la bondad y la misericordia de Dios. Y les enseñó incansablemente y a través de su propia experiencia las bendiciones de la obediencia y la lealtad al Eterno. 

Sin duda, Eva se rehízo de su caída. Con Dios, nadie tiene por qué permanecer postrado.

Rebeca (Génesis 24; 25:19-28; 27). No sabemos demasiado acerca de la vida de Rebeca, pero su historial también quedó empañado a nuestros ojos por la forma como motivó a su hijo Jacob a engañar a su padre Isaac.

Pero su vida no se resume en ese error. De hecho, la primera vez que nos cruzamos con ella en el relato bíblico nos damos cuenta de su inagotable disposición a servir. El texto bíblico dice que ella sacó agua del pozo para todos los camellos del siervo de Abraham (Génesis 24:20), ¡y vaya esfuerzo que fue!; A tal punto que el siervo “estaba maravillado de ella” (v. 21).

Luego queda en evidencia su disposición hospitalaria (v. 25), y lo que es más, su fe ciega y sumisa para obedecer lo que claramente se mostraba como la voluntad de Dios (v. 58). Más tarde Rebeca hizo lo que hizo solamente porque pensaba que con eso estaba cumpliendo el plan de Dios (25:23).

Si Dios la escogió como la esposa del hijo de la promesa, ¿por algo habrá sido no?

Rahab (Josué 2; 6:22-25; Mateo 1:1-17). A pesar de ser una mujer ramera (Josué 2:1), fue la primera conversión cananea que se registra. El relato bíblico describe cómo escondió a los espías israelitas en su casa, los protegió de la guardia del rey, confesó su fe en el Dios del cielo (2:11), y se transformó en una verdadera adoradora del Señor. 

Luego se casó con Salmón, fue madre de Booz, y tatarabuela del rey David. ¡Nada menos! Rahab deja su huella en la historia demostrando cómo Dios puede tomar un nombre insignificante, y por su gracia grabarlo con letras de oro para siempre. 

Débora (Jueces 4-5). Jueza de Israel y profetisa del Señor, Débora dejó una huella portentosa en la historia de Israel. Cuando Barac no estuvo dispuesto a liderar sólo el movimiento emancipador, Débora le acompañó valerosamente, y se llevó los honores. 

Con su vida demostró que, por supuesto que Dios también usa a las mujeres para liderar a su pueblo, para comunicar sus mensajes divinos, e incluso para ganar importantes batallas. 

Rut (Rut 1-4, Mateo 1:1-17). Moabita de nacimiento, Rut representa un gran ejemplo de amor y lealtad. Es sin duda la mejor nuera de la Biblia. Mujer decidida y tenaz, amó a Noemí y no estuvo dispuesta a apartarse de su lado. Aprendió mucho de ella, especialmente del Dios al que servía.

Rut, después de Rahab, es la segunda extranjera que forma parte del linaje de Jesús. Dejó su huella al enseñarnos cómo al entregarle la voluntad a Dios, él se inmiscuye en los asuntos más pequeños de la vida para trazar sus propósitos perfectos. Y lo que puede parecer desgracia se muda en gozo perpetuo.

Ana (1 Samuel 1; 2). Ana es para nosotros un modelo de lo que una oración es capaz de hacer. Desesperada, derrama su alma al Señor, y su petición es escuchada y contestada. Ve su anhelo cumplido, sin pesar alguno cumple la promesa que había hecho, y su fidelidad fue recompensada con cinco hijos más.

Tuvo el privilegio de criar por dos sustanciosos años al que sería uno de los más grandes personajes de la historia Israelita. Pero no se olvidó de él. Cada año, aquella madre piadosa iba a visitar a su hijo en el santuario de Silo.

Ana deja una huella importante desde distintos puntos de vista, pero la más grande la dejó con sus rodillas. 

Abigail (1 Samuel 25). Difícilmente encontraremos mejor ejemplo de prudencia y sabiduría que Abigail. Deja su huella en la historia al moverse presurosamente para calmar algo que hubiese terminado en tragedia, librando al rey David de derramar sangre en vano.

Nos enseña que la acción sensata y valiente de una dama virtuosa puede marcar una gran diferencia. David se dio cuenta de ello y dijo: «a esta mujer la necesito a mi lado».

Ester (Ester 4, 5, 7). Ester fue el instrumento de Dios para proteger a sus hijos cuando grandes peligros le asechaban. A pesar de los riesgos latentes, la reina determinó poner incluso su vida si era necesario para defender a su pueblo. Deja su huella en la historia uniendo un rostro bonito con un espíritu tenaz y completa disposición al sacrificio. 

La viuda de Sarepta (1 Reyes 17:8-24). Resignada a morir por el hambre y la sequía, la viuda de Sarepta fue la virtuosa viuda extranjera escogida por Dios para alimentar con su último puñado de harina al profeta Elías. Con fe le preparó primero a él para comer, lo recibió en su casa, y por “muchos días” tuvo el privilegio de ver el milagro diario del Señor. 

Deja su huella en la historia con un ejemplo de servicio, sujeción y fe. Nos enseña que los ojos de la persona obediente, que no pone “peros”, verán cosas maravillosas. 

Elisabet (Lucas 1; 2). De pocas personas se dice lo que se dijo de Zacarías y su esposa Elisabet “ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todo los mandamientos y ordenanzas del Señor” (1:6).

Esta mujer piadosa tuvo el privilegio, en su vejez, de ser la madre del precursor del Salvador. Su huella está más viva que nunca, al demostrar que en un mundo pervertido por el pecado sí se puede vivir en obediencia y santidad delante del Señor. Detrás de un hombre del carácter de Juan, tenía que haber una madre consagrada como Elisabet.

Loida y Eunice (2 Timoteo 1:5). La fe no fingida de Timoteo no era producto de la casualidad. Dos mujeres de fe ferviente pusieron su grano de arena. Estas dos mujeres son una muestra de la huella que deja en la historia cada dama al levantar un vivo altar para Dios en su hogar. 

Quizá ellas mismas no figuren, pero muchas grandes cosas no se habrían logrado sin su influencia espiritual y sincera.

Dorcas (Hechos 9:36-43). Dorcas dejó un legado vital para toda mujer cristiana. Su testimonio hizo mucho por la causa del evangelio, y lo hará todavía al ser imitado. Al servir a los demás con solicitud y bondad, una dama puede convertirse en una luz tan poderosa, que la gente no se imagine un mundo sin ella.

Y mejor todavía, que gracias a esa obra lleguen a conocer a Jesús.

La mujer cananea y la mujer del flujo de sangre (Mateo 9:18-22; 15:21-28). En ambos casos, fue su fe la que dejó la huella. Creyeron en el poder de Jesús, y no se rindieron hasta conseguir la bendición. Nos enseñan que la perseverancia no quedará sin recompensa, y que la fe logra lo que nada más puede.

La mujer samaritana (Juan 4). Dejó su huella al convertirse en una misionera exitosa sin necesidad de argumentos o elocuencia, sino solamente con su experiencia personal. Minutos antes era la comadreja del pueblo, minutos después fue la primera en dar a conocer al Salvador. ¡Que nadie te diga que no es posible!

A su vez, nos enseña que Dios no escoge a la persona más capaz o mejor posicionada. Jesús deseó encontrarse con esa mujer, se acercó, la buscó, y la convirtió en lo que podía llegar a ser.

María Magdalena. ¿Qué decir de María? Su historia nos demuestra que el cristianismo no se trata de cuán religioso eres, sino de cuán cerca estás de Jesús. Después de conocerlo, María nunca más quiso separarse de él. Lo amó como pocos. Fue su gran amiga, lo ungió antes de su sepultura, y fue la primera en verlo resucitado.

Su huella dice que no importa cuán bajo se caiga, Jesús no vino a llamar a justos sino a pecadores. Y por su gracia los pecadores se convierten en justos. Cerca de él, somos transformados.

María la madre de Jesús. Para culminar, su madre. Dios puso el tesoro más grande del universo en manos de María. Y gracias a su educación, Jesús fue lo que fue. De las muchas cosas que pudiésemos decir, destaco el llamado que Dios hace a cada mujer.

Dios confió en María, la llamó para una gran tarea, y ella la cumplió.

Dios, así como a todas ellas, también te ha llamado y escogido. ¡Deja tu huella!

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