El amor cubre multitud de pecados

el amor cubre multitud de pecados

Mientras escribo estas líneas me encuentro llevando a cabo una clandestina travesía amorosa en otro estado del país, a 14 horas de mi casa. 

Ayer, cuando conversaba con un amigo muy querido, le comentaba un poco acerca de mis impresiones del viaje, y de lo seguro que me siento con respecto a la joven que ha conquistado mis afectos. 

Pero durante estos días por momentos ha venido el pensamiento a mi mente de: «es increíble cuánto está dispuesto a hacer uno por amor…». 

El amor prácticamente te obliga a ir a dónde no irías de otra manera, a invertir los recursos que no gastarías en circunstancias ordinarias, a caminar largos maratones, a esforzarte al doble de tu capacidad, a hacer las manualidades que nunca hiciste, arriesgarte y acostarte tarde, a querer entregar todo. ¡Así es el amor!

Además, el amor también minimiza los defectos y errores de las personas. Por eso se dice que el amor es ciego. La persona que se ama podrá no ser ideal, ¡pero la amas! E inmediatamente eso hace que, incluso, sus defectos te parezcan virtudes. 

Lamentablemente, a veces al pasar el efecto del “enamoramiento” la perspectiva cambia. Pero cuando el amor se consolida, se aprende a disfrutar de las fortalezas y minimizar las debilidades.

Probablemente no haya un amor más poderoso en este respecto que el amor de madre, que casi siempre verá a sus hijos como lo mejor que hay en el mundo, pese a sus errores y caídas. 

El punto es que el amor logra cosas impresionantes. Tanto que, cuando amo, puedo ver perfección donde otro sólo ve desorden. Claro está, la joven que me agrada sí es casi perfecta ja ja.

La Biblia dice que el amor cubre multitud de pecados. ¿A qué se refiere?

Ante todo

Pedro dice: “El fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 Pedro 4:7-8).

Peter Davids [La primera epístola de Pedro] desglosa 1 Pedro en 3 secciones principales: fundamentos de la vida cristiana (1:3-2:10), relación con las instituciones sociales (2:11-4:11), y lucha con el sufrimiento (4:12-5:11). Lo que sugiere que el contenido de toda la carta no es tan teológico como práctico, en respuesta al llamamiento de santidad que hace en varias ocasiones:

“Sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1:15ss)

“Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa” (2:9)

“Mantened buena vuestra manera de vivir entre los gentiles (2:12)

“Tened buena conciencia” (3:16)

“Vosotros también armaos del mismo pensamiento […], para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las pasiones humanas, sino conforme a la voluntad de Dios” (4:1-2)

Ciertamente la carta descansa sobre un compendio de instrucciones relacionadas con la santidad de la vida de fe, intercalando consejos específicos con consejos generales y exhortaciones derivadas del ejemplo mismo de Cristo.

Ahora bien, 4:7 resuena en una tónica distinta al resto de la epístola ‒quizás un acorde menor‒, pues no apela más a otras verdades fundamentales ‒como la identidad cristiana o el efectuado rescate divino de una vana manera de vivir‒ sino a la proximidad del fin del tiempo.

Y siendo que “el fin de todas las cosas se acerca”, aconseja a sus lectores permanecer sobrios (libres de las influencias embriagantes del mundo), firmes, conscientes, sensatos, racionales… y así poder velar en oración tal como lo ordenase el Salvador (ver Lucas 21:36).

De hecho, este asunto de “velar” es reiterado con frecuencia en las escrituras. Se podría decir que es una noción común previa al fin del tiempo que los creyentes estarán alertas, en oración, haciendo su voluntad, y aguardando el cumplimiento de las promesas. Sin distraerse en los afanes del mundo, ni mucho menos dejar apagar la esperanza. 

Sin embargo, Pedro dice “Ante todo”. El hilo está fluyendo, el consejo es pertinente, el lector cristiano de la epístola lo conoce muy bien, pero es necesario hacer una pausa y detenerse. 

Ante todo… ¡Aún antes de procurar la sobriedad y la oración (sin ser éstas inferiores o secundarias)!, la comunidad cristiana necesita algo más allá, y especialmente en el contexto de los últimos días. Algo que es realmente urgente, ¡y tristemente tan pasado por alto!

Aclaramos: el “ante todo” no implica que lo que seguirá a continuación es más importante que lo anterior. Pero puesto que el mandato de velar y orar ya era archiconocido entre los creyentes, Pedro decide proseguir por otra línea. Se une a Colosenses 3:14, y exalta una verdad central de la fe, esencial para la vida de la comunidad antes del fin del mundo.

Ferviente amor

Si nos preguntásemos qué es lo que más necesita una iglesia para ser feliz y crecer, probablemente sería muy difícil poner a los académicos de acuerdo. De hecho, como humanos preferiríamos que la respuesta fuese algo complejo y elaborado, en lugar de seguir el consejo tan sencillo y humilde del apóstol Pedro.

Y es que pasar noches enteras en vigilia nunca será tan difícil como “tened entre vosotros ferviente amor”. En otros artículos como Tipos de amor en la Biblia, Qué es el verdadero amor según la Biblia, 1 Corintios 13; explicación y El amor es sufrido, ya hemos comentado sobre la naturaleza del amor ágape

Este amor no es propio a la humanidad. ¡Ni a la persona más noble! El amor ágape es un hecho milagroso. Es el Espíritu Santo quien lo derrama en el corazón del que se entrega por fe a Jesús (Romanos 5:5), habilitándole para compartir tal excelso amor con otros. 

A esta clase de amor, que debe llenar a cada miembro del cuerpo de Cristo, se refiere el pasaje. Pero Pedro añade más aún al trasfondo cristiano de ágape cuando describe tal amor como “ferviente” (gr. Ektenés), palabra que se deriva de un verbo cuyo significado literal es extender o alargar. 

Ektenés, adjetivo utilizado en 1 Pedro 4:8, está presente en ese único texto bíblico. El adverbio aparece en 1 Pedro 1:22 y es traducido en Hechos 12:5 como “sin cesar”. Así que su significado literal de “extensión”, se vuelve figurativamente en intensidad, repetición, fervor, etc…

Cuando Pedro habla de “ferviente amor” no se está refiriendo a un amor ocasional o emocional, a un amor de “hoy sí y mañana no”, ni un amor de “depende qué gane con eso”; sino a un amor comprometido, que se extiende a todos por igual, que se entrega todos los días de forma incondicional

La fórmula del amor ferviente de Pedro sería 100% (completo) x 24/7 (todos los días) x cada m2 (a cada persona). Un amor demasiado sublime y puro como para pretender conseguirlo por nuestros medios.  Jesús es el único distribuidor autorizado. 

El tiempo de verbo traducido como “tened” es en realidad un presente activo, por lo que se sobre entiende que ellos ya disfrutan de esa valiosa mercancía, y el mandato es seguirlo cultivando.

Cubre multitud de pecados

La última pregunta que debemos hacernos es: ¿para qué? ¿Por qué es necesario vivir, ante todo, un amor así? 

El apóstol contesta “porque el amor cubre multitud de pecados”. 

La iglesia tiene una lista de amenazas importantes para su subsistencia y su misión: el secularismo, el fanatismo, déficit de espiritualidad, poco estudio de la Palabra, etc… pero, quizás, la que encabeza la lista del enemigo es atacar la unidad de los creyentes. Él sabe bien cuánto daño ocasiona al vulnerar ese tejido sensible, y cuán fácil es hacerlo cuando no reina el amor puro de Dios en los corazones.

Y aunque en este texto no se menciona la palabra “unidad”, claramente es su tema. Por eso el énfasis “tened entre vosotros”. El apóstol se refiere a la comunidad y sus relaciones interpersonales. 

La iglesia precisa ser un verdadero “nosotros”, un conjunto diverso unido por el mismo Espíritu y sujetos a la misma cabeza. No miembros aleatoriamente agrupados, sino hermanos, cercanos y amados, perfectamente unidos bajo una misma identidad.

Para que esta unidad sea una realidad, la pieza más fundamental de todas (después de Cristo y su amor), es nada menos que el perdón y la tolerancia. Muchas son las congregaciones que se han separado y las almas que se han perdido por la ausencia de esta pieza clave para el bienestar de la familia de Dios.

Así que Pedro apela al don divino del amor como la causa suprema del perdón y la comprensión dentro de la comunidad de fe. 

El amor que Dios implanta en el corazón como un fruto de la obra del Espíritu Santo puede ejercer tal poder que, sin ser ciego a los pecados y defectos, decide pasarlos por alto. ¿Por qué haría eso? Se esfuerza en contemplar a los demás a través de los ojos de Jesús.

“Cubre multitud de pecados” es una cita de Proverbios 10:12 (tb. 19:11), que contrasta el odio que enciende conflictos con el amor que perdona o cubre todas las faltas. Por lo que al referirse a este pasaje, Pedro exalta la facultad de señorear sobre las emociones, y devolver amor y perdón a quien nos ha fallado.

El paralelo con Salmos 32:1 nos permite entender que “cubrir” un pecado o falta básicamente es perdonarlo, pasarlo por alto. El verbo hebreo kasah, casi siempre traducido de esta manera, es uno de los términos técnicos utilizados en el culto israelita para hablar de perdón y expiación.

Por lo tanto, el abundante amor divino es lo que nos impulsa a minimizar la magnitud de las heridas, a desviar la mirada de las malas actitudes de las personas (y especialmente de los hermanos), para concentrarse en actuar con la gracia y misericordia que desbordan del Salvador.

Mientras más llenos estamos de un amor así, incondicional, profundo, no emocional, voluntario, santo, mayor es nuestra capacidad de perdonar y conservar la unidad. 

Por ello su exhortación no es en primera instancia a cubrir multitud de pecados, ¡sería totalmente inútil! La exhortación es a permitir que Jesús nos llene de la plenitud de su amor. Pues lo primero es efecto del segundo. Sin amor no hay gracia.

Ahora bien, es cierto que el amor divino no funciona como el amor emocional. 

Es decir, mientras que el emocional casi nos ciega a lo malo, incrementando la proporcionalidad o intensidad de lo bueno, no podemos esperar que el divino se trate de una emoción que disipa nuestra facultad de razonar. Se requiere que voluntariamente valoremos en mucha mayor medida lo bueno que lo malo, y perdonemos lo malo como Cristo lo hizo (Colosenses 3:13).

Jesús no tuvo ni tiene defecto alguno. Él jamás no ha fallado ni nos fallará. Así que por amor a él, cultivamos la paz y el amor en la iglesia, la familia y la sociedad.

Por supuesto, vale la pena señalar que el amor no solo cubre algunos pecados. Ni tenemos nosotros la potestad de decidir cuál perdonar y cuál no. El amor perdona todo, tal como Cristo lo hace (ver Mateo 18:22ss, Colosenses 2:13). “Multitud de pecados” serán cubiertos por la gracia de un corazón regenerado.

Una opción alternativa

El uso que da Santiago 5:20 a Proverbios 10:12 difiere del de 1 Pedro 4:8. Y añade una nueva posible dimensión a nuestro texto.

Algunos han pensado que Pedro se refiere a que cuando amamos fervientemente, de alguna manera demostramos ser dignos de recibir a su vez el perdón divino sobre nuestras propias faltas. Esta opinión, que podría encontrar apoyo en Lucas 6:37 y Lucas 7:47, merecería un estudio diferenciado. 

Si tiene algo de razón esta opinión, no es por el mero hecho de perdonar que nos hacemos acreedores del perdón divino, sino que por medio de ello demostramos haber comprendido y valorado la gracia de Dios. 

La posición de este artículo es que el contexto no apoya tal interpretación en 1 Pedro 4:8, porque el enfoque es comunitario y relacional, no individual y espiritual.

Santiago 5:20, por otro lado, anticipa el gozo que seguirá a la labor pastoral de cada miembro del cuerpo de Cristo que ayuda a otro a volverse de sus malos caminos. Nos convertimos en instrumentos de arrepentimiento, arrepentimiento que trae consigo el perdón de la multitud de sus faltas.

El amor nos lleva a hacer cosas increíbles, es cierto. ¡Pero el amor de Dios mucho más!