La armadura de Dios – Estudio bíblico

La armadura de Dios

Lo que comenzó en oriente próximo hace más de 4.000 años con una simple cubierta de cuero o lino acolchado, hoy se ha convertido en chalecos antibalas, blindados y acorazados. 

Por las exigencias de la guerra, las armaduras fueron evolucionando, pasando por distintas etapas. 

Konrad Seusenhofer, por ejemplo, fue uno de los máximos exponentes de este arte en su época (1459-1519). Llegaría a ser conocido como el padre de la herrería, y en círculos de armeros y herreros como “El maestro”. 

Su técnica del templado de acero, combinando metales y cuero, consiguió hacer de sus creaciones algo muy estético, resistente a todo tipo de armas, útil y con buena movilidad para el que las portaba.

Pero comparado con los componentes militares de la actualidad, aquello parece una obra de teatro.

¿Te has colocado una armadura alguna vez? Personalmente, lo más parecido que he vivido quizás sería una ocasión en la que fui a jugar al Paint Ball con mi familia. Y si aquel equipamiento me pareció un poco aparatoso, ¡me imagino cargando unos 40 kilos encima! No ha de ser nada fácil.

Pienso en el rey David, por ejemplo. Jamás había usado una armadura en su vida, y cuando se presentó para pelear contra el gigante Goliat, Saúl mandó a que le colocasen “sus ropas”, junto a un caso de bronce, coraza y espada (1 Samuel 17:38-39).

“Y probó a andar, porque nunca había hecho la prueba. Y dijo David a Saúl: Yo no puedo andar con esto porque nunca lo practiqué” (v. 39). Se zafó todo eso, tomó su callado, un par de piedras, y salió al encuentro del gigante.

La armadura no era suya, quiere decir que no era de sus proporciones; y para colmo nunca había practicado. ¿Resultado? Se convertiría en un estorbo. Tal como lo fue para muchos a lo largo de la historia. 

¡Ojo, mi amigo! La armadura de Dios no es la excepción. Sin entrenamiento continuo y disciplinado, de nada servirá su uso. Será más bien un estorbo. 

Para que marque una diferencia debe ser portada, pero también comprendida y sus maniobras practicadas. 

Ten eso bien presente mientras estudiamos esa porción conocida y apasionante del NT: la armadura de Dios.

Estamos en guerra

¿Por qué se dice que la «guerra avisada no mata soldado»? Porque se supone que cuando el soldado ha sido advertido previamente de algún peligro, efectúa toda la preparación adecuada y anticipada posible, de tal manera que pueda salir airoso. 

No se espera que un soldado salga al campo de batalla en jeans, franelilla, unos lentes de sol, y bebiendo una piña colada. ¡Qué clase de locura! Perderá la vida en pocos instantes. Y sin embargo, la verdad es que muchos de nosotros estamos en esa condición.

Hemos sido avistados de la guerra en la cual estamos metidos (Efesios 6:12, Apocalipsis 12:17), sabemos que nos encontramos en el mero centro del campo de batalla (Apocalipsis 12:12), y todavía continuamos acostados, tranquilos de la vida en nuestra silla playera.

¡No camarada, despierta! ¡Estamos en guerra! El diablo está tramando nuestra caída, y la alarma resuena diciendo “Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo” (Efesios 6:11).

La guerra avisada no debería, no debería… matar soldado. Por lo tanto, hay que aprender desde ya cuál es y cómo se usa esa “armadura de Dios”.

En los versos 10-13 el coronel advierte de la batalla y da dos instrucciones al batallón: 1) “Sed fortalecidos en unión con el Señor” (Efesios 6:10, DHH), “llenaos de poder en el Señor” (VHA); y 2) “tomad toda la armadura de Dios” (vv. 11, 13).

Luego procede a describir para nosotros esa armadura (vv. 14-18).

La armadura de Dios

Las condiciones de la guerra son las que plantean las condiciones de defensa. Si la batalla se plantea en el mar Caribe, presuntamente necesitaremos navíos. Si se aproximan bombarderos por el espacio aéreo de Londres, nos veremos en la necesidad de utilizar aviones de combate. 

En nuestro caso, el conflicto es netamente espiritual. No es “contra sangre ni carne”, sino contra “huestes espirituales de maldad” (Efesios 6:12). Como las “asechanzas del diablo” son escaramuzas dirigidas a nuestra mente y corazón, nuestras defensas han de ser también espirituales. 

De nada nos serviría salir a la calle apertrechados con equipo de camuflaje, casco, escudo táctico y bombas de humo, si Satanás atacará nuestra mente. Nuestra mente es la que necesita defensa, y Dios nos proporciona el armamento necesario.

El término griego traducido como “armadura” en Efesios 6:11, 13 es panoplia, que se refiere a una armadura completa. No es solamente una parte la que necesitamos, es toda la armadura. Si falta una parte, la armadura entera habrá perdido su eficacia.

Si el soldado se levanta con pereza y decide solo ponerse el casco, ¿le aprovechará? ¿Si se pone todo el equipo pero no lleva el arma? ¿Si porta todo menos el chaleco? ¡No, no sirve! En este conflicto es todo, o es nada. No existe un “casi”.

Así que la orden dada por el general Pablo es “vestíos de toda la armadura de Dios”, que son los recursos espirituales del arsenal Divino para pelear en el recio conflicto con Satanás. Este armamento tiene un propósito bien definido: “para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo”, “para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes”.

Así que la palabra clave es “firmes”. El propósito de los recursos espirituales de esta guerra es protegernos del mal, del error y el engaño, de las tentaciones del enemigo, de las dudas y la deserción, de tal manera que al final podamos estar firmes. 

Es como si estuviéramos situados en lo alto de una colina, el último bastión de Dios en el mundo: la iglesia. Cristo ha sellado la victoria en la guerra, pero el triunfo está aún en el futuro. Mientras tanto, enfrentamos “el día malo” (v. 13). 

El enemigo se aproxima con sus flechas, catapultas y arietes. Nuestra misión no es ganar la guerra, sino resistir. Permanecer firmes. Juntos como batallón, hacer frente a Satanás con los recursos divinos.

¿Cuáles son, pues, estos recursos?

Ceñidos de la verdad

Puesto que es la primera prenda que se menciona, el cinturón de la verdad no se refiere al cinto que cerraba la armadura, sino a un delantal de cuero que se ataba bajo la misma, sujetando las ropas para asegurar la movilidad sin inconvenientes [G. J. Wenham, Nuevo Comentario Bíblico siglo XXI (Mundo hispano, 2003), 773].

Las metáforas de prendas no son estrictas (evidente al comparar la “coraza de justicia” con 1 Tesalonicenses 5:8), por lo que no nos interesa demasiado fijarnos en la función de los objetos a los cuales se alude. 

Pero el general nos informa que el soldado de Jesucristo debe estar ceñido con la verdad. La verdad debiera ser tan importante para él como el cinturón que, aunque no se ve, le da forma y función a la armadura. Vivir en la verdad, defender la verdad, y actuar con verdad es imperioso para poder permanecer fieles.

El enemigo es el “padre de la mentira” (Juan 8:44), mientras que la verdad es parte esencial del carácter mismo de Dios (Juan 1:14, 14:6). Él es “Dios de la verdad” (Salmos 31:5).

El soldado de Jesucristo necesita vivir una fe íntegra, no fingida, hablar y actuar con verdad, y conocer a cabalidad la verdad de las escrituras. 

La justicia y la verdad se mencionan juntas también al hablar de la armadura del mesías (Isaías 11:5). Son parte inherente de lo que él es, y de lo que se están convirtiendo sus hijos fieles (Efesios 4:24, 25).

La coraza de justicia

La coraza era la parte principal de la armadura, situada en el pecho para proteger los órganos vitales vulnerables, usualmente estaba forjada de materiales fuertes y resistentes. 

Por el contrario, nuestra justicia humana es sumamente débil (1 Corintios 10:12). Pero Dios, que está rodeado de la coraza de justicia (Isaías 59:17), por medio del evangelio imparte su justicia al hombre (Romanos 1:17).

Cubierto y protegido por la justicia perfecta de Jesús (Filipenses 3:9, Apocalipsis 3:18, Zacarías 3:1-5), el soldado de Cristo es capaz de adoptar esta misma justicia como la norma de su carácter, siendo santificado por completo por el Dios de paz (1 Tesalonicenses 5:24).

No podremos resistir en la guerra espiritual si no contamos con la coraza probada del Salvador, pero tampoco será posible si nuestra voluntad no es vivir en la justicia y la santidad (2 Timoteo 2:22). Ambas, la justicia imputada e impartida, son necesarias para cubrir el corazón de la vida espiritual.

El calzado del evangelio

Aunque si bien el calzado no es incluido en la lista de elementos que la armadura portaba antiguamente, para Pablo es suficientemente relevante. Probablemente se sienta motivado a incluirlo teniendo por antecedente Isaías 52:7.

El tiempo griego del verbo indica que cuando se ha calzado las sandalias, el soldado está totalmente preparado para la lucha. El soldado de Jesús necesita calzarse el evangelio antes de poder hacer frente a la batalla.

Ya Pablo ha explicado con anterioridad qué significa este evangelio de paz (Efesios 2:11-17). El soldado de Jesucristo, cuando se ha calzado el mensaje de las buenas nuevas de reconciliación en la cruz, podrá pisar sobre terreno firme, defenderse del error, y proclamar salvación.

Conocer a cabalidad el evangelio y proclamarlo no es una opción, es parte innegociable de la armadura de Dios.

El escudo de la fe

Pablo habla de un escudo grande hecho de madera y cuero, que podía formar una pared frontal o superior al unirse con otros. A veces el cuero era humedecido a fin de apagar las flechas o dardos encendidos que les eran arrojados [Wenham, 774]. 

La fe es el escudo del soldado de Cristo. Cuando se arma de una confianza y entrega total al Señor, puede con esa fe anular el poder de cualquier tentación o prueba con que el enemigo le amenace. Para apagar el dardo encendido necesitamos confiar en que Cristo ha sido puesto sobre todo “principado y autoridad” (Efesios 1:21), por lo que estamos completamente seguros.

Nuestra fe es la primera línea de defensa, con ella echamos mano de la victoria de Cristo y triunfamos sobre el diablo (1 Juan 5:4).

Yelmo de la salvación

El yelmo era el casco que los soldados llevaban sobre sus cabezas. E Isaías nos dice que Dios también porta el yelmo de la salvación (Isaías 59:17). 

La salvación entre ceja y ceja, la salvación como lo que resguarda nuestra cabeza, la salvación como lo que gobierna nuestro vivir, la salvación como nuestra meta suprema, la salvación como algo que portamos desde ya, en el presente, y nos protege; ¡eso necesita cada soldado de Jesucristo!

La seguridad de la salvación es nuestro yelmo (Efesios 2:5-8). Sin ella, cualquier golpe en la cabeza nos tumbaría para siempre. 

La espada del Espíritu

Sin espada, un soldado solo podría correr y esconderse. Pero en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, el soldado puede con ella defenderse y contraatacar. 

La Palabra de Dios es para nosotros una espada de dos filos que penetra hasta lo profundo del corazón (Hebreos 4:12). En un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el enemigo es nuestro recurso de victoria, tal como lo hizo Jesús (Mateo 4:1-11).

Esa palabra tiene autoridad y poder, nos defenderá del ataque del diablo, y en las manos del Espíritu será un instrumento de salvación. Será un fundamento seguro para nuestra alma, del cual no nos desviaremos al tenerla firmemente grabada en nuestra mente, y al portarla como un guerrero porta su espada. 

La espada es viva y eficaz. Al creerla y practicarla, estaremos seguros. 

Orando en todo tiempo

El general culmina su repaso de la armadura de Dios con una instrucción más. Los 6 recursos de la armadura deben ir acompañados de una incansable vida de oración. 

Orando en todo tiempo, velando en todo tiempo, perseverando, orando sin desmayar (Lucas 18:1), podremos dar más fuerza a los recursos espirituales a nuestro alcance. El poder de Dios se unirá con el nuestro, y el enemigo no podrá tocarnos.

El mensaje final es el mismo que el primero: “Fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Todos estos recursos tendrán valor en la medida que su poder actúe en nosotros (Efesios 3:20). Y este poder actúa mientras entrenamos cada día con la armadura puesta.

Aprende a usarla, ejercítala, echa mano de cada uno de los recursos que Dios ha puesto a tu alcance, y cuando el enemigo se acerque con sus asechanzas, el poder de Dios será tu victoria.

Verdad, justicia, salvación, fe, oración, la Palabra, evangelio… El enemigo no tiene armas para ganarle a eso. Juntos, el triunfo de Dios es nuestro.