¿Cuáles son los pecados de muerte?

«Terminator no tuvo piedad» se leía en los encabezados de los periódicos la mañana del 13 de diciembre de 2005. 

Luego de días, meses y años de controversia despertada por la auténtica redención de Stanley “Tookie” Williams mientras esperaba su ejecución en la prisión de San Quintín, el gobernador de California para ese entonces, Arnold Schwarzenegger, decidió no dar indulto al reo. 

Williams había sido condenado en 1981 por matar de un disparo dos años antes al dependiente Albert Owens, y por el asesinato de los propietarios de un motel junto con su hija durante un atraco en 1979. 

Sin embargo, la vida de Stanley tomó un rumbo muy distinto en prisión. Escribió libros para niños, protocolos de paz para desarticular bandas callejeras (él había fundado la popular banda “crips” a los 17 años), fue nominado 6 veces al premio nobel de la paz, y también al de literatura. El mismo George Bush le otorgó la medalla presidencial Call to service a principios del 2005.

Después de pasar 25 años en prisión, llegó la fecha de su ejecución. 

El 12 de diciembre de 2005 el mundo estaba a la expectativa de qué decisión tomaría el gobernador. Por todos lados se pedía clemencia para Stanley. Se decía que ejecutarlo era matar un arma poderosa en favor de la no violencia mundial. 

Pero Arnold no tuvo piedad. Consideró que aquellos 4 asesinatos (que Williams negaba haber cometido) eran suficiente razón para ejecutarlo. “No pude encontrar justificación alguna para conceder la clemencia” ‒dijo.

La Biblia habla de pecados de muerte y pecados que no son de muerte. Eso pareciera indicar a simple vista que para Dios algunas acciones son de tal naturaleza que sus ejecutores son condenados irremediablemente a la pena de muerte. Hagan lo que hagan. Así se rediman como Williams.

¿Significa eso que en el tribunal Divino algunos pecados no tienen perdón? ¿Se niega Dios también a conceder clemencia en ciertas circunstancias? Y si es así, ¿cuáles son estos pecados?

Contextualizando los pecados de muerte

1 Juan 5:16 y 17 siempre ha sido un pasaje no muy fácil de digerir. Estamos acostumbrados a pensar en Dios como un padre perdonador, misericordioso, que corre hacia el hijo avergonzado y sucio, lo abraza, lo besa y se goza con sus vecinos y amigos por su regreso (Lucas 15:20).

Con esa visión tan arraigada, es complicado dar cabida a la idea de que para Dios algunos pecados son para muerte, mientras otros no lo son. Es decir, alguna clase de pecados no tendrían perdón. 

Es necesario, sin embargo, antes de aventurarnos a definir cuáles son estos pecados que llevan a la muerte, colocar cuidadosamente el pasaje en su contexto para prevenirnos de algún error de interpretación.

Tenemos suficientes evidencias para afirmar que el apóstol Juan, casi a finales del primer siglo, escribió esta carta con el propósito principal de que circulara por las comunidades cristianas de Éfeso. Sabemos que Juan se radicó allí en los últimos años de su vida, y que probablemente regresó a esa localidad tras su exilio en Patmos.

La carta tiene la intención de atacar implícitamente creencias extrañas que estaban siendo diseminadas por algunos cristianos que empezaban a ser influidos por el sincretismo griego, el gnosticismo, y demás otras filosofías que desde muy temprano circularon entre las iglesias.

Así que Juan advierte de algunos peligros, y desvirtúa las falsas doctrinas (mayormente cristológicas) exaltando a Jesús, la seguridad y garantías del creyente, la diferencia entre pecado y santidad, luz y tinieblas, mundo y fe… Y la necesidad de obedecer los mandamientos y apuntar al ideal del amor como el centro de la experiencia cristiana.

Pero hay 4 puntos del contexto que queremos destacar: 

  1. 1) Juan dice que declarar estar sin pecado es una mentira flagrante (1 Juan 1:8, 10), pero a la vez observa que el creyente sincero rehúye al mal (2:1).
  2. 2) El asunto que más preocupa al autor, y al que vuelve en varias ocasiones, es el peligro de negar a Cristo teórica o prácticamente; es decir, no permanecer en Él (2:18-19, 22-23, 3:23-4:4, 13-15, 5:1, 5-6, 10-13, 20).
  3. 3) El hecho de que afirme la justicia y la fidelidad de Jesús para perdonar nuestros pecados (1 Juan 1:9, 2:1), es una salvaguardia para interpretar correctamente 3:4-10. En estos versículos la intención del apóstol parece ser proveer a sus lectores una manera de distinguir entre el verdadero hijo de Dios y los engañadores: el hijo de Dios no practica el pecado. 

Estos primeros 3 puntos nos permiten sacar la siguiente conclusión: Juan está tratando el tema del pecado de una manera muy delicada; por un lado predicando el perdón para los creyentes porque nadie puede decir estar sin pecado, pero por otro apuntalando que todo cristiano verdadero se aparta del mal porque ha nacido de Dios. 

En ese contexto, donde el pecado es definido al creyente como una realidad con la que se lucha, es posible notar que el peor error en el que el apóstol ve que sus lectores podrían incurrir no es un pecado particular. 

Es la decisión de negar la Divinidad de Cristo, su mesianismo, la salvación por medio de él, y apartarse de la verdad que han conocido, que es nada menos que la vida eterna. 

  • 4) El contexto inmediato del pasaje en cuestión está hablando de algunas certezas que tenemos cuando permanecemos en Jesús, como la seguridad de vida eterna desde el presente (5:13), las respuestas a nuestras oraciones (v. 14), a las oraciones intercesoras (vv. 16, 17), y la fiel protección de Dios (vv. 18-19).

Vamos a acercar un poco más la lupa al texto.

1 Juan 5:14-17

Una de las preciosas garantías que tenemos al estar unidos a Jesús es ‒según Juan‒ saber que Él escucha nuestras peticiones; y si sabemos que nos escucha, también sabemos que ya tenemos lo que hemos pedido. 

Pero no solamente es esto con relación a nuestras oraciones personales. Juan quiere destacar que por medio de nuestras oraciones intercesoras podremos infundir vida al estar unidos a Cristo (v.16), cuando intercedemos por aquel que ha pecado. 

Sin embargo, el apóstol diferencia entre dos clases de pecados porque las oraciones intercesoras tendrán resultados distintos. Orar por los pecados que no son de muerte recibirá contestación, pero inferimos dada la recomendación de Juan (“yo no digo que se ore” 5:16) que orar por los pecados de muerte no recibirá respuesta. 

Por tanto, el tema que está tratando el apóstol no es si el pecado de muerte recibirá perdón o no, sino si vale la pena orar por tales personas. 

Todo este marco literario y teológico que hemos descrito nos ayuda a definir con claridad a qué se quiso referir Juan cuando habló de pecados de muerte y pecados que no son de muerte.

¿Qué son los pecados de muerte?

Considero que si Juan hubiese querido afirmar que hay pecados más graves que otros, no hay razón alguna para que no los mencionara. Estoy seguro que cada lector de la carta hubiese estado ávido por conocer cuáles son estos “pecados de muerte”.

Es llamativo, entonces, que Juan suelte ese comentario en el aire sin brindar mayor explicación. A menos que en realidad ya haya estado suministrado la información requerida a lo largo de la epístola, lo cual creo que es así. 

Gracias a las conclusiones hasta ahora derivadas del texto, podemos darnos cuenta que el pecado de muerte no debe ser considerado una clase particular de pecado imperdonable. Juan ya ha afirmado que sobre la base de la confesión Jesús es fiel y justo para perdonar nuestros pecados. Y no creo que sea posible afirmar que para esta regla general hay excepciones.

Entonces, ¿de qué trata? Bien. Toda injusticia es pecado (v. 17), es cierto. Pero por unas el apóstol recomienda orar, mientras que por otras no. Lo que parece indicar que el pecado llega a ser de muerte cuando no hay arrepentimiento y confesión. Recordemos que se está hablando de la oración intercesora.

Nótese también que ya hemos dicho que la preocupación principal de la epístola es la negación de la obra de Cristo, y por ende, también la negación del testimonio del Padre y del Espíritu al corazón (1 Juan 5:10). 

Y téngase también presente que en el capítulo 3 el apóstol afirmó que todo aquel que peca no es de Dios (3:10), sin trazar distinción alguna entre pecados de muerte y pecados que no son de muerte. 

Reuniendo todo esto, es posible concluir que el pecado de muerte es el resultado de dos posibles actitudes: La negación franca del ministerio y la obra de Cristo y por ello el silenciamiento del único agente que puede convencer de pecado (Juan 16:8, Hechos 5:31).

Y en segunda instancia, la práctica recurrente, liviana, perseverante y obstinada de algún pecado particular. 

Cualquier pecado puede ser perdonado por Dios incluso cuando se comete conscientemente. Pero hay pecados que se cometen en completa actitud de rebeldía contra Dios y su voluntad. Estos pueden ser perdonados, pero usualmente conducen al individuo al robustecimiento del proceder pecaminoso, y a la constante negativa al arrepentimiento.

Por eso Juan no aconseja orar por esta clase de pecados. Sencillamente por la razón de que la persona que los comete no tiene la menor intención (todo lo contrario) de que Dios obre en su vida. Se encuentra en rebeldía contra Él y Dios no puede forzar su libertad.

Tal individuo se encuentra en una condición mucho peor que aquel que no ha conocido o aceptado Dios. En su lugar, él ha gustado el don celestial pero ha decidido voluntariamente rechazarlo (Hebreos 6:4-6), cometiendo un pecado que cierra la puerta con llave desde adentro.

Conclusión

Concluimos que el pecado de muerte está muy relacionado con la blasfemia contra el Espíritu Santo [véase nuestro artículo ¿Qué es la blasfemia contra el Espíritu Santo?]. Y se puede dar de dos maneras: Consciente negación doctrinal y práctica de la obra de Cristo y su Espíritu, o simplemente la actitud pecaminosamente obstinada y deliberada que rechaza todo llamado al arrepentimiento.

Pero Dios, a diferencia de terminator, sí tiene clemencia. Nunca se rinde, y a los que ceden a su influencia les otorga libremente el perdón.

Así es nuestro Dios.