Él recibió la falsa noticia de que ella había sido asesinada, y tal como le había prometido, y sumido en intenso dolor, se suicidó con su propia espada. Ella, dos semanas después, rota de amor al saber que él había muerto, decidió resistirse a la humillación de ser llevada como trofeo de guerra, y se quitó la vida haciéndose morder por un áspid.
¿Reconoces la historia? Uno de los relatos amorosos más apasionantes de la historia, entremezclado con maniobras políticas y ansias de poder, representado en lo futuro por la retórica de Shakespeare ‒entre otros‒, y llevado inclusive a la gran pantalla, fue la relación entre Cleopatra y Marco Antonio.
Desde muy joven Cleopatra Filopator Nea Thea ‒mejor conocida como Cleopatra VII‒, había luchado por establecer su derecho a la monarquía de Egipto, arrebatando el trono a su hermanastra y casándose con su hermano, Ptolomeo XIII.
Tras el asesinato de Julio César, primera «conquista» de Cleopatra, la reina necesitaba un nuevo recurso que le ayudase a mantener el poder, y la oportunidad llegó cuando Marco Antonio, quien disputaba con Octavio Augusto por el dominio de la región, le pidió cuentas por su escaso apoyo en la batalla de Filipos.
Cleopatra acudió a la cita en Tarso, pero con fines específicos: conquistar al romano. Marco Antonio no fue capaz ni tuvo la intención de resistirse a los encantos de la egipcia. Y aunque era casado con Fluvia, tras este encuentro se marchó con la reina a Egipto para vivir su pasión, abandonando sus obligaciones con el imperio.
En la cúspide de su amor, Marco tuvo que regresar a Roma para casarse con Octavia, hermana de Octavio, como parte de un acuerdo político; y de esta unión nacieron dos hijas. Pero 4 años después la repudió y regresó a Egipto, a los brazos de su amada, con la cual se casó; y tuvieron 3 hijos.
Finalmente, en 30 a.C Octavio tomó Alejandría, determinado a acabar con la pareja. Y el desenlace fue trágico, tal como lo relatamos al comienzo.
Con el único detalle adicional de que Cleopatra intentó seducir a Octavio como último recurso, pero a éste no le agradaba su nariz. Así murió la pareja, y acabó la existencia de Egipto como nación, siendo añadido como un estado al imperio romano.
Esta clase de historias de pasión, amoríos, rupturas e infidelidades, varios casamientos y tragedias eran muy comunes en el mundo antiguo. Pero, generación tras generación se están volviendo nuevamente muy comunes en el presente.
Jóvenes y adultos viven como si de una novela romántica se tratase, y el final sigue siendo lamentable. Corazones rotos, hijos como daños colaterales, familias destruidas, vidas arruinadas, y patrones que se repiten en la posteridad.
La infidelidad podrá parecer “normal” para el mundo moderno, pero, ¿lo es para Dios?
Acostumbrados a ser infieles
Cuando marco en el buscador de Google la frase “Infidelidad en la Biblia” me encuentro con una realidad abrumadora: la vasta mayoría de los resultados hablan de la infidelidad en términos del quebrantamiento de los votos matrimoniales.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿es la infidelidad amorosa la única de la cual habla la biblia? ¿No habla mucho la escritura sobre la infidelidad al pacto, o de la infidelidad en el cumplimiento de las responsabilidades que el Señor Jesús nos ha delegado? ¡Por supuesto que lo hace, son temas fundamentales!
Entonces, ¿por qué al hablar de “infidelidad en las escrituras” lo que acude a nuestra mente es la infidelidad en el seno de la pareja? Los corazones rotos disminuirían si tuviéramos en cuenta primero la fidelidad a Dios.
En repetidas ocasiones la Biblia habla de las personas inconversas con la designación de “infieles”.
Por ejemplo, Pablo se queja de que los creyentes de corintio pleiteaban en juicio “ante los infieles” (1 Corintios 6:6). Misma designación de 1 Timoteo 5:8 y 2 Corintios 6:14.
¿Se refieren estos pasajes a las personas amorosamente infieles? ¡No! Hablaba de los infieles ante los ojos de Dios; los que no viven bajo su gracia, los que no obedecen los mandamientos de Dios ni tienen el testimonio de Jesús.
Entonces, a la vista de Dios, ¿quién es un “infiel”? ¿Es solamente alguien que falla a los votos matrimoniales? ¿Es únicamente alguien que engaña a su pareja?
«¿Qué tiene de importante todo esto?» ‒podrás preguntarte‒. ¡Muchísimo! Y te digo porqué. Antes de colocar tu confianza en la fidelidad de una persona, lo primero que debieras preguntarte es: ¿es él o ella fiel a Dios?
Si no eres cristiano, esta pregunta es importante. Y si eres cristiano, es más importante todavía. La persona a quien le estoy entregando mis afectos, ¿desea agradar a Dios con todo lo que hace? ¿Es completamente leal a los principios de la religión que profesa? ¿Obedece al Señor aunque le cueste? ¿Devuelve sus diezmos y ofrendas? ¿Se sacrifica por su fe?
Si la respuesta a todas o alguna de estas preguntas es «no», entonces hay que poner el ojo. Si no es fiel a Dios, de quien depende su vida o muerte eterna, ¿lo será contigo?
¿Entiendes? Antes de la infidelidad amorosa tenemos que hablar de esto. Vivimos en un mundo acostumbrado a la infidelidad al Señor, así que, ¿qué podemos esperar entonces del matrimonio?
Pero con una persona que es fiel a Dios ante todo….
José no estuvo dispuesto a cometer adulterio con la esposa de Potifar precisamente porque su fidelidad a Dios estaba por encima de ello (Génesis 37:7-9). Su primer pensamiento fue: ¿cómo podría yo pecar así contra el Señor?
Esa garantía la podríamos tener tú y yo si en el matrimonio buscamos lo que es verdaderamente importante en esta vida.
Otro detalle es que aunque la fornicación puede no ser una traición a los votos matrimoniales, por no estar casado el individuo; sí es una infidelidad al pacto de Dios (1 Corintios 6:18). Y para caer en esto codiciar en el pensamiento es suficiente (Mateo 5:28-29).
La infidelidad matrimonial
Ya hemos hablado en otras ocasiones sobre El adulterio en la Biblia y Qué dice la Biblia sobre el divorcio, así que estamos procurando no redundar en lo mismo.
Ya sabemos que la infidelidad a los votos matrimoniales es denominada adulterio. Lo que es un grave pecado a la vista del cielo (Éxodo 20:14, Job 24:15, Malaquías 2:16, Proverbios 30:20).
Sabemos que para Dios el matrimonio es una institución muy honrosa (Hebreos 13:4), cuya intención era que durase toda la vida (Mateo 19:6, 1 Corintios 7:39). Y salvo por causa de infidelidad el matrimonio no puede ser abrogado delante de Dios (Mateo 19:9, Lucas 16:18, Romanos 7:2).
Por ello debe ser considerado santo. Deshonrar el matrimonio era penado con la muerte en la torá (Levítico 18:20, 22; 20:10; Deuteronomio 22:22). Y aunque ya no muramos por cometer adulterio, sigue siendo un pecado abierto que nos excluirá de la eternidad (Gálatas 5:19, Hebreos 13:4, 1 Corintios 6:9-10).
Ahora bien, cuando uno de los conyugues es infiel a los votos matrimoniales se da una circunstancia que es sumamente difícil de sobrellevar. Nada es más íntimo que esta relación, lo que hace a la traición extremadamente dolorosa.
La parte que ha errado debe saber que Dios no niega el perdón a nadie. No hay pecado en este mundo que sea suficientemente grande como para separar al hombre de la gracia Divina. ¡No existe! Ni siquiera el adulterio.
¿Has sido infiel? Pues ten presente que si algún anhelo de perdón sientes, es porque el Señor mismo es quien está intentando traerte nuevamente a sus brazos amantes (Lucas 15:3-7, Hechos 5:31, Romanos 2:5). “El que a mí viene, no le echo fuera” dijo el Salvador (Juan 6:37).
David cayó muy bajo, pero allí le alcanzó la gracia de Dios (2 Samuel 11-12, Salmos 51).
Pero está el otro lado de la moneda. La parte que ha sufrido el agravio. Y de este lado las cosas no son nada fáciles. Sentimientos de ira, celos, rencor, dolor, pueden aflorar; chocando con los sentimientos que se le habían confiado al conyugue desde un inicio. Se produce mucha confusión, y cualquier decisión tomada a la ligera puede ser fatal.
Por lo tanto, lo primero que debieras buscar es la estabilidad emocional; porque es de lo que más se carece en estas circunstancias. La familia y las amistades más cercanas pueden proveer una atmósfera de comprensión que ayude a soportar el primer impacto. Sin embargo, para poder encontrar la paz es necesario abrir nuestro roto corazón al Padre que consuela. Al Padre que restaura.
Algunos en el pasado han aprovechado esta clase de coyunturas de la vida para experimentar a Dios como nunca antes habían podido hacerlo, quizás porque en momentos como esos todo lo demás pareciera perder sentido. Sólo se añora una salida, y esa salida Dios la puede proveer.
Es tiempo de llorar, gritar, desahogar y orar.
Pero luego debemos permitir a Dios levantarnos de las cenizas. No podemos albergar rencor en nuestro corazón, ni continuar considerándonos miserables, o víctimas heridas. Hay que lavarse la cara y continuar, la vida no ha acabado. Es un golpe, pero no un nocaut.
Hemos de recordar que aunque la persona más cercana a nosotros nos falle, Dios jamás fallará. Él siempre será fiel.
Luego prosigue la toma de decisiones. Esta debe postergarse hasta el momento en que haya paz en nuestro corazón. Cuando nuestro corazón esté preparado para recibir la paz del Señor, estará también preparado para decidir.
El asunto es que Dios permite el divorcio en caso de que uno de los conyugues sea infiel. Pero no necesariamente una infidelidad tendría que acabar con el matrimonio. Se debe recordar que continúa siendo el propósito de Dios que el matrimonio sea perpetuo.
Sin embargo, esta decisión compete exclusivamente a la persona afectada. La iglesia puede orientar en el proceso, pero debe cuidar de no sobrepasar el límite que le corresponde.
Sea cual fuere la decisión que se tome, debe existir el perdón (Lucas 17:3). Dios perdona nuestras infidelidades, y nosotros hemos de hacer lo mismo. Especialmente porque es el perdón lo que nos sana, libera y capacita para seguir adelante.
Si se decide continuar con la relación, la parte afectada debe comprometerse a dejar atrás lo que ha sucedido. Después de dialogar y decir lo que se tenga que decir las veces que sea necesario, el pecado debe ser echado a lo profundo del mar. Has de permitir a Dios sanar la herida, y mirar hacia el frente. Destapar las heridas causadas hará imposible la restauración de la relación.
La infidelidad es muy dolorosa, he visto el largo proceso que las parejas deben enfrentar. Pero Dios hace posible la sanación. Una pareja rota es una victoria para el enemigo, pero una pareja que se levanta en el amor del Señor es un testimonio de la verdad.
Conclusión
Bien lo dijo el sabio Salomón: “el que comete adulterio le falta sensatez” (Proverbios 6:32). O dicho de otra forma, la infidelidad es una locura.
Pero no podemos ser fieles a nuestra pareja si no somos fieles a Dios primero.
Si no te has casado, piensa bien lo que estás buscando. Si ya estás comprometido, valora el privilegio de tener a esa persona a tu lado. Hónrala, ámala, respétala, y crezcan juntos en la fidelidad a Dios. No hay tentación que rompa esa muralla.