La disciplina en la Biblia

la disciplina en la biblia

“Cuando vi el testamento, fue algo increíble, algo llovido del cielo en forma tan inesperada”. Quisiera poder decirte que estas fueron mis sorpresivas palabras cuando me descubrí heredero de alguna fortuna millonaria. Pero no, no es así.

En su lugar, fueron las palabras de Norman Lamm, rector de Yeshiva University, en Nueva York. 

¿Y qué regalo del cielo había recibido? Resulta que una ancianita de 101 años ‒de la cual nunca había oído hablar, ni estudió tampoco en Yeshiva‒ había muerto recientemente. Y le había dejado todo lo que tenía a la universidad: en total, una suma de 22 millones de dólares. 

La historia de esta ancianita es de lo más intrigante. Anne Scheiber nació en 1894, murió en 1995, y durante años vivió en un estudio rentado en Manhattan. Estaba en pésimas condiciones, y la renta mensual era de 400,00$.

Anne vivía de un seguro social y de una pensión que empezó a cobrar en 1943 tras jubilarse de su cargo como auditora del IRS [Superintendencia de Contribuciones]. En ese lugar no la habían tratado nada bien, fueron muy injustos con ella. De hecho, al jubilarse a los 51 años apenas ganaba 3.150$ al año. 

Anne tuvo que valérselas por su propia cuenta con mucho sacrificio, y gracias a eso se convirtió en una modelo del ahorro. No gastaba casi nada en sí misma, ni siquiera se suscribía a algún periódico. 

¿Cómo había amasado entonces aquella señora solterona y jubilada una cifra tal? En 1943 había logrado ahorrar 5.000$, que invirtió en acciones. En 1950 había ahorrado suficiente dinero para comprar 1.000 acciones de la Shering-Plough Corporation, que valían 10.000$. 

Las mantuvo en su poder y esas acciones se incrementaron en costo. John Maxwell concluye: “Hoy, esas acciones originales se han dividido lo suficiente como para producir ciento veintiocho mil acciones, con un valor de $7.5 millones” [Las 21 Leyes irrefutables del liderazgo, 19-20].

Anne Scheiber era rica, y sin embargo nunca usó de ese dinero más de lo que era necesario. Por eso no solo se convierte en modelo de ahorro, sino también de disciplina. 

Entendiendo la disciplina

La disciplina básicamente puede entenderse como dos cosas: una metodología, o una conducta. Como metodología es aplicar disciplina. Como conducta, es actuar con disciplina

Por lo general, para que la disciplina sea la norma de la conducta debe haber existido antes la disciplina como metodología. Es decir, Anne Scheiber probablemente fue disciplinada por algo o alguien antes de llegar a ser disciplinada en su vida, y en el manejo de sus recursos. 

Los seres humanos, y de manera especial los occidentales, somos por naturaleza indisciplinados. Nos cuesta el orden, la puntualidad, el ahorro, la previsión, el esfuerzo y el sacrificio, la obediencia, etc… Aprendiendo la disciplina, todo esto es posible. 

Ahora bien, pienso que la disciplina puede entenderse como aquello que haces o dejas de hacer hoy, pensando en el bienestar del mañana. Piénsalo.

Ir a una fiesta hoy es mucho más entretenido que quedarse en casa estudiando, ¿pero qué será mejor mañana? Gastarse todo el dinero hoy es más tentativo que guardarlo, ¿pero qué pasará mañana? Desobedecer hoy las instrucciones de mis padres parece más atractivo que la obediencia, ¿pero qué resultará mejor mañana? Dormir “5 minutos más” después que suena la alarma es más fácil que levantarse, pero mañana, ¿qué será más conveniente?

La disciplina es, entonces, como un ahorro. Decisiones que tomas hoy, hábitos que cultivas hoy, cosas de las cuales te abstienes hoy, porque habrá un mañana. Y en ese mañana será necesario lo que hiciste hoy. Disciplina es vivir pensando en el bienestar del mañana.

Observa por ejemplo que Pablo hace referencia a un dicho popular cuando dice “«comamos y bebamos porque mañana moriremos»” (1 Corintios 15:32). Esta manera de pensar ilustra bien que, si no hay mañana, la disciplina es una tontería. 

La esperanza o certeza de un mañana es lo que estimula la disciplina. Porque «mejor es tener un seguro y no necesitarlo, que necesitarlo y no tenerlo». 

Pero, como hemos dicho, en una raza indisciplinada la disciplina no surge por sí sola. Una frase atribuida a David Powning reza “La disciplina tiene enemigos, y uno de ellos eres tú”. Cómico pero cierto.

La disciplina primero debe ser enseñada y aplicada a través de una metodología, antes que llegue a ser parte del carácter. 

Así que en las Escrituras se nos habla en su mayoría de la disciplina como metodología. En 3 dimensiones principales: la crianza, la disciplina de Dios, y la disciplina eclesiástica.

La disciplina en el hogar

La Biblia reitera en numerosas ocasiones la responsabilidad paterna de fomentar la disciplina en el hogar. ¡Y esta es una labor que no puede ser delegada! Por ser ellos los primeros y más importantes educadores, la disciplina como parte del carácter dependerá en elevado porcentaje de la aplicación de disciplina en el hogar.

Una frase que todos los padres deberían tener presentes es la de Jim Rohn: “Todos tenemos que sufrir una de dos cosas: el dolor de la disciplina o el dolor del arrepentimiento y la decepción”. La pregunta es, ¿quieres que tus hijos se enfrenten a la disciplina en casa o a la dolorosa disciplina de la vida? 

Hablar de disciplina no abarca solamente el castigo o la corrección, sino todo el órgano educativo del hogar. Todo lo que se enseña intencionalmente forma parte de la disciplina. 

En este sentido, en Génesis 18:19 Dios reconoció que Abraham mandaría “a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová”, es decir, que la educación disciplinada de Abraham para con su familia, llegaría a integrarse al carácter de sus hijos. Él moriría y su casa seguiría guardando los mandamientos del Señor.

En textos como Proverbios 13:24, 14:3, 19:18, 22:15, 23:13-14, 29:15 y 17, el proverbista destaca la importancia de la disciplina, y lo recalca de varias maneras. Dos de los más conocidos dicen:

“Castiga [corrige, disciplina] a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma a destruirlo” (Proverbios 19:18).

“El que detiene el castigo a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Proverbios 13:24). 

En ambos se menciona específicamente el tema del castigo y la corrección, pero la disciplina es mucho más que esto. Es educación. El conocido texto de Deuteronomio 6:7, junto a 4:9 y 11:19, enfatiza la necesidad de instruir con disciplina, la repetición, el esfuerzo de los padres en dar forma adecuada al pensamiento de sus hijos.

Proverbios 22:6 es otro texto de disciplina, sin hablar de castigo: “instruye al niño en su camino”, ¡eso es disciplina también! Instruir, enseñar, modelar. Las reglas y hábitos en el hogar, es disciplina.

El asunto es que para ser efectiva, toda disciplina necesita ser aplicada con la actitud correcta, y las maneras correctas. El amor debe ser lo que impulse todo acto (Proverbios 13:24), de otra manera la disciplina servirá de poco. 

Es por eso que Efesios 6:4 habla de criar a los hijos “en disciplina y amonestación del Señor”, porque la disciplina debe ser según el modelo Divino, que veremos a continuación.

La disciplina de Dios

Se nos dice que Dios aplica disciplina a sus hijos de la misma manera que lo hace un padre amante. Algunos textos del Antiguo Testamento como Deuteronomio 8:5, Proverbios 3:11-12 y Job 5:17-18, transmiten esta idea. 

Pero nota lo que dice el texto de Proverbios: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere”. Este texto es importantísimo para entender la disciplina de Dios, y también la disciplina paterna.

Dios disciplina por amor. Por el puro bienestar de sus hijos. 

Ya vimos arriba que sin disciplina no hay mañana, así que un padre que ama definitivamente tendrá por más importante disciplinar ahora. Su hijo lo agradecerá después. Así actúa Dios.

De hecho, Elifaz llama “bienaventurado” al hombre que es disciplinado por Dios, y prosigue diciendo que Dios hace la llaga pero también la vendará, “él hiere, y sus manos curan”. 

Dios disciplina de la misma manera que un padre hace lo posible para que su hijo entienda que no debe cruzar la calle solo. Quizás lo regañe o golpee, porque a fin de cuentas está tratando de proteger a su hijo. A su vez, Dios está trabajando por nuestro bienestar futuro y eterno.

Tal cual como lo dice 1 Corintios 11:32. Dios nos disciplina ahora “para que no seamos condenados con el mundo”. Apocalipsis 3:19 se une a esto cuando dice “yo reprendo y castigo a todos los que amo” (ver también Hebreos 12:1-10).

Dios no castiga por rabia ni por impulso. Ese es el modelo que todo padre debe seguir. Dios disciplina para redimir. 

La disciplina eclesiástica

Dios delegó autoridad en su iglesia para ejercer la disciplina con relación a sus miembros (Mateo 18:15-18). Por lo tanto, la iglesia puede separar a alguien de su feligresía bajo ciertas circunstancias (1 Corintios 5:5, 13; 1 Timoteo 1:20).

Pero esta es una medida extrema que no debe ser tomada a la ligera. Pablo aconseja a Timoteo que “a los que persisten en pecar” los reprenda “delante de todos” (1 Timoteo 5:20). Lo que implica que incluso alguien que persiste en el pecado no necesariamente debe ser expulsado de la iglesia.

Al contrario, Mateo 18:15-17 demuestra cuál es el proceso que debe seguirse en estos casos. 

La iglesia está llamada a ejercer una disciplina que sigue el mismo principio que la del hogar y la de Dios: una disciplina de amor. Si no está inspirada por el deseo de que la disciplina sirva para ayudar a la persona a encontrar el arrepentimiento (1 Corintios 5:5 cf. 2 Corintios 2:1-11), entonces tal disciplina no es válida.

Pues el objetivo de esto no es castigar, sino salvar. Después de haber orado, aconsejado, rogado, exhortado, y de haber hecho todo lo posible para restaurar a un hermano que se está desviando, la última medida de amor es disciplinar, para que alcance a entrar en razón.

También en este caso como en los que hemos comentado antes, el primer paso de la disciplina es la instrucción, la enseñanza (2 Timoteo 3:16). Y esta es nuestra primera responsabilidad. Si con la misma prontitud con que a veces actuamos para disciplinar nos empeñáramos en formar, habría muchas menos razones para hacerlo.

Al fin y al cabo, todo proceso disciplinario tiene la intención de formar para el día de mañana. Es un ahorro para la eternidad. El asunto es, ¡nadie nace aprendido! La iglesia debe usar los recursos necesarios, inspirados por el amor de Jesús, para levantar cristianos disciplinados que puedan ser “sin falta en el día de Jesucristo” (1 Corintios 1:8).