¿Cuántas promesas hay en la Biblia?

cuantas promesas hay en la biblia

Promesas… Parece que hoy en día no gozan de mucha estima.

Por triste que suene, el ser humano ya se ha acostumbrado a las decepciones. Cualquiera sea su origen y contexto, tendemos a sospechar de lo que se promete. Y es porque muy a menudo confiar no nos ha resultado demasiado bien.

  • “Te amaré por siempre”, falso. 
  • “No lo volveré a hacer”, falso.
  • “Sabes que cuando me necesites, podrás contar conmigo”, falso.
  •  “Te quiero tal cual eres”, falso.
  • “Tú tranquilo, más tardar el martes te lo devuelvo”, falso.
  • “Cuéntame, yo no le comento a nadie”, falso.
  • “Véngase en una semana, ese día se lo compro”, falso.
  • “Voten por mí, ahora sí pondremos al país a caminar”, falso. 
  • “Si compras este producto, serás realmente feliz”, falso.
  • “Científicamente comprobado”, falso.
  • “Haz click aquí, y gánate este vehículo 0 kilómetros”, falsísimo.
  • “Envía este mensaje a 10 personas y hoy conocerás al amor de tu vida”, falso.
  • “Los demás mienten, pero yo no”, falso.

La pareja decepciona, el amigo falla, la gente miente, el político te toma el pelo, el marketing ilusiona, ¡todas promesas vacías! ¿Acaso sorprende que la mayor parte del tiempo nos limitemos a desconfiar de lo que se nos dice?

En una realidad tal, la Biblia también sufre daño colateral. El ser humano es descreído por naturaleza, por lo que se nos complica creer y confiar ciegamente en algo, y mucho menos en una promesa. Es más fácil meter todo en un saco: es falso hasta que se demuestre lo contrario

¿Dónde quedan las promesas divinas?

La importancia de las promesas bíblicas

La importancia de las promesas en la Biblia es de un grado tan elevado, que Walter Kaiser Jr. Escribe un libro para demostrar que la “promesa” es el elemento central y unificador de toda la teología del AT, y de la Biblia en su totalidad [Hacia una teología del Antiguo Testamento (Vida, 2000)]. 

Él divide la historia bíblica en etapas, y etiqueta esas etapas de la siguiente manera:

  • Prologómenos a la promesa: era prepatriarcal (Génesis 1-11)
  • Provisiones de la promesa: era patriarcal (Génesis 12-50)
  • Pueblo de la promesa: era mosaica (Éxodo-Números)
  • Lugar de la promesa: era premonárquica (Deuteronomio-Reyes)
  • Rey de la promesa: era davídica 
  • Vida en la promesa: era sapiencial
  • Día de la promesa: siglo noveno
  • Siervo de la promesa: siglo octavo
  • Renovación de la promesa: siglo séptimo
  • El reino de la promesa: tiempos del exilio
  • Triunfo de la promesa: tiempos postexílicos

Aún si Kaiser estuviera equivocado en su proposición, de todas maneras sería incuestionable que el factor promesa es trascendente en el desarrollo de la historia bíblica. En realidad, desde un principio es evidente que Dios es un Dios que promete. Y sus promesas son verdaderas. Algunos creyeron, otros dudaron, pero la palabra de Dios permaneció fiel.

Desde el momento en que promete una “simiente” salvadora en Génesis 3:15 en adelante, Dios hace promesa tras promesa, pacto tras pacto, el uno confirma el anterior y lo amplía, y de esa forma el relato bíblico se constituye en una revelación de la proclamación, el desarrollo y el cumplimiento de las promesas divinas. 

Desde Génesis 3:15 hasta que Dios dice a Juan “Ciertamente vengo en breve” (Apocalipsis 22:20), la Biblia le muestra prometiendo una y otra vez. 

Se ha sugerido que existen alrededor de 3500 promesas en la Biblia; y aunque para llegar a esa cantidad se incluyan pasajes que representan algún tipo de garantía para el creyente (sin ser expresados técnicamente como una promesa), ciertamente Dios ha dejado plasmadas en su palabra “preciosas y grandísimas promesas” (2 Pedro 1:4) para alentar esperanza, paz y valor en sus hijos amados. 

Así que, básicamente, descartar la fiabilidad de las promesas divinas es desechar una parte inmensa de la revelación bíblica. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que el que no da el paso de confiar en las promesas del Señor, sencillamente todavía no ha alcanzado a entrar en algún tipo de relación con él. Pues, tanto la fe judía como la fe cristiana, descansan sobre promesas. 

Muy temprano en la historia bíblica Josué nos ayuda a superar toda desconfianza, producto de la poca fiabilidad de la palabra humana, cuando presenta su propio informe de los resultados del éxodo: 

“Reconoced, pues, con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, que no ha faltado ni una sola de todas las bendiciones que Jehová, vuestro Dios, os había dicho; todas se os han cumplido, no ha faltado ninguna de ellas” (Josué 23:14).

Las promesas eran para todo Israel, y sin embargo algunos jamás vieron sus cumplimientos. ¿Por qué? Hebreos contesta: porque no creyeron (Hebreos 3:19). 

Sé que creer puede ser muy difícil en un mundo tan viciado, donde si no andas mirando de reojo la gente se aprovechará de ti. Pero únicamente por la fe podemos participar y disfrutar de las promesas de Dios. El Señor ha empeñado su palabra con evidencias suficientes…

 ¿Estás dispuesto a creer?

Para recibir las promesas de Dios…

Algunos han pensado que las promesas de Dios son como una venta de garaje: llegan, miran las opciones, se vuelven a su presupuesto, compran y se van. 

El individuo tiene hambre, así que va a la Biblia y encuentra el texto que dice “no he visto justo desamparado ni su simiente que mendigue pan”. A continuación exclama algo así como: “¡Aquí está tu promesa Padre! ¡Tú lo has dicho, y yo lo creo por la fe! ¡En el nombre de Jesús lo declaro!”, y quizás repita este ejercicio varias veces. Pero luego se va.

¿A qué nos referimos con que “se va”? Una venta de garaje no es un negocio que visitas permanentemente, sino solamente en ocasiones puntuales. Irás buscando algo en específico, y suplida la necesidad, estarás listo para partir. Difícilmente irás todos los días allí para ver lo que hay disponible. 

De la misma manera, las promesas de Dios no son necesidades puntuales que satisfacemos y nos damos por despachados. No se “compran” con la medida de nuestra fe, ¡ni vamos a Dios diciendo “tienes que dármelo porque así lo prometiste”!

El asunto radica en entender que en realidad “las promesas” son parte de un solo «combo» especial dado por gracia divina. No porque dispongamos en nuestro presupuesto de “suficiente” fe como para recibirlas, sino simplemente porque Dios desea colmarnos de ellas.

Ese combo es una sola promesa, tal como es presentado en Hechos 26:6, Romanos 4:16, Gálatas 3:18, 29, Hebreos 6:17 y otros,  donde se agrupan las “promesas” de Dios en una única promesa que las comprende a todas. Por ello se puede hablar de las promesas tanto en singular como en plural.

Ahora bien, eso quiere decir que nosotros no podemos discriminar o elegir si queremos una u otra. O tenemos el combo completo, ¡o no tenemos nada! 

¿Y cómo recibimos ese combo? Fíjate en Efesios 1:3. Dios nos ha bendecido con toda bendición espiritual… ¡en Cristo, claro! La promesa de Dios comenzó con Cristo (Génesis 3:15) y terminó con Cristo (Apocalipsis 22:20), ¿cabe alguna duda de cuál es la verdadera promesa?

Cristo es la promesa, y con él Dios ha dado todo lo demás. “El que no escatimó ni a su propio Hijo […], ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Romanos 8:32). 

¿Y qué quiere decir todo esto? Considero que en la Biblia no existe aliciente alguno para la práctica evangélica de “reclamar las promesas de Dios”, ni debiese reposar en ese ejercicio nuestra atención espiritual.

Pablo dijo muy claramente que todas las promesas de Dios convergen y se activan en Cristo: “porque todas las promesas de Dios son en él «sí», y en él «amén», por medio de nosotros, para la gloria de Dios” (2 Corintios 1:20). Al recibir a Cristo, al orar a Cristo, al seguir a Cristo, al obedecer a Cristo, ¡es allí cuando se activan las promesas! Fuera de Cristo, solo hay crujir de dientes.

Por lo que no podemos ir a la tienda buscando alguna promesa en particular y retirarnos. El combo se llama “Jesús”. Si le queremos a él y le obedecemos por fe, con él vienen todas las promesas. 

Esto implica que para recibir las promesas no necesitas esforzarte en creer que esa promesa es verdadera, sino creer y confiar en el Dios verdadero que la ha pronunciado. 

No vamos a la tienda a comprar, vamos a sentarnos a conversar con el dueño de la tienda. Y él, de pura gracia, nos regala una cajita que lleva por nombre «Jesús». En él se hallan todas sus bendiciones. 

Algunas promesas de Dios

Dentro de esa cajita hay abundancia de promesas. Promesas de protección (como el Salmo 91, 121, Isaías 43:2), promesas de guía y orientación (Salmos 32:8, Proverbios 4:23, Isaías 30:21, Jeremías 29:11), promesas de provisión (Mateo 6:33, Filipenses 4:6, 19), promesas de seguridad y salvación (Juan 10:27-28, Romanos 5:8-11, 8:1, 38-39), promesas de respuestas a las oraciones (Mateo 7:7, Juan 14:13-14, 1 Juan 5:13-14) la promesa del Espíritu (Lucas 24:49, Juan 14:16, Hechos 2:38), la segunda venida (Juan 14:1-3, Tito 2:13, Apocalipsis 22:12), y muchas más.

Con más de 3.000 promesas en la escritura, es de suponer que para todas nuestras necesidades y anhelos existe al menos más de una promesa de Dios. Te invito a que indagues, que hurgues en la escritura, la escarbes, y puedas ir armando tu propio «repertorio de promesas», a las cuales puedas acudir en busca de paz y reposo cuando tu alma esté atribulada. 

Y aún si no hallas una en específico que puedas “reclamar”, recuerda que Dios no necesita que le exijas una promesa para querer darte toda “buena dádiva y don perfecto”. Él está mucho más interesado en tu bienestar que tú mismo; créetelo.

No importa cuál sea tu necesidad o anhelo, Cristo es suficiente para todos ellos. Y como “fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23), nosotros podemos perseverar y confiar. Tranquilos. Dios no decepciona, no falla, no miente, no nos toma el pelo, ni mucho menos nos ilusiona en vano.