Dios bendice al dador alegre

dios ama al dador alegre

Tammy McGuire escribió una vez un artículo donde relataba una experiencia de su vida con la cual es posible que tú y yo nos identifiquemos bien. 

Cuando era niña, cada año planificaba darle a su papá el regalo perfecto en su cumpleaños. Investigaba por algunos días, observaba con detenimiento a su papá y los objetos en las tiendas, y decidía con precisión.

Una vez aquel regalo «perfecto» era una corbata de gruesas franjas marrones y anaranjadas. El único detalle era que no tenía dinero para comprarla. Pensó: «¿qué tal si le pido el dinero prestado a mi papá y luego se lo pago?» ¡Claro, cómo no lo había pensado antes! 

El resto es historia. El padre recibió muy emocionado el regalo que su hijita le compró, con el dinero que él mismo le prestó, y que tampoco le pagó.

Cuando recuerda esa historia, Tammy admite que la corbata era en realidad horrible, una pésima elección. Y sin embargo, eso no impidió que su papá se emocionara al recibirla.

Este relato me hace sonreír. ¿Cuántas veces nuestros padres no han costeado un regalo o detalle que ellos mismos recibirían después? Y aunque no sea la gran cosa ‒quizás una corbata fea o un retrato mal pintado‒, cuánto valor le dan y con cuánto cariño lo reciben.

¿No sucede igual con nuestro Dios infinito en amor y bondad?

Al final ella reflexiona: «El dinero que pongo en el platillo de las ofrendas, es el dinero que él, mi Padre Celestial, me dio. El tiempo que le dedico es el mismo tiempo que él me dio. Los talentos que uso en su servicio son los mismos que él me dio […]. Así es Dios: nunca deja de darnos cualquier cosa que necesitamos, aunque sabe que nunca se lo pagaremos». [Citado en Fernando Zabala, Dímelo de frente, 24/05].

Te cuento todo esto porque creo que nos ayuda a entender por qué Dios bendice al dador alegre.

Dar es parte del amor

Cuando Jesús fue cuestionado en cuanto al mayor mandamiento de la ley, no dudó en contestar “amarás a Jehová tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Y el segundo es semejante: amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39).

La ley entera es una explicación de cómo se cumplen estos dos grandes mandamientos, pues Jesús dice que de ambos “dependen toda la ley y los profetas” (Mateo 22:40).

La ley explica cómo se ama a Dios, y cómo se ama al prójimo. Esto es porque el amor no es una cuestión abstracta y sentimental que acontece solamente en la esfera subjetiva de la experiencia humana. Amor son hechos, acciones, y actitudes. Sin ello, el amor es cuento.

Y una parte fundamental del amor es dar. Por eso el apóstol Santiago diría una vez que “si un hermano está desnudo y tiene necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros le dice «id en paz, calentaos y saciaos», pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (Santiago 2:15-16).

Decir tener amor pero no dar es una contradicción evidente. Cuando amamos regalamos, repartimos, donamos, proveemos; es una respuesta natural. Es un chip implantado en nuestra mente. Cuando el hombre ama está dispuesto a dar lo que sea necesario para demostrar su amor. 

Y Dios fue, es y será el mayor ejemplo de esto. Si Dios dijese amarnos pero no nos otorgase don alguno, ¿sería comprensible? Mas las escrituras dicen todo lo contrario. El amor de Dios se evidencia en su determinación de dar cuanto sea necesario. Incluso a su propio hijo (Juan 3:16).

Por eso la indicación del Señor es “al que te pida, dale” (Lucas 6:30), pues así como demostramos a Dios nuestra gratitud y nuestro amor a través de nuestras ofrendas y diezmos (1 Crónicas 29:14), “amarás a tu prójimo como a ti mismo” nos exige compartir de lo que tenemos con nuestros semejantes.

Juan advierte que el que tiene bienes de este mundo, pero ve a su hermano con necesidad y no le suple de alguna forma, el amor de Dios no mora en él (1 Juan 3:17). La razón es obvia: el amor legítimo impulsa a dar. Incluso la Torá contenía abundantes legislaciones que demandaban generosidad, especialmente para con los más necesitados (ej. Deuteronomio 15:7-11).

De la misma forma, Romanos 12:13 indica “compartid las necesidades de los santos”, y Jesús le dijo al Joven rico que vendiera todo lo que tenía y lo diera a los pobres (Mateo 19:21).

Porque aunque la escritura dice que si “repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres y entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Corintios 13:3), es también cierto que si dijese tener amor pero no obrase, sería vanidad. 

Habiendo dejado este aspecto claro ‒dar es parte del amor‒ nos toca abordar el asunto que le complementa: ¿dar sin amor?

El dador alegre

Cuando se escribe 2 Corintios, Pablo había presentado a la iglesia hacía un año la propuesta de una colecta económica para los hermanos más pobres de Jerusalén. Sin embargo, parece que los corintios pese a haber mostrado gran interés por esta labor en un inicio, el fervor inicial había desaparecido (2 Corintios 8:10-11).

Ahora Pablo supone que después de la situación de enfriamiento espiritual que atravesaron, a la cual siguió un verdadero arrepentimiento de su parte (2 Corintios 7:8-11), desearían también renovar la expresión de su amor por los santos aportando para esta obra de bondad. 

A este punto se dedica en los capítulos 8 y 9 de la carta. 

Dentro de esta apelación, el apóstol deja en claro varios puntos importantes: 

1) Dar es causa y consecuencia de la gracia de Dios (8:1, 9); 2) el dar debe ser con agrado (v. 3); 3) voluntaria y gozosamente (v. 4); 4) fruto del amor (v. 8); 5) lo que importa no es la cantidad (v. 12); 6) y no se espera que por dar se caiga en estrechez, sino más bien la cooperación mutua (vv. 13-15); 7) si es con tristeza o por obligación, no es bien recibida por el Señor (9:7), 8) Dios prospera y bendice al generoso (9:6, 8-11), 9) y dar redunda en gratitud y gloria al Señor (9:11-15).

En este marco, entonces, se encuentran las palabras “cada uno dé como propuso en su corazón. No con tristeza ni por obligación, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7).

El amor exige dadivosidad. Amar y no dar no es posible. Pero tampoco es aceptable dar sin amar. 

La generosidad que Dios solicita es aquella que surge del corazón que se lo ha propuesto, que lo ha planificado así, que ha tomado interés en ello. La generosidad que Dios solicita es la que se brinda con gozo y de toda voluntad (Éxodo 25:2), con un deseo sincero de manifestar así el amor que se siente hacia Dios y hacia el prójimo.

Para dar de esta manera se precisa estar experimentando, y estar convencido profundamente de algunas cosas:

“Todo es tuyo” (1 Crónicas 29:14). Todo cuanto tenemos es de Dios, lo hemos recibido de él y por su generosidad. Nosotros somos tan solo mayordomos o administradores de lo que a él pertenece (1 Corintios 4:10).

“De gracias recibisteis, dad de gracias” (Mateo 10:8). De estas palabras de Jesús se desprende un principio vital: todo cuanto hemos recibido es fruto de la gracia de Dios. Esa gracia, cuando se recibe, se comparte. Recibimos gracia y damos por esa gracia. 

“No se puede servir  Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). El fiel creyente de Jesús necesita despojarse del amor a las riquezas y las posesiones, la avaricia no tiene lugar en su corazón (Hebreos 13:5), pues la “raíz de todos los males” es el amor al dinero (1 Timoteo 6:10). 

Dios ha prometido suplir cuanto nos falte, por lo que el miedo a dar para no padecer es signo de una fe débil, y de un interés todavía desmedido por las cosas de este mundo.

“Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). En la generosidad está la verdadera felicidad, aunque parezca un cliché. Mientras más nos desprendemos y nos damos a otros, más plenos somos. Mientras más pensamos en nosotros mismos, más desdichados.

Cuando hacemos de dar, y no de recibir, el anhelo de nuestra vida, nos convertimos en personas satisfechas. No esperamos recibir, sino que vivimos para dar. 

Cuando damos, hacemos mucho más que con un sermón. Con un solo gesto de generosidad, hacemos mucho más por la ganancia de un alma, que con muchos estudios bíblicos. La generosidad desencadena gloria y gratitud a Dios (2 Corintios 9:12-13, Mateo 5:16). Lo que debería ser para nosotros una meta, un triunfo diario.

No que nos miren y nos alaben por lo buenos que somos (Mateo 6:1-4), mas los ojos se eleven a aquel de quien proviene toda dádiva y buena voluntad, y así su nombre sea sobremanera exaltado.

De esa forma dar se convierte en una alegría. Es casi un privilegio, un honor. 

Ya sea que estemos devolviendo a Dios el diezmo o la ofrenda, o que estemos compartiendo con nuestros semejantes para suplir sus necesidades, Dios ama al dador alegre porque es quien ama. 

Con amor, dar es una ofrenda. Sin amor, dar es una multa.

Cuando das con alegría porque es el anhelo de tu corazón, Dios puede bendecirte libremente. Está claro que tus ansias no son los bienes de este mundo; sino el tesoro eternal. Puede bendecirte porque has comprendido lo necesario para administrar de manera eficiente los recursos que pone en tus manos.

Y así como nuestros padres no miden un regalo por lo bonito, lo valioso o lo útil del mismo, sino por la actitud y la voluntad con la cual fue dado; Dios no recibe nuestro gesto de generosidad por su valía o su cantidad, sino por el espíritu que le acompaña. 

Que tu amor sea generoso, y tu generosidad sea por amor. 

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