Pocos temas bíblicos generan tanta controversia, malestar e incomodidad como el diezmo. Cualquier otro tema que no nos afecta tan directamente, más relacionado con la teología o la eclesiología, puede provocar debate; pero cuando se nos toca el bolsillo allí la cosa se pone más tensa.
Haz la prueba. Ingresa en alguna publicación cristiana que aborde este punto y desplázate hasta los comentarios. Allí podrás encontrarte con mensajes de muy amplia variedad, desde disertaciones teológicas hasta exhortaciones, críticas, juicios, y burlas.
Unos que están a favor defienden el diezmo con textos bíblicos y hablan de la bendición que significa devolver a Dios lo que le pertenece. Señalan que Él no merece solo el 10% sino mucho más. Los que están en contra dejan entrever su interpretación bíblica antinomianista, exaltan la gracia, hablan de los pastores, y demás.
Parece una batalla campal, ponen toda el alma como si ganasen algo por discutir. Da incluso un poco de risa.
Pero la cuestión es, ¿quién tiene la última palabra en este debate? ¿Da la Biblia una respuesta definitiva? Considero que al estudiarla con mente abierta, la solución es clara.
La ley y la gracia
La discusión sobre la validez del diezmo no deja de estar íntimamente relacionada con algo tan debatido como el lugar de la ley y la gracia en el plan de Dios posterior a la muerte de nuestro amado Señor Jesús.
Por lo que si preguntamos: ¿cuál es la postura en cuanto al diezmo en el Antiguo Testamento? Habría poco para discutir. Sencillamente, Dios lo estableció en su ley e Israel estuvo devolviendo sus diezmos y ofrendas por un poco más de 1000 años.
Pero si cambiamos un poco la pregunta, y proponemos: ¿cuál es la postura en cuanto al diezmo en el NT? La discusión da un giro radical.
La postura de la gran mayoría de grupos cristianos es que al menos algunas cosas cambiaron en la cruz. Pero la cuestión no es si algo cambió, porque eso es claro. La cuestión es ¿qué cambió?
Para algunos, toda la ley perdió su valor. El problema es que esto estaría francamente en contra de las mismas palabras de nuestro Señor en Mateo 5:17-20. Aparte de eso, afirmar que la ley caducó en el NT se enfrenta con otros problemas:
-¿Cómo entendemos la justicia de Dios si en dos épocas distintas la salvación se alcanza de formas tan opuestas? Para unos, con tanto esfuerzo, dependiendo de la obediencia a tantos reglamentos y leyes; mientras que para otros es tan «sencillita», simplemente aceptando a Jesús como Salador.
Si yo fuese un judío del siglo VIII a.C, probablemente me quedarían muchas dudas en cuanto a la imparcialidad de Dios si me enterara que siglos después la gente se salvaría «gratuitamente»; mientras que a mí se me exigió tanto.
-¿Cómo se entiende tal discontinuidad en los planes y el carácter de Dios? Primero mostrándose duro, exigente, legalista, intransigente, castigador, y luego afable, bondadoso y misericordioso. ¿Cuándo y cómo ocurre un cambio de tal magnitud? Oponer la ley a la gracia nos crea serios problemas acerca de la inmutabilidad de Dios, y fortalece las críticas hechas a la poca correlación del Antiguo con el Nuevo Testamento.
Y estos solo son dos argumentos superficiales.
La única solución válida para abordar esta transición abrupta es tener mucho cuidado de afirmar que la ley ha caducado, o ha sido revocada. Más bien, la ley fue dada por Dios para cumplir una función necesaria en lo Antiguo, y cuando Jesús pisa este mundo devuelve a la ley su verdadero valor e intención [tocamos un poco más sobre esto en ¿Son bíblicas las maldiciones generacionales?].
La ley, vista a través del prisma de Jesús, puede ser apreciada en su correcta naturaleza, y cumplida por amor y fe.
Por lo tanto, en lugar de considerar la ley como “clavada en la cruz”, ella está más viva que nunca. Pero Jesús se constituye en su principio básico de interpretación. Por lo que nos corresponde evaluarla meticulosamente, y así determinar lo que nosotros como cristianos estamos llamados a cumplir todavía en este tiempo.
Es cierto que muchas de las leyes de la Torá no precisamos cumplirlas porque su aplicación ya no tiene mayor relevancia para nosotros; pero sus principios siempre seguirán vigentes. Al descubrir los principios que dan razón u origen a cierta ley bíblica, podremos también definir si hoy nos corresponde obviar su cumplimiento literal, aplicarla o incluso maximizarla.
Las mismas escrituras son nuestra sabia guía en este proceso.
Comprender este asunto nos proporciona la base necesaria para aproximarnos a la perspectiva del NT en cuanto al diezmo. Pues las leyes del AT no han sido echadas en un saco de basura; los primeros cristianos y los apóstoles no lo entendieron así; todo lo contrario.
Evidencia directa del NT acerca del diezmo
El diezmo se menciona contadas veces en el Nuevo Testamento. Muy poco como para sacar de ello una evidencia concluyente; por ello la manera como nos aproximemos a la ley (la nuestra es la que hemos descrito arriba) será también la presuposición con la cual nos enfrentaremos a este tema.
Las alusiones directas al diezmo en el Nuevo Testamento son 4:
En Mateo 23 (y en su paralelo en Lucas 11:42) Jesús dirige su reprimenda final a los escribas y fariseos. Y en el verso 23 se refiere al diezmo. En síntesis, el argumento es que cumplir fielmente lo más específico de la ley, y olvidarse de lo más importante de la ley, no tiene valor alguno.
Sin embargo, Jesús culmina diciendo “Esto es necesario hacer [justicia, misericordia y fe] sin dejar de hacer lo otro [diezmar]”. Por lo que de ninguna manera desprecia la institución del diezmo, sino la hipocresía de ellos.
Lucas 18:12 se enmarca en la parábola del fariseo y el publicano. En este caso, el diezmo está en la boca del fariseo, que se jacta por su gran religiosidad, ayunando y diezmando por encima de la norma.
Nuevamente, Jesús no está desprestigiando el ayuno o el diezmo. Con esta ilustración contrasta el orgullo espiritual del fariseo que de nada le servirá: antes, “el que se exalta será humillado” (v. 14); con el humilde reconocimiento por parte del publicano de su pecaminosidad, lo que le hace acreedor de la justificación.
Finalmente, Hebreos 7:1-10 menciona el episodio en que Abraham entregó los diezmos a Melquisedec (Génesis 14), para utilizar a esta figura sacerdotal del AT como un tipo de Cristo.
Sin embargo, nada hay en el pasaje que hable a favor o en contra de la práctica de devolver el diezmo. No es esa la intención del autor. Simplemente, a través del diezmo ejemplifica la superioridad del sacerdocio de Melquisedec por sobre el de los hijos de Leví.
Este recuento nos permite concluir que el Nuevo Testamento no sienta posición clara en cuanto al diezmo de manera específica. Lo que nos deja con algunas opciones: 1) se sobreentendía que el diezmo había sido anulado; 2) se sobreentendía que el diezmo seguía vigente; 3) no había una posición clara al respecto; y otras opciones.
Ahora bien, un pequeño resumen de lo dicho hasta ahora: ya vimos que según las palabras de Jesús, Él no vino para abrogar la ley. Tampoco los primeros cristianos entendieron que todas las leyes habían caducado.
Mencionamos que la manera correcta de interpretar esta relación ley-gracia es que los principios de la ley son permanentes, porque Dios es permanente; lo que cambia (de acuerdo a las necesidades de sus hijos) son las aplicaciones de tales principios.
Vimos también que el Nuevo Testamento no afirma enfáticamente la vigencia de la ley del diezmo, pero tampoco habla en contra de ella. Así que ahora nos corresponde evaluar, a la luz de todo lo anterior, la evidencia indirecta del NT en cuanto al diezmo. Pero antes, exploremos los principios de la ley que daban razón a la devolución del diezmo.
Los principios de diezmar
¿Por qué Dios ordenó diezmar en el AT? Esa es la pregunta que necesitamos contestar. Al hallar la respuesta, habremos descubiertos los principios sobre los cuales esta ley descansa. Basándonos en tres textos bíblicos donde se establece el mandato de diezmar, Levítico 27:29-33, Números 18 y Deuteronomio 14:22-29, considero que las razones son básicamente dos:
-Reconocer a Dios como el dador de todas las bendiciones a través de la gratitud: la razón de ser del diezmo sistemático estaba orientada a grabar en la mente de los israelitas una lección muy clara: Dios es el dueño de todo, de Él es la tierra y su plenitud, la tierra donde habitaban, sus hijos, sus casa, sus cosechas y todo lo que recibían, era un don de Dios.
Por lo tanto, a fin de cultivar la gratitud a Dios por todas y cada una de sus bendiciones, así como el reconocimiento de que todo lo que tenían venía de la mano del Creador y Redentor, cada israelita debía devolver a Dios el diezmo de todo.
Al devolver el diezmo, el israelita decía: toda ganancia, producto y don provienen de Dios, en gratitud le devuelvo lo que Él se ha reservado.
Y las menciones del diezmo en los episodios de Abraham y Jacob, precisamente están relacionadas con el agradecimiento (véase Génesis 14:20; 28:22).
Ahora bien, ¿el NT considera innecesario devolver a Dios de nuestros recursos para manifestarle nuestra gratitud? ¿Nos exime la salvación de ser agradecidos?
Ningún cristiano niega el valor de las ofrendas, porque bien dice Pablo que “Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). Así que no hay duda que con nuestros recursos demostramos nuestra gratitud al Señor. Pero, ¿qué sucede con la dadivosidad sistemática? es decir, ¿con los diezmos?
Entra en vigor la segunda razón:
-Sostener el ministerio: En Deuteronomio 18:1-8 y especialmente en Números 18:1-7, el Señor rememora lo establecido referente a que los sacerdotes y levitas serían los únicos encargados de ministrar en el Santuario del Señor. A continuación, explica que ellos serían receptores de todas las ofrendas (vv. 8-19) y los diezmos (vv. 20-29) de Israel, puesto que ellos no tenían parte ni heredad, sino que Dios era su parte (v. 20).
Nehemías 13:10 es un buen ejemplo de lo que sucedía cuando los hijos de Israel dejaban de devolver sus diezmos y ofrendas al Señor: el sacerdocio se dispersaba. Dios determinó que esto fuera su sustento, para que el culto no fuese descuidado.
Así también, el sacerdote y el levita eran hombres apartados, santificados para un servicio santo. Por lo que el ideal divino implicaba separación de las actividades ordinarias. Si se veían obligados a sostenerse a sí mismos, la dignidad de su llamado sería desestimada.
Así que el plan de los diezmos tenía un doble propósito: forjaba un espíritu de gratitud, de reconocimiento de la soberanía y la permanente bondad del Señor, y a la vez contribuía a sostener el santuario y sus servicios.
Sin embargo, nótese que los diezmos de Israel no eran devueltos pensando «aquí está el salario para los sacerdotes». ¡No! El diezmo era parte de su adoración a Dios, era un símbolo de su gratitud. Y Dios determinó que ese símbolo de gratitud y adoración fuese utilizado para el sostén de los ministros.
¿No son válidos todavía en el NT estos principios? ¡Por supuesto que lo son! Ya vimos que la expresión de gratitud al Señor a través de la devolución de nuestros recursos sigue vigente; examinemos ahora la evidencia indirecta del NT en cuanto al sostenimiento evangélico.
Evidencia indirecta del NT acerca de los diezmos
¿Qué dijo Jesús en cuanto al sostenimiento de los obreros? Cuando envió a sus discípulos a predicar, les instruyó claramente sobre esto. Ellos no deberían llevar oro ni plata ni cobre “porque el obrero es digno de su alimento” (Mateo 10:10), o es “digno de su salario” (Lucas 10:7).
El término griego traducido como “obrero”, ergates, precisamente se refiere a un trabajador contratado, formal, a nada menos que un jornalero. Y misthos, traducido como “salario”, denota una paga establecida.
Quiere decir que Jesús entendía la comisión evangélica como un trabajo formal. La persona que se dedicase a ello debía recibir de ello también su “sustento” (Mateo 10:10 BJ). El mismo Jesús y sus discípulos vivían de los recursos que proporcionaban otras personas (véase Lucas 9:3).
Es probable que esto no estuviese del todo claro en los primeros años de la iglesia, puesto que tampoco se consideraba asumir algún tipo de organización. Ellos creían que verían venir al Salvador muy pronto.
Sin embargo, con el paso de los años la iglesia fue creciendo, y la organización junto con ella. La aparición de los diáconos en Hechos 6, y el nombramiento de ancianos en Hechos 14:23 fueron pasos importantes en este camino.
Por ello más adelante ya vemos evidencias de una comprensión más cabal del sostenimiento evangélico. En 1 Timoteo 5:17-18, después de hablar de las ofrendas para las viudas, Pablo menciona los recursos prescritos para los presbíteros o ancianos que trabajan predicando y enseñando. Cita para ello Deuteronomio 25:4, y las palabras de Jesús ya referidas de Lucas 10:7.
Así que unos 20 o 25 años después del pentecostés, ya está claro que los ancianos locales eran sostenidos por sus congregaciones.
Años atrás Pablo había escrito sobre esto a la iglesia de Corinto con un lenguaje más categórico que pone la piedra de toque en este estudio. En 1 Corintios 9 Pablo defiende su apostolado, y habla del sostén propio para todo obrero de Dios.
“¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿O quién planta una viña y no come de su fruto?” (v. 7), pregunta él. ¡Nadie, jamás! Y el mismo Dios que dijo “No pondrás bozal al buey que trilla” (v. 9) sigue el mismo principio para con aquellos que siembran la semilla espiritual en los corazones (v. 11).
Pablo se vuelve al AT, a lo que ya hemos comentado antes, y dice: “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor que a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (vv. 13-14).
Pablo deja entrever en el verso 13 que los principios establecidos para el sostenimiento del templo de Israel eran totalmente válidos para ser usados en la iglesia del NT.
A continuación señala que Dios «ordenó, indicó, dispuso» que el predicador del evangelio viva del evangelio. Es decir, los recursos proporcionados por las personas en favor de quienes trabajaba debían ser suficientes para satisfacer todas sus necesidades.
Esto no se refiere a una ofrenda ocasional, o una limosnita, sino a un aporte constante y prescrito. Al estar sus necesidades básicas satisfechas, el obrero estaba en total capacidad y disposición de trabajar a tiempo completo por el avance de la obra de Dios, y velar por las almas de los fieles.
Si el obrero vivía del evangelio, podía también vivir para el evangelio.
¿Quiere decir que la iglesia debía pagarle un salario al obrero? No necesariamente. Esto no sería más que una bendición unilateral.
Al seguir el modelo dado en el Antiguo Testamento, la iglesia perpetuaba un modelo de adoración a Dios fundado en la gratitud, y al mismo tiempo sostenía a los ministros. El diezmo, dado con alegría y gratitud, estaba destinado a bendecir a ambos. Al receptor, pero también al dador.
Conclusión
Aunque el Nuevo Testamento no menciona específicamente la vigencia del diezmo, el recorrido que hemos hecho coloca su institución sobre una base muy sólida en tiempos de la iglesia cristiana.
En primer lugar, notamos que la ley no puede considerarse abrogada o “sustituida” por la gracia. La gracia interpreta la ley, y sus principios y aplicaciones específicas siguen vigentes para ser obedecidos por amor y fe.
Eso nos condujo a indagar en los principios detrás de la ordenanza del diezmo. El AT la fundamenta sobre dos bases principales: reconocer las bondades del Señor en gratitud, y sostener el servicio del templo y sus ministros.
Al comparar esos principios con nuestras circunstancias presentes, es evidente que las necesidades permanecen. De hecho, el NT estimula a devolver a Dios de nuestros recursos en gratitud por sus bendiciones, y el sostenimiento de la obra evangélica es confirmado por mandato del Señor.
Con el paso del tiempo la iglesia observó estas necesidades y encontró en el AT el principio básico necesario para suplirlas: el diezmo. A través de él el creyente recibiría la bendición de devolver a Dios en gratitud, y sería dado al obrero de la cruz lo necesario para que pudiese vivir y dedicarse por completo a su llamamiento santo.
De esa manera, el diezmo en el Nuevo Testamento es confirmado, casi sin lugar a dudas. Y esto sin mencionar que, el hecho de que el diezmo anteceda a la ley (Génesis 14 y 28) confirma que su aplicación es permanente. ¿Alguien puede dudar de la sabiduría de Dios?
Como todo lo que viene de Jesús, diezmar no es una carga, es un privilegio. Prueba a Dios, agradece, sé fiel a él, y verás cómo se abren las ventanas de los cielos. Pero sobretodo, verás cómo tu carácter se desarrolla al ejercitar la fe y el amor.