Hay una canción que no importa cuántas veces la escuche sigue cortando mi consciencia como una espada de dos filos. Escrita por René Gonzáles, su letra dice así:
Llegar arriba
Alcanzar que te mire la gente
Provocar el aplauso de todos
Ser primero en las filas tal vez
Cambiar el mundo
Quizás con un nuevo mensaje
Que trastorne los corazones
Ser el centro de toda atracción
Tener todo en la vida, es parte del plan
Ser amado y querido, respetado en verdad
Todo es bueno, en justa medida y razón
Miremos atrás, donde todo empezó
Lo que éramos antes, lo que somos hoy
¿Por qué insistir, en quitarle la gloria al Señor?
[Coro] De que te vale alcanzar lo que quieras
Que te aplauda la gente, si detrás del telón
Sigue sentado el dador de la vida, esperando que un día
Le presten atención
Lo que tenemos lo tenemos por gracia
Por su misericordia, por su inmenso amor
Y en el momento de abrirse la cortina, si alguno te admira
Que vean la imagen de Dios
Señor perdón, si el aplauso o cualquier comentario
Me hayan movido, a llevarme la gloria, mi Dios
Te doy las gracias, por tu amor y tu misericordia
Me despojo de toda grandeza, mi corona yo pongo a tus pies
[Coro] Pues de que me vale, alcanzar lo que quiera…
Y en el momento de abrirse la cortina, si alguno te admira
Que vean la imagen de Dios
René Gonzáles
Podrá parecer muy extraño que dé inicio a un artículo sobre el “espíritu de Caleb” con esta canción. Podría haber relatado una historia de superación y de éxito espiritual, pero no. Hoy hablamos de la valentía y la fe de aquel personaje, pero creo que si él estuviera vivo nos diría: «No fue Caleb, fue el Dios de Caleb».
Caleb no buscó el aplauso del mundo, buscó la aprobación de su Señor; y por eso fue lo que fue.
No sé cuáles son tus motivaciones, pero antes de examinar el carácter (o el espíritu) de este hombre me gustaría que recuerdes que la meta no es llegar a la cima o lograr grandes cosas “para Dios” y ser reconocido por eso. No es pasar a la historia por ser un «cristiano sensacional».
La meta de todo creyente es poder agradar y exaltar al Rey eterno. Y eso fue lo que grabó en piedra para siempre el nombre de Caleb.
Un espíritu diferente
La palabra “espíritu” se usa al menos 600 veces en la Biblia con connotaciones variadas. Sin embargo, en la perspectiva antropológica del AT el “espíritu” tiene que ver con el componente psíquico-emocional del individuo.
Por ejemplo, Génesis 41:8 señala que el espíritu del faraón estaba agitado por la mañana después de haber tenido un sueño preocupante. Génesis 45:27 dice que el espíritu de Jacob “revivió” al tener noticias de José. Éxodo 6:9, Números 5:14, Deuteronomio 2:30, 1 Samuel 1:15 son algunos textos más que comprueban que, cuando se habla del espíritu del hombre, se refiere a su ánimo, su actitud, su carácter.
Ahora bien, el relato bíblico nos muestra que Dios conduce a Israel desde Egipto hasta la frontera con Canaán en Cades-barnea con innumerables cuidados y milagros. En ninguna época histórica antes y después de Cristo Dios ha intervenido tan directamente y se he revelado tan plenamente como en el éxodo.
Para visualizar más precisamente lo singular del espíritu de Caleb es bueno compararlo con el espíritu del pueblo. Para esto nos será útil el resumen que hace Moisés en Deuteronomio 1:19-33, que es muy transparente en cuanto al carácter y las actitudes de Israel. Notemos las características:
- Desconfiados (1:22). La descripción posterior de Moisés en cuanto a la estancia en Cades es muy reveladora pues expone que la idea de enviar espías a inspeccionar la tierra surgió del pueblo, no de Dios. No hay otra razón que la desconfianza para explicar esta sugerencia.
- Rebeldes (1:26). Habían demostrado en varias ocasiones que eran rebeldes y desobedientes a las instrucciones Divinas. Ahora, ante el informe en cuanto a las ciudades y los hombres que habitaban la tierra, se rebelaron contra el mandato de tomarla en posesión.
- Murmuradores (1:27). Ante el menor obstáculo que se presentaba el pueblo murmuraba en contra de Dios y el liderazgo. Se volvían a Egipto en sus corazones, despreciaban la gracia Divina, desvirtuaban el carácter de Dios, y le irritaban.
- Temerosos (1:28, 29). No se caracterizaban por ser personas valientes. Por el contrario, eran pesimistas y temerosos, dudaban de las promesas de Dios y por ello se sentían siempre inseguros.
- Cortos de memoria (1:30, 31). Dios había demostrado en lo pasado su poder, amor y fidelidad. Pero el pueblo tenía amnesia, eran olvidadizos. Eran propensos a olvidar lo que Dios había hecho en lo pasado, y por eso el futuro les era siempre incierto.
- Ciegos e incrédulos (1:32, 33). Aquellos israelitas no solamente eran reacios a creerle al Señor, ¡eran ciegos! Decidir no creer hasta poder ver es permisible, pero en su caso veían y no creían. Habían determinado endurecer su corazón a las promesas y bondades de Dios.
Ese era el espíritu de aquel pueblo rebelde. No nos extraña entonces que Pablo afirme que de ellos “no se agradó Dios” y por eso quedaron tendidos en el desierto (1 Corintios 10:5). ¿Quién podría agradarse de personas como esas?
Los israelitas querían brillar, querían todo para ellos, deseaban la gloria mundanal. Para ellos Dios era solamente el que se encontraba allí detrás del telón. ¿Los reflectores? Pf… para nosotros, claro.
Y ya sabemos el resultado, ¡”ni un solo hombre”! de esa generación entraría a Canaán (Deuteronomio 1:35).
Pero entre ellos Dios vio a dos que eran diferentes. Dos hombres que tenían un carácter, un espíritu distintivo: Josué y Caleb.
Ambos formaron parte del grupo de 12 espías; vieron, escucharon, tocaron las mismas cosas que ellos, pero actuaron de manera totalmente diferente. Y Dios dijo que serían los únicos mayores de 20 años que pisarían Canaán (Números 14:30).
El boceto del espíritu de Caleb
Pero, ¿por qué Caleb es considerado un modelo para la juventud? De hecho, en nuestra iglesia entonamos un canto titulado “Yo soy Caleb”. ¿Qué fue lo que le granjeó tan buena fama? Exploremos un poco.
Desde el instante en que, de entre todos los hombres del pueblo, Caleb es elegido como parte de los 12 espías, atrae nuestra atención. Inclusive, sabemos por ello que era de la clase gobernante de Israel (Números 13:2). Esto de principio nos sugiere que Caleb era un líder de influencia notable.
¿Qué le había granjeado a Caleb a sus 40 años un lugar entre los gobernantes de Israel? Eso queremos averiguar.
Cuando el reporte de los espías se estaba tornando negativo, destacando la fortaleza de las ciudades cananeas y el poderío de sus habitantes, el registro bíblico relata la primera intervención de Caleb: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella, porque más podremos nosotros que ellos” (Números 13:30).
Estas palaras, junto a los versos 7-9 y 14:23-24, dejan entrever algunas características del espíritu de su locutor.
Caleb no era un hombre que se dejaba influir por la opinión de la mayoría
Probablemente los espías habían estado comentando entre ellos por 40 días las dificultades que observaban, pero Caleb nunca se dejó arrastrar por estas actitudes. Tenía un criterio individual claro, y la mayoría no podría desviarle de él.
Caleb era un hombre de convicciones
Conocía a Dios, y le había visto humillar a los fuertes y exaltar a los débiles. ¿La empresa era difícil? ¡Por supuesto! Los israelitas no tenían preparación militar alguna. Pero la tierra era una promesa de Dios, y Caleb estaba convencido de su cumplimiento.
Caleb era un hombre de acción
No era la clase de persona que se sienta a esperar que las cosas sucedan. Si Dios está con nosotros, ¿qué vamos a esperar? Él dice “subamos y tomemos posesión de ella”. No habían llegado hasta allí para mirar. Ni mucho menos para dudar ahora del plan de Dios.
Caleb era un hombre de fe
Se había acostumbrado a evitar mirar el obstáculo, y observar a la mano de Dios que lo desplaza. Dios, en el pasado, ya lo había sorprendido de formas que él nunca imaginó; había aprendido a saltar al vacío por fe confiando en el poder y la majestad del cielo. Sus temores siempre se quedaban chiquitos ante la grandeza de Jehová.
Caleb era un siervo de Dios
Él no se servía a sí mismo, servía a Dios (Números 14:24). Y el siervo sigue tras el amo y lo obedece. El siervo se da por completo al amo, y nada tiene más valor que su palabra. Caleb disfrutaba hacer la voluntad de Dios, y vio las recompensas de ello.
Y aunque hay muchas cosas qué mencionar, quiero detallar una última característica.
Caleb nunca se separó de Dios
No puedo imaginar lo difícil que es pasar 40 años vagando en el desierto por culpa de la infidelidad de otras personas. Pero Caleb, 45 años después, al ir a reclamar su posesión, seguía siendo el mismo. Nunca desmayó en su fe ni se separó de Dios. Perseveró en su fidelidad y recibió la promesa que se le había hecho.
Además, la confianza de Caleb en Dios incluso se había incrementado, al punto de creer que todavía, con la ayuda de su amigo el Señor, él podría conquistar Hebrón, el monte de los gigantes anaceos. Y así fue. Caleb a sus 85 años siguió siendo un instrumento poderoso para Dios.
¿Te gustaría ser grande como Caleb?
¿Quieres ser servidor de Dios, ser valiente, perseverar en tu fe y recibir las promesas?
Entonces comienza de la forma adecuada: llama a Dios al escenario y repite las palabras del bautista:
Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe
Juan 3:30