Cuando terminamos de orar, le dirigí algunas palabras a la señora de la casa; quien llevaba ya varios meses postrada en cama. La idea central se resumiría en “esperemos y confiemos, que Dios hará su voluntad”. Y no sólo con ella, a casi todos los enfermos que visito les animo a esperar en la «voluntad de Dios».
En otra ocasión más reciente, cuando íbamos camino al sepelio de mi abuela, dialogaba en el carro con mi prima, su esposo y mi hermano en cuanto a la «voluntad de Dios». Concluíamos que es sabia, perfecta, y nunca se equivoca; ni siquiera en momentos como esos.
Muchísimas veces he estado intentando conocer la «voluntad de Dios», solicitándole que si hace llover sabré que es de esta manera; si no llueve sabré que es de esta otra; si alguien habla de lluvia otra más; y si se pone el tiempo pero no llueve una última.
Esto sólo como un ejemplo de la variedad de cosas que a uno se le ocurren en esos momentos para “ayudar” a Dios en el proceso de darnos a conocer su voluntad.
Cuando ocurren accidentes, catástrofes, atentados, cuando un bebé nace con deformidades, cuando una relación fracasa, nos despiden del trabajo, o afrontamos una enfermedad degenerativa, justamente nos preguntamos “¿fue esto la voluntad de Dios? ¿Por qué?”
Por otro lado, también nos escondemos, justificamos, o nos libramos de la responsabilidad personal detrás de la «voluntad de Dios». Si se nos dan las cosas, fue su voluntad. Si no se nos dan, fue su voluntad. Si metimos la pata, fue su voluntad. Todo lo explicamos de esa manera y así nos exoneramos de culpas o remordimientos.
El punto es: la voluntad de Dios es un tema complejo, amplio, e incluso controversial que no alcanzaríamos a tratar en un solo artículo. Pero sí podremos desarrollar aquí algunos elementos fundamentales para comprenderlo.
Dios y la voluntad
Lo primero que necesitamos es poner en claro a qué nos referimos cuando hablamos de la voluntad de Dios.
Definimos “voluntad” como la disposición, propósito, la facultad de decidir hacer algo o no hacerlo, el ejercicio del libre albedrío, la intención o el deseo de nuestra mente. En realidad humanamente hablando es un término de mucho significado.
La manera más básica de entender la voluntad es asociándola con la intención. Por ejemplo, Juan puede estar intentando aprender a tocar teclado, pero no le sale muy bien. En ese caso decimos: no tiene la habilidad, pero tiene la voluntad.
Esta misma cualidad humana entonces es atribuida a Dios cuando hablamos de su “voluntad”; no existe mayor diferencia. Pensar, razonar, disponer, actuar, elegir, replantear, todo esto se resume en la voluntad; y es el mayor punto en común entre Dios y el hombre. La voluntad es una cualidad propia de Dios, y él la ha compartido con su creación, formada “a su imagen” (Génesis 1:26).
¿Cuál es la diferencia entre la voluntad Divina y la humana? Una diferencia sustancial radica en la permanencia de dicha voluntad. Mientras que la voluntad del hombre es como la onda del mar, llevada de un lado para otro (Santiago 1:6), en Dios no hay mudanza ni sombra de variación (v. 17); es el “mismo ayer, hoy y por los siglos de los siglos” (Hebreos 13:8).
Po tanto, cuando hablamos de la “voluntad de Dios” nos referimos a su deseo, su intención, su propósito, su plan. Muy semejante al hombre, pero a la vez diferente. Voluntad libre al fin, pero inmutable.
El asunto es, ¿cómo se entiende esta voluntad? ¿Cómo se aplica?
Voluntad general e individual
La Biblia muestra que Dios no solamente tiene voluntad personal, sino que también tiene una voluntad activa y aplicada. Es decir, tiene una voluntad (propósito, plan) para con lo que ha creado. [Ya hablamos un poco de esto en nuestro artículo ¿Qué pasa si mis planes no coinciden con los planes de Dios?]
Dios, por lo tanto, es semejante a un chef que cocina un platillo, pero sabe por qué lo ha preparado. No es para colocarlo sobre la mesa y adornarla con él, sino para que alguien lo coma y disfrute su sabor, probablemente.
De la misma manera que ese chef tiene una “voluntad” para su platillo, Dios tiene una voluntad para su creación. Podemos observarla a través de dos lentes: la voluntad universal y la circunstancial.
Voluntad universal
La voluntad de Dios para con el universo en su totalidad, y para nuestro mundo en particular la consideramos aquí como la voluntad general porque no está sujeta a las personalidades individuales ni pertenece a ellas. Es competente a cada ser humano pero le trasciende, abarcando la historia y el devenir de la humanidad.
La cosmovisión bíblica es que voluntad de Dios dirige el destino y encarrila la historia humana como un todo hacia su culmen. Se caracteriza por ser permanente, progresiva en su revelación y universal.
Varios textos sientan las bases de nuestro entendimiento de esta voluntad universal. Daniel 2:21 y 4:35 colocan a Dios como el que gobierna la historia a su voluntad. Jesús ora porque esto se cumpla en Mateo 6:10. Pablo habla de la “buena voluntad de Dios”, que se propuso reunir todas las cosas y salvar a todo hombre en Cristo (Efesios 1:9-11).
Hechos 2:23, 20:25, 26 se alude a la “voluntad” o el consejo determinado y anticipado de Dios que involucra su propósito para el mundo entero. La misma existencia de la profecía apocalíptica es testimonio de esta voluntad universal (ej. Génesis 3:15, Daniel 2, 7, 8, Mateo 24).
En esta voluntad general de Dios podemos incluir la creación del mundo, su ley eterna que rige todo el universo, la salvación de cada ser humano, la primera y segunda venida de Jesús, el juicio final, la eternidad… etc. Todos estos son hechos que Dios se ha propuesto en su voluntad y que incluyen y afectan a todos los hombres de todas las edades.
Así también, la voluntad universal de Dios no solamente tiene que ver con los hechos de la historia, sino también con un camino o modelo de acción revelado pertinente a todos los seres humanos.
Por ejemplo, versos como 1 Juan 2:17, 1 Tesalonicenses 4:3, 5:18; Romanos 12:2, 1 Pedro 2:15, Hebreos 10:36 se refieren a la “voluntad de Dios” como algo estándar que todos estamos llamados a practicar.
Voluntad circunstancial
Por otro lado, dentro de esa voluntad universal de Dios encuentran lugar muchas voluntades individuales. A fin de conducir a cada ser humano y a cada nación en el cumplimiento de su voluntad general, Dios tiene una voluntad específica para cada quien y en cada caso.
Para explicarlo tomemos como ejemplo a Emiro. Emiro forma parte de la voluntad universal de Dios: aceptar a Jesús, ser santificado, obedecer sus mandamientos, participar de la segunda venida de Cristo y vivir con él la eternidad.
Pero dentro de esa voluntad universal se precisan de muchas, muchísimas, voluntades circunstanciales. La voluntad general viene siendo como el propósito: viajar a Montemorelos. Pero la voluntad circunstancial tiene que ver con la manera cómo llegaremos allá, y qué ruta seguiremos.
En ese sentido, la Biblia indica que Dios tiene una voluntad para cada circunstancia que nos toca enfrentar. Génesis 4:1, 1 Crónicas 13:2, 2 Crónicas 25:20, Lucas 22:42, Hechos 21:14, Romanos 1:10, 15:32, 1 Corintios 1:1, Filipenses 2:13, son algunos ejemplos de esto.
Podemos decir entonces que la voluntad principal de Dios para Emiro es llevarlo a la salvación. Pero para lograr ese destino, su voluntad se manifiesta a lo largo de todo el camino. Al tomar cada decisión, al trazar y realizar cada proyecto, al salir o entrar, hablar o callar, siempre hay una “voluntad de Dios”.
No todo es su voluntad
Después de examinar los dos lentes de la voluntad de Dios, es necesario ahora aclarar que no todo lo que ocurre en este mundo, y lo que nos ocurre individualmente, es voluntad de Dios. Pero a la vez, todo lo es.
¿Cómo es eso?
Pensemos en la entrada del pecado al mundo. Si hablamos de la voluntad como deseo o propósito, es claro que eso no era la voluntad original de Dios. Su intención era que el hombre viviese feliz y en armonía con él.
Sin embargo, es también evidente que Dios estaba al tanto de que eso sucedería. Y debido a eso inmediatamente ese hecho entra dentro de su voluntad, si hablamos de ella en el sentido de su previsión o su plan.
Por lo tanto, todo lo que sucede en este mundo pudiese ser incluido dentro de la “voluntad de Dios” porque él, sabiéndolo desde antes, permite que suceda. Pero al mismo tiempo no todo puede ser catalogado de esa forma, porque no era lo que Dios hubiese querido en un principio.
Si hoy hay un atentado en Berlín, no podemos llamar a eso “voluntad de Dios” refiriéndonos a su deseo; pero sí podemos denominarlo de esa forma en el sentido de que, al fin y al cabo, Dios ha visualizado todo de antemano y ha preparado la manera de encausarlo hacia el cumplimiento de su voluntad universal.
Al comprender esto nos vemos en posición de aclarar que aunque los eventos pueden suceder de una manera, y Dios permite que así sea, pueden no ser parte de su propósito original y perfecto.
Si pongo todo mi empeño y de igual forma pierdo la materia y por ello no me gradúo, puedo afirmar que fue la voluntad de Dios. Pero si la pierdo por mi negligencia, la evaluación que debo hacer es muy distinta.
¿Cómo me afecta a mí comprender eso?
Desafiando la “voluntad de Dios”
No hay espacio para conformarse con lo que sucede y decir «fue la voluntad de Dios». Tampoco es posible limitarse a decir «que se haga la voluntad de Dios» en cada circunstancia, y actuar como si eso fuese suficiente.
Tener bien presente la voluntad universal de Dios para el mundo y para mí, me impulsa a hacer lo mejor que pueda en cada ocasión. Aunque no siempre conocemos la voluntad circunstancial del Señor, sí somos responsables de su voluntad revelada (Romanos 2:18), la cual debe modelar nuestra vida.
No es voluntad de Dios el pecado o el fracaso; que lo haya previsto por su anticipado conocimiento es algo muy distinto. Es nuestro privilegio andar de acuerdo al propósito original de Dios, a lo que Él sueña para tu vida y para la mía; a lo que el sueña para nuestra familia, vecindario e iglesia.
Cada día después de orar “hágase tu voluntad”, estamos comisionados a salir y dar lo mejor de nosotros. Hacer el bien, amar al prójimo, honrar sus mandamientos, ser íntegros y veraces, ser valientes y esforzados, porque esa es su voluntad.
Solo al cumplir con nuestra parte, la voluntad de Dios será una realidad. No te conformes, no te limites, no te escondas detrás de la voluntad de Dios; pues Él siempre apunta más alto. Al desafiar “su voluntad” (entre comillas) estarás cumpliendo su voluntad.