Bethany Hamilton nació en Hawái el 8 de febrero de 1990. Hija de padres surfistas, aprendió el deporte familiar desde los 4 años. Muy rápidamente, apenas a los 8 años, comenzó a erigirse como toda una campeona.
Desde los 8 hasta los 13 años Bethany estuvo destacándose en las competencias que participaba, hasta que en la mañana del 31 de octubre de 2003 un tiburón tigre intentó arruinar su carrera, arrancándole sin aviso su brazo izquierdo.
Tras perder el 60% de su sangre Bethany sobrevivió, y 10 semanas después del accidente, volvió a surfear. Rehízo su carrera, y en 2008 llegó a estar en el 2do lugar del ASP World Tour.
Sin embargo, hay algo más que quiero destacar aparte de una historia de superación.
En la película basada en su vida, Bethany experimenta una profunda crisis espiritual posterior al accidente. Gracias a distintas experiencias que vive, se recupera, comienza a ver las cosas de otra manera, y participa en el torneo nacional de surf. Allí se da una escena profundamente significativa para mí.
Ella acaba de montar la última ola de la competencia con una maestría digna del 1er lugar. Pero de vuelta en el agua, Bethany mira hacia el cielo, y sencillamente dice: “Gracias”.
¡Hemos escuchado hablar centésimas de veces acerca de la gratitud! También hemos visto y oído a muchas personas agradeciendo a Dios por cantidad de razones diferentes. Y aun a pesar de eso, el agradecimiento continúa siendo en ocasiones una ruta difícil.
Alegrarse y expresar palabras de gratitud a una persona que acaba de darnos un buen regalo es algo muy sencillo, y casi todos lo hacemos. ¡En ese examen la mayoría saca 100! Pero ¿qué tal agradecer con una amplia sonrisa al que acaba de darnos un tremendo golpazo en la cara?
¿No es algo parecido lo que a veces nos toca hacer con Dios? Agradecerle cuando ha provisto un trabajo, cuando ha sanado a un familiar, cuando ha cuidado de tu vida y todo sale de maravilla, ¡eso es muy fácil!
Pero alabarle cuando pierdes el trabajo, cuando tus familiares mueren, cuando te diagnostican una enfermedad terminal, cuando todo sale re-mal, cuando te pisotean y humillan… ¡ah!… agradecer como Job (Job 1:20-21; 2:10) no es tan fácil que como en el caso del leproso samaritano (Ver Lucas 17:15-16).
Nadie dudará en afirmar la importancia que tiene la gratitud en la vida. Y es cierto, la gratitud hacia Dios llena al ser humano de una felicidad imperecedera.
Pero déjame decirte que cuando Pablo aconseja “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), o “dando siempre gracias por todo a Dios” (Efesios 5:20), no se refiere solamente a esos momentos donde naturalmente expresamos agradecimiento.
Todo es todo; incluye las bondades, los dones preciosos e invaluables, pero también la lista tenebrosa que enumeramos arriba, y peor que eso.
«¿Cómo puede esperar Dios que yo le agradezca en esas circunstancias?», la respuesta es desafiante. Pero me gustaría proponerte que allí, justo en medio de esas circunstancias tenebrosas, se asienta la verdadera importancia del agradecimiento.
Uno de los pasos fundamentales que el cristiano debe dar en el proceso de madurez espiritual, es la aceptación ‒y más aún: la celebración‒ de la voluntad divina.
Al principio de la carrera la fuerza que nos impulsa es el egocentrismo, que también lucha por alcanzar lo mejor para nosotros mismos. En este sentido, el «agradecimiento fácil» (el que se expresa al recibir algo bueno o un favor) es importante para nuestra salud mental, espiritual y social, pero no representa mayor complejidad para nuestra naturaleza egoísta.
Es el «agradecimiento difícil» el que en realidad despoja nuestras propias pretensiones, somete la voluntad humana a la voluntad perfecta divina, transforma nuestra visión de las cosas y engendra ese contentamiento posible ante cualquier circunstancia (Filipenses 4:11).
Cuando alzamos nuestros ojos y decimos “gracias”, incluso el alma más atribulada puede escuchar la voz de Dios que dice «Aquí estoy. Sigo al control». En la gratitud llegamos a aprender a refugiarnos, sea el día soleado o tormentoso, en el cuidado amoroso y solícito del Padre.
¡Dios no necesita nuestra gratitud, nosotros la necesitamos!