Dos perspectivas opuestas pero a la vez curiosamente complementarias llegaron a mí con apenas unos días de separación hace un tiempo atrás.
En la primera, escuchaba al Pr. Daniel Bosqued hablar sobre la importancia de la buena doctrina. E ilustraba su punto comparando la doctrina con un cristal a través del cual vemos a Dios: si el cristal está sucio, manchado, rayado, empañado o si hay un grafiti sobre él, entonces será difícil contemplar al Dios que está detrás.
Mientras que si el cristal está limpio y reluciente, la imagen de Dios podrá ser vista con claridad.
En ese momento sacó a colación la doctrina del infierno.
«¿Sabéis lo que representa que millones y millones de cristianos en todo el mundo, cuando lleguen a su casa por la noche y oren a ese Dios, tengan que tragarse la doctrina de que ese Dios al que oran, si su hijo rechaza a Dios, ese Dios al que ellos oran va a torturar a su hijo? Pero no un tiempo corto, lo va a torturar para siempre.
—Pero Señor, ¿no crees que ya es suficiente?
—No no no, si es que es para siempre.
—Pero si vivió muy poco tiempo, no le dio tiempo casi ni de conocerte, ¿De verdad tienes que castigarlo así?
—Sí.
—Pero es que está sufriendo.
—Ya.
—Pero es que es un castigo. Lleva 300 mil millones de años sufriendo.
—Y lo que le queda.
»¿Cómo es posible que millones de cristianos tengan que orar cada noche a ese Dios y decir: “¿de verdad eres así? ¿De verdad no me vas a permitir morirme? Oye, perdón, te rechacé, pero, permíteme morir”
—No, no te permito que mueras, ¡Nunca! Por toda la eternidad, torturado.
»¿Os dais cuenta de semejante borrón en el cristal de la doctrina cristiana compartido por la mayoría?».
En el lado opuesto, Lee Strobel entrevista a D. A. Carson para su libro El Caso de Cristo, y le pregunta acerca del infierno. Carson, teólogo evangélico, aduce las razones que le parecen convincentes para sustentar esta doctrina. Y aunque su presentación del porqué del infierno es sólida, cuando argumenta en cuanto a la naturaleza del infierno, su explicación queda sumamente escueta.
No es una cuestión sencilla de tratar. Si el infierno es bíblico, tendremos que aceptarlo aunque no lo entendamos. Pero, ¿lo es? Por amor a Dios, hay que limpiar el cristal.
Glosario
Daremos primeramente un vistazo a los términos bíblicos que algunas traducciones españolas vierten ocasionalmente como “infierno”.
Lo que desde un primer momento arrojará una conclusión principal que debemos archivar como presuposición básica para este estudio: la palabra “infierno” no aparece ni en el texto del AT ni en el del NT; por lo tanto, al leer los siguientes textos es preferible eximirnos de asociarlos en primera instancia con la imagen tradicional de gente siendo quemada eternamente en algún lugar del universo. Démonos el permiso de examinar la evidencia.
Etimológicamente, “infierno” proviene del latín inférnum o ínferus, cuyo significado es básicamente un lugar inferior, subterráneo, o algo que está “por debajo de”. De la misma raíz se deriva el español “inferior”.
Siendo que este término no aparece en la Biblia, ni etimológicamente hace alusión a un espacio de sufrimiento y tortura, debemos suponer que alguien patentó este término como respuesta a la creencia sobre un lugar (o condición) de sufrimiento tal, y reinterpretó bajo esta luz los términos asociados que sí aparecen en la Biblia.
Es decir: aunque “infierno” no aparece en la Biblia, nace para dar nombre a una creencia que se considera “bíblica”. Nos corresponde examinar si esto es verdaderamente así.
Algunos de los términos bíblicos que están de alguna manera relacionados con la idea del “infierno” en las escrituras son seol, abaddon, abismo, geena y hades. Vamos a examinarlos brevemente, procurando hacer a un lado, por ahora, cualquier preconcepción relacionada a un lugar de sufrimiento eterno.
Seol. Es el vocablo más mencionado, con 65 apariciones en la Tanák, distribuidas equitativamente en cada sección del canon del AT. Algunos ejemplos representativos de su uso son los siguientes:
Génesis 37:35: “pero él no quiso recibir consuelo, diciendo: ¡Descenderé enlutado junto a mi hijo hasta el seol!”.
2 Samuel 22:5-6: “me rodearon los lazos del seol. Tendieron sobre mí lazos de muerte”.
Job 21:13 “Pasan sus días en prosperidad y en paz descienden al seol”.
Salmos 6:5 “Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el seol, ¿quién te alabará?”
Proverbios 5:5 “Sus pies descienden a la muerte, sus pasos se dirigen al seol”.
Si examinamos detenidamente estos textos, junto a muchos otros más (ver tb. 1 Samuel 2:6, Números 16.30, 33, Isaías 28.15, Job 7:9, Salmos 16:10, 30:3, 49:14-15, etc…), notamos, como bien lo hace notar el Diccionario Vine, un doble énfasis en su uso. En primer lugar, se utiliza en paralelismo con la muerte. En segundo lugar (y aquí es donde falla Vine), alude figurativamente a la “morada de los muertos”.
Subrayamos “figurativamente” porque si se compara pasaje con pasaje (ausentes los preconceptos) queda claro que jamás estuvo en la mente de los autores un estado de consciencia después de la muerte. En lugar de ello, el seol representa simplemente ese lugar donde los muertos van a parar metros bajo tierra: el sepulcro.
Tal como actualmente podemos utilizar lenguaje metafórico para hablar de la muerte, los autores bíblicos también lo hacían. Pero es evidente que seol en el AT es sinónimo de perecer, y, simbólicamente, del lugar dónde los muertos van a parar. Vale añadir, sin consciencia alguna.
Por cierto, ningún uso de seol refleja el más mínimo componente de sufrimiento o tortura. Por esa razón algunos defensores de la doctrina católica del infierno dicen que el seol es un estado pos-mórtem neutral. Cosa que, como ya dijimos, no tiene fundamento bíblico.
Abadon. Se menciona en Job 26:6, 28:22, 31:12, Salmos 88:11, Proverbios 15:11, 27:20 y Apocalipsis 9:11. Aunque su significado principal es “destrucción”, el paralelismo recurrente con seol y muerte (como se observa en los textos) le coloca en la misma línea de estos.
Podríamos decir que la clave para entender su significado es Salmos 88:10-12 (con su contexto), Proverbios 15:11 y 27:20. Textos que aclaran que el abadón es el lugar de destrucción y desintegración del cuerpo, en el cual no hay ya más consciencia ni memoria. En semejanza de la muerte, el abadón nunca se sacia.
Abismo. En casi todos los textos del AT en que se menciona la palabra tehom (“abismo”), se está hablando literalmente de grandes porciones de agua, sus profundidades, o, figurativamente, de desorden y caos (Génesis 1:2, Éxodo 15:5, 8, Deuteronomio 33:13 Job 38:16-17, Salmos 69:15, 104:5-6, 106:9, Isaías 63:12-13). A nivel personal puede tratarse también de una metáfora de problemas (Salmos 71:20).
Sin embargo, en Lucas 8:31 y varios textos del Apocalipsis el “abismo” parece ser algún tipo de «cuartel» de las fuerzas demoniacas. No es el infierno, con fuego y pailas. Representa su confinamiento (2 Pedro 2:4).
¿Qué sucedería si las fuerzas del mal fuesen libres de moverse, hacer y deshacer a su gusto? No lo sabemos. No sabemos mayor cosa sobre este “abismo”, pero sí se nos ha dicho que allí el mal está cautivo, y Dios tiene la autoridad para mantenerlos sujetos en su exilio (ver Lucas 8:31). Si bien es muy posible que no se refiera a un lugar, sino a una condición.
Finalmente, en Romanos 10:7 la mención de “abismo” se refiere a la morada simbólica de los muertos, en paralelismo con seol.
Hades. Aunque la mitología griega nos insinúe algo distinto, muchos estudiosos concuerdan en que el hades es la cara griega del seol hebreo. De hecho, Jesús, en Mateo 11:23, citando Isaías 14:13-15 sustituye “seol” por “hades”.
Cada una de las menciones de este término (Mateo 16:18, Hechos 2:27, 31, Apocalipsis 1:18, 6:8, 20:13, 14) no sugieren en lo más mínimo que se trate de una estancia donde los muertos sufren o divagan conscientemente. Más bien, vistos a la luz de lo que ya comentamos acerca de seol, todos los pasajes son inteligibles con facilidad.
Separamos de esa categoría a Lucas 16:23, que se halla en el contexto de la parábola de El rico y Lázaro. Esta parábola es, digamos, la punta de lanza de la defensa de la retribución inmediata y consciente después de la muerte.
Sin embargo, un análisis exhaustivo de la parábola y su contexto nos lleva a la sencilla conclusión de que Jesús se está valiendo de un relato popular (aceptado entre los judíos debido a la helenización, que les había estado vendido la doctrina de la inmortalidad del alma desde mediados del siglo III a.C), para ilustrar una verdad esencial: que las riquezas terrenales son una ilusión engañosa, y los preparativos para la felicidad eterna pueden hacerse únicamente ahora.
De resto, valerse de una parábola, con detalles evidentemente figurados, que contradicen lo que Jesús enseñó literalmente en otros lugares sobre la retribución, el cielo y la muerte, y cuando el argumento de la misma ni siquiera giraba en torno a ese tema directamente, es un proceder sumamente cuestionable. De hecho, los que presentan esta parábola como argumento a favor del infierno carecen de todo apoyo contextual y escritural.
Al fin y al cabo, ninguna de las demás menciones de hades en el NT apoya otra interpretación distinta del término que la morada simbólica de los muertos; en común con seol.
Geenna. Como contracción del hebreo ge-hinnom (“valle de Hinnom”), geenna es el único de los 5 términos que sirve de base sólida para la noción de un castigo divino definitivo.
El valle de Hinnom en lo antiguo fue escenario de ritos paganos abominables asociados al sacrificio de niños a Moloc (2 Crónicas 28:3, 33:6, 2 Reyes 23:10). Luego Dios envió a través de Jeremías un mensaje advirtiendo que el Valle de Hinnom sería llamado “Valle de Matanza”, porque allí derramaría contra ellos sus juicios hasta consumirlos (Jeremías 7:30-32).
Así que la geenna llegó a ser sinónimo del juicio final de Dios sobre los impíos. Por otro lado, la literatura rabínica en tiempos de Cristo insiste en que este valle llegó a ser utilizado como basurero de la ciudad, donde todos los desechos eran quemados con fuego.
De esa manera, la apocalíptica judía asoció la geenna con el fuego del juicio de Dios.
Jesús mencionó este término en varias ocasiones (Mateo 5:22, 29, 30, 10:28, 18:9, 23:33, Marcos 9:43, 45, 47, Lucas 12:5), el asunto es, ¿a qué se refirió?
El vocabulario bíblico visto hasta ahora no proporciona base alguna para la doctrina católica del infierno. Procedamos a examinar ahora lo que dice la escritura sobre el castigo o juicio de Dios sobre los malvados, representado en el uso de geenna.
Entendiendo la geenna
Gracias a las menciones directas de Jesús del término geenna, y gracias a algunas otras de sus declaraciones relacionadas con el juicio final, podemos extraer las siguientes conclusiones iniciales sobre el infierno:
-El infierno es real. No es psicológico, ni es simplemente la pérdida de la salvación. Realmente habrá un desenlace punitivo y definitivo que destruirá el pecado y los pecadores. Tal como la salvación es real, el castigo eterno también lo será (Mateo 25:46).
-La cantidad de veces que se asocia el castigo del infierno con el fuego, nos lleva a pensar que esta imagen es más que simbólica. Además, Jesús describe este fuego como “eterno” (Mateo 18:8) [ya volveremos a esto].
-Mateo 25:41 explica que el “fuego eterno” fue preparado especialmente para el diablo y sus ángeles. ¡Nosotros no tenemos por qué sufrir ese castigo! No es para nosotros, salvo que así lo decidamos. No forma parte de la agenda divina castigar a ser humano alguno, pero Satanás y toda (toda) la maldad deben ser erradicados.
-Jesús nos invita a hacer cualquier sacrificio que sea necesario para rehuir del pecado, ¡incluso mutilarse! Esto es inmensamente preferible a que “todo tu cuerpo sea arrojado al infierno” (Mateo 5:30, 18:8-9) [Nótese “cuerpo”].
-El Señor confirma que el infierno es una experiencia posterior a la muerte (Lucas 12:5), pero Mateo 13:30, 50 y 25:41 lo ubican tras la venida del Señor, y no inmediatamente después de la muerte del individuo.
-No hay un estado intermedio, ni hay una segunda oportunidad. Las decisiones que tomamos en esta vida definen si participaremos de la herencia de los justos, o de la “condenación del infierno” (Mateo 23:33). Hay solamente dos grupos ante el trono de Dios (Mateo 25:31-46).
-Mateo 10:28 nos sugiere otras dos cosas importantes sobre el infierno. 1) No es un sitio al que el “alma” va tras la muerte del individuo, pues Jesús dijo que el cuerpo también es destruido en el infierno. 2) No es un tormento que dura para siempre, sino un “castigo duro” (Mateo 24:51), que terminará con la destrucción definitiva.
Las conclusiones iniciales derivadas de las declaraciones del Salvador pueden ser ampliadas y explicadas al compararlas con el resto de la escritura. A eso vamos ahora.
¿Por qué el infierno?
Pensemos, ¿cuál es la razón de existir del infierno? ¿Será que Dios ha dicho: «quien no me acepte y me ame, tendrá que pagármelas por siempre»? Esa propuesta no suena muy congruente viniendo de parte de un Dios que ama la justicia y la libertad. ¿Será que Dios se goza al anticipar el momento de finalmente ver sufrir a los pecadores?
A decir verdad, pocas explicaciones podrían tener sentido alguno al compararlas con la imagen panorámica que la Biblia nos presenta en cuanto a Dios, su carácter y su trato con el hombre.
¿Qué decimos entonces? ¿Por qué el infierno? ¿Es algo así como un “castigo”? Sería difícil entenderlo, puesto que ya no hay oportunidad de arrepentirse. ¿Qué ganaría Dios y el universo con eso? ¿Sed de venganza? Lo dudo mucho.
Veamos:
Cuando Dios creó el mundo, el ambiente que se respiraba en toda la creación era de armonía y paz. El amor reinaba en todos los corazones, y Dios podía decir con satisfacción que sus obras eran buenas en gran manera. Sencillamente, todo era perfecto. El lugar donde todos anhelaríamos vivir.
Pero Satanás, el gran adversario, hacía algún tiempo se había rebelado contra Dios abiertamente y había traído sobre el universo una pandemia llamada pecado. Y para tristeza del corazón de Dios, el virus halló cabida en el recién creado organismo humano.
A partir de allí, el mundo perfecto de Dios se vino abajo. Dios es amor, ese es su carácter. Pero el pecado es lo puesto a Dios, es anti-amor. Y el anti-amor, como impulso principal de la humanidad, trajo desgracia y dolor.
Por eso Dios siente ira hacia el pecado. Es ese odio natural que siente todo padre por lo que hace daño a sus hijos. Dios odia la injusticia, la impiedad, la envidia, la vanidad, las drogas, la pornografía, el adulterio, la mentira, la traición, ¡Dios lo aborrece! ¡Su ira santa está sobre ese virus aberrante, espantoso!
Y Dios acabará con el virus. Todo el plan de salvación está diseñado para acabar con el pecado de raíz, y purificar al universo de sus efectos nefastos. Por eso Apocalipsis 21:5 dice “Yo hago nuevas todas las cosas”, porque ese es el objetivo final de la salvación: restaurar el universo a su estado original.
El único problema es que para poder purificar el universo Dios debe destruir el pecado y todo lo que el pecado ha infectado. Satanás y sus ángeles tienen su destrucción definitiva asegurada, pero hay otro grupo cuyo destino está comprometido: el hombre.
Dios no está dispuesto a dejar perder a sus hijos humanos amados que han sido infectados con el pecado. Por ello, por su gracia, proveyó una oportunidad de valor infinito: “la sangre de su hijo Jesucristo nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Jesús toma el pecado del hombre en sus manos y lo clava en la cruz. Ofrece expiación por él. E implanta una nueva naturaleza que busca y anhela la santidad y el amor.
Gracias a Jesús Dios libra al creyente del pecado, y también de su ira sobre el pecado. Pero lejos de Jesús vivimos todavía en pecado y la ira de Dios hacia el pecado reposa sobre nosotros (Juan 3:36).
Negarse a aceptar el único medio de salvación provisto por Dios indica que preferimos el virus del pecado por sobre la salvación. Aunque a Dios le duele nuestra decisión, pues “no quiere que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9), “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
Él ha sido infinitamente generoso, y nos ha dado gracia sin medida. Una salvación plenamente gratuita. Pero el que no quiera recibirla, perecerá junto con la maldad.
Así que a la pregunta “¿Por qué el infierno?”, la única respuesta congruente con el carácter de Dios y el evangelio es: porque Satanás, el pecado y los pecadores deben ser eliminados para siempre, si el universo ha de ser restaurado a la plenitud y la perfección del amor de Dios.
Por supuesto, la justicia demanda ciertas cosas adicionales. No sería justo que Satanás sea eliminado así sin más, tal como lo será cualquier ser humano. Tampoco sería justo que los genocidas, los tiranos, responsables de millones y millones de muertes, reciban la misma condenación que el muchacho pandillero que no recibió una buena crianza.
Por eso la Biblia nos habla de la proporcionalidad del castigo (ej. Lucas 12:47-48 y Mateo 11:22). La justicia demanda que la pena sea mayor para unos que para otros, y evidentemente, que Satanás sea el último en ser consumido.
Pero al final, todos dejarán de existir. Si no fuese así, ¡el infierno sería inútil! Del todo incongruente con el Dios que conozco.
¿Cuándo será?
En ningún lugar de la escritura se nos sugiere en lo más mínimo que el infierno es una locación geográfica donde las almas penitentes van a parar después de morir. En su lugar, como ya hemos dicho, Jesús colocó la geenna en el futuro, en el día del juicio de Dios.
Notemos que la doctrina bíblica sobre la muerte desde un principio mantiene el cese total de la existencia, y le compara con un sueño (ver Job 7:21, 14:10-12, Salmos 146:4, Eclesiastés 9:5-6, 10, Daniel 12:2, Mateo 9:24, Juan 11:11-14, 1 Tesalonicenses 4:13). El aliento de vida regresa a Dios (Eclesiastés 12:7), y al separarse la vida de Dios de la materia, el hombre simplemente deja de ser.
La inmortalidad del alma es una doctrina espuria, que da continuidad al primer engaño de Satanás registrado en la Biblia: “no moriréis” (Génesis 3:4). El ser humano no tiene un alma que sobrevive a la muerte, él es un alma (Génesis 2:7). Por eso Ezequiel 18:4 dice “el alma que pecare, esa morirá” [En otra ocasión comentaremos más extensamente sobre esto].
Cuando el hombre muere no le espera el cielo ni el infierno, le espera el sepulcro, hasta la manifestación gloriosa de Jesús en su segunda venida. La doctrina de la resurrección, tan claramente revelada en la Biblia, no tendría razón de ser si el hombre recibe su recompensa al morir. En su lugar, Jesús dijo que en su venida vendría a dar a cada uno de acuerdo a sus obras (Mateo 16:27).
En esa ocasión los justos se levantarán del sepulcro para recibir su recompensa (Daniel 12:2, Juan 11:25-26, Romanos 8:11, 1 Corintios 15:12-14, 16-19, 21-23, 1 Tesalonicenses 4:13-17, Hebreos 6:2, Apocalipsis 2:10-11, 20:4-6).
Habrá justos vivos al momento de venir el Señor que estarán de pie y cantarán: “este es nuestro Dios, le hemos esperado y él nos salvará” (Isaías 25:9), los justos muertos serán resucitados, y todos estarán “para siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
En el lado opuesto tenemos a los impíos. Aquellos que estén vivos cuando Jesús venga serán muertos por el resplandor de su venida (2 Tesalonicenses 1:8-9, 2:8). ¿Y los muertos?
Juan 5:28-29 habla de dos resurrecciones: una para vida (los justos), y la otra para condenación (impíos). Precisamente porque todos los impíos serán resucitados al final de los 1.000 años ‒tiempo durante el cual los salvados examinarán las decisiones de Dios respecto a cada persona que pisó este mundo‒ (Apocalipsis 20:1, 4, 6 cf. 12-13), para recibir su paga final: la segunda muerte, el lago de fuego.
Y es en ese momento que vendrá a la existencia el infierno. No existe ahora, ni existirá tampoco en la segunda venida de Cristo. Será después del milenio que Dios ajustará cuenta con Satanás y todos los pecadores que no tuvieron parte en la primera resurrección.
Dice la escritura: “descendió fuego del cielo y los consumió” (Apocalipsis 20:9 ver tb. 2 Pedro 3:7).
¿Arderán para siempre?
Si Apocalipsis habla de esto como la “muerte segunda” (Apocalipsis 20:6, 14), ¿hay espacio para suponer que los impíos estarán sufriendo en el infierno por la eternidad?
Bajo la luz de todo lo que hemos dicho hasta ahora, está claro que el infierno no existirá para albergar a los malvados para siempre; con todo respeto, ¡eso es una tontería! Dios eliminará todo rastro de pecado, no lo perpetuará en algún rincón del universo.
El argumento más fundamental es que la vida eterna, la inmortalidad, es un regalo de Dios para los fieles (Romanos 2:7, 1 Corintios 15:51-53, 1 Juan 5:11-12). El hombre es y siempre ha sido mortal, pues el único inmortal es Dios (1 Timoteo 6:16), y a quienes él da vida. Pero sin Dios el hombre muere, muere eternamente (Juan 11:26).
El infierno no durará para siempre, sencillamente porque los seres humanos somos seres mortales. La vida eterna es un regalo divino. El pecador no será eterno, será eternamente muerto.
Textos como Mateo 10:28, Apocalipsis 20:9, Salmos 37:9-10, 20, 38, Isaías 66:24 y Malaquías 4:1, 3 enfatizan que los impíos y pecadores serán destruidos. Sufrirán pena de “eterna perdición” (2 Tesalonicenses 1:9), porque quedarán separados y excluidos definitivamente de la “presencia del Señor” y la vida eterna.
Algunos procuran argumentar que la expresión “fuego eterno”, alude al castigo perenne que sufrirán los pecadores. Pero el castigo final no será más eterno que el fuego que consumió a Sodoma y a Gomorra (Judas 7 cf. 2 Pedro 2:6). El “fuego eterno” produce muerte eterna (Juan 11:26), la cual no es reversible. Por ser fuego divino, no se apagará hasta haber consumado la destrucción total.
Además, la expresión “el gusano de ellos no muere y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:44, 46, 48) es una cita que proviene de Isaías 66:24. Leído en su contexto, el pasaje original contradice rotundamente cualquier interpretación de las palabras de Jesús en Marcos como aludiendo al interminable castigo de los malos, pues en Isaías describe gráficamente la destrucción total de ellos.
Por lo tanto, así como los gusanos naturalmente no son inmortales, tampoco lo serán las vidas de los impíos. Pero como símbolos de descomposición, los gusanos ilustran el desenlace final de la destrucción de los malvados por un fuego que no será apagado hasta acabar con cada rastro del mal.
Por último, el uso de Apocalipsis 14:11 y 20:10 de la expresión “por los siglos de los siglos” (eis aionas aionon), tampoco es concluyente. La expresión es comparable a las de Mateo 21:19, Marcos 3:29, Lucas 1:33, 55, Romanos 1:25, donde es traducida “para siempre”.
Aionios, de hecho, es un adjetivo que, según se entiende, alude a una duración perpetua. Ahora bien, esto es así cuando el sujeto del adjetivo es Dios. Otros han mostrado que expresiones parecidas, tanto en el hebreo como en el griego, traducidas “para siempre”, en realidad tienen una duración claramente delimitada por la vida del objeto (ver Éxodo 21:6, 1 Samuel 1:22, Filemón 15).
“Para siempre”, al hablar del profeta Samuel o de un esclavo hebreo, no indicaba más allá que hasta el fin de su vida.
Por lo que el texto no está diciendo que los perdidos serán atormentados hasta el infinito, sino que serán atormentados sin reposo en tanto que su vida sea consumida por el fuego. Tomado en su contexto, esta expresión no contradice lo dicho hasta ahora.
Y dicho sea de paso, el “humo” que sube “por los siglos de los siglos” es una referencia de Isaías 34:9-10, profecía que iba dirigida en su origen a Edom. Allí también se dice que la brea ardiente “no se apagará de noche ni de día”, y esto nos ayuda a reafirmar todavía más que el lenguaje del NT en cuanto a la destrucción de los impíos es hiperbólico, en el sentido de que enfatiza la destrucción total y no la perpetuidad del castigo.
Edom sería destruido por completo, hasta que ya no quedase nada por ser quemado. Se dice que su humo subiría por los siglos no porque la gente o la ciudad continuaría quemándose para siempre (pues se dice que la ciudad sería desolada y nadie más la habitaría), sino como testimonio de lo completo y permanente del juicio divino.
Apocalipsis no difiere de esto.
Conclusión
Si no nos quedase otra opción que aceptar la doctrina del infierno tal como es presentada por buena parte del mundo cristiano, por no haber argumentos bíblicos suficientemente sólidos como para sugerir una posición distinta, entonces habría que hacerlo. Y orar cada noche al Señor diciendo: «pues tú sabrás».
Pero la escritura es clara al presentar una opción sólida, bíblica, lógica y más congruente con el Dios que conocemos; y es la que hemos descrito a lo largo de este artículo.
El infierno no es un lugar de tortura, donde un Dios airado se complacerá en tener eternamente sufriendo a personas que solo vivieron 30, 70, 100 años; y para colmo, que jamás escogieron vivir. Tampoco será un rincón del universo donde el pecado vivirá por siempre.
En su lugar, lo que algunos han llamado “infierno” será el medio puntual para dar a Satanás y a los impíos lo que demostraron querer en vida: perdición y muerte.
Dios extiende sus manos a todo aquel que desee asirse de ellas. Todos tenemos oportunidad de elegir a Jesús y la eternidad. Pero Dios no obligará a ningún pecador a vivir en el Cielo, cuando allí solo hallaría desdicha, pesar y aburrimiento. Incluso en el juicio definitivo y la muerte, él manifiesta su misericordia.
El juicio es real, por supuesto. Pero no vengas a Cristo por miedo a las llamas. Nunca fue su intención que eso fuese usado como un medio de psico-terror. ¿Sabes cuál es el verdadero infierno para el creyente? Quedar separado de Dios por siempre. Ese sí es el castigo.