Uno de los primeros libros que leí fue Si mi pueblo orara, de Randy Mawxell. Y después de esa vez lo he releído en varias oportunidades, pues, lo disfruto mucho. Sigue hablándome con la misma intensidad que la primera vez.
«Raras veces pretendo que Dios me hable ‒comienza Mawxell‒, pero en esta ocasión su voz era clara e insistente».
Él estaba sentado frente a las mesas cuadrangulares del salón de reuniones sociales de su iglesia. La junta directiva de su congregación sesionaba, estudiando el fracaso de la misma en alcanzar a los Baby Boomers.
Algunos líderes participaron hablando de encuestas y estudios recientes que la iglesia podría considerar como modelos de trabajo, así como de materiales más actuales, libros y seminarios que podían consultar. Un veterano de la guerra, fiel obrero de Dios, consternado y confundido, preguntó: “¿Qué fue exactamente lo que la iglesia no hizo por los Baby Boomers?”.
«Fue entonces cuando lo oí».
Pero el mensaje era tan intenso que su pulso comenzó a acelerarse, el pecho le dolía fuertemente, sentía como si la compuerta de una gran represa estuviera a punto de reventarse dentro de él, y tuvo que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para no prorrumpir diciendo: «¡Detengámonos; Dios quiere que oremos!».
Mientras tanto, de este lado de la escena, yo me hacía la pregunta: ¿Exactamente a qué se refiere con que lo oyó? ¿Escuchó audiblemente la voz de Dios? ¿O solo percibió las palabras en su corazón?
¡Y todavía me la hago!
En ocasiones he pedido a Dios vehementemente que me gustaría escucharle decir algo. Al menos un “Te amo”. Otras veces, angustiado de cara a cierta decisión, le he pedido que me oriente, que cumpla su promesa de “te enseñaré el camino que debes andar”… pero la respuesta ha sido silencio.
¿Todavía habla Dios? Pese a que no he escuchado su voz audible, sí sé que Dios habla. Habla fuerte y claro.
Un Dios comunicativo
Creo que casi todos los creyentes coincidiríamos en el deseo de escuchar a Dios hablar. Sin embargo, lo curioso es que si le preguntamos a la Biblia, ella probablemente se alarmaría por lo extraño de nuestro deseo. A fin de cuentas:
-Si consultamos a Noé, nos dirá que Dios no solo habla, sino que es un buen ingeniero. Con su propia voz le dio instrucciones muy precisas en cuanto a la construcción del arca que salvaría su vida.
-Si entrevistamos a Abraham, nos dirá que Dios no solo habla, sino que promete, hace pactos, se revela, e incluso desciende a la tierra para conversar cara a cara con sus hijos. ¡Y es un negociante muy tratable!
-Si hablamos con Moisés, probablemente se reiría de nuestra pregunta, y nos diría: ¿Acaso no habéis leído el pentateuco? ¡Dios no solo habla, se encadena sus buenos discursos! Conversaba con él como hablaba con cualquier otra persona.
-Si nos ponemos en el lugar de la asamblea israelita al pie del Sinaí, nos sorprenderemos de lo impresionante y atemorizante que puede ser Dios cuando habla. Ellos lo escucharon, y pensaron que era mejor no hacerlo nunca más.
-Si interrogamos a cada uno de los profetas por separado y reunimos todos sus testimonios, nos daremos cuenta que la evidencia apunta en una sola dirección: Dios habla, frecuentemente, pero no es el humano quien elige la ocasión.
-Finalmente, si preguntamos a los apóstoles, probablemente nos dirán que la voz de Dios es la más melodiosa, dulce y profunda que jamás oyeron. Él habla, predica, enseña, consuela, ríe, llora, contesta inquietudes y a veces amonesta. Aún después de ascendido a los cielos, en ocasiones les habló de una u otra forma.
El asunto es ¡la Biblia revela a un Dios muy comunicativo! Por eso nadie jamás se hizo la pregunta “¿cómo escucho la voz de Dios?”, pues cuando el Señor quería, hablaba.
De hecho, Hebreos 1:1-2 dice que después de tanto tiempo hablando a través de los profetas, Dios envió a su mejor intérprete, el Hijo, para hablar al mundo a través de él. Lo que quiere decir que Dios siempre ha querido comunicarse, al punto de enviar al Hijo para dar un mensaje sin ninguna interferencia ni distorsión. Elevó el diálogo a otra categoría.
Si Dios era tan comunicativo en lo antiguo, ¿por qué no le escuchamos hoy? ¿Será que se cansó de hablar?
¿Por qué no le escuchamos hoy?
En la misma Biblia notamos un reduccionismo en cuanto a la frecuencia con la que Dios hablaba. Mientras que en el principio solía hablar directamente con los seres humanos (Adán, Caín, Noé, Abraham, Jacob), luego comenzó a comunicarse con ciertos individuos, para que éstos sirviesen como intermediarios de sus mensajes (Moisés, Josué, los jueces, Samuel, David/Natán, los profetas).
Esta clase de comunicación empezó a presentar ciertas complicaciones, pues algunos individuos se la daban de ingeniosos y decían que Dios les había hablado cuando esto era una falsedad (ej. 1 Reyes 22:6, 22, Jeremías 27:14-15, 28:1, 2, 5-9, Ezequiel 13:16-17, Miqueas 3:11).
Así que el Señor estuvo advertiendo que todo mensaje supuestamente enviado de parte suya debía evaluado a la luz de su Palabra revelada (Isaías 8:20). Si contradecía su revelación, debía ser desechado.
Al concluir el ministerio profético de Malaquías (último profeta del canon del AT), parece que Dios hizo silencio durante poco más de 3 siglos. La voz de la revelación contenida en el AT fue la única que resonó durante todo este tiempo.
Hasta que aparece Jesús en el escenario. Con él, el AT y la profecía llegan a su máxima expresión. La gente escuchó en vivo nuevamente las palabras de labios del mismo Dios.
A partir de allí el Espíritu Santo fue enviado como el coordinador de la obra de la iglesia en este mundo, y pocas de sus indicaciones en el libro de los Hechos aparentan haber sido orales (ej. Hechos 13:2, 16:6, cf. 15:28). En ocasiones, sin embargo, se levantaron profetas en la iglesia de Dios para comunicar mensajes divinos (Hechos 11:27-28, 21:9-11).
¿Por qué Dios tendió a hacer silencio a partir de la era apostólica? Resumamos:
-En un principio Dios precisaba revelarse o simplemente nada sucedería. No habría plan de salvación.
-Inspira y preserva su palabra escrita con el propósito de que el registro de su revelación sirviese en el futuro (Romanos 15:4, 1 Corintios 10:11).
-A medida que la fe en Jehová se expandía, también las distorsiones y los engaños en cuanto a la misma, por lo que debió menguar la revelación directa y crecer la autoridad de la Palabra escrita.
-Con la venida de Jesús y el consiguiente ministerio apostólico inspirado por el Espíritu Santo, la revelación se completa, de tal manera que la palabra escrita es suficiente para dar a conocer todo lo necesario en cuanto a Dios y la salvación.
-Mientras que en lo antiguo la revelación era imprescindible para que el mundo llegase a conocer a Dios, nosotros ahora disponemos de todo el registro de los hechos pasados. Ellos no tenían Biblia, nosotros sí.
-Siendo que ya Dios ha dado a conocer lo necesario en su Palabra, libra a su pueblo del peligro que representa la revelación directa y personal, pues cualquiera podría andar por allí “escuchando la voz de Dios”, y creando confusión en muchos creyentes sinceros.
-Aún más: Satanás no puede pervertir o distorsionar la Palabra escrita de Dios, pero sí podría falsificar otros medios de comunicación divina en los cuales depositamos nuestra fe. Por lo tanto, la Palabra escrita es una defensa y una salvaguardia de cualquier sugestión del enemigo.
-Eso no impide, sin embargo, que en ocasiones que así lo ameritan, Dios envíe algún mensaje especial y específico (que no contradice su Palabra) a través de algún individuo. Ni tampoco le impide poder utilizar otros medios para comunicarse directamente con sus hijos en ciertas circunstancias. Al fin y al cabo, Dios es Dios.
¿Cómo le escucho?
Habiendo aclarado la interrogante anterior, y sabiendo que la naturaleza de Dios ciertamente es comunicativa, ahora nos preguntamos cómo podemos escucharle. Por supuesto, no nos referimos exclusivamente a cómo escucharle audiblemente; sino, en términos generales, cómo podemos entender lo que quiere decirnos.
Lo curioso es que el NT muy poco se ocupa de ese tema que a nosotros tanto nos interesa. Muy poco se habla de la manera como Dios nos orientará en la toma de decisiones, por ejemplo.
Y puedo suponer que es debido a que el panorama del NT en cuanto a esto se resume en Romanos 8:14: “Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios”.
La centralidad del Espíritu Santo en el pensamiento neotestamentario no deja mucho espacio a la discusión de la búsqueda de la dirección divina por otros medios. Sencillamente la garantía es que si has recibido el don del Espíritu y avanzas en sujeción a él, serás guiado por él.
Siendo que el Espíritu Santo es, por decirlo de alguna manera, el «jefe» de la iglesia en esta tierra, cuando hablamos de “escuchar la voz de Dios” en realidad nos estamos refiriendo precisamente a cómo dejarnos guiar por el Espíritu.
Una evaluación superficial del NT evidencia que el Espíritu no tiene una única manera de guiar a los creyentes.
La voz de Dios escrita
El primero y principal, como se deriva de lo que expusimos en el apartado anterior, es, por supuesto, la Palabra de Dios. En 2 Timoteo 3:16-17 Pablo dice que la escritura es el medio por el cual el Espíritu redarguye, reprende, enseña, instruye y perfecciona al que la lee. Efesios 6:17 también dice que la Biblia es “la espada del Espíritu”.
A través de la Biblia, registro fidedigno de lo que Dios habló por los profetas, por el Hijo y por los apóstoles, es que Dios se mantiene hablando hoy activamente. Toda su voluntad general está revelada en la Biblia, todos sus consejos y orientaciones aplicables a todas las personas en todas las edades. Ella es la regla suprema de fe y práctica. Mientras andamos en obediencia a la voz de Dios en la escritura, sabemos que vamos por buen camino.
Ya lo dijera el salmista: “lámpara es a mis pies tu palabra, y una lumbrera en mi camino” (Salmos 119:105).
Dependiendo por completo de las indicaciones del Espíritu a través de la escritura, y rindiendo nuestras motivaciones y razonamientos a él en oración, debiéramos ser capaces de discernir correctamente buena parte de las decisiones que debemos tomar. Es decir, escuchar su voz hablando.
Solamente en callejones sin salida, donde la Biblia no parece presentar una respuesta clara, y nuestro razonamiento no es capaz de deducir a simple vista la mejor solución, entonces debemos depender de otros medios secundarios para escuchar la voz de Dios. Pues, es en esta clase de circunstancias que con mayor probabilidad Dios proporcionará luz adicional.
Circunstancias como estas pueden ser muy diversas. Y los medios de Dios para dar a conocer sus indicaciones lo serán también.
La voz de Dios audible
Estos medios variados no excluyen su propia alocución, evidentemente. Por ejemplo, cuando planeaba dar a conocer al funcionario etíope el evangelio de Jesús, usó este recurso especial: el Espíritu habló audiblemente a Felipe (Hechos 8:29), quizás a través de un ángel (v. 26).
Lo que demuestra que Dios incluso estará dispuesto a hablarle al creyente que tenga sus sentidos atentos y su corazón tierno para obedecer cualquiera sea el mandato divino (Isaías 30:21).
Sin embargo, debemos saber que Dios solo hablará cuando así lo vea necesario y conveniente. Pedirle a Dios que nos hable no es una práctica muy recomendada, pues detrás de tal solicitud se esconde cierta clase de falta de fe. Dios hablará, sí, cuando sea necesario.
La voz de Dios en las circunstancias
Cuando el Espíritu quiso indicarle a Pablo y a Silas que no viajaran a Asia o a Bitinia, no se dan los detalles de cómo se los prohibió o se los impidió, pero todo parece indicar que fue por medio de la ordenación adversa de las circunstancias (Hechos 16:6-7).
Por el contrario, en otra ocasión Pablo dijo habérsele abierto una puerta para evangelizar en Troas, y por ello pudo entender que era designio de la voluntad de Dios (2 Corintios 2:12).
He aquí una segunda manera en que el Espíritu guía al creyente: podemos escuchar la voz de Dios al prestar mucha atención a la forma cómo se desenvuelven las circunstancias en derredor nuestro. En las puertas que se abren y las que se cierran es posible leer las indicaciones del Espíritu de Dios.
Por supuesto, para esto es necesario estar atentos a la providencia de Dios, y dispuestos a desistir u obedecer de acuerdo a lo que ésta indique.
Habla con un cartel en el camino, con una noticia en la TV, con una lectura, con una situación, con un “no”, con un “sí”, con una invitación o una propuesta, Dios habla. Cuando el Espíritu mora en nosotros, nos ayuda a interpretar esas señales en el camino.
La voz de Dios en sueños
Después de negarles el paso a Bitinia, el Espíritu le mostró a Pablo en sueños dónde era que tenía que ir: le necesitaba en Macedonia (Hechos 16:9). Las visiones y sueños son recursos que el Espíritu también utiliza para dar a conocer su voluntad (Mateo 1:20, 2:13, Hechos 10:3, 10-11, 27:24), cuando así lo amerita (ver tb. Job 33:14-16).
La voz de Dios en el corazón
A veces la voz de Dios se manifestará en un fuerte impulso del corazón, tal como parece haber sido con la determinación de Pablo de viajar a Jerusalén aun cuando las perspectivas no eran positivas (Hechos 21:13).
Mas debo hacer la salvedad que no debiera dependerse únicamente de este recurso a menos que sea el resultado de intensa oración y ruego. Pues, contrario al consejo popular, hacer “lo que dice tu corazón” buena parte de las veces no es la mejor opción; al menos no la opción divina.
La voz de Dios en un consejo
Otro medio del cual el Espíritu se vale para hablarnos son los consejos. Cuando viene de parte de una persona bien intencionada, sabia, y que preferiblemente ama a Dios y le honra, un consejo puede ser considerado la voz de Dios.
El Espíritu Santo habló a Pilato a través de su esposa (Mateo 27:19), amonestó a Pedro a través de Pablo (Gálatas 2:14) y orientó a Moisés por boca de Jetro (Éxodo 18). Si incluimos los mensajes proféticos en esta categoría, diría que es demasiado común leer en la Biblia que se valió de un instrumento humano para comunicar sus indicaciones.
El proverbio dice que “en los muchos consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14). Nos convendrá no seguir tercamente nuestro propio juicio en el proceso de procurar escuchar la voz de Dios. Aunque, si bien es cierto, no debemos seguir cada consejo que nos sea dado. No todos provienen del Señor (ver 1 Reyes 12:10-11).
Conclusión
Dios habla, de eso no cabe duda. Habla en su Palabra, habla a nuestro oído, habla con las circunstancias, habla en sueños, habla por las personas, Dios siempre está hablando, siempre… La condición para escucharle es estar bien unidos a la vid, y anhelar hacer su voluntad y no la nuestra.
En el proceso de conocer lo que Dios tiene para decir, el material de consulta por excelencia será la Biblia. Por medio de ella podremos evaluar lo que creemos Dios nos está diciendo, y así comprender con precisión sus indicaciones.
La promesa bíblica es que todo aquel que esté presto a obedecer, viva en oración y sujeción al Espíritu, podrá discernir la voz de Dios en un mundo confuso. A veces no sabremos con precisión que estamos obedeciendo la voz divina, pero la consagración y el buen juicio son los instrumentos del Espíritu para guiarnos al cumplimiento de sus propósitos.
Eso no quiere decir que a veces no nos equivocaremos, ¡por supuesto! Por mucho que oremos, en ocasiones meteremos la pata. Dios no nos proporcionará todas las respuestas de antemano, pues, muchas cosas las aprenderemos solo después de errar. Y eso es parte del crecimiento.
Sin embargo, mientras avancemos con el oído atento, la guía divina marcará el paso delante de nosotros.“Te haré entender, te enseñaré el camino que debes andar, sobre ti fijaré mis ojos” (Salmos 32:8)