Leo, Omar y Felipe, Vanessa, José David, Pedro y César, Patrizia, Michael, José, Adrián y Eduardo… En buena medida, creo que las etapas por las cuales hasta ahora me ha tocado transitar pueden resumirse en nombres como estos. ´
Nunca me he considerado una persona de muchos amigos, pues soy más bien algo tímido. Pero los pocos que he tenido han sido tan significativos para mí, que si los recuerdos con ellos fuesen borrados, probablemente me quedaría muy poco de mi vida. Y, además, sería una pésima película.
Te contaré dos experiencias muy diferentes que viví con mis 3 amigos más cercanos de la universidad.
La primera aconteció en nuestro segundo semestre de estudios. Las habitaciones en el hogar de caballeros tienen dos literas, lo que quiere decir que caben 4 personas. Ese semestre el preceptor aceptó colocarnos a todos en el mismo cuarto, así que estábamos de bonche.
Yo había llevado el Risk, un juego de mesa cuyo objetivo es la dominación mundial, bastante apasionante, para jugar con ellos.
Llevábamos apenas una semana juntos en la habitación cuando una partida se extendió hasta más allá de la 1:30 AM. Lo que no sabíamos era que nuestro cuarto estaba justo encima de la habitación de la hija del preceptor. Así que cerca de las 2:00 AM él tocó a nuestra puerta con cara de pocos amigos, y nos dio tremendo regaño.
¿Resultado? Al día siguiente nos tocó a los 4 limpiar el baño. Pero hasta eso lo hicimos con gusto; porque con amigos todo se disfruta.
Por otro lado, en febrero de este año vivimos una noche muy distinta. Al regresar del culto de miércoles en la iglesia Universitaria se me prendió el bombillo.
—¿Qué tal si hoy oramos por cada compañero que toque a la puerta de nuestra habitación? ‒les propuse‒.
Se anotaron y, efectivamente, aquella noche oramos por unos 8 compañeros que llegaron a nuestro cuarto. Tocaban, abríamos, les animábamos a orar, y nos reuníamos en círculo para interceder por sus necesidades.
Cada vez que recordamos esa ocasión, hablamos de ella como una de las más memorables de nuestra estadía en la universidad.
Con los amigos te diviertes, te asustas, pasas trabajo, lloras, te ríes, pero también te fortaleces en la fe. Los amigos son una maravillosa bendición de Dios.
Y la Biblia, por supuesto, habla de amistad.
El poder de la amistad
¿Cómo definirías la amistad? No es tan fácil. Es algo que ciertamente implica la formación de un lazo relacional y emocional fuerte entre dos o más personas. Sin embargo, su naturaleza es incierta y subjetiva.
Puedes llamar «amigo» a alguien y, sin embargo, no estar diciendo demasiado. Esto es porque en nuestra cultura la amistad se ha desprestigiado. Los amigos tienen fecha de caducidad de acuerdo a las circunstancias. O simplemente porque llamamos «amigo» inclusive a la persona que recién acabamos de conocer.
Actualmente es más apropiado decir que «amigos» son todas aquellas personas que forman parte de tu círculo afectivo, que no pertenecen a tu familia.
Sin embargo, las escrituras suelen presentar la amistad como un lazo bastante estrecho. Si bien es cierto tenemos buena relación con muchas personas, no cualquiera es un amigo. La amistad es un círculo más cerrado y de mayor influencia en nuestro pensamiento, identidad y proceder. Y vale la pena que siga siendo así.
En la Biblia la amistad es de gran valor. El archiconocido texto de Proverbios 17:17 dice “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia”. Por otro lado, Proverbios 18:24 deja ver lo que tú y yo sabemos bien, que hay amigos más unidos que un hermano.
Especialmente este último texto demuestra que dentro del término «amistad» hay espacio para un grado todavía mayor de intimidad. Hay amigos que llegan a ser más importantes que la familia. Y apostaría que esta ha sido también tu experiencia.
De hecho, el libro de Deuteronomio usa una expresión muy curiosa que lleva hasta el límite el grado de intimidad posible dentro de la amistad: reaka aser kenapseka. Que es traducida como «tu amigo que es como tu alma».
Un amigo tan cercano, pero tan cercano, que podría decirse que forma parte de ti. ¿Has tenido algun@ así?
Por eso decimos que la amistad puede llegar a tener un gran poder. Somos seres sociales, y ansiamos compañía, afecto y apoyo. Formamos amistades que se convierten en piedras angulares para nuestra propia vida. Su influencia, por supuesto, es incalculable.
La amistad de David y Jonatán llevó a este último a despreciar el trono mismo y a arriesgar su relación con su padre, quizás al borde de la muerte, por amor a su amigo (1 Samuel 18:1). A su vez, David llegó a decir que el amor de Jonatán le era más valioso que el de las mujeres (2 Samuel 1:26).
La amistad de Abraham con Lot le impulsó a reunir un ejército y salir en misión de rescate para salvarlo de las manos de Quedorlaomer (Génesis 14:14-16). Años después, por amor a él, intercedió fervorosamente ante Dios para librar a su familia de la destrucción de Sodoma (Génesis 18:23-24).
La amistad de Rut con Noemí traspasó las fronteras de una relación normal de suegra-nuera. Y pese a perder todo lo que tenían, Rut no estuvo dispuesta a separarse de ella. Dijo a Noemí “tu pueblo será mi pueblo y tu Dios, será mi Dios” (Rut 1:16).
Algo parecido sucedió con Elías y Eliseo. Eliseo le tenía tanto aprecio a su tutor que le dijo “vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré” (2 Reyes 2:2). ¡A eso nos lleva la amistad!
Ahora bien, esto tiene un lado negativo. Y es que el poder de la amistad puede resultar perjudicial.
Deuteronomio 13:6, por ejemplo, menciona la posibilidad de que aquel amigo que es como tu alma te invite a servir a dioses ajenos. Y, ¿será igual de fácil decir “no” a un amigo de esa clase como en el caso de un desconocido?
La historia de Amnón y Tamar en 2 Samuel 13 demuestra la desastrosa influencia que un amigo cercano puede tener sobre otro al aconsejar imprudente y deshonrosamente. En ese caso su perversa recomendación le costaría la vida al hijo del rey.
El relato de Job y sus amigos es también un testimonio del dolor que ocasionan las duras palabras, los juicios y críticas de aquellos que consideramos nuestros amigos más cercanos (Job 6:14-15, 19:19).
Por lo tanto, siendo que la amistad nos llena, nos impulsa, fortalece y alegra; pero en la misma medida tiene también poder para perjudicarnos, es necesario que tengamos en cuenta dos consejos:
- Cuidar de escoger amistades que nos impulsen al crecimiento, el bienestar y la fe. Que digan lo que se debe decir, aconsejen con franqueza, aprecien con sinceridad y busquen siempre lo mejor para los demás.
- Procurar por todos los medios y de forma intencional, ser nosotros esa clase de amigos que influyan poderosamente para la felicidad presente y eterna de nuestros amados.
La amistad cristiana
Sumado a esto, la amistad en el marco de la fe merece especial atención.
Te comento que desde hace un tiempo he sentido cierta envidia por Lázaro, María y Marta. Pues aparte de los discípulos, ellos eran los mejores amigos de Jesús.
Cuando Jesús necesitaba un tiempo a solas, retirarse por algunos días de las controversias, las presiones, las críticas, el odio o la carga de las necesidades humanas, encontraba descanso y solaz entre sus amados amigos de Betania.
De todos los hogares de Israel, y de todos sus habitantes, fueron aquellos tres hermanos los privilegiados. Ellos fueron los amigos íntimos de Dios en la tierra. Es tan significativa la frase con la cual las hermanas enviaron aquel urgente mensaje a Jesús: “Señor, al que amas está enfermo” (Juan 11:3).
Saber que somos amados por Jesús, haberlo comprobado de tantas maneras, es aliento para el alma.
Jesús dijo que no quiere siervos, Él quiere amigos (Juan 15:13-15). Y el verdadero cristianismo es eso, amistad con Jesús.
Toda amistad cristiana debe estar inspirada por una amistad profunda y dinámica con Jesús. Así como Abraham (2 Crónicas 20:7, Isaías 41:8), muchos otros tuvieron antes ese privilegio; y la oportunidad sigue igual de abierta para nosotros hoy.
Cuando cultivamos una sólida amistad con Jesús, llegamos a tener la misma convicción que tuvieron Juan y Lázaro: saber que somos amados por Él (Juan 13:23). Esa experiencia nos convierte en mejores amigos, y nuestro círculo íntimo lo agredece.
Nos hace más amigables (1 Pedro 3:8), nos llena de mayor amor (Colosenses 3:14), nuestros consejos más asertivos (Proverbios 27:9), menos chismosos (Proverbios 16:28), más compasivos y bondadosos (Gálatas 6:1, 2), perdonadores, nos despoja de la envidia, nos hace alegres y dinámicos… la amistad de Jesús nos impregna de su carácter para compartirlo.
Sobre todo, hace que en nuestros círculos de amigos se respire un ambiente de oración (Hechos 13:1-3), hace que al reunirnos el tema de nuestra meditación y más gozosa conversación sea Jesús. Y eso, por ende, nos une más los unos a los otros.
Al tener a Jesús como amigo en común, nuestras amistades se fortalecen y maduran. Como cualquier otra, juntos disfrutamos, trabajamos, reímos, lloramos, pero además, nos construimos los unos a los otros para la eternidad.
La amistad cristiana es realmente enriquecedora. Si otras tienen poder, esta tiene más aún. ¡Tú tienes un gran poder a tu alcance! Si haces de Jesús el eje de tus amistades, pronto te darás cuenta que el potencial que tendrán para el bien será increíble.
Acércate a Él, no dudes. No muerde. Él es, como diría una canción de una serie infantil, “El mejor amigo que podrías desear…”.