Pocas cosas causan tanto revuelo en el mundo del arte como la posibilidad de que se haya descubierto un nuevo cuadro de un pintor famoso. Pienso en una anécdota acaecida en la década de los 90.
En la primavera de 1993 el barón Frederic Rolin presentó a Gregory Rubinstein, un especialista en los antiguos maestros del arte europeo que trabajaba para la casa de subastas Sotheby´s, un pequeño paquete.
Dentro de él, confinado a un marco dorado y ornamentado, se hallaba un pequeño lienzo de no más de 25cm que hizo a Rubinstein soltar un pequeño grito en cuanto lo vio. Hacía 30 años que Rolin lo había descubierto en el estudio de un comerciante en Londres, y llegó a la conclusión de que no podía tratarse sino de una pintura del genial artista Holandés Johannes Vermeer.
Durante 10 años Rubinstein se abocó a una aventura de indagación, “la más cautivadora y absorbente investigación que jamás he llevado acabo”, dijo él. Sin embargo, después de todo ese tiempo, todavía no había una conclusión definitiva.
No conforme con ello, en 2002 reunió a las principales autoridades en el campo de la restauración artística, y durante año y medio estuvieron trabajando meticulosamente con la pintura. “Técnicos cualificados retiraron concienzudamente más de 3 siglos de polvo y de mugre. […] los trabajadores restauraron la obra, milímetro a milímetro, a su brillo original” [Stuart Tyner, Los 7 retratos del remanente del tiempo del fin, p. 58].
Hacia finales de 2003 la conclusión del comité era unánime: el amor de toda la vida del barón Rolin era un Vermeer original. Llevó más de una década de trabajo, pero ya no cabía duda, el cuadro volvió a ser tan fresco y atractivo como el día que salió de las manos del artista.
Hace un par de años, ese cuadro fue vendido en una subasta por la suma de 30 millones de dólares.
La restauración de ese pequeño cuadro tomó mucho tiempo y esfuerzo, pero finalmente valió la pena. Su belleza fue recuperada, y la obra de un gran pintor fue sacada a la luz.
La Biblia también habla sobre restauración, aunque no de pinturas. Eso queremos explorar ahora.
Qué es restaurar
Al hablar de restauración hacemos referencia a cantidad de procesos distintos que tienen la intención de devolver algo a su estado original, o la vuelta de una cosa a la situación o circunstancia en que se encontraba antes.
Así que una restauración puede ir desde el arreglo de un cuadro u obra artística y la restauración de una copia de seguridad de la mensajería del celular, hasta la solución de los inconvenientes en una relación personal y la continuidad del servicio eléctrico tras una falla en la central. La realidad es que de continuo estamos restaurando.
Ahora bien, ¿a qué se refiere la Biblia cuando habla de restauración? Claramente la aplica a diferentes objetos.
Desde el punto de vista humano se dan algunas aplicaciones del acto de restauración, como las siguientes:
La restauración en la sociedad
En las leyes mosaicas se hizo provisión de justicia para aquellos casos en los cuales alguna persona del pueblo tomase algo que no le pertenecía, o dañase algo que le había sido prestado. Esto, por supuesto, es parte de la restauración.
Por ejemplo, Éxodo 22:1-15 menciona una variedad de casos y posibilidades interesantes de lo que podría suceder, y cómo habría de ser restaurado. Algunos de estos son:
1) Si alguien roba un buey/oveja y lo degüella o vende, restituiría 5 bueyes o 4 ovejas. 2) Un ladrón hará completa retribución de todo lo que robe, y si no tiene con qué será vendido como esclavo. 3) Si se causa perjuicio a la propiedad de un hermano, se pagará por ello.
Una buena ilustración de algo como esto fue la parábola contada por Natán a David en 1 Samuel 12, y el arrepentimiento de Zaqueo, el publicano, que se comprometió a restituir 4 veces lo que había robado (Lucas 19:1-10).
La Biblia contempla principios de orden social que involucran ajuste de cuentas y restauración de todos los daños y perjuicios causados, con el fin de aplicar y mantener la justicia dentro de la comunidad.
Por eso Jesús advirtió que antes de presentar una ofrenda al Señor, es necesario ir y restaurar las cosas con nuestro hermano, solucionar las cuentas pendientes, perdonar y pedir perdón. Restituir el daño, de ser necesario (Mateo 5:23-24).
La restauración del templo, el culto y la ciudad
La restauración de ciudades y lugares de culto es otra aplicación que la Biblia hace de esta palabra dentro de la esfera humana.
De manera especial, se nos habla en varios lugares de los esfuerzos por restaurar el templo, sus servicios y la ciudad de Jerusalén. En este respecto los reyes son protagonistas.
Se nos cuentan, por ejemplo, los esfuerzos de Asa y Josafat por restaurar el verdadero culto en Israel, quitando los lugares altos y las imágenes de Judá (2 Crónicas 14:2-5, 17:6) y mandando al pueblo que buscase a Jehová (2 Crónicas 15:8-19, 17:7-9).
Años después Joás “decidió restaurar la casa de Jehová” (24:4), instituyendo un sistema de mantenimiento para el templo (vv. 8-14). Ezequías se propuso hacer lo mismo en su reinado (29:3-36), restauración que fue acompañada a su vez de un reavivamiento espiritual (cap. 30; 31:1) y reformas en los servicios (31:2-21).
Josías también restauró el templo (34:10), quitó las imágenes (34:3-5, 7), descubrió y se volvió al libro de la ley (34:14-33), y celebró nuevamente la pascua (cap. 35).
Décadas después, con Zorobabel como gobernador y Josué como sumo sacerdote, el pueblo que regresaba del exilio restauró el altar, los servicios religiosos y reconstruyeron el templo (Esdras 3, 6:13-22). Luego con Nehemías se restauraron los muros de la ciudad (Nehemías 3, 4, 6).
Esto también acompañado de reformas sociales y religiosas (Esdras 9-10, Nehemías 5, 13).
Este uso del término “restaurar” nos compromete con lo que el Señor dijo por medio del profeta Isaías: “Y los tuyos reedificarán las ruinas antiguas; los cimientos de generación en generación levantarás, y serás llamado «reparador de portillos», «restaurador de viviendas en ruinas»” (Isaías 58:12).
El Señor espera que seamos reparadores y restauradores; ya no del templo literal ni del muro de una ciudad, sino de la verdadera adoración, de la obediencia a la ley de Dios. Somos llamados a restaurar el culto a Jehová y volver a él los corazones.
Restauración del caído
Otra clase de restauración que compete al ámbito humano es la rehabilitación de los que han caído y tropezado.
Gálatas 6:1 lo dice con claridad: “Hermanos, si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo con espíritu de mansedumbre”. El deber del cristiano y de la iglesia no es señalar el pecado y descubrir lo que están haciendo mal los hermanos, sino restaurar al que cae con “espíritu de mansedumbre”.
¿Qué significa eso? Bien, el que ha tropezado con el pecado necesita una mano amorosa para levantarse. Allí entra nuestro papel; al aconsejar, ministrar, orar, y ser un apoyo para que el hermano que ha fallado vuelva a aceptar y andar en la gracia.
El proceso de restauración debe ser lleno de simpatía. El que ha fallado debe entender que lo que hizo es incorrecto, sí; pero más importante aún es que sienta que ni la iglesia ni Dios le abandonan por su pecado. Todo lo contrario, son los primeros en abrazarle y recordarle la misericordia divina.
Ahora bien, habiendo comentado estas esferas en las que el ser humano actúa como un restaurador, nos corresponde hablar de una esfera de restauración en la cual sólo actúa el Señor.
La restauración de todas las cosas
El texto clave es Hechos 3:20-21. “A este [Jesús], ciertamente, es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas”.
Este pasaje es uno de los tantos que afirman que el mundo perfecto original de Dios (Génesis 1, 2) ha de ser restaurado. Pedro está diciendo a su audiencia que Jesús debe permanecer en el Cielo llevando adelante su obra, hasta el tiempo de esta restauración.
Ya algunos pasajes en los profetas habían anticipado esto. Quizás dos de los más significativos sean Isaías 11:1-12 y 35:1-10.
Pero en realidad esta restauración llega a ser el cumplimiento perfecto y completo de todas aquellas promesas hechas a Israel, tales como las de Isaías 49:6, Jeremías 30:18-22; 31; 33; Ezequiel 34:11-16, 22-31; 36:22-38; 37; Amós 9:11-15, Miqueas 4:1-8; 5, y muchos otros.
Estas descripciones llegan a su cúlmen con Apocalipsis 21 y 22. La restauración va a ser total: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5). El mundo volverá a ser perfecto. Cuando se habla de “cielos nuevos y tierra nueva” (2 Pedro 3:13), no se habla de un cambio progresivo o una reforma mundial, ¡se trata de un cambio total! De una restauración completa obrada por el gran poder de Dios.
La creación había sido sujeta a vanidad (Romanos 8:20), a degradación, dolor, corrupción y muerte. Pero el Señor viene a cambiar ese panorama. Viene a libertarla de corrupción, restaurando “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (v. 21). De eso se trata la restauración: Dios hace todo nuevo, como al principio, pero mucho más maravilloso.
Como anticipo de esa restauración futura y total, en el presente el Señor restaura la salud del enfermo (Mateo 11:5, Santiago 5:15), Restaura las relaciones humanas (Efesios 2:14-16, 4:16), restaura su imagen en el hombre (2 Corintios 5:17, 1 Tesalonicenses 5:23), y restaura con él su relación de paternidad (Juan 1:12).
Pero como parte de esa restauración futura y total, el Señor restaurará nuestro cuerpo (1 Corintios 15:50-54), restaurará la vida (1 Corintios 15:55, Hebreos 2:14, Apocalipsis 1:18), a los muertos (1 Tesalonicenses 4:16, Juan 5:28-29, 11:25), restaurará la comunicación directa entre Dios y los hombres, su presencia en medio de ellos (Apocalipsis 21:3, 22:4), la justicia y santidad universal (2 pedro 3:13), la belleza de la creación, ¡todo, todo será restaurado!
No es una restauración común, sino que todo lo conocido llegará a ser todavía mejor y más glorioso que el original. La pintura será más hermosa que al principio.