¿De dónde vendrá mi socorro?

de donde vendrá mi socorro

Cuando Carlomagno llegó a Roncesvalles, yacían poco más de 100 de sus mejores soldados muertos en tierra. Y entre ellos su amigo, el héroe Roldán, con el olifante en su mano. 

Tiempo antes el famoso emperador había querido hacer un regalo a Roldán, por ser uno de sus más fieles y valientes soldados. Así que le entregó aquel olifante, que había pertenecido a su abuelo Carlos Martel, diciéndole:

—¿Crees que puedas soplarlo?

—Déjeme probar, su excelencia –le contestó Roldán–.

A continuación lo sopló. Y el sonido fue tan fuerte que el emperador tuvo que taparse los oídos. 

Entonces Carlomagno le indicó que el cuerno sería suyo. Le dijo también que si un día se encontraba en aprietos, sólo tendría que sonarlo y él vendría en su auxilio.

Ese día llegó el 15 de agosto del 778 d.C. Carlomagno dirigía su ejército cruzando los Pirineos, y Roldán iba al frente de un batallón de cien hombres para cubrir la retaguardia de las tropas del emperador. 

Súbitamente un ejército numéricamente muy superior, probablemente vasco, cayó sobre Roldán y sus hombres en Roncesvalles. De inmediato, Oliverio, su amigo y compañero de toda la vida, reconoció la magnitud del peligro.

—¡Sopla el cuerno, Roldán! ¡Sóplalo!

—No es necesario. Podemos vencerlos sin ayuda –replicó el valiente, pero orgulloso comandante–.

Sin embargo, al arreciar la batalla Roldán se dio cuenta que no podrían prevalecer, y decidió sonar el cuerno. Carlomagno, quien se había detenido en Vancarlos, acudió velozmente al lugar, solo para encontrar a sus hombres muertos en tierra, y a Roldán todavía aferrado al olifante que pudo salvarle la vida.

Roldán sabía de dónde podía venir el socorro que necesitaba, ¡y cuánto le hubiese gustado al emperador acudir a tiempo y salvar la vida de su fiel amigo!, pero su orgullo le impidió pedir ayuda a tiempo. 

Cuando el vigía de tus sentidos clama “¡Peligro a la vista!”, ¿Qué haces? ¿Acudes a Dios sonando tu cuerno de marfil? ¿O lo hacemos solo después de recurrir, sin respuesta, a otros «montes» diferentes? ¿A dónde alzamos nuestros ojos en medio del aprieto?

Alzaré mis ojos a los montes

Es muy probable que el Salmo 121 se encuentre entre los 5 más hermosos de todo el salterio. Y es también uno de los pocos de los cuales sabemos algo de su historia. 

David, huyendo de Saúl y escondido en el desierto de Parán, está angustiado por la noticia de la muerte de Samuel. Tiempo antes Samuel había sido comisionado por Dios para ungir a David como futuro rey de Israel; y por su autoridad como profeta y Juez, era la última salvaguardia que el fugitivo pensaba tener en contra de la ira de Saúl. 

Así las cosas, David seguro se preguntaba «¿Qué será de mí ahora?». 

David reflexionaba en que, cualquiera podría pensar que el Dios de Israel finalmente le había abandonado. Supuestamente le había escogido como nuevo Rey, pero a ciencia cierta parecía cualquier cosa menos eso.

Él estaba antes muy tranquilo cuidando ovejas, pastoreando y ayudando a su padre. ¿Lo sacó Dios de allí para que padeciera y pasara por apuros y peligros? No que va. ¡Si así tratas a tu ungido, Señor, cómo será con tus enemigos!

David miraba las montañas en su derredor, lugares altos conocidos en su tiempo por servir como templo de reunión para los sacrificios paganos y la quema de incienso a los ídolos. ¿Sería esa una salida para él? 

Pensando en estas cosas tal vez Satanás le susurró muchas inquietudes a su oído, llevándole a dudar de su llamado y del cuidado de Dios por él. 

—¿De dónde vendrá mi socorro? –se preguntaba David repasando los eventos de los últimos meses de su vida–. ¿Habré de buscar auxilio para mí allá en los lugares altos?

Esta última posibilidad, que le era susurrada por el enemigo al contemplar él los testimonios silenciosos de la historia adúltera de su nación, David la desecha. Inmediatamente se contesta:

—Jamás. “Ciertamente vanidad son los collados y el bullicio sobre los montes” (Jeremías 3:23); “Mi socorro viene de Jehová, quien hizo los cielos y la tierra” (Salmos 121:2).

David básicamente contrasta el auxilio vano y falaz de los ídolos, que nada son (Isaías 41:24, 25, 29); con la salvación que viene del Dios verdadero, Todopoderoso creador, en el cual él confía.

En este sentido, los altares idolátricos probablemente ya no sean una tentación indisimulada muy frecuente para nosotros ante la angustia y el peligro. Pero sí encontramos su misma esencia en algunas prácticas contemporáneas, como la adoración u oración a imágenes, santos, en la participación de cultos espiritistas, o acudiendo a supuestos curanderos, brujos o adivinadores.

Por otro lado, los montes también pueden representar toda creencia, persona u objeto en el cual ponemos nuestra fe cuando tenemos un peligro o necesidad. Todo esto son los «montes» de los cuales habla el salmista, porque al fin y al cabo, absorben nuestra fe y la ponen en el lugar equivocado.

Todo lo que desplaza la fe y la confianza en el Dios verdadero, viene a ser un monte al cual alzamos nuestros ojos. 

Pero no siempre es fácil confiar en el socorro de Jehová. De hecho, en ese tiempo de peligros e intrigas David confió en Dios, pero también un par de veces erró por no apoyarse en Él. Se encontraba en una situación muy delicada, y esa coyuntura no la desaprovechó el enemigo para seducirlo a buscar otras opciones más prometedoras que la fe en un Dios silencioso.

¿Qué es más fácil, confiar en lo que ves o en lo que no ves? 

Satanás sabe la respuesta, y tiene muchas herramientas para engañarnos, ¡Uf, infinidades! Comienza alagándonos con la confianza propia como a Roldán, y cuando eso falla, termina llevándonos a apoyar el brazo en el lugar equivocado.

Pero Dios tiene una sola herramienta eficaz, y es la fe en Él como la verdadera seguridad de salvación y auxilio. Como reza el conocido versículo “Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene [y nadie más] de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo” (Isaías 41:13).

Socorro costoso

“El fin justifica los medios” es la filosofía de Satanás. ¿Te ha sucedido que ante una eventualidad tomas el asunto en tus manos y eliges caminos que aparentemente te convienen y terminas metido en un tremendo aprieto?

Esto le sucedió a David, y varias veces. 

Hay una clase de «socorro» que acaba siendo muy costoso, porque no proviene de la fe en el cuidado Divino. Cada vez que intentamos resolver los problemas «a mí manera», podemos recibir cierto alivio en el momento, pero acabamos siendo perjudicados, y dañando lo que nos rodea.

El problema es que el enemigo está empeñado en la tarea de hacernos desviar la mirada de aquel de quien depende nuestra vida. Nos dice: “¡Psss! ¡Pssssss! Hey… ¿Por qué no haces esto, mejor? No molestes a Dios con ese asunto. Tú puedes resolverlo solo. Hazlo así, mira”.

Nos muestra atajos más sencillos, alegando que el fin justifica la infidelidad, la mentira, el mal proceder, etc… Por lo general actúa de esa manera tan discreta y disimulada para tomarnos con las defensas bajas. Incluso, podríamos ni siquiera darnos cuenta que le hemos dado la espalda a nuestro verdadero ayudador.

En otras ocasiones, sin embargo, intenta sugerirnos alzar nuestros ojos a los montes prohibidos. A esas alturas donde, sabemos, Dios no nos acompaña. Pero la tentación es fuerte: Encontrar el camino más sencillo a la «paz».

No nos vayamos tan lejos, ¡Incluso las cosas buenas! Con tal de hacer desviar tus ojos del que “no dará tu pie al resbaladero”, el enemigo puede presentar caminos buenos y correctos en apariencia, pero finalmente equivocados.

El problema es que esta «paz» que Satanás de una forma u otra nos ofrece, no es perdurable. El proverbio lo dice claro: “Hay camino que al hombre parece derecho, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).

Satanás se regocija cuando logra tumbarnos a través de nuestras propias pésimas decisiones. Logró presentar a nuestra vista un «monte» atractivo al cual recurrir en busca de ayuda, y  las cosas salen bien al principio, pero en lo posterior nos hace acabar peor que antes.

¿Cómo evitar entonces el peligro de caer en la trampa que Satanás, con sus múltiples herramientas, busca tendernos? ¿Cómo huir del «socorro» que acaba siendo costoso? 

El pasaje mismo parece darnos la respuesta.

Dios, la única garantía

Me resulta bastante cómica la anécdota del hombre que cayó al agua mientras navegaba, y empezó a orar para que Dios lo salvara. Minutos después llegó una cuadrilla de salvavidas para subirle a un bote y ponerlo a la salvo.

—No se molesten, tranquilos. Pueden regresar a tierra, yo sé que Dios me salvará –les dijo el hombre confiado–.

—No podemos dejarte aquí en el agua, ¡Vamos, sube! ¡Dios no vendrá a salvarte!

El hombre se negó, y los guardavidas lo dejaron. Pasada una hora acudió un nuevo grupo en un yate a rescatarle, a quienes respondió de la misma manera.

Finalmente acudió un helicóptero, y la tripulación le suplicaba que subiera. El hombre, ya hipotérmico y acalambrado, respondió una vez más:

—No subiré. Sé que Dios vendrá a salvarme.

El helicóptero se retiró, y al transcurrir algún tiempo aquel hombre murió ahogado. Dice la anécdota que el hombre fue al cielo y le reclamó a Dios.

—¡Señor, no lo entiendo! Tú dijiste que siempre estarías pendiente de mí y me salvarías del peligro. ¡¿Qué sucedió allá abajo?!

Pacientemente el Señor le contesta. —Envié un bote, luego un yate y hasta un helicóptero para rescatarte, ¿Qué más querías de mí?

Resultará gracioso, pero la anécdota toca una fibra bastante sensible: ¿Qué significa exactamente “mi socorro viene de Jehová”? Creo que no precisamente debemos esperar que Dios descienda con un traje de buzo o bombero para salvarnos del peligro, al menos no frecuentemente. 

No debiera ser nuestra expectativa que al confiar en Dios como nuestro ayudador, eso quiera decir que al momento de estar perdidos en el camino Dios vendrá y dirá: Ven, sígueme, aquí está el sendero. 

Pero confiar en Dios como nuestro refugio sí tiene poderosas implicaciones.

Es interesante que si el pasaje quisiera decir llanamente “mi socorro viene de jehová”, la lectura del hebreo sería ezri min yahweh (el verbo está sobre entendido en el v. 2). Pero la lectura del pasaje es diferente, es ezri meim yahweh que más exactamente se traduciría como “mi socorro viene de junto a Jehová”.

Estoy convencido de que las implicaciones de este pasaje son mucho más amplias que la mera creencia en que Dios me ayudará en el momento del peligro.

Creo, más bien, que David está diciendo: “Doquiera esté, y en el peligro que me encuentre, junto a Jehová mi guardador, sé que estaré seguro”. 

No declara solamente la intervención sobrenatural de Dios, sino la garantía de refugio que existe en la relación de confianza Dios-hombre.

Es decir, David puede estar tranquilo porque aunque se multiplicaran los peligros que le acosaban, aquel que hizo “los cielos y la tierra” (contrastando, al igual que 115:3-11, la gloria del Dios creador con la nulidad de los ídolos) estaba de su lado.  

Él, al caminar junto a Jehová, al hacer su voluntad y procurar agradarle, al confiar en Él y encomendarse en sus manos poderosas, podía reposar en que el verdadero socorro no estribaba en una salida ocasional de uno u otro peligro, sino en vivir bajo la sombra del Señor.

Mientras él procurara andar bajo esa sombra, en la voluntad del creador, nada podría «pasarse de la raya» con Él, porque Jehová era su ayudador. Al vivir junto a Dios el miedo pierde poder; pues Dios sabe qué permite, por qué lo permite y hasta dónde lo permite.

Para David entonces el socorro de Dios no es únicamente un milagro portentoso, es una garantía de cuidado cuando se anda junto al Dios que todo lo puede. Pero solo puede ser realidad cuando invitamos a Dios a ser nuestra sombra (v. 5), a acompañarnos en el día y en la noche (v. 6), y en nuestra salida y nuestra entrada (v. 8). 

El socorro viene de estar siempre junto a Dios, y de transitar el camino que él señala. En ese lugar existe completa seguridad.

Es importante notar que se trata del camino de Dios, el suyo. Jamás la salida que Dios presenta para alguna circunstancia involucrará negar los principios, jamás precisará de la mentira o el engaño, ni nada contrario a su carácter. 

Este es el primer atisbo que tenemos para discernir los «falsos socorros» del enemigo. Al vivir en Jesús, podemos discernir lo que viene de Dios y lo que no. 

Y en caso de una desafinación…

En este salmo (y en muchos más) David expresa la nota tónica de su vida: Una fe que se refugia en los brazos de Dios todos los días de su vida. Y sin embargo, esa nota tónica no le eximió de una que otra desafinación. 

Cuando mintió porque lo vio conveniente (1 Samuel 21:2), cuando buscó refugio entre los filisteos ¡2 veces! (21:10, 27:1, 2), y cuando decidió resolver por su propia mano el aprieto matando a Urías (2 Samuel 11:15), ¿Cómo actuó Dios? 

No dejó sin reproche sus faltas, pero tampoco lo abandonó a su propia suerte. Algo así como «¿escogiste el camino equivocado? ¡Ahora te lo calas!».

Dios nunca le dejó a la deriva, porque ese era el deseo del corazón de David. En su vida queda demostrado que cuando se camina con Dios, Él no se aleja en los tropezones; sino que continúa siendo el refugio y el socorro de siempre.

La garantía de cuidado, guía y protección está en anhelar la compañía y la amistad Divina. Porque Dios, como buen compañero, nunca da la espalda a sus amigos.

Con Dios entonces no sucede como en el caso de Satanás. El segundo ofrece auxilios inmediatos: express, con una consecuente paz pasajera. El primero, por otro lado, no promete darnos siempre la liberación que deseamos, pero sí una garantía de seguridad con una paz perdurable y perfecta.

Pero he aquí la ñapa: En esa promesa de seguridad inconmovible, incluso los grandes milagros de protección, ayuda y liberación están también incluidos.

El «combo» de Dios

Roldán era un amigo querido para el emperador. Era valioso para él, y por eso jamás lo dejaría solo. Él mismo le había regalado el cuerno como símbolo de su ayuda incondicional. En esa relación de amistad podía encontrar su seguridad, pero se rehusó a pedir auxilio. Prefirió orgullosamente defenderse solo.

Aprendamos de Roldán para que no nos suceda lo mismo. Dios, nuestro mejor amigo, nos ha dado un cuerno para que en el momento de estrechez, lo sonemos y sepamos que nunca nos dejará ni nos desamparará. 

Él desea ser nuestro refugio, brindándonos su cuidado y protección. Al andar con él por la fe, podremos reposar confiados, porque Dios ha prometido guardar “en completa paz a aquel cuyo pensamiento” en él persevera (Isaías 26:3-4).

Sin embargo, no siempre su socorro se tratará de una liberación sobrenatural. El socorro del cual habla el salmista se trata de la garantía del cuidado providente de Dios cuando se está junto a Él. Y en ese diario caminar aprendemos a confiar en su cuidado perfecto por nosotros.

Con Jesús hay paz perdurable y verdadera en la angustia (Juan 16:33); pero no viene sola. Viene en «combo» con toda clase de medios para auxiliarnos, ¡Incluso cuando no nos hemos dado cuenta! Definitivamente, qué bueno es Dios.“Pero tuvimos en nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que nos librará, de tan grande peligro de muerte” (2 Corintios 1:9-10).