Están las noticias simplemente informativas, las noticias buenas, las noticias esperanzadoras, las noticias lamentables, las noticias aversivas, las noticias sospechosas… ¡Y estás las noticias escandalosas! De esas que la primera vez que las ves o escuchas no crees que sean ciertas, pero al seguir viéndolas aparecer en diversos medios, confirmas que son ciertas, y te dices: ¿Cómo va a ser?
En 2011 se dio a conocer una noticia de esta clase.
El 9 de mayo de ese año, Arnold Schwarzenegger, quien fungía como gobernador de California desde hacía casi una década, y quien había estado casado con Maria Shriver por 25 años, confirmaba su divorcio.
¿La causa? El estallido una bomba que intentó mantener guardada por algún tiempo: Joseph Baena, hijo de Mildred Baena, empleada que trabajaba en la mansión de la pareja desde 1991, era en realidad hijo del actor.
La historia es larga. Se remonta hasta 1996, cuando Schwarzenegger filmaba Batman y Robin. Por ese tiempo tuvo un amorío con su empleada guatemalteca, y casi al mismo tiempo salieron embarazadas tanto ella como su esposa.
21 días después de nacido el bebé, Mildred pidió el divorcio a su esposo, Rogelio de Jesús. Y el secreto se mantuvo confinado entre Mildred y su madre. 8 o 9 años después, Arnold se enteró y desde allí se hizo cargo del mantenimiento del niño.
Logró ocultarlo por un par de años, hasta que en 2011 la bomba estalló. Tan solo meses después, el matrimonio de un cuarto de siglo con la sobrina de John F. Kennedy vio su fin. ¡Qué tremendo rollo! Y todo por una simple palabrita de dolorosas consecuencias: adulterio.
Schwarzenegger no es el único. Muchos han pasado por situaciones similares o peores a estas, y todo por no prestar atención. ¿A qué? A la Palabra de Dios.
El matrimonio en la Biblia
Dios tenía un plan para el matrimonio que, de ser obedecido, las parejas vivirían en armonía y dicha. De hecho, su plan original era completamente perfecto. Ni Adán ni Eva, ni ninguno de sus descendientes conocerían lo que significaba una pelea matrimonial.
Debido al pecado la perfección ya no sería fácil de lograr; pero al respetar los consejos del terapeuta familiar por excelencia, los hogares podrían funcionar y relacionarse en el amor y el temor de Dios. Podría existir en ellos paz, gozo, comprensión y tolerancia.
No sabemos demasiado en cuanto a lo que Dios les transmitió a nuestros primeros padres en cuanto a su propósito para el matrimonio, pero sí tenemos algunas directrices específicas:
-Dios crea a la mujer con la intención de que tanto el hombre como ella gozasen, en la relación de pareja, de los beneficios que trae el compañerismo, el cuidado y apoyo mutuos. El matrimonio existiría para ser un lugar de amistad, amor y colaboración, pues no era el propósito de Dios que el hombre estuviera solo (Génesis 2:18).
-El matrimonio implicaría un compromiso formal que sobreentendía un movimiento del círculo familiar original, para dar lugar a uno nuevo. “El hombre dejará a su padre y a su padre” (v. 24) indica que el matrimonio era santificado como algo solemne, y de consecuencias permanentes.
-El propósito de este movimiento sería que el hombre se uniría a su mujer y así llegarían a ser “una sola carne” (v. 24). Es difícil concebir un lenguaje que revista de mayor dignidad al matrimonio que este. El compromiso marital llega a identificar de tal manera a la pareja a la vista de Dios, que son considerados como una sola carne.
El uso del término hebreo ejad en este verso al igual que en Deuteronomio 6:4, sugiere que el matrimonio estaba llamado a representar la misma unidad que existe en el seno de la Trinidad. ¡No es fácil disimular la importancia y solemnidad de este compromiso!
-La relevancia del pacto marital queda establecida por la manera cómo Abraham acciona para proveer una esposa para su hijo Isaac (véase Génesis 24).
-En lo posterior Jesús aclararía cuál era la naturaleza original del matrimonio que Dios instituyó. Consistía en una unión permanente y vitalicia entre un solo hombre y una sola mujer, pues “lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6).
Así era el matrimonio en la mente de Dios; y así fue durante no mucho tiempo. Más temprano que tarde, el hombre que se deleita en estropear con sus pies los propósitos de Dios, empezó a introducir sus propias distorsiones que perjudicaron en gran medida el compromiso marital.
Adulterios oficiales y no oficiales
Tres distorsiones humanas principales llegaron a dañar el plan original de Dios en cuanto al matrimonio: la poligamia, el divorcio y el adulterio. De las tres solo trataremos la primera y la tercera, las cuales denominamos “adulterios oficiales y no oficiales”.
Tanto el término hebreo niuf como el griego moijéia, traducidos como “adulterio”, dan la idea de un acto sexual practicado fuera del compromiso matrimonial. Sin embargo, el adulterio no necesariamente aparece sin disfraz.
La poligamia
La poligamia antigua no era más que un «adulterio oficial». Es obvio que no era parte del plan de Dios, pues esta práctica es introducida por un hombre llamado Lamec, que abiertamente se encuentra en rebeldía contra Dios (Génesis 4:19).
Y el hecho de que más tarde fuese practicada por Abraham, Jacob, Elcana, Salomón, David, y otros, no hace de ninguna manera que esto sea aprobado por el cielo. La poligamia se convirtió en un «adulterio oficial» en el antiguo cercano oriente, y Dios la toleró por un tiempo.
Luego Cristo explicó por qué: “Por la dureza de vuestro corazón” (Mateo 19:8). Probablemente el Señor no tuvo a bien ir en contra de esta tendencia tan generalizada en un primer momento, pero cuando llegó el tiempo de proveer una revelación más profunda de su voluntad, aclaró que esto de ninguna manera formaba parte de su plan.
Y la poligamia en realidad viene siendo una excusa para adulterar; una legalización.
Es como si asistiéramos a un desafío en el cual una persona debe comerse un plato de comida mala hasta terminarlo o será descalificada. La persona se compromete a comérselo todo. Pero cuando ya va por la mitad se la tira de listo y pide que le traigan un plato de comida buena, para poder pasar la comida mala con la buena.
Sigue comiéndose la mala, pero con la buena pasa el mal bocado.
«¿Debo durar casado para toda la vida? ¿No puedo tener relaciones fuera del matrimonio? Bien, entonces me caso con otra persona».
La Biblia no deja dudas en cuanto al perjuicio que esto causó. Los casos de Sara y Agar (Génesis 16, 21), Raquel y Lea (Génesis 29-30), Ana y Penina (1 Samuel 1), ofrecen una probadita, un ejemplo del daño que seguramente el adulterio oficial infligió a muchos hogares de Israel, y oriente medio en general.
El adulterio
Sin embargo, aun siendo socialmente aceptable, no cualquiera se comprometía a un adulterio oficial. Los gastos y responsabilidades implicados eran suficiente razón como para pensarlo más de dos veces. Por ello la condena Divina contra el adulterio casual era enérgica.
Los 10 mandamientos incluyen explícitamente la orden “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14), y Levítico 20:10 ratifica esta orden con la sentencia de muerte. El que cometiera adulterio moriría indefectiblemente.
A diferencia de la distorsión oficial, los casos de adulterio declarado son francamente condenados en las Escrituras. El adulterio declarado tendía a degradar todavía más la moral del individuo y el pueblo, despreciaba directamente la autoridad Divina, menoscababa el matrimonio y causaba daños permanentes a las familias y conocidos de los involucrados.
Por ello la manera de Dios de tratarlo era sin duda tajante.
No se mencionan muchos casos en las Escrituras, pero los de David y la mujer adúltera de Juan 8 deberían ser suficientes para entender la manera cómo eran tratados. En ambos notamos que la condena Divina es explícita y manifiesta. Y sin embargo, curiosamente también en ambos se manifiesta abundantemente la misericordia de Dios.
¿Qué hace al adulterio algo tan grave? El testimonio bíblico habla por sí solo. Este pecado ataca directamente el hogar, lo destruye o lo trastorna para siempre (y la imagen de Dios en él); influye perniciosamente en los hijos, pervierte y degrada la naturaleza humana; traiciona las relaciones sociales, y tantos otros males.
El adulterio en NT
Gracias a las palabras de Jesús, la comprensión cristiana en cuanto al adulterio se profundizó con respecto a la manera como era entendido por el judaísmo.
En primer lugar, Jesús explicó que el “adulterio” condenado en la ley no tenía que ver solo con un acto sexual impuro fuera del matrimonio, sino que también abarcaba todas las perversiones sexuales que comenzaban desde la mente del individuo. Hizo ver que con nuestros ojos y nuestros pensamientos también cometemos adulterio (Mateo 5:28).
A su vez, esto indica que el mandamiento no condena únicamente a la persona casada; también a todo acto de fornicación o perversión sexual de cualquier tipo.
En segundo lugar, explicó que el divorcio no es tampoco una excusa válida para cometer adulterio. Declaró que aquellos que daban “carta de divorcio” a sus mujeres por cualquier razón que no fuese fornicación, al casarse nuevamente cometían adulterio (Mateo 19:8-9).
Es decir que, a menos que una persona se divorcie por la única razón a la vista del cielo permisible (fornicación), su nuevo casamiento es un adulterio. Esta instrucción es retomada por Pablo cuando habla del tema y refiere las palabras de Jesús en 1 Corintios 7:10-11.
Esta comprensión profunda del adulterio hace más relevante la advertencia neotestamentaria de que los fornicarios y adúlteros no heredarán el reino de Dios (1 Corintios 6:9, Apocalipsis 21:8). Y aun así la misericordia de Dios es grande; de haber arrepentimiento, tal cual como con cualquier otro pecado, el adulterio será perdonado, lavado y limpiado por Jesucristo (1 Corintios 6:11).
No deja de ser esto una invitación para nosotros. El ideal de Dios es que el matrimonio sea para toda la vida, por ello una relación no tiene obligatoriamente que terminar si una de las partes falla. Perdonar y restaurar con la gracia de Jesús siempre es una opción.